[Llamada]
Ocho miró abajo suyo, tratando de que el vértigo no lo hiciera cambiar de opinión.
Se encontraba en el último piso del edificio donde vivía, en el borde de la azotea, era un complejo departamental que presumía tener 20 pisos.
"Si esto no me mata, no sé que rayos haré"
Ocho trató de respirar aún con el choque del viento golpeándolo, en el fondo, esperaba que ese mismo viento lo guiara a la dirección contraria para terminar de tomar su decisión de acabar con todo.
Porque sentía que ya no valía la pena prolongar su vida tan gris.
Luego de graduarse del colegio y buscar un trabajo como programador en una empresa de videojuegos pensó que no necesitaría nada más en la vida.
Pero se equivocó, era jodidamente solitario.
Mientras más meses se la pasaba en su cubículo de trabajo, más se daba cuenta de cuanto extrañaba sus amigos de la escuela Elmore, cuanto extrañaba tener inexplicables aventuras y cuánto extrañaba a su querida madre.
Cómo seguía maldiciendo que su madre falleció hace unas semanas.
Si estuviera todavía viva, soportaría un poco más, trataría de abrirse un poco más, trataría de cambiar un poco más.
Pero él se había vuelto otro asalariado del montón. Sin amigos, sin familiares cercanos, sin pareja, sin mascotas, sin nada.
Solo se había vuelto un veinteañero solitario y patético.
El viento nuevamente sopló, el vacío parecía tentarlo para hacer el salto.
Solo necesitaba dar un paso adelante.
No había literalmente nadie que se lo impidiera.
Excepto una llamada desde su celular.
Ocho estuvo a punto de saltar por el susto. Sacó su teléfono con prisas y vió el número en pantalla.
Para colmo era un número desconocido.
Sin nada que perder, y sin todavía moverse de su sitio, atendió la llamada.
— ¿Diga?
— Disculpe, ¿Este es el número de la biblioteca de Elmore? – La voz sonaba de un chico joven.
— Número equivocado señor.
— ¿Es en serio?, ¡Es la tercera vez que intento contactarme con una estúpida biblioteca y me redirecciona a un número desconocido!
— ¿Y porque no vas simplemente a la biblioteca? – Ocho no pudo evitar comentar.
— ¡Porque prefiero primero confirmar que la biblioteca tenga el libro que busco!, No pienso perder el tiempo buscando a lo tonto para que al final el libro no esté.
— ¿Y qué libro buscas?
— El inmortal. Es para un trabajo de la universidad.
Ocho cerró sus ojos un segundo. El título era trillado, pero sentía que lo había leído en algún lado.
— ¿Es de Borges?
— ¡Si, es ese! – El chico habló con emoción. — Buscar copias es difícil.
— Yo tengo ese libro. Lo terminé hace tiempo.
— No puede ser, ¿Crees que me lo podrías prestar?
El pelinegro lo pensó un segundo. Seguía sin creer que estaba haciendo tratos con un extraño. Pero no es como si lo que fuese a hacer después importara.
— Te lo regalo si quieres.
— ¡Muchas gracias, me salvaste el semestre! – El chico chilló. — Ahora por favor, dime qué vives en Elmore.
— Vivo cerca de la zona donde hay un cúmulo de centros comerciales. No sé si la ubicas.
— ¡Si, de hecho estoy cerca!, ¿Te parece si nos vemos en media hora en el puesto de hamburguesas que se encuentra en la entrada? ¡Prometo invitarte algo de comer como agradecimiento!
— No es necesario.
— Vamos, es lo menos que puedo hacer. Y no aceptaré un "no" como respuesta, ¡Te veo allá extraño!
— ¡Espera, pero como te ves o...!
La llamada fue colgada. Ocho suspiró mirando la hora en su teléfono. Si se daba prisa, podía seguir con su plan de tirarse a su inevitable muerte antes de que el cerrajero descubriera que forzó la entrada de la azotea.
— Espero al menos la comida lo valga.
Ocho terminó llegando puntual. Jamás creyó que se tardaría en recordar dónde había dejado el condenado libro de Borges.
Estaba vistiendo lo primero que vió en su clóset. Un suéter negro (que no tiene idea de cuántos días llevaba sin lavar) unos pantalones rasgados y tenis negros de quién sabe cuántos años de uso. El mismo juraba que no era intencional vestirse como si fuese un vagabundo o uno de esos mocosos en sus fases depresivas.
Bueno, si, estaba depresivo. Pero ese no era el punto.
El punto era averiguar cómo diablos se veía el extraño de la llamada. Y su única pista era el puesto de hamburguesas donde acordaron verse.
Caminó mientras miraba a las personas alrededor, realmente no le servía de mucho, pero por lo que escuchó, aquel extraño tenía pinta de ser un joven universitario.
A veces Ocho se preguntaba si hizo bien en adelantar semestres para largarse rápido del colegio. Se preguntaba si haber disfrutado la universidad hubiera hecho algún cambio en su vida.
"Ahora que lo pienso, ¿Que estará estudiando ese chico?"
Una llamada nuevamente tomó su atención. Su celular vibraba y, al sacarlo, vió en la pantalla que se trataba del extraño.
Ocho contestó sin dejar de ver sus alrededores.
— ¿Hola?
— Hola extraño, ¿Ya llegaste?
— Si, estoy en la entrada del puesto de hamburguesas. Y para tu información, me llamo...
— ¿Ocho?
Ocho se confundió cuando escuchó su nombre fuera de la llamada. Miró a su izquierda y se encontró con nada menos que Gumball Watterson.
El chico gato seguía viéndose joven, usaba una camisa beige (similar a su estilo en secundaria) junto con una chaqueta cafe, que parecía una gabardina por lo grande que le quedaba, y unos pantalones azules pegados. Obviamente también había crecido pero, por primera vez, Ocho le ganaba en altura.
Su cabello había crecido por debajo de los hombros, y sus orejas y cola gatunas seguían estando igual. Aunque, para ser justos, la cola se había alargado un poco.
Hasta su voz, medianamente chillona, parecía haber cambiado.
En cambio, Ocho sintió que no había cambiado nada en si mismo. Más allá de su estatura.
— ¡Ocho, me alegra verte! – Gumball no se esperó a que el pelinegro reaccionara y fue a abrazarlo. — ¿Cómo has estado?
Ocho sintió la calidez del abrazo y lo regresó por inercia, ¿Cuando había sido la última vez que lo habían abrazado?
Cierto, tenía que responder.
Y no podía simplemente decir "bien, antes de que me llamaras, planeaba tirarme desde un edificio, pero ¿Cómo andas tú?"
No tenía ganas de contestar tantas preguntas.
— Como siempre. No sabía que seguías estudiando.
— Obviamente, si no estudiaba, mis papás me tendrían 6 metros bajo tierra ahora. Además, la carrera de letras no es tan mala como esperaba.
— Así que para eso querías esto. – Ocho extendió el libro en sus manos y se lo dió a Gumball.
El chico gato miró emocionado el libro y lo tomó con rapidez. Ocho se preguntaba si ese era el mismo chico que, en secundaria, detestaba con su alma la idea de leer.
— ¡No se cuántas veces lo haya dicho ya, pero gracias Ocho!
— No hay de qué. Te deseo suerte con tus clases. – El pelinegro planeaba retirarse, pero Gumball se aferró a su brazo.
— No creas que te escaparás. Te prometí algo de comer en agradecimiento, y yo siempre culpo mi palabra.
Ocho no pudo evitar alzar la ceja.
— Bueno, cumplo cuando está al alcance de mis manos. No seas exigente.
— Has cambiado, Watterson.
— Llámame Gumball, ni que fuéramos totalmente extraños ahora. – El chico sonrió.
— Lo que sea... Gumball.
Cuando el nombre salió de sus labios, Gumball se inclinó más a él. Comenzaba a acostumbrarse rápidamente a su actitud pegajosa.
Al final si terminó comiendo hamburguesas con el chico gato, pero de igual forma terminó pagando la mitad para no verse como un aprovechado de un estudiante.
Curioso que ambos tuvieran la misma edad.
— Y dime... En aspectos amorosos, ¿Cómo te ha ido? – Gumball jugó con sus dedos mientras hacia la pregunta.
Para evitar preguntas de porque quería saber, se llevó su gaseosa a los labios.
— Nada destacable. Creo que no he salido con alguien formalmente, y lo máximo que he hecho es tener una cita que no llevó a nada. – Ocho contestó con calma. — ¿Y tú?, ¿Qué tal está Penny?
— Ah, sobre eso... – Gumball rió incómodo. — Rompimos hace unos meses.
Bueno, esa era una sorpresa para Ocho.
— ¿Porqué? – Ocho se corrigió. — ¿Sabes qué? Mejor no lo cuentes, no tendría que haber preguntado.
— ¡No te preocupes, estamos en buenos términos! Solo que, queríamos nuestro propio espacio y... Sí. Estoy soltero ahora.
— Vaya forma de remarcarlo. Lo tomaré en cuenta. – Ocho bromeó.
— Por favor no, ya tengo una lista de pretendientes en mi facultad que no sé si quieren conmigo, o destruirme. O ambos. – Gumball se cubrió la cara en vergüenza.
Para Ocho no fue sorprendente pensarlo, el Watterson era un imán de gente rara.
— Si te sirve de consuelo, yo no quiero ninguna de esas cosas. Me basta que estés bien.
— Lo agradezco. – El chico gato seguía con sus manos en su cabeza. — No sé cómo te lo tomes, pero eres el respiro que necesitaba, me estaba volviendo loco por andar atascado en la universidad.
— Puedo comprender... – Ocho se sinceró. — El trabajo también me estaba asfixiando.
— Me gustaría salir más contigo, claro si no te estoy molestando. – Gumball levantó la vista para encarar al pelinegro.
Ocho pensó en rechazar. Pero por otro lado, ya había llegado bastante lejos al haber aceptado la salida de (al principio) un extraño.
Y desde hace tiempo que no se sentía tan relajado con alguien desde la muerte de su madre.
Quizás era una señal del destino para que lo intentara una vez.
— Depende de qué tan ocupado esté, pero... No me molestaría repetirlo.
— ¡Excelente!, ¡Esta vez te dejaré elegir donde será nuestra siguiente salida! – Gumball colocó sus brazos alrededor del cuello de Ocho frotándose levemente en él.
En el fondo, el pelinegro trataba de recordar si Gumball era así de afectivo en sus días de secundaria.
Sea como sea, le alegraba que estuviera a su lado.
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