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[Tienda de acampar]

Gumball se hallaba en una situación poco usual. Había peleado con Darwin sobre quién tenía el derecho de ser el líder de su dúo.

Esa situación le había llevado a un déjà vu, donde todo el mundo no paraba de decirle a Darwin que era su sombra, lo cual le parecía gracioso por lo absurdo que sonaba.

¿Qué tan lejos había escalado la situación entre los dos? Para empezar, Darwin comenzó a hacerle la ley del hielo. Un acto sumamente infantil, pero que no hacía daño a nadie.

Pero eso no era nada comparado con lo que sucedió después.

Darwin había hecho que Gumball comenzara a acampar fuera de la casa. Y no lo dejaría regresar a la habitación compartida hasta que admitiera su error al burlarse de su "puesto de secuaz".

Gumball obviamente se sintió indignado. Incluso más cuando Anaís, quién también comparte cuarto con ellos, dejó que Darwin se saliera con la suya solo porque le parecía divertido.

¿Qué tenía de divertido dejar a tu hermano mayor a la intemperie de su propia casa?

Gumball no lo sabía. Aunque podía darse una idea de que, si ese escenario le sucediera a alguien más, también se estaría riendo. Pero no es gracioso cuando le sucede a uno mismo.

La noche había llegado. Gumball terminó de colocar su tienda de acampar en el patio y puso un futón dentro de las paredes triangulares de su refugio temporal.

Cuando fue a dormir, luego de pasar las diez de la noche, se dió cuenta de que no era tan malo. Los grillos no eran tan molestos como esperaba, tenía más espacio para extender su cuerpo, no debía escuchar los ronquidos de Anaís y, lo mejor de todo, podía dormir en ropa interior sin que nadie lo juzgara.

"Ahora que lo pienso, la idea de nunca disculparse se está volviendo tentador"

Gumball dió un suspiro de satisfacción mientras rodaba en el futón e inhalaba el típico olor a lavanda de sus sábanas. El silencio era tan agradable que comenzaba a quedarse dormido.

Pero todo se fue al caño cuando escuchó los pasos de alguien irrumpir en el patio.

Gumball quedó con los ojos abiertos y sin parpadear, viendo la sombra que asechaba su jardín.

Hizo lo que su instinto le ordenó y se quedó quieto. Supuso que el extraño no se molestaría en ver la tienda de campaña si no hacía ruido.

Pero poco le sirvió. La sombra se acercó más y más a su dirección, a tal punto de que estaba en la parte cerrada de la tienda.

Gumball pensó en gritar para pedir ayuda a sus papás, pero cuando trató de hacerlo, sintió como la presión se le bajaba de golpe, haciendo que sus pies y manos se volviesen fríos, su respiración más pesada y su visión más nublada. Era un ataque de pánico que no sabía cómo parar.

El sonido de la cremallera de la tienda sonó tan fuerte para los oídos de Gumball que se preguntaba en donde habían quedado los grillos de antes.

Cuando terminó de abrirse la tienda de acampar, Gumball cerró sus ojos, aceptando que quizás ese era su final, mientras maldecía su propia arrogancia por no haberse disculpado con Darwin y por ser un mandón.

— ¿Gumball?, ¿Vives aquí? – Una voz conocida sonó, haciendo que Gumball abriera un poco los ojos en su pánico.

Frente a él, se encontraba Ocho viéndolo desde la puerta de la tienda de acampar.

Gumball trató de similar lo que estaba sucediendo, todavía le era difícil respirar por el susto que se había llevado.

— ¿Estás bien? Parece como si hubieses visto un fantasma. – Ocho se acercó sin pudor al futón de Gumball, sin importarle que sus zapatos ensuciaran el reducido espacio, y trató de tomarlo del hombro.

La reacción de Gumball fue tirarse encima de Ocho mientras trataba de estrangularlo.

— ¿¡Cuál es tu problema!?, ¡Creí que se había metido un ladrón!, ¡O un asesino!, ¡O un ladrón asesino!

— ¿¡Cómo iba a saber que ésta era tu casa!? – Respondió Ocho, sosteniendo los debiluchos brazos de Gumball para quitárselos de encima. — Más bien, ¿Qué haces acampando en tu patio?

— ¡Eso no importa!, ¡¿Qué haces asechando casas ajenas?!

— ¿¡Porqué seguimos gritando!?

— ¡No lo sé!

— ¡Guarden silencio, Watterson! – Habló una tercera voz, siendo la del señor Robinson desde su ventana.

Los dos chicos dentro de la tienda se asustaron por lo repentino que fue tener al señor Robinson gritando y decidieron guardar silencio hasta que escucharon la ventana del vecino cerrarse con fuerza.

Al estar en silencio, ambos chicos dieron un suspiro agotado. Ocho comenzó a bajar el agarre en los brazos de Gumball hasta las manos y las sostuvo por un rato al no saber cómo soltarlas.

— Tienes las manos frías. – Ocho comentó como si nada. — En serio, ¿Porqué de la nada se te ocurrió acampar fuera de tu casa?, ¿Te peleaste con tus papás o algo así?

— No fue con ellos la pelea. Fue con Darwin. – Gumball dejó que el agarre de sus manos fuera más apretado, el calor que daba Ocho era extrañamente tranquilizador.

— ¿Darwin?, ¿Pero que no él era un pacifista?

— Se enojó porque se le volvió a meter la tonta idea en la cabeza de que lo trato como un secuaz, más que como un hermano.

— Espera, creo haberlos escuchado una vez pelear en la cafetería sobre eso.

— ¿En serio?

— Estorbaban en la fila de la comida. Era molesto.

— Oh, sí. Lo siento por eso... – Gumball bajó la mirada apenado. — Volviendo al tema, Darwin me sacó de nuestro cuarto y no me dejará regresar hasta que me disculpe.

— ¡¿Dejaste que tu hermano te echara del cuarto?!, ¿Qué tú no eras el mayor? – Ocho se sintió indignado de repente.

— ¡Lo soy! Pero incluso mi hermana estaba de acuerdo, así que... Aquí estoy. – Gumball soltó las manos de ocho para extender sus brazos y mostrar la tienda de acampar.

— Jamás creí que Darwin podía ser tan...

— ¿Rencoroso?

— Iba a decir una palabra más fuerte pero... Sí. – Ocho alzó los hombros. — ¿Porqué no te disculpas?, Sé que es una tontería, pero me imagino que lo único que quiere es escucharlo, ¿No?

— Lo haría. Pero la última vez que le di la razón en el tema, terminó causando... Ciertos problemas que rayaban casi en lo ilegal.

— No puede ser tan malo.

— Secuestró a la mamá de Tobias.

— Oh... ¿¡Qué...!? – Gumball puso sus manos en la boca de Ocho para que no gritara.

— ¡Lo sé!, Lo sé. No fue la mejor táctica, pero es para que te des una idea de lo intenso que se pondría Darwin si vuelvo a darle la razón.

Ocho trató de hablar, pero su boca seguía bloqueada por las manos ajenas.

— Perdón, ¿Qué dijiste? – El peliazul quitó sus manos, dejando a Ocho respirar.

— Dije... ¿Cuando tiempo crees que tome para que Darwin se olvide del tema?

— Le doy máximo una semana. Sé que tampoco es capaz de ignorarme por siempre.

— ¿Y piensas quedarte aquí por una semana?

— No es como si tuviera otro lugar a dónde ir. — El peliazul llevó sus manos a la caderas. — Además, es cómodo tener algo de espacio.

— Si, pude notarlo. – Ocho miró de arriba a abajo el cuerpo semi desnudo de Gumball.

Gumball, luego del largo rato platicando, se dió cuenta de lo expuesto que estaba y se cubrió hasta el pecho con las sábanas.

— En mi defensa, no sabía que tendría visitas. – Gumball miró de manera juzgadora a Ocho. — ¿Me vas a decir ahora que estabas haciendo antes de darme un paro cardíaco?

— Es gracioso que lo preguntes... – Ocho miró nerviosamente de un lado a otro. — Puede que me guste dar caminatas nocturnas cuando no puedo dormir.

— ¿Y porqué prefieres hacer tus caminatas nocturnas en patios ajenos en vez de la banqueta?

— Yo... – Ocho sudó, todavía buscando una excusa a su palabrería. — ¿Le agrega más emoción a las caminatas?

Gumball se acercó a Ocho, soltando las sábanas que lo cubrían para poder posar sus manos en los hombros del pelinegro.

Ocho quiso retroceder, pero la mirada intensa en Gumball lo tenía congelado. No fue hasta que Gumball estaba rozando sus labios que el felino finalmente habló.

— Por un segundo creí que estabas mintiendo. Pero veo que estás diciendo la verdad. – El peliazul se separó de golpe, dándole espacio para respirar a Ocho. — Si fuera tu, también quisiera que mis caminatas nocturnas fueran extremas.

— Exacto... – Ocho contestó en automático. — Ya sabes... La soledad te hace querer despejar tu mente.

— ¿Te sientes sólo?

— ¡No! Yo... – Ocho no pudo terminar de hablar ya que Gumball comenzó a hacer espacio en el futón bajo suyo.

La imaginación de Ocho inevitablemente lo llevó a un escenario poco apropiado.

— Podemos platicar hasta que tengas de irte.

— Oh... – Ocho carraspeó con su garganta.

— ¿Qué?, ¿Esperabas algo más?

— ¡No, claro que no! – La vergüenza inevitablemente se mostró en las mejillas del pelinegro. — ¡No es como si hubiese pensado que querías ofrecerme dormir juntos o algo así!

Gumball iba a replicar a esa respuesta, pero se llevó una mano al mentón.

— Eh, tampoco creo que me moleste la idea. Al menos no contigo. – Gumball murmuró lo último con escalofríos.

— ¿Eso último que fue?

— ¿Quieres aceptar mi oferta o no?

Ocho lo pensó, se estaba cuestionando  como había llegado a esa situación, ¡Hacía un momento estaba disfrutando de su Hobbie de secuestrar mascotas ajenas y ahora tenía que decidir si dormir con Gumball o no!

"Maldigo el momento en que creí que esta tienda era una casa para perro..."

Por un lado, era estúpido. Pero por otro, si un oficial investigaba su rastro, podría tener una coartada y decir que estuvo con Gumball todo el tiempo.

"Apenas se duerma, seguiré con mi trabajo"

— Bien. Me convenciste. – Ocho se quitó los tenis de manera rápida y desordenada antes de tirarse en el espacio que Gumball le había ofrecido.

— Ahora que lo pienso, ¿Tus padres no te dicen nada al irte tan tarde?

— Ni siquiera saben que salgo. Siempre me aseguro de volver antes del amanecer.

— De acuerdo. – Gumball no sonó convencido. — Supongo que tú sabrás cuando irte entonces...

— ¿Vas a extrañarme? – Ocho comentó en broma, algo extraño viniendo de él.

Gumball sonrió y le dió un puñetazo en juego a su hombro.

— Sonará estúpido, pero tanto tiempo compartiendo cuarto hace que me sienta extraño durmiendo a solas.

— Yo jamás he compartido cuarto para dormir con alguien. – Ocho comentó.

— Hasta ahora. – Gumball sonrió mientras entrecerraba sus ojos. El sueño finalmente estaba llegando a él. — Buenas noches, Ocho.

Ocho no contestó y observó cómo el peliazul cayó rendido ante el cansancio a lado suyo.

— Buenas noches, Gumball.

El pelinegro sabía que no tendría respuesta. La idea de irse de la tienda de acampar pareció volverse algo pasajero ya que las sábanas de repente se volvieron muy cómodas para su agotado cuerpo.

Ocho trató de combatir el sueño que se apoderaba dentro de él, pero mientras más miraba la cara pacífica de Gumball durmiendo, más sentía que se contagiaba del sueño.

— Será solo un momento... – Trató de convencerse así mismo.

Hizo un tremendo énfasis en "intentar". Pero ni siquiera él se lo creía.

Ocho cayó dormido cerca del rostro de Gumball, sin importar que sus respiraciones se mezclaran. Todo era muy cálido como para mover un músculo.

El amanecer llegó. Darwin y Anaís estaban caminando al patio para despertar a Gumball, a petición de su madre, para que fueran juntos a la escuela.

— Ahora que lo pienso, ¿Tú no escuchaste gritos por parte de Gumball? – Anaís preguntó.

— De seguro solo quería llamar la atención para que lo dejara volver al cuarto. – Darwin rodó los ojos mientras abría la tienda de acampar.

Los hermanos Watterson se quedaron en un silencio sepulcral al ver a su hermano teniendo compañía.

Gumball estaba solo con sus boxers, siendo abrazado por Ocho, quien tenía la camisa alzada y sus piernas enredadas en los muslos del peliazul.

Antes de que Darwin o Anaís pudieran decir algo, los ojos de Ocho se abrieron de golpe, con una mirada aterradora que calaba hasta los huesos.

La inmediata respuesta de los hermanos fue huir y dejar el patio.

Estando a solas, Ocho bostezó cansado, entrecerrando sus ojos y preguntándose porqué los hermanos de Gumball habían salido huyendo.

Un jadeo desganado salió de los labios de Gumball mientras tanteaba la parte del futón donde Ocho había estado durmiendo.

Apenas Ocho volvió a recostarse, Gumball cubrió su cara bajo el pecho del pelinegro para evitar los rayos del sol.

— Oye, ¿No teníamos clases hoy?

— Eso puede esperar... Solo cinco más... – Gumball siguió aferrándose a la camisa de Ocho, negándose a despertar.

Ocho estaba tentado en empujar a Gumball para ver si así despertaba. Pero al mismo tiempo, su cuerpo se sentía bastante relajado como para pensar en lastimar al peliazul.

— ¿Crees que podamos saltarnos la clase de hoy?

— Sí, lo que digas...

Ocho suspiró. Sabía que no tendría una respuesta clara de Gumball estando tan adormilado.

En el fondo, se preguntaba que tan vagas o directas podían ser las respuestas del chico que ronroneaba en su pecho.

— Gumball... – Ocho habló a lo bajo. — ¿Está bien si duermo contigo hasta que puedas volver a tu cuarto?

Gumball asintió con su cabeza todavía pegada en el pecho de Ocho, haciendo que su cabello se volviera más desastroso.

Aquella acción hizo que la cara del pelinegro se pusiera nuevamente roja.

Si así de mimoso se ponía Gumball, quién sabe cómo sería en las siguientes noches.

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