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Visita de un par de Caballeros

Desde afuera de la tienda, se empezaron a escuchar los sonidos de pisadas metálicas. El sonido se escuchaba tan fuerte que parecía que ya estaban afuera de la tienda, pero no se veía ni una simple sombra mas que las de los guardias que custodiaban la entrada a la tienda de la Señora Kuzo.

Otome tomó de la muñeca a Gwen y empezaron a alejarse de la entrada. Otome siguió sin soltar a Gwen hasta que llegaron al final de la tienda, donde había una pequeña abertura entre las telas que tapizaban el interior y exterior de la tienda. Osilia deshizo las burbujas devolviendo el agua al pozo, y le entregó a Otome un palo de madera que en un extremo se encontraba atada una piedra delgada con filo a las orillas.

«-¡Deben salir! ¡No será seguro aquí adentro! -exclamó Osilia mientras mantenía abierta la abertura con su bastón-. Debes llevarla a la cueva y hacer que cruce la grieta antes del día 3».

-¿Qué es la caverna de los ...?

-¡Salgan, ya! -insistió Osilia.

Otome siguió tomando de la muñeca a Gwen y la sacó de la tienda. Habían vuelto a la calidez y candente atmósfera.

Llevó a Gwen por detrás de las demás tiendas hasta que llegaron a lo que parecía ser un establo. Dentro tenían lo que parecían ser rinocerontes de color verde pistache con unos cuernos en forma de alcachofa, los llamaban «Gormens». Otome abrió la puerta del establo y se subió a un Gormen, luego le dijo a Gwen que se subiera.

Gwen volteó varias veces a la aldea preguntándose qué era lo que pasaba para que se alejaran a esa distancia. Con una lógica baja y curiosidad excesiva regresó a la aldea, por lo que Otome la empezó a seguir para que volvieran al establo.

Cuando Gwen había llegado, no había nadie más adentro mas que Osilia solamente. En la entrada se encontraban dos hombres más que lucían muy diferentes a los que vigilaban la puerta de la tienda de Osilia: vestían camisas de manga larga de color negro a la medida, pantalones del mismo color que les llegaban a los tobillos usando cinturones con varios bolsillos y fundas llenas de cosas desconocidas, usaban unas botas (no hace falta enfatizar de qué color) estilo militar. Portaban unas lanzas más modernas, las puntas eran de metal sólido, mangos de metal con una base plana y circular con anillos gruesos decorándolas cerca de las puntas, y usaban unas máscaras de metal negro con adornos grises que cubrían sus rostros con unos lentes de color azul oscuro y ranuras verticales en donde va la boca.

Empujaron a los campesinos que resguardaban la entrada y los hicieron a un lado, dándoles acceso a la tienda de Osilia. Mientras, Gwen estaba escuchando afuera de la tienda y miraba constantemente a través de la otra salida que había cuando el viento sacudía la tela.

«-Hola Osilia, nos alegra encontrarla -dijo uno de ellos con una voz grave y profunda-. Creí que sabrías que llegaríamos y huirías».

-Yo sé mi destino -respondió Osilia-, así como el suyo y les garantizo que no es bueno.

-¡Callad escoria de este planeta! -dijo el otro hombre que había entrado levantando la lanza contra ella.

Gwen miraba las sombras de ellos a través de una parte de la tela que era traslúcida, presenciando cada segundo de lo que estaba pasando. Otome estaba acercándose más a la tienda.

-Sabes... -sin bajar su lanza, empezó a caminar alrededor de Osilia- Detectamos unas lecturas inusuales en esta zona, parece que llegó a esta aldea una especie particular, creo que es... ¡una humana! -apuntó la punta de la lanza al rostro de Osilia.

Osilia no se inmutaba, no se dejaba llevar por la tensión y las posibles amenazas que el caballero lanzaba contra ella. Pudiendo usar su control del agua para deshacerse de los invasores, decidió dejarse llevar por la situación y ver a qué la llevaba el destino. Otome ya había llegado con Gwen, pero ella le dijo que guardara silencio y la puso en frente de la tela traslúcida para ver el espectáculo.

El otro hombre dentro de la tienda también levantó su lanza y ambas apuntaban a Osilia.

-¡Escucha esto y más vale que lo escuches bien! -dijo el primero que levantó la lanza quitándose la máscara por lo que cuál el otro hizo lo mismo-. ¿Sabes dónde está la humana? -preguntaron los dos al unísono.

-Solo les diré algo, hagan saber al emperador que... ¡La Luz ya está aquí! -levantó las manos y el agua brotó del pozo estallando en el aire, empapando todo el interior de la tienda.

-¡No! -Gwen no se contuvo y gritó de miedo. Se cubrió la boca con las palmas de las manos inmediatamente.

Los caballeros escucharon el grito, y vieron una ligera expresión de miedo y angustia en el rostro de Osilia. Apartaron las lanzas de Osilia y se dirigieron lentamente a la otra salida.
Inmediatamente Gwen se levantó y rodeó la tienda tratando de llegar a la cueva y esconderse con la esperanza de seguir en una pieza. Los caballeros vieron la sombra de Gwen y volvieron para salir por donde habían entrado.

Gwen empezó a correr, y tropezó en frente de la entrada de la tienda. Los dos guardias estaban tendidos en el pido inmóviles, y de repente salieron los dos caballeros que estaban adentro. Sujetaron las astas de sus lanzas y las pusieron contra ella.

Gwen se levantó y volvió a correr, pero en vez de ir hacia la cueva empezó a correr hacia el frente dirigiéndose a los campos y huertos donde estaban todos los demás campesinos. Los caballeros sin bajar sus lanzas empezaron a perseguirla.

Pasando entre una multitud de niños, hombres y mujeres, Gwen corría desenfrenada esperando perder de vista a los extraños hombres que la seguían. Confundida por lo que pasaba y sin dejar escapar de su mente la idea de que esos sujetos sabían que era humana y que aparentemente la buscaban, atravesaba, golpeaba y empujaba a todos con los que se atravesaba para poder escapar.

Desde el cielo, algo estaba generando una sombra en forma de linea recta con una imperfección a un extremo. Volvió al cielo y era una de las lanzas recién disparada en dirección hacia ella.

Gwen en un acto de astucia se tiró al suelo cubriendo su nuca con las manos. La lanza pasó sobre ella con la punta estando a solo unos centímetros de su cráneo antes de haberse tendido en el suelo. La lanza siguió volando en el aire hasta que se clavó en la espalda de un campesino, y de alguna forma impresionante no estaba sangrando; solamente estaba adolorido retorciéndose en el suelo.

Gwen se levantó y trató de retirar la lanza de la espalda del pobre recién atacado. El dueño de la lanza llegó y empujó a Gwen, luego puso sus manos en la asta y empezó a sujetarla de una manera peculiar que hizo que los anillos decorativos ensartados en ella empezaran a irradiar una luz azúl más brillante. Del cuerpo del campesino empezaron a salir grietas que atravesaban todo su cuerpo e iban expandiéndose y emitían un color blanco.

De repente, el cuerpo del campesino se desvaneció junto con un rayo de luz sin dejar nada más que una esfera del mismo color que la luz que emanaba de las grietas. Luego, el caballero pisó la esfera destrozándola en mil pedazos.

Ella siguió corriendo mientras el caballero que lanzó su lanza, intentando huir de él así como del otro caballero. No se dio cuenta para dónde corría, hasta que había entrado a otro bosque con la misma vegetación que el primero que vio de esa aldea. No le importó entrar sin saber qué le podía esperar ahí adentro, pues lo único que le importaba era evitar a esos hombres que aparentemente se la querían llevar.

Siguió corriendo hasta que llegó al final de un acantilado. Eran como 10 metros de caída libre, y en el fondo esperaban una enorme pila de piedras. En el fondo se notaba que pasaban animales pues se veían varias marcas de huellas muy grandes y bastante profundas.

Un caballero ya la había alcanzado. Gwen no sabía que hacer, estaba paralizada del pánico.

El caballero apuntó su lanza hacia Gwen, y empezó a acercarse a ella lentamente. Por consiguiente, Gwen fue retrocediendo hasta llegar completamente a la orilla del acantilado.

-¿Algunas últimas palabras, mocosa? -acercó más la lanza.

Desde atrás, se empezó a escuchar un silbido, como si algo cortara el aire desde allí. Gwen se asomó y era la lanza del otro caballero que se dirigía con una agresiva velocidad hacia ellos.

-¡Al piso! -se lanzó al suelo volviendo a cubrirse la nuca con las manos.

La lanza siguió volando, y el caballero no había entendido hasta que vio la lanza de su compañero que le atravesaba la espalda y le salía por el vientre. Volvió a mirar a Gwen pensando en que ella le había advertido aún cuando él trataba de capturarla. Cayó de rodillas sin despejar la mirada hacia Gwen, soltó su lanza y luego cayó del acantilado rodando y chocando contra las piedras hasta que término en el fondo.

Gwen se asomó por la orilla, y vio el cuerpo inmóvil de aquel ser desconocido. Sentía la necesidad de ir y ver si estaba bien, pero era muy peligroso.

Desde lejos se escuchaba metal chocando. Intuitivamente Gwen pensó que era el otro caballero responsable de la muerte incidental de su propio compañero. Mientras, se quedó ahí esperando la llegada de su rival, pues ahora así lo consideraba ella; tomó la lanza que había soltado el otro caballero apuntando la punta de la lanza hacia el frente.

Las pisadas se escuchaban más cerca, hasta que el caballero había llegado al acantilado. Cuando llegó, la vio a ella en el suelo con una lanza en las manos, el desconocía que había aniquilado a su compañero accidentalmente.

-¡Qué hiciste con mi compañero! -angustiado, le empezaron a temblar las manos.

-Yo... No...

-¡Responde, ahora! -desenfundó una daga que llevaba en su cinturón.

-Lo siento tanto -dirigió la mirada hacia el fondo del acantilado.

El caballero adivinó lo que quería decir. Cegado por la ira y el dolor intentó embestir a Gwen y tirarla del acantilado, pero ella se levantó y se lanzó hacia un lado aterrizando en la tierra y él término tumbado en el suelo tan cerca de caer y terminar igual que su antiguo compañero. Se levantó y volvió a embestir, pero esta vez no falló y sí dio con Gwen.

Los dos estaban en el suelo, y el caballero empezó a lanzar golpes con su daga, pero todos eran accidentalmente desviados por el asta o la punta mientras Gwen sacudía la lanza sin ver lo que sucedía. La punta de la lanza rasgó el rostro de su enemigo apartándolo lleno de dolor.

Gwen se levantó, y sujetando la lanza en horizontal se dirigió rápidamente al caballero y lo embistió. El caballero aturdido y confundido, empezó a retroceder tambaleándose de un lado al otro hasta que resbaló de la orilla.

Gwen, pensando que había terminado se asomó así como lo hizo con el otro, pero sorprendentemente este se estaba sujetando de la orilla mientras pendía de sus manos suspendido en el aire.

El caballero soltó una mano y tomó a Gwen del cuello de su blusa, luego soltó la otra y ambos empezaron a descender. Gwen pensaba que iba a ser su final, pues no tenía la suficiente fuerza para sujetarse y aguantar su peso y el de él. De la nada, sintió unas manos tomar sus tobillos que la sujetaron con fuerza. Era Otome impidiendo que cayera del acantilado.

De su cintura para arriba colgaba su cuerpo sujetado por el caballero, y el resto dependía del agarre que tuviera Otome. En un intento desesperado de liberarse, empezó a clavarle la lanza al caballero pensando que la soltaría por el dolor, pero no funcionaba.

El caballero sacó otra daga, y la pasó suavemente por la garganta de Gwen, y de repente pasó la punta de la hoja rasgando parte de su piel que inmediatamente empezó a chorrear unas gotas de sangre, y cuando resbalaban de su cuello; el caballero las atrapaba con la lengua y las probaba.

-¡Delicioso! -se limpio el labio inferior con su lengua.

Gwen no soportaba más la tensión, y levantó la lanza sujetándola con ambas manos. El caballero no sabía lo que iba a hacer ella.

-¡Sueltanos! -gritó Gwen.

El caballero la miró confundido, preguntándose si en serio estaba dispuesta a morir. Sin haberlo imaginado, Gwen se empezó a resbalar de la orilla e igual cayó.

Mientras descendían a una caída profunda, el caballero la soltó imaginando que ella le clavaría la lanza para acabarlo definitivamente, la sorpresa fue cuando clavó la lanza en la pared del acantilado y soltando y moviendo un poco sus manos hacia el otro extremo del asta, dio la vuelta y quedó suspendida en el aire al haberse aferrado al asta en otra posición. Después de un momento, el segundo caballero estaba tendido en el suelo inmóvil.

Gwen no podía creer lo que había hecho, sintió como si una fuerza incontrolable se hubiera apoderado de ella en ese momento, y en un instante hubiera vuelto a ser ella. Miró hacia arriba y ahí estaba Otome, que le estaba extendiendo la mano para subirla de nuevo. Tomó su mano y volvió a subir.

Al estar arriba y ver la expresión de Otome, Gwen notó que ella estaba sorprendida, asustada y confundida. De repente Otome abrazó a Gwen, a lo que ella respondió con un abrazo igual.

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