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16. Intercrural sex

Uno de los primeros momentos de la relación inició con un roce de manos. Intercambiaron miradas en medio de los sonidos del carnaval, las luces reflejándose en las pupilas castañas de la figura más baja. Los retoques rosados de los cabellos eran intensos como los colores de los dulces y de las decoraciones de los diferentes juegos. Parpadeó, la figura vestida en ropa deportiva refugiándose detrás de su aparente indiferencia. Apartó la mano, metiéndolas dentro de sus bolsillos.

—¿Podemos irnos ya?

Hombre o mujer, no sabía a ciencia cierta lo que era Margarita. Margarita, de cuerpo delgado y flexible. Margarita, de voz ni masculina ni femenina. Margarita, de expresiones difíciles de leer y de mirada intensa. El calor de sus pieles juntas debía bastar para envolver su corazón en calma, pero ahora que había probado su calor, no podía evitar buscar el siguiente roce.

Por ello, siguió a Margarita fuera del carnaval en dirección al auto. Aguardó a subirse, sus mejillas muy rojas al atreverse a acariciar su muñeca y entrelazar sus dedos. Margarita parpadeó de nuevo, buscando su mirada con su expresión de ciervo frente a un auto. Elevó la mano, acariciando sus labios antes de rozarlos con firmeza, miedo, esperanza, dulzura.

Los siguientes minutos fueron una nube de confusión. Pasaron a la parte trasera del auto, sin el menor tipo de intención de quitarse las prendas de vestir. Sus besos bajaron a sonidos húmedos, los roces de sus manos, de sus ropas, un bamboleo constante en la exploración suave, delicada, en la que Margarita aún no deseaba revelarse por completo.

Sin embargo, no les hizo falta. Bastó el roce entre ambos, las rodillas de la figura más alta prestándose al placer del inexperto. Besos en la mejilla, en la barbilla y la frente, los gemidos y los jadeos cortándose en medio de los dos. Margarita entreabrió los ojos, a punto de acabar en una nube blanca llena de miedos y de deseos por la siguiente experiencia.

Cayó en su propio lugar, temblando, húmedo en cada lugar de su cuerpo, su aliento rozándose con el del otro, también acabando en su ropa.

—...Tendremos que irnos a cambiar, Margarita.

—Por mí bien.


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