🔒25🔒
A veces tiene el ademán de gritar un cierra la puta cortina, que entra la luz. Pero luego recuerda que sus hermanos no están ahí, ni están en el salón desayunando, o no están sus sobrinos esperando tras la puerta para desayunar con él mientras juegan.
Como mucho tiene tras las rejas a los guardas, pegando con las porras contra el acero frío, haciéndolo sonar junto un vago y desagradable venga, que son las ocho y media.
Sus labios se curvan en un mohín y sus manos recorren la zona de sus ojos hasta la raíz de su cabello, el cual no duda en peinar hacia atrás mientras resopla.
A penas recuerda a que hora volvió de enfermería. Recuerda como casi la pastilla se le queda atascada en mitad de la garganta, como para morir ahogado allí dentro. Luego recuerda la boca de Keith susurrarle algo que le provocó temblores y taquicardias, y luego solo recuerda a Keith encima suya, guardando pequeñas distancias que Lance rompe al pegarle a él.
También recuerda sus labios recorrer su cuello y un pequeño susurro que, la verdad, no quiere recordar.
Le duele el culo, la verdad.
- Buenos días. - farfulla Hunk, ya de pie, ocupado en atar su bandana mostaza en su cabeza.
- Buenos días... - ronronea el cubano.
Gira la cara a la litera de Matt, la que ahora ocupa Lotor. Arruga la frente al ver que no hay nadie. - Dónde está Prince.
- Se acaba de ir, literalmente hace un minuto. - el castaño gira su cara y estira sus brazos hacia el techo hasta hacer crujir todo su cuerpo. - Pareces un gato, tío.
- No te digo que no. Araño que da gusto. - dice mientras mira sus uñas, pasando el pulgar por el filo de estas, sonriendo. Levanta sus ojos hacia Hunk y abraza su espalda. - ¿Vamos a por chocolatinas? - sonríe.
- Claro. - y con la misma sonrisa ladina en sus labios, salen de la celda juntos.
El tema chocolatinas les llevó tanto tiempo...
Les llevó seis meses. Seis meses de pensar, y pensar y pensar y pensar. Y llegaron a un punto sin salida. No lo malinterpreteis, un punto sin salida por parte de el otro lado. ¿Que qué otro lado? El único que los diferencia de lo que ellos son.
Iban con cuidado, con cuidado de que el dulce olor a chocolate no llegase a otras narices, y que nadie metiese las manos donde no les llamaba nadie. Iban con todo el cuidado del mundo. Desenvolvian esas chocolatinas día si día también, escondiendolas y vigilandolas en cada viaje. Iba todo bien.
Todo iba a ir bien.
- Hola Keith. - escucha una voz femenina dentro de la salita. El azabache se encuentra atando sus cordones. Esboza una pequeña sonrisa y dirige su atención a Romelle.
- Hola, Romelle.
- ¿Como estás? Tienes cara de estar cansado. - susurra la rubia, buscando su placa con su nombre. El azabache esconde su risa en un suspiro.
- Bueno, un poco cansado estoy. - susurra sonriendo. Y es verdad. Siente que le arde un poco la espalda. Cuando se ha vestido se ha dado cuenta de las finas líneas carmesí que decoran su espalda. No son largas, al contrario, con cortas, pero ahí están, dibujando líneas finas. Si quiera hay sangre, solo relieve. A Lance se le va a veces... prefiere ni pensarlo.
- Me lo imagino. - exhala el aire, tratando de quitarse un peso de encima. - Esto es una bomba de destrucción. - susurra. - Por cierto, ¿Lance sigue su medicación? Desde que me cambiaron el turno a penas le veo. - Keith trata de disimular lo mejor que puede la sorpresa que provoca esa pregunta. Toma la medicina y todo lo que tenga delante, piensa.
- Si. Todas las noches la ha estado tomando.
- Así a ojo imagino que acabará ya ¿no?
- Si, entre hoy y mañana. - Romelle sonríe y deja que sus brazos entren en su bata.
- Me alegro. Vaya se le montó en el estómago. Un poco más y no lo cuenta. - Keith frunce el ceño y levanta la mirada a Romelle.
- ¿No sabéis- quiero decir, de donde salió tanto pesticida? - un suspiro de Romelle es suficiente como para saber qué no tiene ni idea.
- Ni idea, Keith. Las cocinas, sinceramente - mira a su alrededor, hablando con la poca pequeña. - son una mierda. Con perdón, de verdad. - la dulzura de Romelle provoca una sonrisa en sus labios.
- Pero tanto raticida... no se quería suicidar, y creo que con saber quien es, es obvio.
- Si, desde luego. Pero es eso, en cocina apenas hay control. La comida va de una nevera a otra, y es un poco cutre todo. Ya habrás probado algo de allí, imagino. - el azabache asiente.
- Si.
- Incomestible.
- Un poco, la verdad. - Romelle suspira, esboza una última sonrisa dulce y coge la pequeña carpeta y la lista con nombres que hay en la mesa. Esta enganchada a una pinza, y la pinza adherida a una plancha fina de madera.
- Bueno,nos vemos. - coge la lista y le echa un vistazo. - Anda, mira. Si ves a McClain dile que tiene analítica dentro de una hora.
- Voy ya, por que desayunarán en breves.
Buscar a Lance a estas horas es peor que buscar una aguja en un pajar. Son las nueve, y desayunaran en breves minutos.
En lavandería se escuchan palmas que probablemente haya iniciado el moreno gritando ¡música maestro!. Ya saben quienes están esos días en lavandería, y si hay cambios son novatos fáciles de "espantar". No le van a pegar una paliza, pero si decirles donde está su sitio. Que no molesten, vaya.
El tararea la canción que ha iniciado Lance y comienza a limpiar el suelo. La gente se ha ido a desayunar, y quedarán tres contados. El cubano aparece después de un rato, desenpolvando sus pantalones de forma disimulada. Se planta delante suya con la frente húmeda, flato y una sonrisa amplia en la boca.
- Hunk. Hunk tio. - abre su mano. Tiene piedras y arena. - Arena. Arena tío, ya está. - Hunk abre sus ojos y sonríe.
- Ya huele a chocolate. - canturrea, igual de contento que él. Tratan de mantener la compostura. El cubano sonríe y tira la piedra y la arena al suelo. - Eh no, tío, estaba limpio.
- Que más da tío, ¡tenemos 'el envoltorio'! - Hunk sonríe mientras barre. Y escuchan pasos. Es taconeo, y no de las zapatillas que llevan los presos.
- ¿Lo has...?
- Claro, gilipollas. - murmura. Y ve esa melena. La reconocería en cualquier sitio. - Hola guapo. ¿Me has vuelto a ver desde las cámaras o en tus sueños? - sonríe Lance, con un costado de la espalda pegado a la pared.
- Venga, a desayunar los dos. Se ha acabado el turno de la mañana.
- ¿Puedo barrer esto? Han venido del patio corriendo sin respetar nada. - murmura molesto Hunk. McClain solo se echa a reír.
- Si. Venga. - el azabache siente unos ojos sobre él. - Tú te puedes ir a desayunar.
- Espero a mi amigo. No vaya a pasarle algo.
- No me jodas, McClain.
- ¿No? - Keith frunce el ceño. No entiende esa pregunta. ¿Es retórica? Cuando se da cuenta, entiende sus intenciones. Y abre los ojos, matandole tres veces en su cabeza ante semejante comentario.
- Lance, déjale. - susurra Hunk, dejando en su sitio la escoba.
- Si le encanta. ¿A qué si, daddy? - canturrea antes de echar a andar con Hunk.
- No. ¡Eh, tienes analítica a las 10, con Romelle! - McClain alza su pulgar, mirándole de reojo.
- ¡Hecho! - y lanzándole un beso, sale de allí junto a Hunk.
Han conseguido la meta del mes. Y del año. Prácticamente lo han conseguido.
Keith simplemente se queda allí, mirando a ambos salir. Y el culo plano de McClain.
Mierda.
Desayunar está bien, tampoco puedes pedir mucho más que un café o un vaso de leche con cacao soluble. Bueno, y unas galletas, fruta o una magdalena o similar a bollería. Tienes que elegir, o fruta o bollería. No vale todo. Bueno, a no ser que seas hábil y decidas cambiar una de esas cosas por drogas o algo similar, en el mismo comedor y con guardas delante.
- Me muero de hambre. - murmura el cubano al guarda que le acompaña. No, no es Keith. Ya me gustaría.
- Ahora desayunarás.
- Yo no llamaría desayunar a unas galletas rancias...
- Cierra la boca o no tendrás una mierda. - Lance rueda los ojos. Lleva las manos esposadas, y el mismo guarda le guía tirando de ellas, de sus cadenas. Mantiene distancia con él. Que ni se acerque, aunque él mismo le tire indirectas. Que no le toque.
El guarda toca la puerta con los nudillos.
- Romelle. Aquí tienes a Lance McClain.
- Hombre, Lance. - sonríe la rubia, sin levantar los ojos de la lista. No hay nadie, solo ella. Al levantar sus ojos, se encuentras dos mejillas rosadas y una mirada dulce. - ¿Que tal todo, que no se nada de ti?
- Por qué tú no quieres. - le guiña un ojo y entra tras estar desesposado. - Bueno, todo bien. - exhala y mira a su alrededor. La camilla, ay la camilla... si ella supiera. - ¿Me tumbo?
- No, sentado cariño. - asiente y obedece. - Quítate la camisa y la camiseta. - y vuelve a obedecer sin rechistar. - No te veo no por que no quiera, - sonríe y levanta sus ojos del botiquín. Saca una aguja de palomilla, algodón, tiritas y alcohol. De su cuello cuelga un estetoscopio. - sino por que me han cambiado el turno. De noches no estoy, solo pads urgencias. - asiente y sonríe.
- ¿Y no te urge verme? - murmura ladeando su cabeza hacia un lado.
- Anda, anda calla. - y sonriente, acerca su silla a la camilla.
- ¿Como te-
- No hables ahora, cielo. Voy a oscultarte. - asiente e inhala. Sabe que tiene que hacer. - Tira el aire. - y lo tira poco a poco. - El pecho bien. Estírame el bracito. - estira su brazo y observa como le envuelve el bíceps con una banda.
- Preguntaba, si te iba bien. - empieza a sentir como la venda aprieta cada vez más y más su brazo: está tomándole la tensión.
- Si, todo bien. - sonríe y al escuchar el pitido de la tensión, mira la máquina. - Vale, la tienes bien. Vamos a sacar sangre. - gira su silla a la mesa y coge la palomilla. - ¿Te drogas? - Lance niega. - Me lo imaginaba. Lo pregunto por los brazos. Ya sabes.
- Si, tranquila. - sonríe y estira el otro brazo. La dulzura con la que trabaja Romelle es incomparable. Ha llegado a manos de un imbécil cretino, y para él ahora mismo está en el cielo. Romelle es tan dulce, tan buena, tan...
- Vale, coge aire. - la rubia se ha encargado de colocar la goma para hacer presión, y ahora va a por la aguja. Lance prefiere no mirar. No se marea, pero no quiere ver su sangre. Coge aire y siente como la aguja se clava lentamente en su piel. Aprieta sus labios y arruga el ceño. No duele, cosas peores hay, pero no es lo mejor del mundo.
Entonces recuerda algo.
- Romelle, una duda.
- Dime.
- Tú, eh- tú sabes, ¿sabes algo de Pidge? - la rubia frunce el ceño.
- No, no he podido llamar e informarme. Lo siento, he estado ocupada. - Lance niega. Enseguida siente presión sobre donde estaba la aguja clavada, es un algodón. - Aprieta. Así, gracias. - coloca un trozo de esparadrapo sobre el algodón y Lance vuelve a hacer presión. El cuerpo femenino vuelve a deslizarse sobre la silla de despacho. - ¿Sabéis algo vosotros?
- Nada. - escupe con rabia. - No sabemos nada. No nos dejan llamar de forma "legal" - sus dedos se mueven en comillas. - y si llamamos por las cabinas no nos dicen nada. Que es privado. - Romelle le observa desde la silla. Tiene que esperar unos minutos a ver si se marea por sacarle sangre. No suele ocurrir pero... nunca se sabe. La rubia asiente, con la cara apoyada en su mano.
- Es normal. Al ser un traslado penitenciario en nombre a una urgencia médica, no informan así como así.
- Ya tío- o sea, tía. Pero... algo. Lo que sea. - Romelle asiente. Entiende a Lance, entiende por qué le mira con esa rabia y esa tristeza. El cubano rueda sus ojos y tira el aire por la nariz.
- No te puedes ir aún. Espera aquí. - se levanta de la silla, se acerca a la máquina de café y saca uno sin demasiado azúcar. Acto seguido, de su propio bolso saca unas galletas. - Come anda, no has desayunado y no se si cocina te dejará ir a pedir algo a estas horas. - sigue buscando en su bolsa, escuchando de fondo el choque del palito del café contra el mismo vaso de cartón al estar Lance removiendolo.
Saca su móvil y dentro de su agenda saca un número. Lance simplemente bebe su café.
Esta amargo, un poco. Aún así, se lo va a beber. Mejor que ir con el estómago vacío, es. Observa las galletas. Están algunas chafadas, otras están enteras. No quiere comérselas, por que eso podría significar dejar a Romelle sin almuerzo o sin comida de picoteo. Y eso le sabe mal, bastante.
- Hola. - escucha su voz de nuevo. Trata de mantenerse callado. - Hola, buenos días. Si, soy Romelle. Llamo desde la prisión de Altea. Hace aproximadamente unas semanas ingresó un chico por una cirugía de reasignación de sexo. Una vaginoplastia. - Lance levanta su cabeza a Romelle. Tiene la cara pálida, pero se va iluminando poco a poco. Traga saliva y deja escapar en un exhalo la poca energía que tiene. Le tiemblan las manos, mucho. Ahora tiene frío. No puede creer lo que está haciendo Romelle. Si quiera le mira. Está hablando por teléfono. - Si, soy la médica de cabecera aquí dentro. Yo y otro compañero, si. - un silencio. - Si, ingresó tras una sobredosis y por daños en las paredes del útero. Veíamos conveniente una cirugía de urgencia. - otro silencio. - Si, Pidge Holt. - Lance tuerce sus labios. Tiene miedo de escuchar algo que no quiere. Romelle, en algún momento, frunce el ceño. Levanta sus ojos a Lance. - Eh, un momento, por favor. Voy a consultarlo. - tapa el micrófono en su pecho y dirige su atención a Lance. - ¿Quién es Leandro Álvaro, o Alejandro Álvaro? - Lance ríe sin evitarlo.
- Yo. Perdón. Lo siento. Si decía mi nombre iban a-
- Si, un compañero. Si. - sonríe y niega mientras mira a Lance. - Perfecto. ¿Está estable? - Lance abre sus ojos. Hace un mohín y espera a escuchar a Romelle hablar. - Genial. - Lance trata de aguantar una sonrisa. - ¿Y podría hablar ahora? - abre sus ojos. Dios mío, se le van a salir de los ojos. - Genial. Espero. - vuelve a tapar el micrófono en su pecho. - Lance, no mientas.
- ¡Perdón, perdón de verdad, perdón! - mira a Romelle a los ojos. - ¿Él está... bien? - la rubia sonríe.
- Ahora te lo dice él. - el moreno tuerce sus labios. Joder... y Hunk, Hunk no está ahí, con él.
- Puedes- ¿puede venir Hunk? - Romelle le mira con cara de ¿en serio me pides más cosas? - Por favor. Por favor Romelle.
Y le llama, claro que le llama. Con la excusa de que Lance estaba mareado y necesitaba comida.
Y allí llega su amigo, con una magdalena hecha migas. Toca la puerta.
- Pasa. - murmura Lance desde dentro.
- Perdona tío, es que en cocina están los imbéciles de hoy, y- el cubano le indica con la mano que calle. Pues para Hunk, Lance no tiene nada de mala cara. - ¿Que te pasa, que hacéis? - susurra tras cerrar la puerta y acercarse a Lance.
- Pidge. - Hunk abre los ojos.
- No.
- Si.
- No por favor. - siente que le tiemblan los pies. Ha palidecido.
- Si. - la cara de Hunk se rompe. - No, o sea no, no se ha muerto eh.
-¿Está bien? - Lance asiente , sonriendo, cogiendo su mano con fuerza.
- Vale cariño. - Romelle vuelve a hablar. - Recuerda que no puedes tomar esas pastillas. Come bien, bebe agua y siéntate con cuidado. - escucha a Pidge decir si en la otra línea. - Ahora sigue hablando como ahora. - ¿Por qué?, escucha en la otra línea. Y la respuesta la tiene en cuanto Lance coge el teléfono de Romelle, con las manos temblorosas y lágrimas en los ojos.
- Pidge, tío. - y el pelirrojo se tiene que aguantar las lágrimas. - Pidge tío, que ya está. Ya está. - sonríe. Lance tiene que aguantarse las ganas de llorar, y funde ese pequeño sollozo en una risa temblorosa y desastrosa. Si, ya está, escucha temblando y sonriendo en la otra línea. Tiene que aparentar que habla con Romelle. - Pidge, escúchame, estamos bien. Estamos de puta madre. O sea- faltas tú, pero estamos bien. Por favor, cuídate. - sonríe y limpia la lagrima que le resbala por la mejilla. - Ten cuidado, que no puedo cuidarte ahora. - sonríe de nuevo, y ríe sin evitarlo. Hunk esta a su lado, llorando como si fuera nuevo en esto.
-Te echamos de menos. - es solo capaz de decir eso. La risa suave de Pidge se escucha en el altavoz. Romelle observa a ambos, con una sonrisa tierna, tal vez aguantando también las ganas de llorar. Sabe que es eso, que es pasar la transición, la reasignación y el cariño de los suyos. No por ella, por su hermano.
Le da lo mismo que dos presos tengan en sus manos su teléfono. Esas manos tiemblan, y están llenas de lágrimas de alegría y melancolía.
Y yo, se escucha en la otra línea.
- Te llevaremos chocolatinas. Muchas Pidge, muchas. Ya verás. - Pidge ríe a escuchar a Lance. Sabe a que se refiere. Romelle lo imagina, pero sólo eso: lo imagina. No sabe ni de lejos que es. Ni de lejos.
Chicos, están tratando de pagar mi fianza. Quieren arreglar los papeles para dejarme fuera con cargos. Ambos sonríen al escucharle. Es suficiente.
- Te llevaremos chocolatinas. - y los tres se echan a reír. - Te llamaremos. Te lo juro. Te llamaremos. Te queremos Pidge, te queremos mucho.
- Mucho. - repite Hunk, sorbiendo por su nariz, limpiandose con su antebrazo.
- Te quiero hermanito. - susurra, con dos lágrimas resbalando por sus mejillas, con una sonrisa amplia y dulce, con la mirada de un niño pequeño.
Feliz de escuchar la voz de Pidge sana y no como la última vez.
Y yo a ti, escucha de vuelta, antes de colgar con un hasta mañana.
El teléfono vuelve a su dueña, y Hunk y Lance solo pueden abrazarse y llorar en el hombro ajeno entre risas, diciendo ya está en el oído contrario.
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