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[Tóxico]

— ¡¿Es en serio?!, ¿Qué basura es esta?

Gumball sacudía a Darwin ocultándose nuevamente en el escudo de los casilleros abiertos.

Había sucedido algo curioso desde que Gumball dejó su amistad con Ocho. El chico con problemas de ira empezó a tener más amigos.

Gumball al principio se sintió feliz por él, pero cuando se enteró que ninguna de sus amistades tuvo que cruzar el tortuoso ritual de iniciación que el sí pasó, de inmediato se sintió furioso.

La mayor prueba que tiene es que jamás dejó de observar a Ocho.

Aún cuando al principio decía que era para aprovecharse y conocer a Sonic, poco a poco se volvió una especie de hobbie checar que hacía el chico pelinegro.

Clayton, Anton, Molly, Sara, Boberto, Idaho. Ninguno de ellos tuvieron que hacer algo destacable para quedar en el círculo de amistad de Ocho.

De todos ellos, Gumball repudia cómo Idaho se volvió el favorito luego de un par de semanas.

— Bueno, Ocho te lo dijo. Lo hiciste cambiar para que tuviera más confianza.

— ¡Pero...! – Gumball se abrazó a Darwin para ahogar un grito frustrado.

El híbrido de pez se limitó a acariciar la cabeza peliazul. Parecía que Gumball se quedaría obsesionado con Ocho el resto de la semana.

Todavía recuerda lo pesado que se puso su hermano cuando, la semana pasada, le había pedido de favor a Clayton (el cambiaformas) que lo sustituyera en clases para ir a ver una película.

Fue la aventura más desastrosa, asombrosa e irrepetible que tuvieron en sus vidas. Lastima que nadie, más que ellos, la experimentaron.

— ¡Mira, se están yendo! – Gumball exclamó chocando su puño en su mano. — Le demostraré a Idaho quién manda.

— ¿Qué piensas hacer?, Tú fuiste el que le dijo a Ocho que ya no querían ser amigos.

— La gente siempre cambia de opinión, Darwin. – Gumball dió unas palmadas en la cabeza a su hermano antes de jalarlo por los hombros. — Haré que Ocho ruegue para que volvamos a estar juntos.

— Okey. Pero no cuentes conmigo en esto. – Darwin se separó, regresando al salón cuando escuchó la campana escolar.

— No te preocupes. Podré por mi propia cuenta. – Gumball habló solo, frotándose las manos mientras que, con una mirada malvada, veía a sus compañeros de clases caminar por los pasillos.

Su cerebro estaba comenzando a maquinar un plan.

Los pasillos escolares comenzaron a llenarse de susurros emocionados y confusos. Los profesores que escuchaban a escondidas a los alumnos, corrían hacia el director Brown pidiendo confirmación de los rumores.

Una alumna había regresado de la muerte.

— No puede ser. – Anaís negó con la cabeza al ver porqué había tanto escándalo en la entrada de la escuela.

Bajando del autobús como si fuese una deidad divina, estaba Gumball con el vestido de su madre. Nuevamente recuperando su rol como chica popular de la escuela Elmore.

Uno creería que con el paso del tiempo, el vestido ya no le quedaría o la gente se daría cuenta de lo que pasaba. Pero no era así. El tiempo solo hizo que Gumball se viera más hermoso en la prenda blanca (y casi sin necesidad de usar maquillaje).

Y lo primero que recibió Gumball al dar un paso en las escaleras fuera de la escuela, fue una ovación.

— ¡Volviste!

— ¡Te ves tan divina cómo la última vez que llegaste!

— ¿¡Pero cómo?!, ¡Creí que habías muerto!

Una voz destacó con aquella exclamación. Era Darwin, poniéndose de rodillas frente a Gumball y tomando su mano, viéndolo como si fuese un ángel caído del cielo.

— Mi muerte fue algo exagerada. – Gumball suavizó su voz, acariciando la mano de Darwin por encima. — Pero era necesario para ser libre de mi país.

— Lo entiendo, ¡Lo entiendo! – Darwin besó la mano de Gumball. — ¡No tienes que dar explicaciones!

— Gracias, Darwin.

El pelinaranja quedó paralizado por su propio bochorno. Quedó tan embobado que no se dió cuenta que Gumball aprovechó para zafarse de su agarre y largarse al salón.

— ¡Se acuerda de mí nombre! – Darwin gritó cuando ya no había nadie en el pasillo.

Oh bueno, casi nadie.

— ¿De quién hablas? – Ocho se acercó a su amigo que volteaba a todas partes.

— ¡Hablo de ella!, ¡Mi único ángel!, ¡Mi musa! – Darwin comenzó a narrar en su delirio. — ¡Mi alma gemela!, ¡La razón de mis alegrías!, ¡Mi...!

— Ajá... – Ocho caminó alrededor del pelinaranja para evitarlo. — Olvídalo.

El pelinegro siguió como si nada solo para chocar con la espalda de Tina, quién bloqueaba la entrada del salón.

— ¿Que está pasan...? Oh. – Ocho resopló al ver entre la multitud el ojo de la tormenta.

La chica popular de Elmore había regresado.

Para él, la primera vez que ingresó a la escuela le dió igual. Solo le molestaba que todo el mundo, incluyendo los profesores, detuvieran o intervinieran por ella en absolutamente cualquier cosa, como si fuese una especie de princesa en aprietos.

"Si la pude ignorar una vez, podré hacerlo de nuevo"

— ¡Gum!, Pueden llamarme Gum. – Exclamó Gumball, cruzando sus piernas y posando sus brazos tras del respaldo de la silla.

El suspiro y halago de la gente se escuchó en todo el aula, clamando lo benevolente y amable que era la chica al dejarles usar un apodo tan informal.

— Entonces. Gum... – Anaís habló haciéndose paso entre el bullicio, colocando sus codos encima del pupitre de su hermano mayor. — ¿Podrías decirnos porqué volviste a Elmore si tu mera identidad está en riesgo por andar en público? Ya sabes, por lo asombrosa que eres.

Anaís no fue suave con su sarcasmo y miró de manera juzgadora a Gumball quién ni se inmutó.

— Vine por alguien que me interesó desde la primera vez que ingresé a este colegio. — Gumball miró de manera discreta a Ocho, solo con Anaís dándose cuenta. — Y no pienso irme hasta saldar cuentas con esa persona.

— ¿¡Como una historia de romance!? – Habló Sara en el fondo.

— No exactamente... Al menos no todavía. – Gumball dramatizó haciendo que todos murmuraran emocionados.

Anaís negó con la cabeza y le pidió a su hermano que acercara la cabeza para murmurarle algo.

— Como sé que no me harás caso a mis advertencias, te daré una sugerencia. Trata de cambiar el vestido de vez en cuando, el que llevas, te queda por arriba de los tobillos.

— Gracias hermanita, pero ya tengo cubierta esa parte. – Gumball murmuró sonriendo, mirando de manera siniestra a Ocho. — Mataré a dos pájaros de un tiro con ese problema.

— Si vas a hacer lo que estoy pensando, eres un desalmado.

— ¿Y eso cuando te ha importado?

— Buen punto.

La niña conejo salió de la multitud, ya sin importarle el destino de las decisiones de su avaricioso hermano. Solo rezando a la madre de todas las ciencias porque Ocho saliera vivo.

La señorita Simian, luego de calmar el escándalo que causó la llegada de Gum, decidió hacer una actividad más didáctica en honor a la chica.

— ¡Tienen treinta minutos para terminar su pintura! – Habló Simian caminando alrededor de los alumnos.

En medio del salón, Gum estaba acostada en un sofá elegante, posando como si fuese una estatua. Los demás compañeros del aula estaban rodeando al peliazul con un montón de caballetes y pinturas para pintarle un retrato a la chica.

La pintura ganadora sería elegida por Gum. Y, como extra, el afortunado tendría un diez en la materia de artes.

— ¡Ocho, mete más esfuerzo! – Regañó la maestra. — ¡Deberías aprender de Darwin!

El hibrido de pez estaba haciendo una obra digna del renacentismo, detallando la perspectiva que tenía hacia Gum, como alguien bella y admirable, viendo por todos los ángulos posibles al peliazul.

— ¡Pero es lo que tengo en frente! – Ocho reclamó extendiendo su mano.

El dibujo de ocho consistía en la parte trasera del sofá donde se sentaba Gum. Ya no había espacio al frente para sentarse.

— ¡Pues usa tu imaginación!

— Señorita Simian.

— ¿Si, Gum? – La maestra corrió con rapidez hacia el del vestido.

— ¿Qué tal si me acerco a Ocho para que me dé una mejor mirada?, Es algo injusto debido a su posición.

— ¡No hace falta, Ocho es que debería acercarse a ti!

— No se preocupe señorita Simian, no me molesta. – Gumball bajó de su sofá y caminó a unos metros dónde estaba Ocho. — ¿Puedo ver tu pintura?

— Como sea. – El pelinegro bajó de su asiento y caminó con el cuadro en manos, mostrando la parte recién pintada.

— ¿Qué pasa?, ¿No crees que me veo linda con el vestido? – Gumball se inclinó hacia adelante con su vestido, extendiendo la falda con una mano.

— Eh. – Ocho alzó los hombros. — En mi opinión, es muy plano.

Con un paso en falso, Ocho tropezó y terminó manchando el blanco pulcro del vestido de Gumball.

Todo el mundo jadeó asustado y las miradas furiosas se extendieron hacia el pelinegro.

Para cuando Gumball logró hablar, miró con ojos lagrimosos a Ocho.

— ¡Se que el vestido no es tan lindo, pero me lo había dado mi mamá!

Darwin fue el primero en dejar su pintura para ir a consolar a Gum, abrazándolo por los hombros y haciendo que se fuera del salón.

Una parte de la clase caminó hacia Darwin para acompañar a Gum, mientras que la otra mitad de quedaba en el salón para arreglar el desastre que dejó Ocho.

— ¡Espero estés contento!

— ¿Porqué le hiciste eso?

— ¿Qué te hizo para que le hicieras esa barbaridad?

— ¡Ocho, te veré en dirección después de clases!

— ¡Solo resbalé, no es para tanto! – El pelinegro trató de alejarse de la multitud siendo acompañado por Idaho.

— ¡Cierto!, ¡Fue un accidente! – El chico granjero acompañó a su amigo.

Poco sabían que todo era parte del plan de Gumball.

De manera silenciosa, antes de que comenzara la actividad, el felino había puesto un papel atado a un hilo cerca de donde se sentaba Ocho.

Solo tuvo que hacer el movimiento correcto cuando se inclinó frente al pelinegro para hacer que la magia ocurriera.

Y esa magia estaba sufriendo efecto.

— Ocho... Fue un accidente, ¿Verdad?

Luego de aquel escándalo en la clase, que se extendió como ceniza a todo el resto de la escuela, los alumnos se pusieron de acuerdo para conseguirle ropa nueva a Gum.

Uno pensaría que le prestarían un suéter o la mandarían a objetos perdidos para que se pusiera lo primero que viera. Pero no.

Leslie, junto con el club de costura y bordados, comenzaron a trabajar en una nueva línea de ropa apenas lograron tener las medidas de Gum.

No obstante, Gumball se retiró temprano de la escuela tomando la excusa de que se sentía mal por lo sucedido.

Pero la realidad era que, luego de dos horas, cuando el club de bordado le entregó su ropa nueva, casi lo obligan a ir al baño de chicas para que se cambiara.

Gumball sabía que todo era un acto, pero tampoco estaba dispuesto a llegar tan lejos.

El plan siempre podría seguir al día siguiente.

Desfilando con zapatos de tacón bajo, un vestido rojo hasta por arriba de las rodillas, con un cinturón blanco, acompañado de un chaleco con mangas hasta los codos (del mismo color), y una diadema pulcra como si fuese una corona, se encontraba Gum, siendo llenada de halagos y suspiros por dónde pasaba.

Las clases iban transcurriendo de maravilla, al menos para Gum. En cada clase le tocaban las preguntas más fáciles de contestar, la dejaban salir temprano del salón aún si no terminaba las actividades y, lo más importante, tenía acceso a todos los chismes que rondaban por la escuela.

Del mismo modo, Gumball tenía el mismo acceso para difundir chismes sin ser cuestionado o descubierto.

De esa forma, ya estando en la hora del receso, Gum estaba con Clayton, Idaho, Boberto y Anton, en una misma mesa, platicando sobre el comportamiento "sospechoso" de Ocho.

— No tengo nada en contra Ocho, pero escuché que tiene un extraño Hobbie que consiste en secuestrar animales. – El peliazul se abrazó a si mismo mientras cerraba los ojos y agachaba la cabeza. — ¿Y si quiere hacerme algo? –

— ¡Nunca dejaríamos que te haga eso!

— Me esperaba cualquier cosa, pero eso es llegar muy lejos.

— ¿Y si está planeando algo?

— ¿Ya has tratado de hablar con él? – Pregunto Idaho jugando con sus dedos. — Deberías intentarlo para que si quiera pueda disculparse por lo de ayer.

— ¿¡Estás loco!?, ¡Todos sabemos lo intenso que se pone Ocho cuando le llevas la contraria!, ¡Ahora imagínate cómo se pondrá cuando le pidas que se disculpe! – Clayton le dió un bofetón sin mucha fuerza a su amigo, negando con la cabeza. — Por favor, perdona. No tiene idea de qué está hablando.

— No es una mala idea. – Gum habló de manera calmada, terminando de comer su pastel de fresa. — Podríamos incluso terminar siendo amigos.

— Pe... Pero el vestido...

— Si no hubiese ocurrido el incidente, nunca hubiera podido modelar esta ropa que me hicieron con tanto cariño. – El peliazul sonrió, derritiendo los corazones de los demás chicos.

— Entiendo, está bien si quieres hablar con él.

— ¡Solo promete que si trata de hacerte daño, nosotros te defendemos!

— Oh, vaya. – Gum llevó una mano a su pecho. — ¿Aún si es su amigo?, Lo último que quiero es que estén peleados.

— ¡La amistad terminará si trata de hacerte algo!, ¿Verdad chicos? – Clayton miró a su grupo de amigos que asentía furtivamente.

— Gracias por su apoyo. – Gumball dió una palmada al hombro de Clayton.

El chico cambiaformas se puso tan rojo como su cabello.

— Ahora, ¿Podrían decirme dónde puedo ver a Ocho?

Caminando entre miradas molestas y empujones, se hallaba Ocho tratando de escapar de la escuela. El día había sido un horror total.

La gente que normalmente lo ignoraba ahora le prestaba atención, lo dejaban hasta el final de la fila en la cafetería, le arrojaban bolitas de papel en clase, cosas que usualmente le daban igual por lo simples que eran. Pero él tenía un límite. Cómo ver a sus amigos comer en la misma mesa que Gum.

Dejándose llevar por las decisiones extremistas, Ocho creyó que sería mejor ir buscando otra escuela y cambiar de nombre para iniciar de cero. No obstante, una mano lo detuvo por el hombro cuando estaba a nada de tocar la salida.

— ¿Qué quieres? – Ocho no se molestó en voltear.

— Solo quiero hablar contigo. – Gum presionó su agarre sin ser tan fuerte. — Necesitamos arreglar las cosas.

— ¿Qué cosas? No importa lo que haga, seguiré siendo mal visto solo por acercarme a ti.

— Eso podría arreglarlo. – Gum sonrió.

Ocho volteó para confrontar al peliazul, dando un manotazo al agarre que le estaba dando antes.

— ¿Cómo piensas hacerlo?

— Solo tienes que volverte mi amigo. Piensa en los beneficios que podría traerte. Te daré seguridad, podrás seguir viendo a tus amigos, tu vida incluso podría mejorar académicamente, ¿Suena como un mal trato?

— Suena más como si quisieses que me volviese tu guardaespaldas. O peor aún, tu novio.

— ¿Qué tiene de malo salir conmigo? – Gum cruzó sus brazos. — ¿Acaso fuí mala contigo en algún momento?, Si es así, me disculpo.

Ocho bajó la guardia y trató de corregirse, pero Gum agachó la mirada como si fuese a llorar.

— Solo quiero que nos llevemos bien... Es todo.

El pelinegro tomó por los hombros a Gum y se dió cuenta del panorama que estaba en frente de él. Había llamado la atención de la gente en los pasillos, todos lo observaban listos para acorralarlo si se atrevía a dañar a la chica popular.

Cuando bajó la mirada de nuevo a Gum, pudo ver como una sonrisa tranquila se posaba en sus labios. Todo era un truco.

— ¿Y bien?, ¿Podrías darme una oportunidad?

— Eres una...

— Shh... – Gum silenció a Ocho con un dedo, antes de rodearlo en un abrazo. — No te disculpes con palabras, sino con acciones.

Ocho, tratando de aguantar las ganas de quitarse de encima al peliazul, regresó el abrazo de manera forzada.

Al separarse, Gum miró a la multitud tras de él y tomó la mano de Ocho para alzarla.

— ¡No se preocupen!, ¡Arreglamos las cosas! – De manera posesiva, Gumball entrelazó sus dedos con la mano ajena. — ¡A partir de ahora nos llevaremos muy bien!

Las sonrisas de la gente se mostraron de manera hipócrita hacia Ocho, como si estuviesen feliz por él. Pero a Gum no le importó, había cumplido su cometido.

— ¿Qué tal si mañana después de clases tenemos nuestra primera salida? Así podrás conocerme mejor. – Gum liberó la mano de Ocho y se aferró a uno de sus brazos.

— ¿Tengo que hacerlo? – Ocho suspiró cansado.

— ¿Quieres preguntarle a ellos? – Gum miró disimuladamente a la multitud que todavía no se iba.

Ocho se azotó la frente con una de sus manos, como si quisiese despertar de una pesadilla.

— Me gustaría...

Al terminar las clases, Gumball regresó con rapidez a su casa para cambiarse. Algo que no estaba en sus planes había ocurrido y no sabía si era algo bueno o malo.

Ocho lo había llamado para que se reunieran en el parque.

Trató de ser lo más puntual del mundo, esperándolo en una de las bancas que estaban en la entrada para poder identificar con rapidez al pelinegro.

Lo que recibió, luego de cinco minutos de la hora acordada, fue ver a Ocho corriendo como si lo estuviesen persiguiendo.

Como si fuese parte de un juego, Gumball tuvo que correr para alcanzar a Ocho y decirle que lo esperara.

Por fortuna, cuando Gumball gritó, Ocho se distrajo y cayó tumbado al suelo por haber chocado con un árbol.

— ¡Ocho!, ¿Estás...? – Gumball se cubrió la boca al ver con detenimiento el estado de Ocho.

Bajo de la ropa desarreglada del pelinegro había moretones y golpes hechos de manera reciente.

— ¿Quién te hizo esto? – Gumball por inercia colocó la cabeza de Ocho encima de sus piernas para que pudiera reposar.

Ocho se dejó por lo agotado que estaba su cuerpo. Apenas podía hablar bien.

— Darwin... – Murmuró. — Junto con otros chicos, me encerraron en un casillero solo porque Gum se encapricho conmigo.

— Oh... ¿De... De verdad? – Gumball sintió un puñetazo de culpa.

— Ni siquiera me agrada esa loca. – Ocho prosiguió. — Me quitó a mis amigos. Bueno, casi todos, al menos quedas tú.

— ¿Todavía me consideras tu amigo? – Gumball hizo lo posible para que no se le quebrara la voz ante la pregunta.

Ocho no contestó. Se aferró al pantalón de Gumball como si quisiese decir algo más.

— Jamás dejaste de ser importante Gumball. Lamento haberme distanciado y no haberte buscado cuando todo estaba mejorando. Yo... Sentía que si volvía a estar contigo cometería los mismos errores y tuve miedo de siquiera intentar.

— Ocho... – Gumball habló en suspiró antes de abrazar al pelinegro. Por desgracia el momento duró poco porque Ocho se quejó del dolor. — Lo siento.

— Descuida. Ya estoy aprendiendo a manejar los abrazos sin ponerme intenso.

La sonrisa de Ocho antes de quedarse dormido fue suficiente para que Gumball tomara una decisión.

Debía deshacerse de Gum. Pero no podía hacerlo por su propia cuenta.

— Ocho, ¿Sigues despierto? – Gumball movió suavemente al pelinegro.

No recibió ninguna reacción.

Gumball suspiró antes de sacar el celular y marcar a su hermana. Mientras hablaban, el peliazul aprovechó para calmar sus nervios acariciando los cabellos de Ocho.

— ¿Estás seguro que quieres hacerlo? – Anaís preguntó luego de media hora platicando. — Si lo haces, no podrás volver a sacar la excusa de Gum el resto de tu vida.

Gumball dudó un segundo, pero los movimientos bajo él señalando que Ocho estaba despertando lo alarmaron.

— Lo haré. Te veré en casa Anaís. – El felino colgó sin dudar y siguió jugando con el cabello de Ocho. — ¿Quieres quedarte un rato más o quieres irte?

— Dame otros cinco minutos... – Ocho ocultó su cara bajo las piernas de Gumball, haciendo que el contrario sudara frío.

— Okey, okey. Tómate tu tiempo. – Sonrió nervioso. Un sentimiento extraño crecía en su interior cuando Ocho respiraba entre el espacio de sus piernas.

Esperaba tener momentos así de vergonzosos pero adorables en el futuro.

Los asientos del teatro escolar estaban llenos. Los alumnos se preguntaban entre murmuros emocionados porqué Gum los había convocado al lugar.
Todos menos Ocho. Él se preguntaba porque de la nada Gum decidió desaparecer en el aire desde el día anterior.

No es que se preocupara por la chica, pero le daba mala espina el hecho de que no se molestara en aparecer en clases hasta ese momento.

Un sonido molesto inundó la sala, como si un micrófono hubiera golpeado el suelo y la estática dejara un ruido agudo.

Ocho volteó a la parte trasera del teatro. En la parte más alta de la pared se hallaba un pequeño cuarto de audio, similar a las habitaciones donde proyectan películas. La única ventana visible estaba cubierta por una persiana de metal, y en ella, se podía ver la silueta de Gum con alguien más.

— ¿Puedes verlo Gumball?, Este es el poder de la popularidad. – Empezó a hablar Gum, llamando la atención de todos en el teatro.

— ¡Pero estás manipulando a todos!, ¡Por tu culpa todos molestan a Ocho!

— Yo jamás pedí a esos tontos que lo molestaran. Aunque, ¿Qué esperabas de un montón de bobos que te siguen a todas partes? Obviamente van a querer quitar toda la competencia que tengan. Aún si eso es en vano. – Gum rió de forma cínica, ganándose una bulla molesta por parte de los que escuchaban.

— ¡Lo que tienes de bella, lo tienes de desagradable! – Gumball gritó señalando a Gum. — ¡No dejaré que sigas con esto!

— ¿Y que harás al respecto?, ¡Soy la reina de este lugar!, ¡Si me tocas, toda la escuela irá tras tu cabeza!

Gumball se abalanzó contra Gum, comenzando una pelea que solo se podía interpretar como dolorosa para todos los espectadores de la cortina.

Varios animaban a Gumball para ganar mientras que otros necios todavía tenían fé de que Gum solo estuviera mintiendo.

Ocho dejó su asiento y trató de correr a la habitación, pero Darwin lo detuvo y le dió un puñetazo.

— ¿¡Qué diablos quieres Darwin!?, ¡Tu hermano está en peligro!

— ¡No me importa!, ¡Esto debe ser un error!, ¡La Gum que conozco jamás actuaría así de la nada!, ¡Debe ser una trampa! – El pelinaranja empujó al suelo a Ocho para retenerlo, pero el contrario le dió un cabezazo y comenzaron una pelea que terminó llevándolos al escenario.

La pelea entre los dos chicos era tan fuerte que incentivo al resto de los alumnos a unirse al caos, ya sea para defender a Gum, o apoyar a Gumball.

Pero la pelea no duró mucho, porque nuevamente el micrófono volvió a emitir sonido.

Se podía ver en la sombra de la cortina a Gumball sosteniendo algo entre sus manos mientras Gum se apoyaba en el botón del micrófono.

— ¡Atrás!, ¡Tengo una pistola de grapas y no sé cómo usarla! – La respiración de Gumball se oía agitada y asustada, llamando la atención del alumnado.

— ¡Vamos, dispara si puedes cobarde!, ¡No tienes las...!

Varios disparos de grapas salieron de la pistola, volando la cabeza de Gum.

Todos quedaron en un silencio sepulcral.

— A... Acaba de... – Ocho veía sin creer lo que había sucedido en tan pocos segundos.

Gumball acababa de mancharse las manos por él.

Cuando todos cayeron en cuenta de la situación, empezaron a correr en pánico, varios fueron hacia el aula de maestros para avisar de la situación, pero Darwin y Gumball corrieron hacia la habitación donde había ocurrido todo.

Les sorprendió ver que todo el tiempo la puerta estaba abierta.

Al examinar el cuarto, ya no había nadie ahí. Lo que había en el suelo, a parte de grapas sueltas, eran restos de un globo, y una carta cerca del vestido de Gum.

Ocho tomó la carta y comenzó a leerla en voz alta.

— Lamento mis errores, pero no lamento haber tratado de ser tu amiga, Ocho. Pude haberlo hecho de mejor manera, pero me dejé llevar por mi propio poder. También me quiero disculpar con Darwin. No debí jugar con sus sentimientos si no sentía nada por él. Espero que, en donde sea que estén, puedan conseguir la felicidad que yo no pude darles. Adiós...

Darwin cayó de rodillas, comenzando a llorar fuertemente.

— Espera, hay más... – Ocho volteó la hoja de la nota. — Posdata, si no les quedó claro, sigo viva, pero ya no pienso volver a Elmore jamás.

El llanto de Darwin solo se intensificó.

— Vamos, acabo de leerte que sigue viva. – Ocho volteó hacia Darwin para confortarlo.

— N-No es eso... – Darwin gimoteo. — Olvidé que había grapas en el suelo...

— Oh... A todo esto, ¿Dónde está Gumball? – Ocho volteó hacia arriba y vió un conducto de ventilación abierto.

El pelinegro sonrió mientras negaba con la cabeza. Solo Gumball podía llegar a ese nivel de locura para arreglar las cosas de manera tan caótica.

Al día siguiente, todo parecía haber regresado a la normalidad. Al menos en su mayoría.

Ahora todo el mundo evitaba a Gumball por el miedo.

— Según los testigos, no dudó en disparar.

— Los profesores dijeron que ya sabían lo de Gum, ¿Acaso Gumball los compro?

— Dicen que la pobre de Gum no trató de defenderse y quiso tratar las cosas de manera pacífica.

Más y más rumores corrían entre los alumnos, pero cuando Gumball se acercaba, todos corrían o mantenían silencio.

— No pediré ayuda a Anaís nunca. – Gumball murmuró mientras dejaba unos libros en su casillero. Al cerrarlo, se encontró con Ocho bastante cerca.

— Hola Gumball.

El peliazul dió un grito que lo hizo retroceder, pero se calmó de inmediato al ver quién era.

— ¿Ocho?, ¿Qué haces aquí?

— Vine a agradecerte por el asunto de Gum. Y... Al mismo tiempo, disculparme.

— ¿A qué te refieres?

— Por mi culpa, tuviste que manchar tu reputación y ahora todos se alejan de ti. Y eso no está bien, ¡Pero sé que de verdad no le hiciste nada a Gum y que todo fue un truco! – Ocho se corrigió con rapidez.

Gumball solo sonrió apenado y con algo de culpa.

"Si supiera que jamás existió en primer lugar, ¿Me seguiría perdonando?"

— Lo sé. Créeme que ella quería esto, pero no podía hacerlo sola. – Habló con naturalidad. — Por eso ese día que hablé con ella, organizamos el plan para que pudiera escapar.

— Pero... ¿Era necesario la parte de que su cabeza explotara?

— No, pero sonaba genial en su cabeza. – Gumball alzó los hombros. — Además, con el caos, me daba tiempo para escapar.

El sonido de la campana interrumpió su conversación.

— Bueno, si me disculpas, estaré de vuelta a mi vida de marginado.

Antes de que Gumball diese un paso, la mano de Ocho tomó la suya.

— ¿Te importa si te acompaño?

— ¿Te refieres a la vida de marginado o al salón?

Ocho rió por aquella estupidez.

— Ambas. – Sonrió el pelinegro.

Gumball sintió un vuelco en su corazón. Muy en el fondo, sabía que no merecía ese trato tan dulce por parte de Ocho.

Por otro lado, le daba igual.

Se llevaría hasta la tumba su secreto con tal de tenerlo a su lado.

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