Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

[Hacks]

Hay una regla general que todo el mundo aceptaba. Si eres de Elmore, es porque eres alguien extraño.

Por algo la mayoría de habitantes tenían ciertas habilidades, más allá de su fisiología que los hacían destacar.

Carry podía hacerse invisible y atravesar paredes, Larry tenía la habilidad de estar en cualquier lado con el fin de cumplir su trabajo, Masami podía flotar y manipular el clima según sus emociones, y los Watterson eran hibridos de animales como gatos, conejos y un pez.

Pero, ¿Qué hacía destacar a Ocho?,  ¿Qué hacía destacar al enano pelinegro? (aparte de sus enormes problemas de temperamento).

Simple. Podía manifestar códigos a través de la realidad. Una habilidad muy compleja, pero a la vez limitada.

Quizás no tenía los códigos para volverse un Dios, pero al menos podía hacer trampas en los exámenes o no pagar en las máquinas expendedoras. Aunque eso último dependía más de su paciencia, si es que no terminaba golpeando la máquina.

Gracias a esos códigos podía llevar una vida sin tantas complicaciones, pero la desgracia era que no podía abusar de su habilidad por lo mucho que llamaba la atención. Siempre se aseguró de ser sutil al momento de querer salir de una situación molesta o que no le apetecía batallar.

Pero aún con toda su sigilo, no pudo escapar de Gumball.

El chico gato sabía de antemano que era común en todos los habitantes tener algo especial, por eso, cuando un día se cuestionó qué habilidad tenía Ocho, se obsesionó.

Orgullosamente no llegaba al nivel de acoso de Sara, pero era bastante bueno si se comparaba con su némesis Rich.

Gumball lo veía de lejos, tomaba fotografías cuando tenía la oportunidad, escribía notas de las palabras que murmuraba, y hubo incluso un tiempo donde se grababa a si mismo para ver si cualquiera podía usar los códigos.

En medio de su investigación, encontró un doloroso y difícil sí, cuando en una de sus prácticas terminó encerrándose en un tanque de guerra.

Luego de ello, concluyó que la mejor opción era chantajear a Ocho para que usara sus habilidades para hacerle favores. Pero para ello, debía seguir esforzándose en recabar evidencias.

Y estaba tan cerca que podía saborearlo.

Los pasillos de la escuela estaban semi-desiertos, eran las dos de la tarde y Ocho se había quedado para terminar un trabajo de equipo con Tobias y Banana Joe.

Los tres chicos se despidieron y tomaron rutas distintas, dejando a Ocho vagar por el pasillo donde los casilleros rojos destacaban. El pelinegro estaba terminando de guardar unas libretas y pensando si debía llevarse unos libros a su casa.

La tranquilidad de los pasillos se vió interrumpida por un sonido, como si un pie hubiera hecho fricción con el suelo resbaladizo. Ocho levantó su mirada curiosa fuera del casillero, volteando a ambos lados para asegurarse de que no estaba loco.

Nuevamente el silencio reinó y el chico decidió seguir como si nada cerrando el casillero sin llevarse nada de el.

Ocho comenzó a caminar, pero al momento que estaba llegando a la mitad del pasillo para llegar a la salida, unos pasos (que no eran los suyos), comenzaron a escucharse.

— ¿Qué...? – Ocho murmuró dándose la vuelta y viendo todo nuevamente aislado. El sudor comenzaba a caer en su cara y sus manos se tornaron en puños. Alguien lo estaba siguiendo.

Cómo si no fuera nada, Ocho volvió a caminar, pero ahora yendo a una diferente dirección. Miró a los lados de manera poco simulada, como si no quisiese ser sospechoso y entró a un salón vacío.

El pelinegro dejó la puerta entrecerrada y se fue a ocultar detrás de ella para agacharse. Quién sea que lo estuviese siguiendo debía entrar ahora, o siquiera asomarse.

Su plan tuvo éxito cuando escuchó la perilla ser movida junto con un pequeño movimiento de la puerta.

Ocho saltó en silencio, con una velocidad vertiginosa, hacia el extraño acosador y lo forzó a acostarse en el suelo mientras lo tomaba de los hombros.

— ¡Te tengo! – Ocho gritó con molestia en su voz.

— ¡Perdón, olvidé mi botella de agua! – Habló la voz aguda e inocente de Alan.

El pobre peliverde tenía las manos alzadas y los ojos cerrados, temblando bajo el agarre de Ocho.

— Espera, ¿Alan?, ¿Me estabas siguiendo?

— ¡Claro que no!, ¡Eso no es bueno! – Alan clamó señalando con un brazo su pupitre. — ¡Mira, mi botella está en mi asiento, en serio me disculpo si te hice algo!

La palabrería rápida de Alan comenzaba a irritar a Ocho, pero de todas formas lo dejó libre. No era tan tonto como para creer que el bonachón de Alan fuera un acosador, mucho menos un mentiroso.

— Perdón, el que se debe disculpar soy yo. Desde hace un rato siento que alguien me está siguiendo.

— ¿De verdad?, ¿Quieres decir que Gumball no venía contigo?

— ¿Qué quieres decir?

— Mientras venía para el salón, vi a Gumball seguirte. Estaba caminando de una forma rara pero creí que solo estaban jugando entre ustedes dos.

— ¿Sabes por dónde se fue? – Ocho pidió apretando sus nudillos con la palma de su mano.

— ¿Qué piensas hacerle? – Alan miró preocupado la cara sombría de Ocho.

— Nada, solo quiero dialogar con él. – Ocho comentó lo más seco que pudo.

— ¡Oh, perfecto! Por un segundo creí que ibas a lastimarlo o algo similar. – Alan sonrió ingenuo mientras recogía su botella de agua. — Lo vi irse a la salida de la escuela, creo que si corres todavía podrás alcanzarlo.

— Gracias. – Ocho se despidió, saliendo del salón y cerrando la puerta tras de él.

Realizó una inhalación antes de extender su mano y exhalar con calma. Ocho miró cómo píxeles se formaban en el aire hasta formar una barra negra del tamaño de una regla de treinta centímetros aparecer en el aire.

Comenzó a escribir códigos con un teclado que había bajo la barra, era un negro transparente que solo él podía tocar.

Escribió un diagonal junto con las palabras "Teleport_Gumball" antes de presionar la tecla Enter.

La barra negra con el código desapareció al igual que él. Su existencia fue teletransportada al mismo lugar donde se encontraba Gumball.

De manera conveniente, y casi cómica, lo encontró detrás de la escuela en un callejón, mientras hurgaba en el contenido de una videocámara.

El chico gato estaba de espaldas, todavía no había notado la presencia de Ocho, y eso hizo que el contrario tuviera tiempo para pensar.

¿Le daba una paliza cómo advertencia?, ¿Lo silenciaba de una vez?, ¿Le rompía la cámara frente a sus ojos?

¿Lo dejaba ir?

"Si, ni yo lo creo"

Ocho desechó esa idea de inmediato.

No se sentía con las ganas de realizar mucho esfuerzo, pero tampoco podía dejar las cosas así. Tenía que hacer algo con respecto al gato curioso.

De manera instintiva, Ocho sacó nuevamente la barra negra hecha de píxeles y la admiró un segundo. Cómo amaba su habilidad.

Sería amable esta vez. Solo le borraría la memoria con respecto a él. Así, Gumball no tendría que buscarlo nuevamente. Solo sería un personaje de fondo más en su mundo.

Ocho comenzó a teclear con rapidez, nuevamente empezando a escribir con una diagonal antes de poner el resto del código completo.

"EfectMemoryOchoLove_Gumball"

Ocho tecleo Enter sin detenerse a ver si había escrito bien el código, pero luego de dos segundos se arrepintió.

Había escrito mal la palabra "Gone".

Había puesto "Love". Amor en inglés.

El pelinegro dejó de mirar la barra y vió a Gumball de rodillas en el suelo. La videocámara había caído de sus manos, pero en la pantalla se veía la cara de Ocho con una calidad borrosa.

El chico gato sacudió su cabeza luego de quedar inconsciente por unos segundos y volteó a ver a Ocho.

El pelinegro tragó en seco, tenía fe de que el código marcase error y no tuviera efecto, pero había funcionado.

— Ocho... – Habló bajo, pero lo suficientemente audible para que el mencionado lo escuchara.

— ¿Sabes cuál es mi habilidad?

— Lo sé. Te estuve observando por mucho tiempo. — Gumball se levantó del suelo y comenzó a caminar, aplastando con su pie la videocámara. — Pero siento que eso solo era una excusa mía para poder verte.

Ocho por instinto retrocedió un paso, Gumball siguió su camino hacia él.

— Si te pido que no le digas a nadie, ¿Lo prometerias?

— Claro. Pero quiero algo a cambio. – Gumball finalmente estaba frente a frente con Ocho.

El chico gato alzó la mirada del pelinegro elevando su mentón con la mano, lo hacía de una manera tan cariñosa que Ocho estaba asustado.

"Debo deshacer esto, debo..."

Toda acción o pensamiento en Ocho se detuvo.

Gumball lo estaba besando.

El más bajo no tenía idea de qué hacer, los labios cálidos de Gumball no le desagradaban como esperaba, tampoco sus pequeños sonidos entre el beso que le hacían calentar su cuerpo, tampoco su insistencia en colgar los brazos encima de sus hombros.

Era su primer beso con alguien y no lo odiaba. Era perfecto. Tan perfecto que dolía saber que solo lo estaban besando por un error de código.

Al separarse del beso, Gumball no se separó, jadeaba por lo mucho que habían durado, y su pecho subía y bajaba con rapidez. Ocho, en cambio, ocultó su cabeza en el pecho del chico gato y respiró su aroma.

Necesitaba calmarse y el olor de Gumball parecía darle ese efecto ahora.

"¿Acaso soy yo el que terminó bajo el efecto del código?"

Ocho se reprochó. Sabía que solo estaba pensando eso por el calor del momento. Ningún sentimiento suyo era real, igual que los sentimientos de Gumball.

Iba a deshacer el código y así la situación solo sería incómoda y los dos no volverían a hablarse de nuevo.

Lo que no esperó fue que, cuando volvió a sacar la barra negra, Gumball lo tomó de la muñeca.

— Se lo que vas a hacer... Por favor, no lo hagas.

— ¿Lo estás diciendo tú o lo está diciendo el código? – Ocho agachó la mirada.

Gumball no contestó, en cambio, el agarre de la muñeca pasó a la mano de Ocho. El peliazul entrelazó las manos y apretó sin intención de lastimarlo.

— Siempre puedes hacerlo después.

Ocho sentía su cara arder. La mano con la que estaba a punto de escribir el código comenzó a temblar. Y sus ojos no paraban de mirar la cálida sonrisa que le daba Gumball.

— Voy a deshacerme de esto... Apenas deje de sentirme raro.

— Suerte con eso. – Gumball murmuró, dando un beso en la frente de Ocho.

El pelinegro se sintió pequeño por esa acción, cómo deseaba tener la misma altura que Gumball.

Llevando al peliazul hacia una de las paredes, lo volvió a besar. Ocho bajó sus manos hacia los muslos de Gumball y lo cargó, utilizando la pared como apoyo.

Ahora Gumball temblaba bajo sus dominantes besos y leves mordidas en los labios. Ocho ni siquiera sabía porqué lo mordía, pero se sentía bien.

Ambos chicos siguieron besándose en aquel callejón hasta que sintieron que necesitaban un lugar más cómodo para seguir lo que sea que estaban haciendo.

Ocho, todavía cargando a Gumball, lo sacó del callejón para llevarlo a su casa.

Mientras tanto, la abandonada videocámara con los secretos de Ocho, se apagó. La pila había muerto.

Y cuando el día siguiente llegó, Ocho y Gumball caminaban entre los pasillos tomándose la mano y compartiendo besos cuando nadie los miraba.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro