[Retrato manchado]
El auditorio dentro de la escuela Elmore se encontraba lleno. El evento del día era una presentación de Banana Joe presumiendo los poderes de vidente que poseía su madre.
Incluso para hacerlo más profesional (y más fácil para que los espectadores vieran) pidió una cámara y un cañón de la biblioteca para proyectarlo en la pared del escenario.
Había varios que entraron por genuina curiosidad, otros querían burlarse pensando que era una estafa, y otros solo fueron porque prometieron pizza gratis a los oyentes.
Gumball, sabiendo de antemano que el poder de Banana Bárbara era verdadero, fue por un asunto personal. Quería asegurarse de no estar involucrado.
Se había escabullido tras el telón. Estaba viendo desde arriba del escenario, gracias a los elevadores manuales jalados por polea, a sus objetivos.
Barbara y su hijo estaban hablando. Más bien, Joe hablaba y su madre solo se limitaba a escuchar sin quitar su mirada (y pincel) del lienzo.
— ¿Otra vez él, mamá? Si tuviera una moneda por cada vez que Gumball se vuelve protagonista en tus pinturas, tendría tres. Lo cual no es mucho, pero me sorprende que haya pasado tres veces.
"¡Lo sabía!"
Gumball estaba colocando sus manos en la cuerda de la polea para bajar y ver la pintura. Pero como el karma lo odia, se confundió de cuerda.
Era la cuerda de la cortina del escenario.
Cuando Bárbara y su hijo vieron el telón alzarse a medias, y el sonido de la gente emocionada, alzaron la mirada para encontrarse con Gumball.
En su desespero por escapar, Gumball buscó la cuerda de la polea para desamarrarla y descender.
Obviamente había sido una estúpida idea.
Las manos del chico gato comenzaron a arder por la fricción y, por instinto, cambió a la cuerda del telón, haciendo que la cortina se abriera nuevamente.
El público que apenas estaba viendo lo que ocurría, miraban confundidos (al igual que Joe y su madre) cómo Gumball cambiaba de una cuerda a otra hasta estar cerca el suelo.
Los brazos de Gumball se agotaron y, a medio camino, terminó cayendo encima de Bárbara y su pintura.
Joe se apresuró en atender a su madre quitando de encima a Gumball. Cuando todos se recuperaron, la mujer levantó con preocupación el lienzo con su obra arruinada.
Fue ahí cuando todos lo vieron.
Efectivamente, Gumball estaba nuevamente como protagonista en la pintura, con la diferencia de que estaba usando un chaleco verde encima de sus hombros. El ambiente detrás de él era oscuro y apenas visible, pero estaba en una habitación con posibles espejos. En ella, el chico gato estaba en una posición como si estuviera besando a alguien. Pero había un problema. Una mancha grande de múltiples colores arruinaban el cuerpo y la cara de la persona misteriosa.
Ahora el futuro era incierto.
— ¡Mira lo que hiciste!, ¿Qué rayos te pasa Gumball?
— ¿Porqué es mi culpa? ¡Mejor explícame porque siempre aparezco en las pinturas!
— El mundo me dice que eres interesante de pintar. – Una voz suave y calmada asustó a los dos jóvenes. Banana Bárbara nuevamente estaba sonriendo, como si la pintura no se hubiera arruinado.
— Cierto, lamento haber caído encima suyo...
— No te preocupes. – Bárbara volvió a acomodar el lienzo en su caballete de madera. — La voz me dijo que eso sucedería.
— ¿Y que hay de la pintura?, ¿Ya no se hará realidad?
— La puedo arreglar. Pueden volver en un rato y la pintura dirá lo que te depara. – La madre de Joe miró sonriente la mancha multicolor que cubría a la persona que besaría al chico gato.
— Puedo darme una idea general de lo que me espera. – Gumball recibió un codazo por parte de Joe.
— ¡Tu ni hables y sal de aquí! – El hijo de Bárbara gritó molesto, correteando a Gumball del auditorio.
El público murmuraba entre si, sin saber que hacer.
— ¡Tranquilos amigos, esa no es la única! ¡Mientras mi mamá termina de arreglar la pintura arruinada, veamos el resto del catálogo! – Joe llamó la atención de todos los espectadores trayendo más pinturas.
Pero aún con las nuevas obras presentadas, un grupo de personas que se sentaban al fondo decidieron largarse a otro lado. Tenían una mejor idea para entretenerse.
— Llegó el día...
— Ciertamente...
— ¡Está vez no perderé! – Gritó Terry arruinando el ambiente serio.
La mayoría de alumnos que tomaban clases con Gumball, en especial las chicas, estaban encerrados en un salón, abriendo de manera clandestina un juego de apuestas. También habían personas de distintos salones como Claire y otros extras que decidieron apostar por puro interés.
Era sorprendente que muchas personas cupieran en un solo lugar.
— ¡Todos calmados!, ¡Antes de que empiecen a arrojar dinero, hay que ver a los candidatos! – Gritaba Sara encima de la mesa del profesor.
— ¡Apuesto por Alan!
— ¡Apuesto por Boberto!
— ¡Apuesto por Banana Joe!
Hubo un silencio por aquella apuesta.
— Es broma, ¡Apuesto por Dog!
— ¡Yo también! – Claire alzó veinte dólares.
— ¡Terry ve anotando! – Sara comenzó a correr, buscando cajitas de cartón para hacer las urnas.
— Espera, ¿Cómo sabremos quién besará a Gumball si todos estamos encerrados aquí? – Carry preguntó.
— Tenemos eso cubierto. – Molly habló entrando a la habitación, trayendo a Ocho consigo.
— Para aclarar, solo hago esto porque me prometieron dinero si lo hacía.
— Tranquilo, tendremos mucho de eso al final del día. – Sara le murmuró antes de darle una videocámara. — Además, siempre agradecemos un juez neutro como tú.
— Lo que sea. – Ocho tomó la videocámara y la prendió. De inmediato, alguien encendió una televisión vieja que se hallaba cerca y se comprobó que la cámara funcionaba.
Al ver que no había problemas de calidad, Ocho se subió (con ayuda de las sillas) hasta el techo y sacó de un jalón una de las rejas del ducto para entrar en ella y escabullirse.
— Estoy teniendo cierto Dejá vu con esto... – Sara habló ignorando los gritos de las personas que ya estaban poniendo su dinero en las varias urnas.
Entre las cajas, había unas auto- nominaciones que estaban teniendo bastante apoyo.
Cómo Leslie y Tobias.
— ¡Vas a caer, niño Flor! – Exclamaba Tobias, sacando y arrojando su cartera a su propia urna.
— Eso ya lo veremos. – Leslie sonrió con sorna, repitiendo la acción de su rival y colocando cincuenta dólares. — Qué el mejor conquistador gane.
Los dos chicos se dieron la mano antes de salir en distintas direcciones.
Cuando finalmente las urnas estaban cerrando, la puerta se abrió de golpe.
La presencia de Masami, quien llevaba unos lentes de sol negros, deslumbró a todos. La chica peliblanca caminó con seguridad y una maleta en su mano.
— Dame una urna vacía. – Masami demandó a Sara, quién estaba a punto de guardar las cajas sobrantes.
Al tener la urna, Masami abrió dramáticamente la maleta para demostrar un montón de billetes de diez dólares compilados en ligas. Arrojó todo ese dinero frente a los demás apostadores sorprendidos.
— Apuesto quinientos dólares por Ocho.
Hubo silencio.
Luego un montón de risas.
Pensaron que Masami había perdido la cabeza.
— Masami, sabes que soy tu amiga, pero debo decírtelo. – Habló Terry entre risas. — Solo porque te gané apostando por Ocho, no quiere decir que debas aferrar tus esperanzas en él.
— Créeme, estoy muy segura de esta inversión, ¡Y al final yo terminaré riendo! – Masami, con orgullo, colocó la foto de Ocho encima de la urna.
— ¿De dónde sacaste eso? – Sara preguntó.
— Lo recorte del anuario escolar.
— ¡Me gusta tu actitud! – Habló la rubia antes de poner quince dólares en la urna de Ocho. — Variar no me matará.
— Eh, ¿Porqué no? – Carry colocó dos dólares en la urna. — No es grande la pérdida.
— Esperen, ¿También Darwin está nominado?
— ¿Porqué te sorprende?, Deberías saber que es un candidato muy posible.
— Me sorprende más por el hecho de que está aquí con nosotros.
Darwin estaba dibujando en su pupitre con unas crayolas que se había encontrado por ahí, ignorando la bulla de sus compañeros.
— ¿Qué pasa, Darwin?, ¿No vas a intentarlo? – Preguntó Molly juntando sus manos.
— No. No me gusta la idea de jugar con los sentimientos de Gumball solo por una apuesta, aún si se trata de dinero. – Darwin levantó la mirada para confrontar a las chicas. — Además, aún si quisiera, la última vez que Gumball y yo tratamos de ir en contra de las premoniciones de la pintura, todo salía mal. Nadie se escapa de la pintura...
La última frase dejó a todos tragando en seco.
— Por cierto, ¿Porqué ustedes no lo intentan?
Una risa escandalosa salió de las apostadoras. La tensión se había ido bastante rápido.
— Darwin, seamos honestos. Gumball tiene más probabilidades de terminar besando a un chico que cualquiera de nosotras juntas. – Masami habló entre risas.
— Pero, ¿Y que hay de ti, Penny? – Darwin trató de argumentar. — ¿No te molesta que alguien te quite a Gumball?
— Darwin, no estoy saliendo con Gumball. Y aún si me duele un poco, también estoy de acuerdo en tu postura de no participar si eso significa jugar con los sentimientos de Gumball por dinero.
— Aww... – Las chicas dijeron al unísono.
— Además... Ya aposté 10 dólares por Dog. Es la opción más segura.
Darwin negó con la cabeza suspirando. Bien, lo haría. Igualmente tenía fe de que todas las apuestas terminarían siendo en vano.
El híbrido de pez se levantó de su asiento y miró las urnas de cartón con las fotos de las opciones. Su idea era votar por la persona que menos probabilidades tenía para ganar. O que la gente le tenía poca fé de ganar.
— Apuesto dos dólares por... ¡Ocho! – Darwin sacó sus billetes del bolsillo de su sudadera y los colocó dentro de la urna.
Miró la pizarra y vió que Terry estaba colocando una línea para simbolizar que él apostaba por Ocho. Hasta ese momento, solo había cuatro personas apostando por el pelinegro.
— Por favor, dame tu nombre completo. – Terry fue rápido hacia Darwin con un papel y bolígrafo.
— Darwin Raglan Caspian Ahab Poseidon Nicodemus Wa...
— ¿Sabes qué? Mejor házlo tu, por favor. – Terry se rindió y le dió el bolígrafo a Darwin. — Para más estilo.
Mientras Darwin se distraía colocando su nombre, Terry se alejó lentamente para ver la pantalla donde Ocho estaba grabando para ellos los movimientos de Gumball alrededor de la escuela.
El chico gato estaba en frente de una máquina expendedora, buscando un dólar entre sus bolsillos.
De lejos, Tobias iba caminando con toda la confianza del mundo, sacando un billete propio y metiéndolo en la máquina para comprar lo que Gumball quería.
— ¡Ja! Obviamente Tobias iba a ser el primero. – Molly gritó a sus compañeros. — ¡Vamos Tobias!, ¡Mamá necesita una nueva colección de lápices!
De vuelta a los pasillos con Gumball y Tobias, el chico de afro le extendió una bebida de uva a Gumball, con su mirada (disque) seductora.
— ¿Qué tal las cosas Gumball? – Tobias se apoyó con una mano en la máquina expendedora.
— Relativamente bien. Me sorprende lo rápido que las personas olvidaron el tema de la pintura.
— Y, ¿No te sientes nervioso?
— ¿Qué?, ¿Sobre el beso? – Gumball jugó con lata entre sus manos. — Decidí tomarlo con calma. La última vez que intenté ponerme en contra del destino terminé desnudo en el centro comercial y en frente de un canal de noticias.
— Ah sí, vi ese incidente... – Tobias rió incómodo. — Dejando eso de lado, creo que tú y yo tenemos algo pendiente.
— ¿Sobre qué? Si es por la bebida, te lo pago ahora.
— No eso, tonto. – Tobias se acercó a uno de los oídos felinos de Gumball para murmurarle. — Estoy hablando de mis despedidas especiales.
— ¡Oh, eso! – Gumball sonrió avergonzado por la extraña sensación que le daba el calor ajeno cerca de su sensible oído. — ¡No te preocupes por eso!, ¡Ya lo superé!, ¡Definitivamente no lo necesito!
— ¿De verdad?
— ¿No...?, ¡Quiero decir sí! – Gumball casi aprieta la lata de uva por sus crecientes nervios. No quería verse desesperado.
— Es una pena. Quería hacer un trato contigo para darte mi despedida especial. Pero como no quieres...
Gumball soltó la lata para tomar de los hombros a Tobias.
— Está bien, está bien... ¿Qué necesitas?
El chico de afro sonrió. Ya había ganado.
— Una nalgada, por un beso.
Gumball quiso separarse para pensar mejor las cosas. Pero Tobias se había adelantado y lo tomó de la cintura.
— ¿No... No preferirías hacerlo en un lugar privado?
— No te veías así de cohibido cuando querías que te nalgeara en medio de la cafetería.
"¡Maldición, Gumball del pasado!"
— Eso era porque... – Gumball titubeó tratando de defenderse. Pero su mente estaba en blanco.
Los labios de Tobias estaban a punto de tocarlo. Solo podía pensar en la premonición. Quizás era él y se estaba negando a la realidad.
No había nadie que lo detuviera.
Excepto un cuadro de metal cayendo encima de Tobias.
Gumball se alejó del susto y salió corriendo sin importar que el chico de afro colorido estaba tratando de llamarlo de vuelta.
— ¡No!, ¡Maldita infraestructura escolar de baja calidad! – Lloriqueaba Tobias golpeando el suelo.
De regreso con los apostadores, estaban gritando entre felicidad y agonía. Sobre todo Molly.
¿Que había pasado?
Ocho, como estaba en los ductos, mientras grababa, se dió cuenta de que una de sus agujetas del zapato estaba atacado en la compuerta de metal.
Trató de zafarse dando patadas a la portilla y, sin querer, terminó pateando tan fuere que acabó rompiendo el seguro y el pedazo de metal acabó cayendo justo bajo de Tobias.
El pelinegro recibió una llamada por su celular. Era Masami. Apagó la videocámara un segundo para contestar.
— Muy bien hecho, Ocho. Mientras menos competencia, mejor.
— Ah... ¡Si!, Lo tenía todo calculado. Ahora cuelga antes de que empiecen a sospechar. – Ocho colgó primero, sintiendo como el sudor (por estar atrapado en los ductos) comenzaba a afectarle.
Ya quería que Gumball se decidiera por besar a alguien.
Siguiendo a Gumball, el chico terminó en frente del club de teatro. En ese lugar, la gente se organizaba para realizar los vestuarios y revisar los guiones que usarían en el teatro de la escuela.
Y a lado, convenientemente, estaba Leslie esperándolo.
— ¡Gumball, que coincidencia verte aquí! – Leslie saludó mientras abría la puerta del club. — Justo necesitaba a alguien como tú ahora.
— ¿Qué?, ¿Para qué? – Gumball seguía recuperando aire de su reciente huída.
— ¡Para ayudarme a practicar!, Te explico adentro. – Leslie jaló a Gumball, quién ni siquiera trató de oponerse, adentro del Club. Dejando la puerta levemente abierta para que Ocho pudiera ingresar.
El pelinegro, saliendo con más facilidad de los ductos, se escabulló adentro del Club para ocultarse bajo unas sábanas oscuras mientras Leslie distraía a Gumball.
— No sabía que estaban planeando una obra.
— No presentamos la obra hasta que todo está listo. Es una estrategia que tenemos aquí. – Leslie se excusó.
— ¿Y cuál es la obra?
— Blancanieves. Y yo, obviamente, hago el papel del príncipe.
— Entiendo... ¿Para qué me necesitas, de nuevo?
— Verás, la que iba a actuar de Blancanieves no se sentía bien y, se supone, hoy íbamos a practicar las lineas finales de la obra. Y ahí, es donde entras tú.
El chico gato sintió la mano de Leslie encima de su hombro.
— Gumball, requiero que seas mi Blancanieves por hoy.
— Pero, ¿Qué no Blancanieves al final está dormida y no hace nada en especial?, ¿Porqué no prácticas con un maniquí? – El peliazul observó ingenuo a Leslie.
— Aún si es un rol simple, un maniquí no puede tener el alma de un ser humano.
— Ajá... Osea, ¿Solo me tumbo en el suelo y espero a que hagas tu monólogo?
— Exacto.
— ¡Okey! – Gumball estaba a punto de acostarse en una de las mesas donde estaba Ocho, pero se detuvo de inmediato. — Espera un segundo...
Leslie tragó en seco.
— ¡No puedo hacer el papel sin ponerme el vestuario!, ¡Seré un sustituto, pero me tomo en serio el trabajo!
— ¡No es necesario!, ¡Es una escena bastante corta! – El pelirosa trató de detenerlo, pero Gumball encontró un vestido amarillo con azul entre las cajas apiladas en el fondo del club y comenzó a quitarse la ropa.
Por inercia, Leslie se volteó para dar privacidad al terco (y supuesto) sustituto.
Luego de unos segundos mirando a Ocho todavía grabando, la voz de Gumball le habló.
— ¡Leslie, necesito una mano con el cierre!
— A-Ah, ¡Enseguida! – Leslie no prestó mucha atención y cerró el cierre tras la espalda de Gumball. Se sorprendió por lo facil que se había deslizado, considerando que era un vestido para personas con una figura curvilínea.
El pelirosa se alejó unos pasos para que Gumball se volteara y modelara el vestuario.
"Oh. Esto es un premio"
Gumball se veía perfecto en el vestido.
— ¿Qué tal?, ¿Mi trasero no se ve gordo con esto? – Gumball colocó una mano en su cintura mientras alzaba con la otra parte de la falda.
— ¡Se ve increíble, es como si estuviera hecho para ti! Y para que lo sepas, la moda de ahora es la gente con glúteos grandes, ¡Así que no te avergüences!
— ¡Gracias! – Gumball se ruborizó por el halago. — Con esto podemos empezar, ¿No?
— ¡Pero sería un desperdicio no aprovechar que utilices el vestuario completo! – El instinto de moda dentro de Leslie apareció. — Solo déjame buscar unos zapatos rojos, un listón, ¡Oh! Mi set de maquillaje...
El pelirosa comenzó a platicar sólo hasta que cayó en cuenta de algo.
— Espera, acabo de recordar algo. El vestido no tiene una apertura para tu cola.
— Suerte que lo notaste, empezaba a sentirme incómodo. – Gumball dejó que Leslie se acercara a él.
El chico gato sintió como la punta de un gis delineaba parte de su espalda baja, buscando a tientas por dónde estaba su cola bajo el vestido.
Un roce accidental hizo que temblara.
— ¿Está por aquí? – Leslie murmuró para pedir confirmación de Gumball.
— Sí... – Gumball jadeó.
Leslie, con delicadeza, trazó unas líneas en el vestido con el gis. Todo sin separarse del espacio personal de Gumball. Era suficientemente alto para poder ver encima del chico gato. Le gustaba como se aferraba a su pecho sin querer.
— Listo. – Leslie sonrió. — Quítate el vestido un segundo. Esto será rápido.
Gumball asintió sin ganas. No quería separarse de Leslie.
— Ayúdame con el cierre de nuevo.
Leslie sintió estremecerse por la voz, medianamente, suplicante de Gumball. Había olvidado que no podía quitárselo por su cuenta.
Todavía sin separarse, alcanzo el cierre del vestido y lo descendió con la misma facilidad con la que lo alzó.
Era un sonido tan limpio y simple que no podía evitar amarlo.
Los dos se separaron de mala gana. Gumball, al estar solo con su ropa interior, de inmediato buscó su suéter para al menos tener algo con qué cubrirse. Pero Leslie se le adelantó dejando su chaqueta verde entre sus hombros.
— Gracias. – Gumball sonrió levemente sin atreverse a mirar a Leslie.
— No hay de qué. Es lindo tener a alguien que aprecie el esfuerzo de estar en el papel. – El pelirosa se colocó frente a una máquina de costura para hacer los arreglos.
— Puedo ver lo divertido en eso. Por cierto, ¿No tendrán una peluca negra para completar el vestuario?
— No te preocupes por eso. Aparte, aquí entre nos, me gusta cómo se ve tu pelo azul natural.
El chico gato agachó sus orejas con un leve sonrojo. Estar siendo constantemente halagado era nuevo.
— También me gusta tu cabello, el rosa se te ve bien.
— Oh sí... Sobre eso. – Leslie se detuvo en su trabajo para sacarse su beanie amarillo. — Mi cabello no es naturalmente rosa.
Gumball miró como unas hebras cafés se asomaban en las raíces de cabello de Leslie.
— Se ve bien. – Gumball no pudo evitar decir. — Sin importar el color que tengas, haces que se vea bien.
Leslie sintió la mirada honesta de Gumball encima de él. Decidió prender la máquina de costura de nuevo.
— Gracias Gumball, ¿Qué tal si buscas el maquillaje que está en mi mochila? Al menos para que te entretengas.
— No sé si sea buena idea. – Gumball se frotó el hombro. — Mi cara no soporta los químicos del maquillaje.
— ¡Amigo, yo también! Pero no te preocupes, estos son orgánicos, no te darán alergia. – Leslie le guiñó un ojo a Gumball.
El peliazul fue por rapidez por la mochila de Leslie y encontró un bolso con maquillaje.
Ocho, quién no dejaba de grabar aburrido, hizo una seña a Leslie para que se apresurara. El chico pelirosa captó el mensaje nervioso.
Casi se le había olvidado porqué estaba haciendo todo eso.
— Gumball, ¿No te gustaría quedarte el maquillaje?
— ¿Me dejarías? – El peliazul preguntó emocionado.
— Solo tendrías que darme algo a cambio. – Leslie miró a Gumball, ignorando que la máquina de costura seguía prendida bajo sus dedos.
— ¿No basta con que te esté ayudando en la obra? – Gumball se quejó.
— Es algo pequeño e insignificante. – Leslie sonrió. — Solo tienes que... ¡Ouch!
Leslie separó su mano con rapidez de la máquina, se había lastimado el dedo.
— ¿Estás bien? – Gumball se apresuró a ver al pelirosa.
— Sí, solo es... – Leslie miró la herida en su dedo. De repente se puso pálido. — Sa... Sa... ¿Sangre...?
El pelirosa se desmayó frente a Gumball.
Nuevamente, de regreso con los apostadores, todos estaban en un remolido de risas y quejas. No esperaban que Leslie le tuviera miedo a la sangre.
— ¡Debe ser una broma! – Carmen tiró su boleto de apuesta al suelo.
En la pantalla, Gumball se veía en pánico sin saber que hacer. Volteando por todos lados.
— ¿Qué hago?, ¿Qué hago?, ¿Qué hago? – El chico presionó su oído en el pecho de Leslie para checar que siguiera vivo, luego trató de sacudirlo por los hombros para despertarlo.
Nada tenía efecto.
— ¡Ya sé!, ¡Respiración boca a boca!
Las chicas que estaban discutiendo miraron atentamente la pantalla, algunas, con algo se esperanza.
— Oh, Wow, ¿Boca a boca?, ¿Qué no eso es un método muy antihigiénico? – Darwin habló, llamando la atención de Terry.
— Anti... ¿Antihigiénico? – La chica fóbica de los gérmenes salió disparada de la habitación.
Darwin sonrió al ver cómo, en el vídeo, Terry pateaba la puerta donde estaban los chicos y, con unos guantes de latex, cargaba al desmayado Leslie hacia la enfermería.
Tampoco iba a dejar que cualquiera besara a su hermano.
Luego de tremendo susto, Gumball se colocó su ropa de nuevo, con la adición de que el chaleco de Leslie todavía lo traía sobre sus hombros.
Se dirigió a la puerta de la enfermería y se sentó en el suelo con esperanzas de que Leslie se despertara.
Gumball miró la bolsa de maquillaje que Leslie le había regalado. Supuso que, mientras Leslie se levantaba, podría arreglarse un poco para él.
Por otro lado, Ocho había regresado a los ductos de ventilación y miraba desde arriba al chico que hurgaba en la bolsa de maquillaje.
— Diablos, ¿Dónde está el espejo cuando se necesita? – Gumball maldijo a lo bajo ignorando que llamó la atención de alguien.
— ¿Necesitas algo?
— ¡Ah! – El chico gato gritó del susto. Su cara se volvió de disgusto cuando vió de quién se trataba. — ¿Qué haces aquí, Alan?
— Nada, solo escuché la voz de alguien que requería ayuda y vine a ver quién era. – El peliverde sonrió sin malas intenciones.
El disgusto de Gumball se había multiplicado el doble. Era muy empalagoso.
— Pues a menos de que sepas cómo maquillar gente, no necesito tu ayuda.
— ¿Y porqué no vas a los baños?, Ahí hay espejos grandes.
— Estoy esperando a que Leslie despierte... Y me da flojera caminar hacia los baños.
El corazón de Alan se calentó. No había algo más preciado para él que ver cómo Gumball, un alma naturalmente egoísta, se preocupaba por otros. Aunque sea a su manera.
— ¡Pues es tu día de suerte! Tengo experiencia en maquillar a mis primas. – Alan tomó dentro del bolso un labial. — Quieres algo simple o buscas algo complejo.
— Bueno... Con el labial creo que bastará. – Gumball al final no se pudo negar. No tenía otra mejor idea.
Alan, sonriente como siempre, sostuvo con delicadeza el mentón de Gumball para que lo alzara.
Los dos se quedaron en silencio. Mientras el peliverde hacia su trabajo delineando la capa de labial en los labios carnosos, Gumball hacía lo imposible para no moverse. No para molestar a Alan, sinó por meros nervios.
El silencio, sorprendente, era lo más cómodo.
Cuando el trabajo estuvo realizado, Alan quitó el exceso de labial en una parte de la comisura de Gumball, pasando sus dedos con cuidado.
— ¿Qué tal se ve? – Gumball finalmente pudo hablar.
— Te ves precioso. – Alan no pudo evitar halagar.
— ¿Lo suficientemente precioso como para ser besable?
— Ah... Yo... – Alan todavía estaba sosteniendo del mentón a Gumball. Fácilmente podía alejarlo. Pero algo se lo impedía.
Una parte de él, estaba tentado en descubrirlo.
Los labios de Gumball peligrosamente se acercaban a los suyos. Estaban a punto de besarse.
Pero un grito en los pasillos hizo que ambos se separaban.
Era Carmen. La chica con pinchos en su cabellos estaba recuperando aire, pero eso no la detuvo y jaló a Alan por detrás de su camiseta.
— ¡No puedo creerlo!, ¿Casi me engañas con Gumball?
— ¡N-No!, ¡Espera!, ¡Todo es un malentendido! ¡No iba a besarlo! – Alan era arrastrado por su furiosa novia, quién le dió igual las explicaciones.
Gumball, por otro lado, se sintió mal. Pensaba decirle a Alan que estaba bromeando.
Todo el ruido causado hizo que Terry saliera de la enfermería, con un cubrebocas puesto.
— ¡Terry!, ¿Cómo está Alan?, ¡Digo Leslie! – El chico todavía estaba perdido por lo que ocurrió.
— Va a requerir reposo por el resto del día. Te aconsejo que te retires y lo vengas a ver hasta mañana.
— ¡Pero solo se lastimó el dedo!
— ¡No subestimes a la medicina! – Gritó Terry antes de azotar la puerta en frente de Gumball.
El chico gato suspiró cansado.
Ocho imitó su acción estando en los ductos. Comenzaba a sentirse mal por él.
Luego de quedarse otros cinco minutos sentado cerca de la enfermería, Gumball decidió que era mejor guardar el maquillaje en su casillero e irse a casa.
Mientras caminaba, más se desesperaba ante la idea de ver quién sería el siguiente en intentar robarle un beso. En ese punto, besaría a cualquiera en su camino con tal de terminar con la ansiedad que lo carcomía.
"¿Y si esa premonición no es mi futuro de hoy?, ¿Qué pasa si es de mañana?, ¿O de pasado mañana?, ¿O el día siguiente después de ese?, O..."
Gumball terminó chocando con alguien cuando llegó a su casillero.
Alzando la mirada, y viendo de quién se trataba, se quiso escapar.
Era Dog. De todos los que pudieron aparecer en el momento, debía ser él.
"Ahora que lo pienso, ya se estaba tardando"
— Hola... – Dog sonrió incómodo.
— Hey... – Gumball respondió sin muchos ánimos.
Todavía seguía incómodo, pero no estaba de humor para lidiar con su relación de extraños con el rubio.
— ¿Qué haces?
— Estoy esperando a que alguien me bese.
Ambos chicos de quedaron en silencio. Fue un silencio donde, luego de varios segundos, Gumball cayó en cuenta de lo que había dicho.
Ni siquiera lo pensó, la respuesta salió de su boca en automático. Su cerebro cansado se sentía como un viejo hámster tratando de seguir corriendo en una rueda.
Pudo haber dicho algo más sutil.
— Oh... – Fue lo único que pudo responder Dog. — Así que... ¿Por eso llevas labial?, ¡Lo cuál no tiene nada de malo, se te ve bien!
— ¡No, eso fue por otra situación!, Más o menos... Ya ni yo estoy seguro.
— Entonces... ¿Quieres que te bese cualquiera?
"Oh, no"
— Yo, eh, verás, tampoco es que quiera molestarte con eso, ¡Y no digo que tenga algo malo besarte!, ¡Yo creo que serías un gran besador!, ¡Uno excelente!
— ¡Entiendo, entiendo! – Dog extendió sus brazos tratando de calmar a Gumball. Aún cuando sentía que él mismo también estaba entrando en pánico. — ¡Tampoco es que me moleste, opino que tienes una cara besable!, ¡Y no es que se lo diga a cualquiera, creo que eres al único que se lo he dicho!
— ¡También tienes una cara besable, pero no quiero que creas que es lo único que me interesa de ti, eres alguien guapo en general!
— ¡Tu también eres atractivo, me gustan tus rasgos de gato!
— ¡Me gusta tu cabello!
— ¡Me gusta tu sentido del humor!
— ¡Me gusta tu actitud genial y relajada!
— ¡Me gusta lo aventurero y valiente que eres!
— ¡Yo...! – Ambos chicos dijeron al unísono.
Sin darse cuenta, Gumball y Dog se habían acercado tanto que estaban a unos centímetros de besarse.
Los dos estaban agitados, tratando de recuperar aire luego de esa discusión tan pasivo-agresiva.
El rubio actuó primero, tomando de la mejilla a Gumball, dispuesto a besar sus labios maquillados con color rojo pálido. El chico gato solo meneaba su cola con emoción por saber que su maldición terminaría pronto.
Pero algo los detuvo. Y eso fue una inesperada bomba de humo.
Al dispersarse, Dog comenzó a toser y voltear por los alrededores. Gumball se había ido y dejó su bolso de maquillaje como única evidencia de que estuvo ahí.
Ocho, quién seguía en los ductos, se movió con rapidez al ver quien había lanzado aquella bomba.
Aquella persona se había llevado a Gumball.
Gumball se sentía perdido, todavía recuerda como estaba a nada de besar a Dog, hasta que una bomba de humo lo hizo casi desmayarse.
La persona que lo jaló se hacía más visible para sus aturdidos ojos. Era su rival.
Aquel chico mitad glitch lo había llevado hasta los baños de la escuela. Los había encerrado a ambos.
Gumball estaba harto. Solo quería la estúpida profecía hecha realidad. Estaba cansado de ese constante juego de ilusiones.
Si quería terminarlo, debía hacerlo el mismo.
— ¡Gumball Watterson!, ¡He venido a frustrar tus días alegres! – Rob comenzó su monólogo, aprovechando el eco del baño para sonar más aterrador. — ¡Vi cómo querías dar tu primer beso con ese chico, pero ahora nunca podrás...!
— Viejo, ese ni en sueños ha sido mi primer beso. – Gumball cortó el monólogo cruzándose de brazos. — Y si tanto quieres besarme, adelante. Te estoy esperando.
— Espera, ¡¿Qué?! – Rob sintió como su cara estaba roja. — ¿¡Porqué querría besar a mi rival!?
— Porque... ¿Soy tu rival favorito? — Gumball jadeó indignado. — ¡A menos que me estés ocultando otros rivales!
— ¡No, para nada!, ¡Te juro que eres el único al que odio con bastante intensidad!
— ¿Qué tanta intensidad? – Gumball se sentó en la barra de los lavamanos del baño para estar a la altura de Rob y jalarlo por la camisa. — Si eres tan cruel, descarga tu ira besándome con todo el odio que tengas. No me importa.
Rob quería separarse de Gumball, pero una idea se le cruzó por la cabeza. No era lo más ruin del mundo, pero serviría para molestar, y torturar un poco, a su rival.
— Está bien. – El castaño sonrió. — Si tú lo pides. – Rob alzó del mentón a Gumball. El chico gato se acomodó colocando sus brazos alrededor del cuello contrario.
Rob cerró los ojos nervioso, aún si su plan era molestar, nunca había echo ese tipo de cosas antes. Pero estaba dispuesto a fingir ser un profesional con tal de impresionar a su némesis.
Empezó dando besos rápidos en las mejillas, que luego descendieron bajo su barbilla, los quejidos de Gumball eran agradables, era divertido ver lo desesperado que se ponía.
— Date prisa... – Gumball suplicó.
— Tu nunca especificaste en donde. – Rob habló, dando un beso en el cuello de Gumball que lo hizo suspirar. — Así que seguiré besando en todas partes, te dejaré anhelando en todo el camino, y me detendré justo cuando llegue a tus labios.
— Eres malvado... – Gumball jadeó, sintiendo los besos en su cuello volverse más rudos y con unas leves mordidas. — Pero por eso eres mi némesis.
— ¿Tienes otros némesis?
— ¡N-No! – Gumball ahogó un gemido al sentir como Rob se separaba. — Aún si reciba el odio de todo el mundo, tu eres al único que aceptaría como mi rival más digno.
— No lo dices en serio. – Rob desvío la mirada.
Gumball dejó el cuello de Rob para tomarlo por las mejillas.
— Mírame, lo estoy diciendo en serio.
El peliazul se acercó, sus labios se acercaron a Rob lo suficientemente para casi rozarse, pero el mismo chico glitch lo detuvo.
— Buen intento. – Rob felicitó. — Pero yo decidiré en donde van los besos.
Antes de que Rob pudiera seguir besando el cuello de Gumball, Ocho apareció dando una patada a la compuerta del ducto y dando un golpe directo con su pie al chico glitch, dejándolo noqueado.
— ¡Por favor!, ¿¡Es una broma!? – Gumball se quejó con la cara roja. — ¡¿No ves que estábamos teniendo un momento aquí?!
— ¿Ese tipo no te lastimó? – Ocho ignoró las quejas de Gumball.
— ¡Claro que sí, somos rivales!, ¡Obviamente nos hacemos daño! – Gumball gruñó frustrado, cubriendo su cara con las manos. — ¡Pero aún así estaba dispuesto a besarme para terminar con este estúpido asunto de la premonición!, ¡Dime!, ¿Qué harás al respecto?
— ¡No creas que eres el único sufriendo!, ¡Te he estado siguiendo todo el día y ha sido frustrante para mí también verte!
— ¡Ahora resulta que estuviste acosándome todo el día! – Gumball se abrazó a si mismo. — Y si tan frustrado estás, ¿Porqué no haces algo al respecto?
— ¡Yo...! – Ocho guardó silencio al darse cuenta a dónde iba la conversación. — ¿Porqué no lo pensé antes?
— ¿Qué?
Gumball vió como, sin titubear, el pelinegro se acercaba y lo bajaba del lavamanos para quedar a su altura.
Ocho tomó por detrás la cabeza peliazul y le plantó un beso sin remordimiento.
Fue algo largo, Gumball creyó que se quedaría en un sentimiento anticlimático, pero el chico sabía cómo hacerlo temblar. Era un beso cálido, rudo, fuerte, pasional. Aquel beso tenía tantos adjetivos que caían a la perfección con la personalidad explosiva de Ocho, que le fue difícil no seguirlo.
Incluso cuando Gumball creyó que era suficiente, cuando se separaban, era solo por unos segundos antes de fundirse en un nuevo beso más necesitado que el anterior.
Los dos pasaron rápido a jugar con sus lenguas, Gumball no podía callar sus jadeos gustosos por el tacto. Y Ocho no podía tener suficiente del curioso sabor a cereza que le daban los labios maquillados.
Hubieran seguido así, siendo solo ellos dos (y un inconsciente Rob en el suelo), pero el sonido de la puerta del baño los hizo separarse de mala gana.
Ocho fue el primero se alejarse, no sin antes darle un último beso rápido a Gumball, y abrió la puerta.
Había gente. Mucha gente.
Todos los apostadores vieron sorprendidos como el pelinegro se cubría la boca, que tenía restos del maquillaje de Gumball.
Antes de que alguien pudiese decirle algo, Ocho volvió al baño y tomó de la mano a Gumball para escapar de la multitud.
Después, todo se volvió un caos, en donde la risa de Masami era lo más estruendoso del mundo.
Pero a Ocho le daba igual, el había recibido una recompensa mayor.
Tenía una oportunidad con Gumball luego de haberlo impresionado con sus besos.
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