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🔒26🔒

A veces las máquinas no tiran azúcar, ya sea por qué los presos las han trucado en el comedor o por sabotaje a las personas que se encargan de poner el recambio. Incluso azúcar trafican.
O simplemente por qué no han hecho el recambio. Pero a veces las máquinas no tiran azúcar, y el café sale realmente asqueroso. El palito de plástico se pierde dentro del líquido oscuro, casi negro, opaco en su totalidad. Le gusta el café negro, pero con un poco de azúcar.
Un bostezo se escapa de su boca mientras se sienta en el sofá de la salita.
La tele parlotea mientras él trata de desconectar del mundo.
Está agotado mentalmente hablando. La cárcel es una auténtica tortura. No puede imaginar cuántos meses aguantará viendo a gente llorar y chillar, o a gente pegarse, gente con los ojos inyectados en sangre y los brazos al borde de la necrosis de tantas drogas. Las agujas, el polvo blanco, los gritos y la sangre seca en el suelo.
Comienza a ser una tortura. Aún se pregunta cómo Shiro aguantó tanto.

No ha visto aún a Lance. Le da rabia tener eso en mente todo el rato, el ver a Lance. La verdad, a quien vamos a mentir, no deja de darle vueltas a ese último polvo. No quiere negar que follar con él está muy bien, y es como un descanso, un alivio.
Pero a la hora de la verdad, le carcome la impotencia por dentro.
No puede dejar de pensar que es un preso, y él un policía. Pero algo en su interior nace cuando le ve entrar delante suya a enfermería, con ese desparpajo y esa tontería suya. Cuando se sienta, mirándole, con una sonrisa traviesa en la cara. Y cuándo espera a la reacción del medicamento, coge el cuello de su camisa y le pega a él.
Da otro sorbo a su café, tratando de espabilar un mínimo.
El cigarro de después está bien. Está tan seguro como para fumarse un cigarro suyo.
Pero el último polvo no fue así. El último polvo fue distinto. Igual fue que no respondió esa preguntita suya, ese ¿Estás bien? tan inocente. ¿Cómo va a estarlo?
Desde ese juicio ha notado a Lance distinto. Le encantaría conocer tanto su caso... Es un caso a parte. ¿Que de malo tiene un hermano, un hijo? Igual es por estar dentro, pero apenas ve maldad en los ojos azules del moreno.
El café desaparece dentro de ese caso de cartón. Tira el mismo en un contenedor distinto al palito y deja su cabeza caer sobre el respaldo. Cierra sus ojos y exhala el aire por la nariz, con fuerza, tanta como para vaciar su pecho y robarle un ronroneo.
Los ojos de Lance estaban vacíos, idos. No eran los mismos de siempre. Estaban tan agotados como él. Levanta la cara al televisor. Un nuevo bajón en la bolsa del país. Mierda de sistema, piensa. Y él forma parte de ese problema. Mierda de sistema, vuelve a reafirmar en su cabeza.
Mira su punto fijo entre sus rodillas, casi sus pies por la perspectiva. No le gustaría ver nunca sus zapatos llenos de sangre. La verdad es que no.
La televisión comienza a dictar acontecimientos dramáticos.
Keith tan solo cierra sus ojos y trata de dormir un poco, lo último que escucha y su cerebro graba es un accidente de tráfico o algo así.

Ahora vive algo más tranquilo. Saber que Pidge está sano y salvo le hace sentirse como nuevo. Ya tiene todo lo que necesitaba, una transición "completa" — a su gusto, después de todo — y libertad con cargos. Dios mío, saborea el sabor del chocolate con la cuenta de la lengua, incluso con la nariz, con el simple olor. Se le hace la boca agua. Ya lo ve, ya he luz al final del túnel. Cada vez está todo más claro.
Sonríe con tan solo pensar en Pidge riendo, abrazándoles, tal vez quejándose de las hormonas y de lo muy enfadado que está con el mundo. Del asco que le dan los granos que le han salido en el mentón, y Lance volverá a explicarle que eso son granitos del vello facial, que son pequeños poros con pelo enquistado, que lo sabe él, que estaba cansado de hacerse mascarillas exfoliantes con su hermana. Pidge haría una mueca de asco mientras rueda sus ojos y bufa. No os imagináis el asco que da todo esto, susurraría mientras deja caer el peso de su cuerpo contra una pared. Lance, como el capullo que es, le revolvería el pelo sin mirarle, sonriendo, con su cigarrito en su boca. Y Pidge soltaría un gruñido como señal de que frene.

Ahora mismo está en el gimnasio, dando puñetazos a un saco. No debería, por qué uno de sus brazos tiene un algodón sobre su piel. Con un movimiento en falso podría entrarle aire en una vena y obstruir el paso de la sangre, o crearle un hematoma de un dolor indescriptible.
Aún así está golpeando el saco, con las manos dentro de dos guantes hechos auténtico polvo, con la tela roja que lo envuelve gastada y con el velcro dado de sí. El olor sería mejor no mencionarlo, si las duchas son contadas, mejor no comentar las lavadoras.
Le duele el brazo donde le han sacado sangre, pero de eso harán ya 5 horas, así que tampoco se va a preocupar demasiado.
Tiene la cara roja, y el cuerpo se mueve a la vez que sus piernas. Un paso adelante, el brazo contrario.
Un paso atrás, otro brazo. Y ahora los dos en defensa. Tira el aire por la boca y golpea el saco dos veces. Normalmente siente las miradas de algunos presos en él, pero saben que no es buena idea tocarlo, y normalmente no lo hacen, así que puede estar tranquilo con el saco.
Hunk está ocupado en recepción, así que todo está bien. Sabe de sobra que las chocolatinas están guardadas.
Su frente está sudorosa, y el mismo sudor cae por su cara. Deja regueros en su piel seca.
Las puertas del gimnasio se abren con jaleo, pero él no hace mucho caso. Está ocupado. Golpea el saco de nuevo. Escucha el taconeo, probablemente sean guardas. Coge aire y vuelve a golpear el saco. En frente suya se planta un guarda. Uno cualquiera, lo reconoce pero un poco. No es Keith, desde luego que no.

- Lance McClain. - el cubano alza una ceja. Tiene flato, y está prácticamente sin aire. Su pecho sube y baja con rapidez. Está además rojo. Bueno, y sudado. - Vis a vis. Urgente, venga. - el cubano une sus cejas en su ceño. Despega el velcro de un guante mirando a los guardas de uno en uno.

- ¿Por qué? - pregunta curioso, pensando en que es una emboscada en su contra por, no se, estar con Romelle de más o por haber estado usando su teléfono. Sinceramente, lo duda. Esa chica no es tonta.

- Porque la han solicitado de urgencia. - el cubano tira los guantes al ring, rebotan y quedan cada uno en cada esquina, sólos y alejados uno del otro.
Baja del mismo y se pone su camiseta. Juraria ver al guarda poner cara de asco al acerca sus manos sudorosas. Esposa sus muñecas y le coge de la cadena de las mismas. Lance piensa que eso les pone, que eso de coger las esposas es un sinónimo de ansias de poder, de morbo y lascivia. Seguro que con sus mujeres — por qué podría jurar a su parecer que todos parecen heterosexuales — quieren jugar a esas cosas, piensa.
Sale del gimnasio como ha entrado y llega a los pasillos.
Huele fatal, o al menos eso se lo parece a él. Ni una puta ducha le dejan. Ya le jodería...
Cuando se da cuenta llega a la sala de vis a vis. No es un íntimo, ni mucho menos. En la mesa no está Pidge, ni Samuel — es lo que más o menos imaginaba en su cabeza — , ni alguna médica del hospital. En la mesa está Axca, con las mejillas rojas, los ojos cristalizados y los labios temblando. En sus manos Lance localiza un pañuelo, y juraría que por sus arrugas está húmedo. Trata de sonreír.
El moreno se aleja de los guardas, que en seguida marcan en voz alta un sin correr y sin tocarse. El moreno corre aún así a la mesa.

- Axca, ¿que pasa? - el moreno niega lentamente, en señal de no entender nada. La pelinegra traga en seco, tira el aire por su nariz y se sienta.

- Siéntate.

- ¿Qué pasa, qué haces aquí? - Lance desliza sus ojos con rapidez por la cara de Axca, como si así pudiese ordenarla.
La mencionada coge aire, mira a Lance a los ojos, y tratando de no romper su voz, habla.

- Es tu hermana. Ha tenido un accidente yendo a trabajar. - el moreno siente como cada escalón que ha estado trabajando se va cayendo delante suya. Se le hiela la sangre y sus ojos se quedan clavados en su cuñada.

El teléfono es lo que le despierta.
Son las siete de la tarde. Ha dormido sus buenas dos horas de turno libre que tenía. Bien aprovechado, piensa. Estira el brazo a la mesa y coge su móvil. Es un número privado.

- ¿Si? - su voz está cascada.

- Keith, ¿te pillo mal? - es Shiro.

- No, o sea... acabo de despertarme hace nada, pero no pasa nada. ¿Qué ocurre, por qué me llamas en privado?

- Seguridad. - Keith frunce el ceño. Retoma. - Acabo de ver en las noticias que una chica ha tenido un accidente. Y resulta que es Verónica. - Keith frunce el ceño. Le quiere decir algo ese nombre, pero no llega a ocurrir. - Verónica es la hermana de Lance. - y su espalda se despega de su cuerpo.

- ¿Qué ha ocurrido?

- Según he visto un accidente de coche. He estado informándome y al parecer era un kamikaze. Cuando detuvieron al conductor iba bajo el efecto del alcohol y drogas. - Keith frunce pasa su dedo índice entre sus labios. - Keith, tengo sospechas de que ese accidente no... es un accidente.

- ¿A que te refieres? - Shiro suspira, el aire choca contra el micrófono.

- Preferiría hablar esto en persona, no te lo voy a negar. Solo... ¿tú recuerdas el accidente de mi brazo?

- Si.

- ¿Y sabes sobre el historial de Lance? - no quiere admitirlo.

- Si, algo se.

- Quiero que investigues el caso y el accidente. Y querría verte mañana en persona. Yo me encargaré de que te den el mediodía libre. - Keith asiente. Claro, los móviles no captan el movimiento.

- Si, de acuerdo. Shiro, sabes- ¿sabes si Verónica está bien?

- No, la familia no ha dado información. Sólo han dicho que la encontraron con contusiones e inconsciente. - ahora es Keith quien suelta el aire.

- De acuerdo. Me encargo de todo. - es todo raro, muy raro. No lo va a negar. - Mañana nos vemos.

- Descansa. - y el pitido del teléfono es lo último que escucha.

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