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PRÓLOGO


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La música es aquel lenguaje que seduce y complace a los sentidos de quien la aprecia sin necesidad de piel. Es la que enamora, y deleita mientras corrompe.

Para la esencia del humano, la música es... infinitamente peligrosa.


—Jeon, creí que no vendrías —le dijo el hombre frente a la entrada, quién le veía con desagrado.

—Lamento haberlo decepcionado con mi presencia, fue solo un pequeño contratiempo —contestó en el mismo tono, y estrechando su mano.

Y para Jeon Jungkook, en especial, la música era la culminación de todo lo precioso, y selecto.

Quizá por eso aceptó ese empleo aunque estaba resultando peor de lo que esperaba.
Y no iba a quejarse, la verdad era que no había tenido un trabajo real en años, pero esos solo eran detalles.

Le gustaba pensar que este era un nuevo comienzo. Como un compás de cuatro cuartos, debía mantener un ritmo constante mientras caminaba para llegar a tiempo; pero no lo logró, y allí estaba, a punto de recibir otra llamada de atención.

La situación era la siguiente: Jeon Jungkook era el nuevo maestro de piano del Conservatorio Nacional de Arte en Seúl.

Y era, de hecho, el más joven hasta el momento.

Así que podría considerarse un honor, o una broma de mal gusto; pero no le interesaba.

Había llegado a la ciudad un par de días atrás. Días que utilizó para presentarse con los directivos del lugar, y para ser víctima de las miradas pretenciosas de los demás maestros.

A todos les sorprendía que el nuevo miembro de su equipo tuviera veintidós años, que hubiese vivido toda su vida en el extranjero y que no tuviera interés alguno en hablar con ellos.

Pero es que no podía fingir. Lo único que quería era tocar piano, y dar a los chicos todo el conocimiento que sabía podía ofrecer.

Así que cuando se distribuyeron las atribuciones entre profesores, ¿Por quién votaron todos para dejarle a cargo del patrullaje nocturno del edificio?

Sí, por Jungkook.

Él solía vivir muy cómodo en Viena; tocando en restaurantes y durmiendo con mujeres que a diario parecían interesarse en él. No era una mala vida, bueno, si es que podía llamársele vida a eso.

Un día, un viejo amigo le ofreció la oportunidad de ser profesor de música. Y él no dudó en aceptar; pero estaba comenzando a hacerlo.

Él era pianista, esto de ser guardia de seguridad no venía dentro del contrato.

Atravesó el umbral de blanco mármol cuando entró a la escuela. Una prestigiosa institución cuyos alumnos eran no sólo excepcionales, sino también privilegiados.

—Jungkook, sabes que es un placer tenerte aquí —le dijo viéndole con una sonrisa. De esas que Jungkook sabía eran completamente falsas.

—Lo mismo digo —respondió a secas, sin cambiar de expresión.

—Intenta no llegar tarde la próxima vez, que no se note lo mucho que te importa —le dijo directo. Sí, a nadie parecía hacerle feliz su presencia allí.

Jungkook negó con la cabeza.
—Lo tomaré en cuenta —respondió antes de girar sobre sus pasos y caminar hacia adentro.

Habían rechazado a otros tres maestros por él, y Jungkook no tenía la culpa, pero al parecer todos pensaban que sí.

Pero bien, todo lo que tenía que hacer era entrar y revisar que todos los alumnos hubiesen salido. Y que aquellos que vivían dentro del recinto, se hubieran dirigido a sus habitaciones. 

Si este era el costo por tocar piano en ese hermoso y gran auditorio, él estaba dispuesto a sacrificarse.

Comenzó con su ronda como las últimas dos noches, caminando por los pasillos para asegurarse de que no hubiera ningún alumno vagando por allí, y que todo estuviera perfectamente en su lugar.

Mientras lo hacía,  observó con recelo a su alrededor, su mirada seria, y boca en línea recta le daban un aspecto muy poco amigable.

Las paredes lucían pulcras. Para ser un edificio tan viejo, no tenía duda de lo rigurosamente bien que había sido conservado, y restaurado.

Había muchos jóvenes que caminaban por el gran vestíbulo. Algunos cargando consigo los estuches de distintos instrumentos, otros con el rostro pintado; todos en sus propios asuntos, retirándose de las instalaciones.

A Jungkook no le gustaba el bullicio, pero debía admitir que ese enorme y clásico edificio de vitrales de colores y columnas de mármol talladas a mano, tenía cierto encanto.

Había salones con pianos de cola, y estudios de canto con bloqueo para el ruido del exterior. Y las marquesinas, con los próximos conciertos de la orquesta, contrastaban estéticamente con los marcos de concreto en la entrada del gran auditorio.

Sí, el lugar definitivamente le gustaba mucho.

Después de algunos minutos, Jungkook constató que ya no había ninguna persona además de él. Incluso, él mismo deseó marcharse cuando se vio solo en medio del gran vestíbulo que quedó en silencio.

Pero fue ese mismo, el que le permitió escuchar a la distancia una melodía que hacía mucho tiempo no venía a su memoria.

El pelinegro se quedó de pie en medio del corredor cuando la tonada lastimera resonó por todo el lugar.

Era extraño, y cuando comenzó a seguirla, pareció tan sublime como dolorosa, haciendo que incluso los vellos de su piel se erizaran.

Jungkook cerró los ojos por un momento y respiró a profundidad mientras el sonido del violín continuaba por minutos que deseó fueran eternos.

Cuando volvió a abrirlos, no dudó en seguir avanzando de regreso al auditorio.

Su cuerpo se sentía pesado, pero su pulso se había acelerado de forma tan inexplicable, como si el universo entero le dijera que sembrara sus pies en el suelo, que no avanzara; pero necesitaba hacerlo.

Empujó ligeramente la puerta de la salida posterior, esa que daba directo al gran escenario, y esta se abrió con facilidad ante la precisión.

Asomó un poco la cabeza y fue allí cuando se encontró sobre el escenario a un chico que tocaba violín. En total soledad, y con particular destreza.

Había muy poca luz, y el joven tocaba con mucha exactitud para tener los ojos cerrados, como si se supiera la pieza de memoria —o al criterio de Jungkook— a la perfección.

Sus ojos brillaron, y por primera vez en semanas, esa expresión seria que vivía fija en su rostro se desvaneció para darle lugar a una de asombro, ante tal habilidad y lo hipnótico de esos dedos sobre las cuerdas.

Parecía como si bailara consigo mismo, con sus hombros que se alzaban ligeramente cuando extendía su brazo izquierdo por el deslizar del arco.

Jungkook se animó a dar un paso al frente, entrando al auditorio para poder estar más cerca de esa silueta, atrapado. Quizá profundamente perdido.

Su ropa era oscura, algo desaliñada. Y tal vez fue su imaginación pero sus manos parecían muy lastimadas, se atrevería a decir que alcanzó a ver lo que creyó era sangre en algunos de sus dedos.

Pero eso no fue lo suficiente fuerte como para disuadir su curiosidad, es decir, tocaba magníficamente, así que su oído se deleitó tanto como sus ojos cuando notó la línea de su mandíbula encajar perfectamente en la mentonera del instrumento.

Y como una buena ejecución de esa pieza en específico, provocaba una sensación de irregularidad en el pecho, era lenta y dolorosa, como debía ser la primera gymnopédie.

El chico se quedó en silencio en medio del compás por un momento cuando todo el pecho de Jungkook se estremeció. Y casi instintivamente, le aplaudió como un gran fanático.

—Fue hermoso —se atrevió a decir.

El chico volteó a verlo, quitándose el violín de la clavícula casi de inmediato, y sujetando el mango a la defensiva.

—¿Puedes escucharme? —murmuró.

—¿No has visto la hora? Tu violín es lo único que se escucha—respondió con gracia—. Debería castigarte por estar aquí tan tarde, pero veo que es por una gran causa. 

—¿Puedes escucharme? —repitió. Parecía asustado, o más bien desconcertado.

—¿Qué? —Jungkook ladeó la cabeza, fijándose en las marcas violáceas bajo sus ojos, y el cabello ondulado, de un marrón oscuro opaco, que caía por su frente.

—Puedes escucharme... —musitó apenas.

Los latidos de su corazón se aceleraron cuando desconcertado, dio un paso hacia el frente, haciendo que el chico retrocediera al momento.

Este negó con la cabeza repetidamente; y llevó ambas manos a su rostro cubriendo su boca, soltando el violín y el arco haciendo a estos caer. Ese golpe en la madera resonó con fuerza en todo el lugar por el eco.

Aquel crujir, fue el de un violín sin alma para proteger su interior.

Jungkook se alarmó, veloz, se arrodilló para levantar el instrumento. Lo tomó en sus manos, y al moverlo, notó que efectivamente, la madera se había agrietado en la parte de atrás.

—¿Qué pasa contigo? —dijo al chico, alzando la cabeza para verlo; pero para su sorpresa, no lo encontró frente a él—. ¿Hola? —repitió sin recibir respuesta.

Su voz sonó fuerte por todo el espacio cuando el eco le hizo denotar que estaba solo al repetir ese «¿Hola?».

Sus párpados, así como su respiración se sintieron pesados por el escalofrío que le caló, y que fue tan grande que hizo doler su espina dorsal.

Tomó el violín, y el arco —uno en cada mano—, y los observó en silencio, tragando saliva con fuerza.

Así que con gran confusión, no le quedó más remedio que sujetar el violín quebrado, y ese arco descuidado, sin dejar de sentirse extraño cuando se animó a guardarlo, en el abigarrado estuche que estaba en el suelo y supuso le pertenecía al instrumento.

Después de colocarlos en su lugar, cerró los seguros del estuche, aceptando la fragilidad que significaba tener un violín sin puente ni alma.

—¿Jeon? —escuchó detrás de él, y volteó a ver sobresaltado—. ¿Qué haces aquí? —cuestionó el director.

—Yo...  —murmuró pero el otro no le dejó continuar.

—¿Cómo entraste? —le dijo casi tan molesto como extrañado.

—¿A qué se refiere con eso?

—La puerta estaba con llave.

—¿Qué? No, no, estaba... abierto—Quiso seguir hablando, pero el hombre tenía un juego de llaves en la mano, y le veía confundido.

—Jungkook, yo cerré la puerta al terminar la reunión.

—Pero él... —volteó hacia la otra salida— él estaba aquí, él estaba aquí antes.

—¿Quién?

Jeon se quedó mudo, paralizado sin saber qué más decir, otra vez y ahora no quedaría como un desquiciado.

Siempre hubo algo peculiar en él. Porque Jungkook veía cosas en donde nadie más lo hacía y... tenía sensaciones que eran difíciles de explicar con palabras.

—Él.

Ese violinista buscó por años eso que pudiera liberarlo del abismo, y Jungkook solo quería alguien a quien acompañar, con el piano.

Al parecer era cierto, todos los artistas están un poco locos.

Hasta él.














Mayoritariamente ficción.

Contenido homosexual.

Si te ha gustado la idea tanto como a mí cuando me animé a escribirla, déjamelo en un voto o comentario.

Manténgase con vida. J.S.

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