🔒24🔒
Coge su toalla, la deja aterrizar en su nuca y se pone las chanclas de nuevo.
Necesita ducharse. Lo necesita tanto...
El agua siempre fue para él como purificarse, casi igual que ir a misa. Era como limpiarse de pecados. Realmente se está limpiando, pero no de todo el daño que ha hecho. Porque está haciendo daño, el mismo que le hicieron a él. Esas cosas le pesan en la consciencia.
Asesino. Lo tiene tatuado en el cerebro. Además con sangre.
Inhala y exhala de forma costosa en cuanto siente el agua fría recorrer todo su cuerpo. Huele mal, lleva media hora en el gimnasio, con el saco de boxeo. Le duelen los nudillos y los dedos pulgares, tiende a cerrar muy fuerte los puños. Ahora lo hace, sin poder evitarlo. Para dejar de hacerlo solo puede pasar sus dedos por su cabello, separando cada hebra y cada nudo. Tenía el pelo grasiento de tanto sudar, casi impermeable.
Siente como al tirar el aire por la boca le duele el pecho, la zona superior del tórax concretamente. Vuelve a limpiar su cara por quinta vez aproximadamente y comienza a lavar su cuerpo.
Las duchas son de lo que más valora allí dentro. No es que no hayan muchas, es que no son las que él quiera o elija. No, es las que pueda coger. La primera vez que pretendía ducharse fue horrible. Un corralito de hombres le rodeo, acercando sus manos a él. Una auténtica pesadilla. De no ser por ese hombre tan entrañable y agitado que conoció : Samuel Holt. Aún recuerda su voz recorrer el baño, junto a un chico de su edad que le miraba sonriendo, recorriendo con sus ojos verdes su cuerpo cubierto por el uniforme obligatorio. Allí aprendió gracias a aquel hombre algo.
- No hijo no, aquí hay horarios, pero solo lo sabe cada uno cual es. - le pegó en la espalda y con el dedo índice, erguido de forma amenazante para captar su atención, continuó hablando. - Por las tardes, a las cuatro clavadas, aquí no hay ni Dios. Y a las ocho y media tampoco. La gente sabe que hay que cenar, hijo. - y otro golpe en la espalda. - Que eres joven hijo, a ver qué hacemos.
Samuel Holt era un buen hombre, un hombre que era muy suyo, pero buen hombre. Y sus hijos, más.
Aún recuerda a Matt... claro que lo hace.
Abre la puerta de la ducha con una pequeña sonrisa en los labios al sentirse más limpio, con su toalla envolviendo su cuerpo de canela y miel.
En los grifos encuentra una figura, de piel también morena, y de melena larga.
- Hola. - murmura. El cubano prefiere ni responder. Dándole la espalda, su toalla se desliza desde su cintura hacia el suelo. La recoge y comienza a vestirse. - No vas a contestar. - silencio. - Vale. - y con una sonrisa, comienza a cepillar su pelo. Agarra la goma de pelo entre sus dientes y mira desde el espejo el cuerpo de Lance vestirse, de forma desganada y de mala hostia. - ¿Que tal el juicio? - Lance se muerde los labios. Se pone su camiseta de tirantes y la camisa de manga corta con el número de su planta de celda. Se da la vuelta y mira a Lotor desde el espejo en el que se encuentra.
- No vas a conseguir nada con esto. - susurra.
- No busco nada.
- No van a tener pruebas ni de paliza ni de nada. Por que escúchame bien - y con sus ojos clavados en él, mueve sus labios con dolor y rencor. - si tengo que romperte la boca, me preocuparé de que o no me vean, o lo vean todo. - rabioso, hace su bolsa de aseo. Las toallas dentro de la bolsa junto la ropa sucia.
- No me amenaces.
- No. Te adelanto los acontecimientos. - susurra. Y con rabia, carga sus bolsas en su espalda. Lotor, con el pelo cepillado pero sin amarrar, observa como Lance tienta a irse.
- Un trato. - el cubano frena y gira su cara.
- ¿Perdón? - entrecierra los ojos, tratando de asimilar lo que ha escuchado.
- Un trato. Yo no hago nada, absolutamente nada en contra tuya si tú te declaras culpable en tu próximo juicio. - Lance permanece de pie, mirándole a los ojos.
- ¿Tú... tú te escuchas?
- Si. Y créeme, no deberías rechazar la oferta.
- Te metes la oferta por el culo. - escupe con rabia, en voz baja. - No voy a aceptar nada tuyo, Prince. Nunca. - el albino alza las ceja e inclina suavemente su cabeza hacia un lado. Su cabello blanco como la nieve se desliza por sus hombros.
- ¿Si?
- Si. Tú no lo se, pero yo quiero salir de esta cárcel. - y con una última mirada resentida, Lance sale del baño. Lotor gira su cara al espejo. Delante suya está su propia cara, casi igual a la de su difunto padre. Su pelo rebelde y blanco cae a los lados de sus hombros. Suelta el aire por las aletas de su nariz y vuelve a tratar de recogerlo una vez más.
Se acaba haciendo de noche.
A Keith le toca turno libre. Bendición de día, desde luego. Son las nueve y poco, y la cena está terminando. Ve como algunos presos permanecen sentados, rebañando la triste natilla que flota en la bandeja de acero inoxidable. Otros permaneces hablando con algún compañero o amigo que se encuentran en la cocina. Otros, salen entre risas, incluso amenazas, no sería la primera vez que se matasen allí dentro.
Los pasillos están cada vez más llenos. Sus ojos buscan igual un cuerpo delgado y moreno.
Tiene la cara acomodada en su puño, concretamente en sus nudillos, con el pelo resbalando por sus mejillas. Ahora se lo recogerá.
Exhala lentamente y da un último trago a su café. Se le ha quedado frío. Está amargo, a estas horas el azúcar le juega malas pasadas, y tampoco es muy aficionado de lo dulce.
Sus ojos corren por las pantallas, hasta encontrar a dos chicos en las cabinas de teléfono. El coreano alza las cejas e inclina su cuerpo hacia delante, expectante. Con una pequeña sonrisa curiosa.
- Vale. Va. Hoy si. Hoy si. - murmura Lance, agitando su cabeza en señal de afirmación. Hunk permanece delante suya, con la cara expectante y con dos dedos cruzados. Sólo les queda una llamada en esa tarjeta. El cubano tiene la mirada clavada en el suelo. Su nuez sube y baja al dejar pasar saliva por su garganta. La voz de una mujer suena en la otra línea. Se acuerda del nombre que se puso de forma voluntaria. - Hola, hola buenas noches.
- Buenas noches.
- Siento llamar a estas horas. - hay que ser amable, eso le enseñó su familia siempre. - Soy Leandro- Leandro Álvaro , he llamado ya alguna vez a ti y a tus compañeras.
- Si, sabemos quien eres. - la voz de la otra línea suena dulce.
- Bueno, querría saber si Pidge Holt está bien. - Hunk asiente, mirando a Lance a los ojos, esperando que sus ojos se iluminen al obtener una respuesta.
- Lo siento, esa información es privada. - Lance frunce el ceño y rueda sus ojos. Dirige sus dedos a su boca.
- Por favor. Sólo saber si está bien. Por favor. - sus dedos se deslizan entre sus dientes. Se tiene que morder las uñas de los nervios.
Keith sonríe al ver a McClain poner caras preocupadas. Observa como mira a su alrededor, y como Garret le indica que un guarda se aproxima. No están haciendo nada malo, piensa Keith. Tuerce sus labios y atrapa el inferior con sus dientes. Coge su walkie talkie y desliza el botón de encender con el pulgar. La lucecita de encendido se pone en rojo.
-Por favor. - susurra Lance de nuevo, tragando saliva. Agacha su cabeza, y eso a Keith probablemente le haga gracia. - Sólo saber si está bien. Que quiero saber al menos si está vivo. - la chica en la otra línea se echa a reír. A Lance no le hace gracia. Hunk have el ademán de decir algo, cogiendo aire. Pero calla al instante. El guarda que se acerca se da la vuelta.
-Si, ves al comedor. Veo que quedan presos y es hora de limpiar. - susurra Keith contra el micrófono. Coloca sus dedos en la zona superior de los labios y observa concentrado a Lance. Tiene aún sus dedos en la boca, y muerde sus uñas de manera nerviosa.
-Lo siento, pero no puedo decirle nada. Tenga una buena noche.
- No espe- la llamada se corta antes de que pueda decir algo más. El cubano respira hondo y cierra los ojos. Hunk niega y tensa el ceño.
- No entiendo.
- Supongo que por mucho que use nombres de mierda - cuelga el teléfono y arranca la tarjeta de la rendija donde está colocada. - saben que llamamos desde la cárcel. - suspira y estira su cuerpo. - Vamos a dormir. Estoy cansado. - susurra antes de dar la espalda a los teléfonos y salir del mismo pasillo.
Keith frunce el ceño al ver a Lance salir de allí sin mucho ánimo.
Los pasillos de las celdas, de noche, no dejan de ser como todas las noches.
El coreano sabe que le toca. Se pone su tarjeta, coge un walkie y sale de la salita de estar. Abre las puertas y entra al cúmulo de celdas.
- Ese poli guapo... - murmura una voz ronca y cascada. También escucha alguna plegaria por que le saquen de allí (los nuevos y sus primeras noches), y algún insulto. Las voces hablan bajito, pero no callan.
La celda 112-V esta con las luces apagadas, y dentro de ella está McClain.
-McClain, venga. Medicación. Te quedan tres días. - el moreno sonríe. Deja el libro que está leyendo sobre el colchón y se levanta.
- Que ilusión. - irónicamente hablando.
- ¿Te lo vas a tirar, melenas? - algún preso grita, y otros le ríen la gracia. Keith gira su cara a Lance, y le dirige una mirada de muerte.
- No me mires así. La cárcel no es gilipollas. - susurra, estirando su cuello hacia un costado y dejándolo crujir. Y con las manos en la espalda y esposado, camina junto a Keith. Va delante, unos pasos por delante. - Las esposas son muy-
- Cállate, McClain. - y el mencionado rueda sus ojos junto una sonrisa traviesa.
Al llegar a la enfermería, estira sus muñecas A Keith. Retira las esposas y observa como Keith cierra la puerta y se aleja hacia el armario.
- ¿Aún confías en mi? - susurra el moreno, sentándose en la camilla. Sus piernas cuelgan, por poco no tocan el suelo.
- No es como si fueras armado. - murmura Keith de espaldas. - Y llevó pistola y taser.
- Vas armado. Entiendo. - sonríe y comienza a jugar con sus uñas. Las tiene hechas un asco. - Yo no me fiaría. - murmura.
Keith gira su cuerpo, con un vaso de agua y una pastilla en la mano. Lance tarda un milisegundo en arrebatar ambas cosas de sus manos.
Frunce el ceño y observa como saca la pastilla del blister con el cuidado de no hacer ruido.
- ¿Por qué, por que habéis ido a los teléfonos después de cenar? - sonríe y desvía la mirada. Se sienta en la mesa que hay delante de la camilla, con cuidado de no mover nada de sitio, y observa a Lance detenidamente. - Tenías mala cara. No dejabas de morderte las uñas. - el cubano esconde sus dedos al escucharle. - ¿Por qué dices que no me debería fiar? - McClain coloca la pastilla en el centro de su lengua y con un trago, deja que resbale por el trayecto de su garganta. Keith no deja de mirarle. - ¿Que ha pasado en el juicio? - Lance rueda los ojos y sonríe. Echa la cabeza a un lado y le devuelve la mirada que le está echando Keith.
- Que va a pasar.
- No se. Estás... - el moreno se impulsa de la camilla y se acerca a él. Keith continúa hablando. - No estás. Estás ido, como apagado. - el cubano no dice nada. Sonriente, se acerca a él y acuna sus mejillas con sus manos. No necesita conocerle demasiado como para saber que sus labios van a aterrizar en los suyos, de forma lenta, abriendolos y separandolos con una lentitud que los mata a ambos. Deja que su lengua los perfile y se aleja unos centímetros de su cara, los suficientes como para que sus ojos enfoquen de forma nítida su cara pálida y sus ojos perdidos. Sigue mirándole igual que antes.
- ¿Y si me enciendes, a ver qué tal? - Keith acerca una mano a su cintura, la otra le sirve de apoyo en la mesa. Sigue mirando su cara. Los ojos de Lance continúan idos, como si se hubieran escapado.
- ¿Estás cansado? - susurra Keith. Lance arruga el entrecejo y desliza su pulgar por su mejilla, llegando a las comisuras de su boca. Ladea su cara, tratando de buscar el ajeno.
- No demasiado.
- ¿Estás bien? - susurra Keith, sin recibir otra respuesta que su propio suspiro atrapado en la boca de Lance. Ahora sí que recibe su lengua en la boca ajena. Su mano se desliza despacio por la curva de su cintura, subiendo y bajando, dándole caricias que él cree que puede necesitar.
Lance, en cambio, está ocupado en pegarse todo lo que puede al cuerpo de Keith, aún sujetando sus mejillas. Reza por qué no les pillen, las noches así le hacen sentir un poquito vivo. Acaba acomodando parte de su cuerpo en sus muslos, aún con los pies en el suelo y los ojos cerrados.
Con tirones termina conduciendolo a la camilla, dejándose tumbar y devorar con Keith encima, con su boca aún en sus labios. Le habría gustado recibir una respuesta a su pregunta, a su ¿estás bien?.
Quiere pensar que los ronroneos que nacen en su boca y sus caricias desesperadas son sinónimos de si, toda va bien.
En las cabinas de los teléfonos hay una ocupada por alguien que agarra con tranquilidad un teléfono.
- Si. Si, exacto. Ahora. Si, claro. - un silencio. Está tratando de hablar en voz baja. - Si, así está bien. Gracias. Hablamos. Un beso. - y con cuidado, descalzo y con una horquilla en la mano, vuelve a su celda.
La abre con la misma orquilla al llegar y entra, siendo silencioso. Se mete en la cama asegurándose de que uno de sus compañeros (el único ahora mismo) está dormido.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro