01. Pegging
—¿Estás seguro?
La respuesta fue una respiración entre jadeante y ahogada, un siseo entre dientes que podría interpretarse como un «sí» en varios idiomas. Un asentimiento por parte de la nuca de cabellos rojos, hebras apelmazadas en sudor contra el cráneo.
El interlocutor no hizo ruido al moverse de la cama a la mesa llena de distintos consoladores, lubricantes y vibradores para distintas partes del cuerpo. La superficie de los objetos más pequeños o delgados ya estaban cubiertos por una ligera capa de humedad; en uno de los vibradores en forma de corazón, restos de cinta y de vello eran una imagen radical. El torturador tragó, sus ojos desviándose otra vez al objeto de arte de todos esos instrumentos.
El dueño de ese cuerpo yacía contra la pared, brazos estirados tan largo era para no caer con su propio peso. Su espalda ancha de largos años de práctica en fútbol americano era un lienzo de pecas, de marcas cuadradas todavía ardientes en el rojo del impacto. Sus nalgas abiertas por la presencia de un tapon anal tan grueso como su propio brazo. Sus músculos soltaban y tensaban, sus piernas fuertes también cubiertas de largas marcas donde el observador probó el cinturón.
Imaginó los ojos de Bernard llenos de lágrimas, esa mirada tan verde como el jade ahogada en miedo y en una lujuria tan palpable como el olor ácido de la habitación. La garganta se le secaba al recordar su orgullo usual vestido en traje, ahora expuesto a la luz de las humillaciones de su deseo por ser dominado. Apartó un mechon negro de cabello de sus ojos.
Parpadeó de nuevo el testigo, sus manos largas y delgadas dejaron marcas de uñas en su propio vientre. Bajaron, acariciaron la tela que protegía la humedad de su entrepierna, mojada por cada ronda de nuevos juegos, experimentaciones. La pegajosidad de su propia excitación rato seca en sus muslos. Soltó un jadeo. Minki escuchaba el grito de su interior, pero hoy no era el día, no...
Bajó sus manos al falo que colgaba del cinto alrededor de su cintura y dio un par de pasos otra vez a la cama, satisfecha tras admirar su obra.
—Minki... —Jadeó el hombre. Alzó sus caderas, ofreciéndose de esa forma tan obediente que contrastaba con la sobriedad de su diario. Su sonrisa llena de confianza y su modo de andar seguro ahora era un desastre nervioso, un pozo de nervios e inseguridades—. Por favor, no sé cuánto más...
«Minki, hay algo que siempre he querido intentar».
Así inició la conversación, una semana atrás mientras tomaban un descanso entre las horas de trabajo. En medio de papeles de muestras, de fotografías descartadas y en inicio de diferentes artículos para la revista, la sombra de torreón gesticulaba sobre la exactitud de sus deseos mas oscuros. En los ojos negros de Minki, Bernard podia verse cada vez más entusiasta en ese proyecto para ambos.
Ahora, su mente estaba confusa en la exactitud de las sensaciones. Ardían las heridas, su ano irritado de una manera tanto agradable como terrible, en sus muslos y estómago ya secas las varias corridas de las rondas de preparación.
Soltó un quejido, un par de dedos frios pulsaron primero el pezón derecho, luego el izquierdo. En contraste, los pechos de Minki eran cálidos contra su espalda. Sus figuras eran una tan grande, otra tan chica; una tan fuerte, otra tan delicada. Soltó los hinchados pezones, sus dedos ahora trabajando el objeto en el trasero de Bernard. Gruñó en cuanto las paredes ya estiradas cedieron sin problema, el aire frío entrando en la cavidad. Estremecido hasta lo más profundo, preseminal derramó a las colchas sucias.
Minki estiró una almohada a él, obligándolo a apoyarse en ella sin aguardar más palabras. El pelirrojo abrazó el objeto.
—No te muevas brusco, Bernard. Es mi primera vez también atrás.
El pelirrojo asintió y alzó las caderas, separó las piernas todo lo que pudo. Las mejillas se encendieron por una nueva oleada de humillación. Aguardó, respirando de forma entrecortada para serenarse y no tensar sus músculos. Hundió la cara en la suavidad de la tela, un remolino entre miedo y expectativa.
En cuanto Minki hundió sus caderas en Bernard, un quejido escapó de ambos. Solo necesitaron unos segundos para acostumbrarse uno al otro, el ritmo de sus caderas sincronizandose. Pese a la advertencia de la mujer, y las protestas de su propio cuerpo, Bernard pronto respondió con entusiasmo y dominó la fuerza de las embestidas. Gemía, saliva deslizándose por su barbilla a medida que el objeto fálico rozaba su próstata. Abrazó la forma de almohada.
Caricias en sus pezones, espalda, besos en cuello y nuca buscaron disminuir el dolor. Mordiscos en sus hombros arrancaron suspiros, jadeos en su oído aceleraron su respiración y profundizaron el lazo entre los dos.
El remolino de sensaciones aumentó hasta que el ritmo fue insostenible y Bernard acabó en un quejido profundo, su vientre y mente manchándose de blanco. Cayó, su cuerpo tenso y suave al mismo tiempo. Minki lo sostuvo con sus pocas fuerzas, sus manos cuidadosas al vaciarlo. Luego, se separó para desnudarse, el cinto olvidado a los pies de la cama.
Agitado, Bernard giró su forma temblorosa y empapada de varios fluidos. Logró sonreír entre respiraciones agitadas. Abrió la boca, abierto de piernas. Hizo una «V» en un gesto, su lengua entre ambos. Rió.
Minki sonrió casi con timidez en respuesta y, sin hacer ruido, gateó hasta su torso. Le dio la espalda al sentarse sobre su pecho, sus dedos cariñosos en la maraña pelirroja.
—Con cuidado. —Advirtió, un sonrojo apenas coloreando sus mejillas mientras Bernard hundía sus uñas en su carne, su boca en la carne pulsante, roja y ansiosa.
Minki cerró los ojos, su mente llena de la espalda de Bernard estremeciéndose en orgasmos gracias a ella, por ella.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro