Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

La historia finalmente contada

Era un lugar amplio. Espacioso. Bello. Moderno. Elegante. Parecía la habitación presidencial en un hotel de lujo.

Era de color plateado. Había muebles dorados. Mesas de cristal con base de lo que parecía ser oro. Pinturas totalmente psicodélicas. Arte sumamente contemporáneo. Pero lo más impactante de todo, era lo que estaba al fondo. Un enorme trono blanco con una forma muy extravagante frente a una pared de cristal que mostraba toda la ciudad.

Gwen se acercó hacia el trono, y se detuvo para contemplar la magnifica vista que proporcionaba. Las inmensas torres. Las pantallas voladoras. Naves espaciales. Era maravilloso. Por la parte trasera del trono había un pequeño espacio como para que una persona cupiese ahí dentro, y arriba de ese espacio brotaban una serie de prismas rectangulares y picos enormes.

Gwen tocó el trono y este se volvió hacia la puerta de doble hoja. Del descansa brazo derecho se proyectó una pantalla. Como ventana principal estaba el mismo emblema que llevaban las chicas. Era el emblema de Akros.

Antes de que Gwen pudiera haber hecho otra cosa, la puerta nuevamente se abrió. Sin pensarlo Gwen, se escondió detrás del trono. Empezaron a escucharse unas pisadas. Eran pesadas. Frías. Muy escalofriantes. Y junto con esas pisadas, se escuchaba el sonido de unos tacones golpeando contra el suelo. Y en un momento, lado pisadas y los taconazos cesaron.

—¡Con un demonio! —gritó una voz masculina —. No puede ser posible —Su peso cayó en el trono, haciéndolo ligeramente hacia atrás.

—Señor, entienda —dijo una voz femenina—. Todos han estado buscando a la humana, y no ha habido respuesta alguna sobre su paradero.

De repente algo salió volando, rebotando contra la pared de cristal y terminando junto con Gwen detrás del trono.

—Esto es increíble —prosiguió la voz masculina—. Esa huerca mamona ha causado estragos por toda la ciudad. Una de mis mejores damas de fuego fue destruida por esa mocosilla. Sin mencionar que las persecuciones que se han generado en éstas últimas 24 horas no la pudieron capturar.

El hombre sonaba molesto. Era Akros, irritado por todo lo que Gwen había causado desde su presencia.

—Señor, no sé cómo la debe de estar pasando pero...

—Hacedme el favor de retirarte, por favor —interrumpió el emperador Akros. Los taconazos volvieron a aparecer. La chica se dirigió hacia la puerta. Pero antes de que saliera, ella añadió «Por cierto, el soldado Mirjok viene en camino» Él le agradeció. Luego, la puerta se abrió y cerró en un parpadeo.

A Gwen se le heló la sangre cuando escuchó lo que la señorita había dicho. El hombre que la quería muerta y su amigo que estaba traicionándolo para ayudarla a escapar.

Sin pasar nada más que un par de segundos, la puerta volvió a abrirse. Era Mirjok entrando. Caminó hasta estar casi tan cerca del trono como ella.

—Buenos tardes, emperador Akros —saludó su amigo.

—Hola Mirjok —respondió el emperador—. No esperaba verte por aquí. Se apoderó del lugar un silencio muy inquietante.

—Pero señor, si fue el que me...

—No me refiero a eso. Me refiero al hecho de que tú habías pedido un descanso de... Tres días, si no mal recuerdo. Y me parece extraño que decidieras haber vuelto mucho antes de lo que te correspondía. Gwen no podía ver a su amigo, pero era evidente que estaba aterrado.

Las pisadas de Akros volvieron a retumbar en la habitación. Se había levantado del trono. Gwen se asomó para ver lo que pasaría. El emperador rodeó con si brazo izquierdo los hombros de Mirjok, y ambos empezaron a caminar acercándose a un corredor que se encontraba del lado derecho del trono. Era un enorme corredor de color blanco con luces anaranjadas y doradas que iluminaban el camino.

—Responde lo siguiente, Mirjok ¿Has escuchado sobre cómo se formó este imperio? ¿Mi imperio? —preguntó el emperador, con el plan de sonar tranquilo y sin intenciones.

—No, señor.

—Bueno pues... Te cuento.

Entraron al corredor. Gwen quería verlos; así como escuchar la historia del imperio. Tal vez descubriría algo más sobre el por qué la querían atrapar. Y manteniendo distancia, salió de su escondite para ponerse detrás de una columna.

—Hace casi 1000 años —comenzó el emperador. Llevaba una chaqueta negra. Unos pantalones negros entallados con adornos metálicos en los bolsillos y el cinturón—. Apenas me estaban dando relevancia en el CIC. El Congreso Intergaláctico de Conquistadores. El único lugar donde las personas que están en contra de las órdenes del GIU. El Gobierno Interestelar Unificado.

Con sólo haber oído esas pequeñas cosas, Gwen ya estaba más que confundida. Pero continuó escuchando al emperador y a Mirjok.

—Yo trataba de hacer mi primer colonia —prosiguió Akros. Se detuvo junto con Mirjok frente a una pared. Gwen se acercó más para ver lo que ellos veían. Una pintura que se movía —. Ninguno de los miembros quería brindarme su apoyo. Creían que no podría lograrlo. Pero, de todos los miembros de la CIC, solamente hubo una persona que quiso tenderme la mano para respaldarme. La grandiosa y bella Exilia. Conquistadora de planetas y de hombres. No hay hombre alguno que resista su encanto y belleza como para querer desposarla. Por desgracia; ella ha sido una cruel rompe corazones a lo largo de las eras, hasta que me conoció —Enfocaron su vista hacia un retrato de Exilia.

Era muy hermosa, como lo había dicho Akros. Vestía un largo vestido negro con puntos blancos. Manchas rojas. Espirales moradas. Era la galaxia, vista desde un punto completamente excepcional. Junto con su vestido, llevaba un báculo blanco con una piedra esférica negra en la punta rodeada de varias barras doradas que encerraban la esfera.

—No estaría aquí de no ser por ella. Y por eso, jamás dejaré agradecerle a los dioses zodiacales el hecho de que hicieran toparme con ella —Al rededor del retrato se encendieron unas esferas que emitieron unas luces doradas, y en cada esfera se veía un grabado. Cada una llevaba una representación de los signos del zodiaco.

—Gracias a ella, recibí miles de soldados. Naves. Armamento. Todo lo que he mantenido vivo durante más de mil años. Y con eso, llegué a este planeta para conquistarlo. Jamás sentí tanta dicha cuando pisé la corteza de Kezia, y dije «Este es mi mundo. Esta es mi colonia. Este es mi destino». Por desgracia, no conté con el hecho de que los habitantes del planeta pudiesen estar en oposición a mi idea de reformar el planeta.

La iluminación del corredor tomó tonos rojizos. Parecía que el ambiente daría pie a una trágica y terrorífica historia.

—Pero no iba a permitir que unos simples paisanos se interpusieran en mi aparición como el nuevo y próximo mejor conquistador de planetas de la galaxia. Así que... Tuvimos que pelear. Muchos guerreros. Muchas armas. Mucha sangre derramada. Siendo honesto, no lamento la pérdida de todos los caídos de mi bando ya que, sin ellos, jamás se habría llegado a formarse mi imperio.

—¿A qué se refiere con eso? —preguntó Mirjok. Ahora, algo inquietado por la forma en la que hablaba el emperador.

—Tuve que permitir la muerte de miles de soldados para acabar con la fuerza más grande que poseían los pobladores de este planeta. Los profetas.

—¿Los profetas?

—Sí. Algunos de los habitantes de este planeta, podían tener la fortuna de recibir un don sumamente valioso y especial. Otorgado por los mismos dioses zodiacales. Una conexión telepática con ellos, la cual les permitía tener epifanías, revelaciones o visiones del pasado, presente y futuro del universo. Algo que muchos anhelan por poseer, y más en el campo de batalla.

—¿Y...? ¿Qué pasó con los profetas?

—Ellos advertían a las aldeas cualquier movimiento, ataque, y trampa que planeábamos. Y si los Kezianos no perdían la única cosa que los mantenía en pie, jamás llegaría a la victoria. Así que mandé a cada soldado que tenía disponible para buscar a cada profeta que existiera y matarlo. Fuera hombre. Mujer. Incluso niño.

—¿En serio?

—Todo por el imperio, mi guerrero. Todo por mi imperio.

Mientras le contaba la historia. Se iluminaron varias pinturas que se acercaban más al final del corredor. Se veían naves sobrevolando en suelo disparando contra un ejército de Kezianos, armados con lanzas, escudos y hachas para contraatacar. Otra mostraba una serie de ejecuciones de miles de guerreros Kezianos capturados. Y una mostraba a un grupo de soldados disparando contra una aldea indefensa.

—Habían pasado los años. Casi habían pasado 500 años. Estaba a punto de volver a los Kezianos solamente un grupo de seres insignificantes que vivirían en la palma de mi mano, sin capacidad para oponerse a mis órdenes. Solamente faltaban dos profetas más para acabar con la plaga que vivía en mi planeta. Una niña y un niño. Kuzo y Kanowitz.

Cuando Gwen oyó decir los nombres de la abuela de Otome, y del consejero de Derron, su mente se puso en shock. Ellos eran los últimos profetas que quedaron de toda una generación.

—Era mi oportunidad —prosiguió Akros—. Pude tener un imperio con garantía de cero rebeliones. Por desgracia, los dioses zodiacales se pusieron en mi contra, y antes de que los soldados que encontraron a los últimos niños pudieran ejecutarlos, ellos proclamaron una profecía.

—¿Una profecía? ¿Qué clase de profecía?

«De un lugar muy lejano vendrá.
Con un alma justa y deseo de luchar.
Una luz de la esperanza llegará.
Con una misión que se le impuso a  llevar.

Elegida por los mismos dioses.
Su primer visita al planeta llevará.
Con un grupo de amigos y héroes,
la primer cruzada encabezará.

La luz permanecerá o se extinguirá.
Al saber la verdad lo decidirá.
Con un gran enemigo luchará.
Y sólo uno de los dos, la gran guerra aguantará.

Una nueva era empezará.
Guiada por la luz siempre estará.
Si el hombre de negro es vencio,
un gran castigo tendrá que pagar»

—La profecía describe a una persona que jamás hubiera pisado el planeta. Que vendría de un lugar muy lejano. La tierra, es un planeta fuera del sistema solar del planeta. Y según nuestros investigadores, los humanos no habrían encontrado una forma para llegar aquí antes de que su sol explote.

—¿Y por qué piensa que... La luz, puede ser la humana que ha llegado?

—Voy a eso —reclamó el emperador. Pareció sonar algo molesto—. Después de que los niños dijeron la profecía; también me dijeron que si los mataba a ambos, haría enfurecer a todo el planeta y me prometieron que si los ejecutaba, no haría falta de «La luz» para que mi imperio cayera. Y tanto la profecía como su amenaza me inquietó tanto que decidí poner una barrera invisible alrededor del planeta. Además de que, le pedí a Exilia, que les dijera a la CIC que el planeta fue destruido. Mandé a destruir todas las entradas que pudieran establecer conexiones con otros planetas. Y aunque me doliera, he tenido que permanecer vigilando este planeta para que «La luz» no llegue a destruir el imperio que con tanto trabajo me costó forjar.

—Entonces... ¿Cree que la humana, sea «La luz» de la que hablan los profetas? —preguntó Mirjok, con una voz ligeramente temblorosa.

—Así es. Esa niña, por más estúpida e incompetente que parezca, ha logrado desatar una red de caos, evitando a todas las primeras defensas que había preparado para su llegada.

Gwen quedó asombrada y con la boca abierta. La única razón por la que la habían perseguido esos últimos días y por qué la abuela de Otome le había dado tanta importancia cuando apareció desde esa pequeña cueva, era solamente porque asumían que ella era «La luz» destinada a salvar su planeta. Además de que, con el verso de «Al saber la verdad lo decidirá» significa que, ahora debería decidir si estaría dispuesta a ayudarlos, o si volvería a la tierra y fingiría que nada de lo que ha vivido en Kezia ha pasado.

El emperador y Mirjok volvieron hacia el otro lado del corredor, y empezaron a caminar nuevamente a la sala del trono. Al ver esto, Gwen se dirigió nuevamente a la parte trasera del trono para esconderse.

Al volver, ella continuó escuchando lo que Akros le contaba a Mirjok.

—Bueno —añadió el emperador—. Ahora que sabes toda la verdad sobre la luz, y la profecía que hay sobre ella, quisiera preguntarte algo.

—¿Qué cosa?

—¿Tú sabes dónde esta ella en este momento? —Mirjok se puso algo incómodo con la pregunta. Sabía bien en dónde estaba Gwen, pero no podía delatarla con tanta facilidad. Pero decidió engañar al emperador ladeando la cabeza diciendo que no.

Pensó que se lo había creído, pero no era así.

—No trates de mentirme. Solamente pudo haber sido una persona la que pudo haber lanzado una carga de esporas al conductor de esa nave en la persecución de ayer para que se pusiera en trance y pudiera bajar ese carruaje.

Tanto Gwen como Mirjok empezaron a ponerse pálidos y sumamente nerviosos. El emperador sabía la verdad. Pero Mirjok, intentando disfrazar la verdad, continuó afirmando que no sabía dónde estaba Gwen, y que él no era el que iba en el carruaje al momento de la persecución.

La puerta del frente se abrió de repente. Alguien la había pateado. Era el comandante Doxx. Con eso, Mirjok ya supo qué hacía el ahí. Desplegó sus espadas de las muñequeras, pero el emperador las sacó usando su cetro, arrojándolas hacia el otro lado de la habitación. En cambio, Doxx se abalanzó contra Mirjok. Lo tomó del cuello, y lo puso de rodillas ante el emperador. Y mientras lo hacía retorcerse de dolor le susurró «Siempre supe que serías un traidor. No lo dudé ni un segundo».

Gwen se asomó para ver que era lo que pasaba. Al ver a su amigo apresado y al emperador sumamente molesto, no pudo soportarlo y volvió a esconderse.

—Rayos, Mirjok —exclamó el emperador—. Pensé que tu serías mejor que esto. Nunca pensé que serías capaz de darle la espalda a tu propio emperador.

—¡Debió de pensarlo antes de no haberme dicho los motivos para querer matar a esa pequeña chica! —exclamó Mirjok, sumamente molesto y lleno de ira. Y en un acto de osadía, le escupió en la cara al emperador.

—Bueno. Si así son las cosas, fue un placer conocerte —concluyó el emperador. Dirigió la punta de su centro hacia la frente de Mirjok, y esta empezó a destellar la misma luz azul que las lanzas de los soldados del palacio.

Gwen no lo resistió. Salió de su escondite. Desenvainó su espada y se dirigió hacia el emperador. Y antes de que el rayo saliera disparado del cetro de Akros, Gwen redireccionó el cetro, apuntando hacia el techo. Una luz azul salió disparada, golpeando en el candelabro que se hallaba colgando.

Akros y Doxx quedaron confundidos al ver que Gwen estuvo ahí todo ese tiempo. Y aprovechando el momento, Mirjok derribó a Doxx y lo noqueó con una de sus muñequeras. Gwen corrió hacia él para levantarlo del suelo, y después de haberlo hecho, ambos salieron de la sala del trono con una gran cantidad de adrenalina corriendo por sus venas.

Mientras ambos salían de la sala, el emperador les gritaba «Pudranse en el infierno, bastardos».

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro