[Fiesta en casa de Rachel (Y Tobias)]
Empezó por mame y terminó volviéndose algo-
Advertencia: Smut.
La música estruendosa era tan fuerte que las ventanas de la mansión temblaban, amenazando con explotar y romperse en miles de pedazos.
El gran patio, tanto delantero como trasero, estaba llena de adolescentes hormonales hablando, cometiendo estupideces, y con vasos de refrescos botados en el césped.
El interior de la gran casa era lo mismo, pero con más luces neón quemando las retinas de los que se molestaban en mirar, la música electrónica inundando el ambiente, y gritos. Muchos gritos.
La fiesta que, originalmente era para celebrar el aniversario de las porristas en la escuela Elmore, se había vuelto una fiesta alocada gracias al segundo anfitrión de la casa: Tobias.
Las chicas porristas llevaban sus uniformes y se dejaron llevar por el enorme caos que se había montado en la casa. Y entre esas personas, estaba Gumball.
Oh si. En honor a qué, años atrás, el chico gato intentó entrar al grupo de porristas e hizo en su demostración una rueda de carro perfecta, las integrantes decidieron ser amables y volver al chico un porrista honorario por el resto del día.
La única condición que pusieron, al principio en forma de broma, fue que Gumball llevara su uniforme de porrista.
Poco sabían las chicas que Gumball Watterson era un gato de palabra. O simplemente no sabía detectar el sarcasmo.
Cómo era de esperarse, Gumball recibió, entre risas, halagos por lo bien que se veía el uniforme en él, incluso luego de años.
El chico gato, nuevamente, no detectó la burla y, estando en el juego, coqueteaba con los chicos, preguntando si la falda le quedaba bien.
Mientras tanto, en otro lado de la mansión, se hallaba Ocho. El chico fue forzosamente invitado por su amigo millonario para que no se sintiera solo.
"Al final, eso terminó siendo una mentira"
Ocho veía de lejos cómo, luego de varias horas, entre Tobias, Dog, Alan, Rob y otros chicos, rodeaban a Gumball mientras bailaban desastrosamente en la pista, juntando sus cuerpos de manera tan sugestiva cómo la música.
— Por Dios, Watterson está salvaje hoy, ¿Alguien sabe si es así en todas las fiestas? – Preguntó Idaho, quién pasaba cerca de la pista.
— No. Solo tomó mucha azúcar. – Ocho contestó sin molestarse en gritar.
Él mismo había visto cómo en un estúpido reto, cuando la fiesta todavía era calmada, Gumball había hecho un reto de cuántos refrescos podía tomarse en menos de un minuto.
El resto es historia, el chico gato perdió la cabeza después de eso.
Ocho suspiró cansado del lugar, los pocos amigos que tenía en esa fiesta estaban ocupados con otras personas y Darwin ya se había ido a casa con su novia Carry. No tenía nada mejor que hacer.
Harto, y con su vaso de refresco vacío, Ocho caminó entre la multitud de gente para sacar de la pista a su amigo Tobias, quién estaba intoxicado por el azúcar y el aire de la máquina de humo (regalo cortesía de Boberto).
— Viejo, ya me voy, ¿Dónde dejaste mi abrigo?
— Oh, si, eso... – El chico de afro multicolor poso su mano bajo su mentón, jugando a que estaba tratando de recordar.
Su sonrisa torcida le dió un mal augurio a Ocho.
— ¡Oigan chicos, recuerdenme donde dejé los abrigos de los invitados! – Grito Tobias llamando la atención de Gumball y otros chicos en la pista.
Tobías aprovechó que Gumball estaba cerca suyo y le murmuró algo al oído. Ocho no comprendía nada, comenzaba a creer que era más sabio sacrificar su abrigo que seguir en esa cuestionable fiesta.
Tampoco le gustó la mirada rápida que le dió Gumball al terminar de hablar con su amigo.
— ¡Vamos, vamos! – Tobias empujó al pelinegro a tropezones hacia el segundo piso de la casa.
La multitud de personas riendo y ahogándose en sus bebidas ponían muy inquieto a Ocho que, en un punto, trató de volver escaleras abajo y escapar de sus compañeros.
Pero eran demasiados. Ocho de alguna forma terminó en frente de una de las varias puertas, dentro de ese laberinto que tenía Tobias de hogar.
— Entra. – Tobias se rió mientras abría la puerta. — Creo que lo dejé ahí.
Ocho miró la habitación todavía sin querer entrar. Era una habitación cualquiera y en medio de la gran cama estaba su preciado abrigo.
"Está ahí. Pero, ¿Y el de los demás?"
Tobías dió un empujón a su amigo para que ingresara finalmente al cuarto, junto con él, Gumball también había entrado.
Estaba encerrado. Lo habían encerrado con Gumball.
Empujando al chico gato, que no se molestaba en interponerse, Ocho comenzó a golpear la puerta con desespero.
— ¡Wilson, más vale me saques de aquí, ahora!
— ¡Lo siento amigo! ¡Yo no hago las reglas de siete minutos en el cielo!, ¡Disfruta la noche! – La risa del chico con afro se intensificó con la de sus compañeros. — ¡Si necesitan protección, busquen en el cajón!
— ¡Tobías! – Ocho podía percibir como las risas iban bajando de intensidad hasta quedar nuevamente el sonido de la música que vibraba hasta en las paredes.
El pelinegro estaba a nada de romper la puerta con fuerza bruta. No le gustaban los espacios pequeños. Y que lo encerraran de la nada solo hacía que la ansiedad en su pecho aumentara.
La risa de Gumball fue lo único que lo distrajo de su creciente caída al pánico.
— ¿De qué te ríes, Watterson?
— Oye, tranquilo, no pongas esa cara. Tus arrugas se van a marcar. – Gumball picoteo con su dedo la frente de Ocho. — ¿Qué tal si me das un beso para sentirte mejor?
— ¿¡Qué!? No, no, no, no, no. – Ocho retrocedió cayendo en la cama, extendiendo sus manos para alejar al peliazul.
Gumball aprovechó que Ocho estaba acostado para sentarse encima de él. Agachó su cuerpo, que era retenido por los brazos de ocho, y trató de besar al chico bajo él.
— ¡Solo uno pequeño, es todo! – Gumball seguía pegando su cuerpo, frotando sin querer su trasero bajo los pantalones de Ocho.
— ¡Gumball, basta! – Ocho sentía como el aliento azucarado de Gumball estaba cerca de su cara. Y que sintiera los glúteos ajenos moverse de un lado a otro encima de su entrepierna hacia la situación más incómoda. — ¡No estás pensando bien las cosas!
— Viejo, tampoco estoy borracho. Solo tomé un montón de refresco. – Gumball detuvo su forcejeo para explicarse.
Ocho bajó la guardia al ver que el peliazul estaba hablando más serio.
Lo que no sabía, es que esa era la estrategia de Gumball para dejarlo indefenso un segundo y jalarlo por la camisa.
Ocho sintió los labios carnosos de Gumball chocando con los suyos en un intento desastroso de beso.
El pelinegro cerró los ojos sin saber que hacer, el beso se estaba prolongando y Gumball no parecía estar cansado. Tuvo que mover al chico gato unos centímetros de su boca para respirar.
— Estás... Loco. – Ocho murmuró.
Gumball no respondió. Luego de unos segundos volvió a besarse con Ocho, pero esta vez metiendo su lengua gatuna para hacer más intenso el beso.
El pelinegro dejó de resistirse, comenzaba a acostumbrarse al ritmo caótico de Gumball, lo tomó por la desnuda cintura para que sus cuerpos se pegaran. Mientras sus lenguas jugaban, sus entrepiernas se frotaban lentamente.
El peliazul separó el beso, luego de varios minutos jugando, cuando sintió un bulto entre sus glúteos.
— Ocho... ¿Quieres esto? – Gumball tardó en pensar cómo hacer la pregunta.
La mente nublada del pelinegro volvió a caer en cuenta de dónde estaba.
— ¿Tú quieres hacer esto? – Ocho replicó.
— Veamos hasta donde llegamos. – Gumball posó una mano en la mejilla de Ocho antes de besarlo cariñosamente.
Nuevamente los dos se fundieron en un beso. Ocho, luego de practicar por unos minutos, comenzó a tener control de los besos, mordiendo de manera juguetona los labios de Gumball para que abriera más la boca.
El calor comenzó a subir en la habitación, la música del primer piso se había vuelto ruido blanco, y solo estaban ellos dos en la mansión.
Ocho comenzó a pasear sus manos por el cuerpo de Gumball, jugando con su pecho bajo el top rojo de su uniforme, sintiendo como el cuerpo se estremecía por cada toque.
Los besos por parte de Gumball también empezaron a volverse más tímidos, los pequeños jadeos que sacaba vibraban entre sus labios.
Teniendo piedad, Ocho dejó los besos para ver cómo el peliazul comenzaba a respirar pesadamente, con sus ojos grises brillando preciosamente, sus mejillas rojas y una que otra gota de sudor cayendo bajo su sien para descender bajo su mentón y parte del cuello.
Ocho se relamió los labios que todavía tenían el sabor dulce de Gumball. Lentamente se acercó a la base del cuello y comenzó a repartir besos, ganándose unos gemidos más audibles que los anteriores. Cuando quiso morder, Gumball lo detuvo.
— Sin marcas... Por favor... – Gumball suspiró. — O hazlas en donde no se vean...
Ocho asintió antes de dejar un último beso bajo el mentón de Gumball. Levantó el top rojo para tener completa visibilidad de los pezones erectos del chico gato y comenzar a mordisquear y marcar alrededor de ellos.
Gumball jadeó juntando más la cabeza de Ocho hacia su pecho. El calor y el leve toque de dolor era agradable.
Dejando con una sensación húmeda los pechos del peliazul, Ocho miró unos segundos a Gumball antes de darle un beso rápido y cargarlo bajo sus muslos.
Gumball se sorprendió y tomó por los hombros a Ocho antes de quedar recostado en la cama.
Desde ahí, el felino vió como Ocho lo dejaba para revisar uno de los cajones en la mesita nocturna a lado de la cama.
El pelinegro tomó un paquete de condón entre sus manos antes de bajar sus pantalones.
— Dame un segundo. – Habló un avergonzado Ocho mientras bajaba sus pantalones y ropa interior para mostrar su erección.
Gumball hizo lo propio levantando su falda y bajando levemente la ropa interior a juego con el uniforme. También tenía una erección, pero no era tan grande como la de Ocho.
Teniendo el condón puesto, Ocho jaló de las caderas a Gumball antes de poner la punta de su miembro en la entrada. Los dos no paraban de verse, lo cual no dejaba de darles una extraña combinación de incomodidad pero, al mismo tiempo, de seguridad.
Gumball decidió dar el primer paso jalando con sus piernas las caderas de Ocho para que su miembro comenzará a entrar en él.
Cuando la punta se expandió dentro suyo, Gumball no pudo evitar jadear con un maullido de por medio. El peliazul se cubrió la boca con rapidez.
Para Ocho, eso había sido adorable y excitante. Quería oírlo de nuevo.
Ocho empujó más su polla hasta llegar a la mitad. Con cada centímetro que avanzaba, Gumball apretaba más las sábanas con sus manos y sus cabellos se resolvían más en la cama.
Pero todavía el peliazul apretaba su boca para evitar soltar otro maullido vergonzoso.
Ocho decidió hacer algo arriesgado y terminó de meter la totalidad de su miembro en la entrada húmeda de Gumball. Está vez el chico gato no tuvo de otra más que dejar salir sus jadeos.
Luego de unos momentos estando quietos, Gumball empezó a mover sus caderas, dando señal de que estaba listo.
Ocho suspiró cuando finalmente pudo comenzar a moverse. Sacó solo una parte de su miembro antes de volver a meterlo. Fue un vaivén tortuoso para ambos que era su primera vez, pero después de sentir que podían ir más rápido, Ocho se detuvo y lentamente quitó por completo su miembro.
— Gumball, ¿Puedes darte la vuelta?
El chico gato, desesperado por continuar, volteó su cuerpo en la cama, dejando su trasero al aire con solo la falta cubriendo levemente.
Ocho alzó la falda y terminó de bajar las bragas hasta las rodillas antes de volver a introducirse de lleno dentro de Gumball.
El peliazul sentía como la polla de Ocho hacia que su estómago se sintiera pesado, se estaba derritiendo por dentro y los cosquilleos en su propia entrepierna lo hacían más candente.
Ocho sujetó su agarre en el trasero de Gumball antes de comenzar a azotar con embestidas duras y necesitadas el pequeño agujero que se contraía entre su miembro.
Las pieles chocando entre sí eran el sonido más deleitable para Ocho, quién solo se mantenía empujando hasta donde podía con su polla, usando a veces sus manos para jugar con los glúteos ajenos y abrirlos para llegar más profundo.
Gumball se había vuelto un desastre de jadeos, rogando porque los embistes fueran más fuertes, maullando como su naturaleza gatuna se lo pedía y agachando sus orejas por instinto.
Ocho quiso ir más lejos para sobre estimular a Gumball y, con una de sus manos, comenzó a masturbar el miembro ajeno, haciendo que la carnosa entrada que estaba jodiendo se apretara más.
Gumball no aguantaba más, quería correrse, pero cuando sentía que estaba cerca, Ocho bloqueaba la punta de su miembro con el pulgar, volviéndolo más loco.
Ocho ya no medía su fuerza y comenzó a empujar tan duro dentro de Gumball que la cama comenzó a rechinar, podía sentir como entre sus embistes, comenzó a correrse sin pudor en el condón.
Lo que no esperó fue que el condón no aguantara la fricción y se rompiera, dejando el pequeño bulto de esperma ensuciar las paredes internas de Gumball, quien solo jadeó satisfecho por la sensación de ser llenado, a la vez que Ocho finalmente le permitía correrse, dejando líneas blancas entre las sábanas.
Al terminar de correrse, Ocho se quedó unos segundos más dentro de Gumball antes de retirar su miembro junto con el condón roto. Miró asqueado el producto plástico antes de irse al baño a tirarlo a la basura.
Cuando volvió, miró como Gumball todavía seguía de espaldas, ocultando su cabeza con una almohada, y con sus glúteos húmedos todavía al aire, derramando algo de semen y lubricante del condón.
Ocho sintió su cara arder al recordar que él había hecho eso.
— ¿Estas... Bien? – El pelinegro acarició la espalda de Gumball.
El chico gato dijo algo, pero la almohada cubrió sus palabras.
— ¿Qué?
— ¡Dije que...! – Gumball gritó nervioso y rojo. — Dije que quería hacerlo... De nuevo, ¡Pero está bien!, ¡No hay que hacerlo si no quieres!, ¡Es perfectamente razonable!
— ¡Gumball! – Ocho grito para que el chico gato lo escuchara. — Está bien, la verdad yo, bueno, quería preguntar si podíamos hacerlo... También.
— ¿De verdad? – Gumball volvió a cubrirse con la almohada.
— De verdad. – El pelinegro subio a la cama para encarar a Gumball. — Pero está vez, quiero verte.
— Aww. – Gumball finalmente dejó la almohada y le dió un beso a Ocho. — ¿Te pondrás otro condón?
— Solo está vez, quiero pensar que el otro se rompió por estar defectuoso. No puede pasarnos dos veces.
Poco sabrían ellos que volvió a suceder.
Los dos chicos estuvieron encerrados en el cuarto, disfrutando la noche y olvidando que estaban todavía en la casa de Tobias, y que había mucha gente en el primer piso.
Ocho se alegro al pensar que, luego de la tercera ronda con Gumball, ya sabía que hacer para que el peliazul se derritiera de placer bajo sus brazos.
Fue el error y prueba más divertido que pudo haber tenido en años.
Ocho fue el primero en despertarse. Su cabeza le dolía y apenas estaba recordando porque no estaba en su casa.
Lo primero que sintió fue unos brazos abrazando su pecho y una cabeza acurrucada entre el espacio de su hombro y cuello.
"Oh, cierto. Eso pasó"
A su lado, como si fuese un koala abrazando su bambú, estaba Gumball. Estaba igual de desnudo que él bajo las sábanas de aquel cuarto de huéspedes.
Ocho trató de recordar dónde había dejado su celular para checar la hora. Probablemente estaban en sus abandonados pantalones.
"Quizás sean las cuatro o cinco de la mañana. Todavía no hay luz"
Ocho no tuvo el corazón de moverse, no cuando Gumball estaba a gusto durmiendo a su lado, con sus adorables ronroneos, sus orejas agachadas y su cola moviéndose cómicamente bajo las sábanas.
Pero sabía que si no volvía a casa, su mamá lo mataría.
Ocho por un momento pensó en Gumball, ¿También lo regañarían en su casa? En el fondo, no quería permitir eso.
Lo ayudaría a cubrirlo si era necesario, diciendo a sus padres que, luego de la fiesta, ambos se quedaron a dormir en su casa porque ya era tarde.
Una mentira a medias, pero al final serviría.
— Gumball... – Ocho murmuró tocando el hombro del felino.
El peliazul dió un quejido mientras abrazaba más su pecho y fruncía las cejas.
Bueno, lo intentó.
"Igual es muy temprano. En un par de horas lo despierto"
Ocho decidió dejar sus problemas para después y besó la cabeza de Gumball antes de dormir nuevamente con él.
Al final, terminaron despertando a las diez de la mañana.
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