La aldea y la campesina
A la orilla. La corriente cubría sus manos, sus zapatillas, y todo lo demás empapándola por completo mientras estaba recostada inconsciente en lo que parecía ser la orilla del río y final de la caverna.
Estaba despertando y empezó a sentirse incómoda por su ropa mojada, pero la incomodidad se convirtió en confusión y asombro después de haberse levantando y ver una subida desde la orilla hasta la salida, mientras la luz del sol entraba desde la entrada de piedra empezando a calentar su vestimenta.
Empezó a caminar tropezándose unas veces y cojeando la mayor parte del camino. Mientras más subía, la intensidad de la luz era cada vez más fuerte y Gwen no podía ver nada más que su brazo cubriendo sus retinas para no ser quemadas por la luz tan cegadora que entraba. Estaba cerca de la salida y empezó a ver lo que parecían ser unos cuantos árboles y aves volando por los aires.
Fuera de la caverna, todo era completamente diferente: el cielo era azul (como siempre), la superficie no parecía tierra, sino algo así como arenisca roja, y los árboles no eran de ningún tipo que ella hubiera visto antes. Empezó a cuestionar que en verdad estuviera despierta, por lo que siguió pensando que era solamente un sueño y que aún seguía inconsciente. Siguió caminando por un camino que estaba afuera de la cueva (era de un color más brillante que la demás superficie) hasta hallar una salida.
Sentía que el camino se hacía más largo, hasta que a lo lejos se alcanzaban a ver lo que parecían ser unas tiendas de campaña rústicas. Empezó a correr pensando que alguien de allá podía ayudarla (siguiendo la corriente respecto a su sueño). Cuando llegó al final del camino, encontró algo muy particular que no pensó encontrarse.
Había una civilización similares a las de los antiguos pueblos indios a mediados del Siglo XVI, aunque vestían prendas no tan rústicas para ser una civilización. Mujeres usaban vestidos largos de colores anaranjados y marrones con cinturones de piel y collares con cuentas de barro y piedra de los mismos colores, los hombres usaban camisas y pantalones holgados usando sandalias, y los niños usaban camisas que les llegaban hasta la mitad de la parte inferior de las piernas. Todos tenían la piel de un color melón, a excepción de una sola chica que era de tez morena que se encontraba cerca de lo que parecía ser un huerto hasta el fondo.
Había terminado el camino, y empezó a recorrer el lugar. «¡Qué creativa soy para poder imaginar todo esto!», pensaba constantemente mientras seguía observando las tiendas de acampar hechas de pieles y a todos los seres que se encontraban. Unos niños pasaron cerca de ella corriendo sobre sus pies descalzos levantando polvo del suelo.
Los demás la empezaron a mirar con rostros confundidos, asombrados y ligeramente incómodos respecto a la repentina llegada de lo que ellos creían era una simple forastera perdida que no sabía a dónde dirigirse. Las extrañas vestiduras que portaba, el inusual calzado que utilizaba, y los tan vivos y llamativos colores que adornaban su apariencia eran las cosas de las cuales ellos no podían apartar la vista directa hacia ella.
Iba pasando entre la gente puesta de rodillas a las orillas de los campos sembrando semillas de color marrón. Llegó hasta la chica de tez morena, vestía una busca de mangas largas holgadas con unos agujeros en los codos de color negro con un estampado violeta con símbolos extraños, una falda morada que le daba hasta las rodillas, y unas medias negras con unos tenis de color negro.
Se le acercó y vio que tenía sus manos cerca de unas hierbas de color verde.
-¡Hola! -le dijo muy amistosa.
-Ahh... Hola -su rostr reflejaba que estaba confundida.
-¿Que estás haciendo?
-¡Estoy plantando! -afirmó sin alejar las manos de la planta-. Las hierbas no crecen muy rápido aquí, ¡necesitamos acelerar su crecimiento!
-¿Que plantas? -preguntó Gwen, pues nunca había visto semillas como las que ella tenía. Unos niños se acercaron y se pusieron de rodillas cerca de la chica.
-¡Hola Otome! -dijeron los dos niños.
-¡Hola chicos! -dijo dejando su actitud apática de lado-. ¿Qué los trae por aquí?
-Queríamos ayudarte a plantar -dijo el niño más pequeño-, y ver como usabas tu... -el otro niño le dio un pequeño codazo.
-¿Otome?
-¡Es mi nombre! -dejó su actitud apática finalmente.
-Espera, ¿Cómo que usar tu...?
-¡Mi poder! -Gwen parecía onfundida después de haberla escuchado, pero mientras pensaba que era un sueño, todo le parecía normal-. Puedo hacer crecer las plantas, la energía que emana de mí me da esa habilidad especial, por eso estaba visitando los campos, porque puedo hacerlas crecer más rápido pero no por completo.
Gwen no podía creerlo, incluso si fuera un sueño ella lo creía imposible. Los niños no se marchaban porque no se iban a ir hasta que la vieran usar su poder. Otome plantó las últimas semillas que tenía y las cubrió con tierra, luego puso sus manos sobre ella. De sus manos empezó a emanar una ligera luz verde, pero se encontraba bloqueada por estar sobre la tierra. Algo empezó a brotar de la tierra a causa de la extraña luz verde que emitían las manos de Otome. De repente, algo salió de la tierra. Eran los retoños de una planta. Siguió creciendo lentamente así como fueron brotando más plantas del suelo.
Los niños mostraban expresiones de asombro al igual que Gwen, pero las de ella iban acompañadas con un poco de confusión y curiosidad. Otome alejó las manos de la tierra pero aún emitían esa inexplicable luz. Las juntó y empezó a frotarlas una contra la otra, y junto con la luz empezó a generarse unos extraños destellos verdes. Expandió las manos y había una esfera de luz entre ellas, luego la lanzó a lo largo de toda una fila de la pequeña hectárea de tierra en la que se habían sembrado esas semillas.
Pasó como un minuto para que empezaran a brotar las demás semillas plantadas por toda la fila de tierra (si es que eso era), hasta que todas las plantas crecieron hasta tomar la altura de unos 8 o 10 centímetros. Otome se levantó y les dijo «¡Eso es todo!» a los niños que inmediatamente se fueron de la misma forma en la que llegaron, corriendo.
-¿Qué te pareció? -me miró a la cara viendo mi expresión de asombro.
-Eso fue...
-Asombroso -concluyó-. Todos los niños de la aldea piensan lo mismo cuando me ven usar mi poder.
-Pero... Cómo es que tú...
-¡Otome, tu abuela quiere hablar contigo! -dijo un campesino que se había acercado.
Ella le asintió con la cabeza y luego se fue alejando del campo con las plantas recién brotadas. Gwen decidió seguirla para ver adónde iba a ir ella, preguntándose qué tenía planeada su cabeza para continuar con ese fantástico "sueño" que vivía, como si estuviera despierta. Volvía a caminar a través de todos los seres que estaban plantando, lavando e incluso jugando por la aldea, y así como la primera vez no despejaban sus miradas hacia ella como si fuera algo inusual en el ambiente.
Fueron a una tienda en forma de media esfera, la cual estaba hecha de pieles de animales y telas de colores entretejidas, pero en la entrada había lo que parecían ser una cortinas negras que al tacto eran tan suaves como la seda, pero tan gruesas y oscuras que no se podía ver nada del otro lado. A cada lado de la entrada, estaban lo que parecían ser guardias que vestían huaraches, bandas en la cabeza con un emblema hecho de bronce en forma de una serpiente enroscada en sí misma mostrando los colmillos en posición de ataque. Estaban resguardando la entrada bloqueándola con dos lanzas de madera y puntas de piedra talladas a mano.
Otome se puso en frente y dijo algo en un dialecto que Gwen desconocía. Los guardias retiraron sus lanzas y le abrieron el paso. Ella entró y se volvió cuando se dio cuenta de que Gwen estaba esperando afuera, así que Otome dijo: «¿No vas a entrar?» A lo que Gwen respondió con unos pasos rápidos pero cautelosos al entrar a la tienda.
Adentro todo estaba completamente oscuro, y no había nada mas que solo un pequeño pozo de agua ubicada en el centro de la tienda. En frente había una mujer que vestía con una gran túnica que se veía oscura -por la tienda-, y no se le veía el rostro pues le cubría una caucha, parte de la túnica por supuesto.
«-¡Hola mi niña! -dijo la mujer con una voz suave y relajante-. Por favor, no te canses estando parada y ponte cómoda».
Otome tomó la palabra y se acomodó en el suelo, pues había una tela negra cubriendo la tierra haciéndola lucir sumamente cómoda. La mujer miró a Gwen, como si quisiera que ella también se sentara. Gwen hizo lo mismo y se sentó de rodillas en el suelo.
-¡Hola abuela, para qué me necesita! -exclamó Otome.
-¿Que acaso una mujer no puede ver a su nieta por gusto? -preguntó la mujer.
-Entonces... ¿No es nada?
-Yo no dije que no te necesitaba, ¿Oh sí?
Otome y Gwen ya estaban confundidas, Gwen por no saber lo que pasaba, y Otome por la actitud bromista de su abuela que no era lo mejor que podía hacer en caso de que fuera una emergencia.
-Bueno, lo que te quería decir es que... -la mujer se detuvo y dirigió la mirada hacia Gwen-. ¿Quién es esta jovencita? ¿Y de dónde es? Parece que no es de por aquí.
-Ohh... Mis disculpas -mintió para sonar cordial-. Me llamo Gwen Manchester -se levantó y volvió a sentarse teniendo la mirada abajo.
La mujer la siguió observando, luego sacó un bastón de madera acercándolo hacia el rostro de la confundida e incómoda visitante. Colocó la punta del sobre la frente de Gwen, y de repente cayó inconsciente hacia atrás. Otome se levantó y fue a ayudar a su abuela mientras Gwen, mostrando una expresión de susto se quedaba observando. Otome apoyaba a la mujer después de tal desplome hacia el suelo, hasta que se reocupó mostrando una expresión de angustia y miedo.
-¿Abuela, que pasó? -se preguntaba Otome sintiéndose igual angustiada. La mujer se estaba recuperando, como si hubiera perdido momentáneamente la conciencia.
-¡Ella no es de aquí! -confundida por el extraño ataque que le había dado volvió a mirar a Gwen, pero con una expresión llena de miedo y temor-. Ella... ¿De dónde eres tú?
-¿Yo? -preguntó confundida-. Creo que eso no importará, pues en un momento esto acabará.
-¿Por qué dices eso? -la mujer se mostraba preocupada, como si hubiera sufrido una epifanía de algo malo-. Esto no esta bien, ¡debe irse pronto!
-¿Qué pasa abuela? -preguntó Otome preocupada por el colapso que sufría su abuela.
Su abuela tomó de los hombros a Otome y la acercó. Acercó sus labios a la oreja derecha de su nieta.
-Creo que es la Luz que todos estaban esperando-le susurró al oído.
La cara de preocupación de Otome fue remplazada rápidamente por una de asombro y confusión, y mientras ambas miraban a Gwen confundida, Otome estaba preguntándose «¿Cómo es posible?» «¿En serio será ella?» «¿Qué pasará ahora?».
-¿Algo malo está pasando? -preguntó Gwen rompiendo el tenebroso silencio que estaba presente.
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