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[Confort]

Un agradecimiento a TAWOG_STUFF por el headfanon.

Es un hecho que la vida no es fácil, pero tampoco es cien por cierto oscura. Es un grisáceo (oscuro), pero a la gente le cuesta verlo y prefiere comparar grises.

Aunque ese no es el caso de Ocho. Él no quiere comparar su tonalidad grisácea con los demás porque no le ve sentido. Además, no tiene a nadie con quien compartirla, para empezar.

Pero estaba bien con eso. El aula de detención se había vuelto su oasis del desierto gris. Obviamente no le enorgullece los métodos que usa para tener de excusa quedarse hasta más de las cuatro de la tarde en la escuela. Aún así, se resignó a ese precio al saber que en esa aula, en esas cuatro paredes, no tenía que encontrarse con nadie conocido y podía ahogarse en la poca profundidad de su pupitre por dos horas.

Claro, el ruido causado por sus demás compañeros de detención era su única queja (junto con una que otra amenaza de muerte que recibía), pero nuevamente, podía aceptarlo.

Ocho encontró una forma de que su cerebro emitiera sonido blanco en medio de los gritos de la detención. En ese trance, no tenía que pensar en las clases. O en sus molestos compañeros. O en sus problemas familiares donde siempre acababa gritando y sacado de quicio con sus padres.

El nunca pidió heredar los problemas de ira de su padre.

Nunca pidió reforzar su poco temperamento viendo a su padre gritar a los 4 vientos sobre cualquier mínima cosa que le pasaba.

Nunca pidió ser otro contrincante de su padre cada vez que ambos terminaban intercambiando palabras.

Nunca pidió ser la razón del porqué su mamá terminaba llorando en ocasiones.

Pero debía lidiar con el peso de esa responsabilidad de todos modos. Incluso si sabía, que no debía soportarlo en primer lugar.

Ocho sabía que no era necesario ser creativo para quedar en detención, normalmente bastaba con correr en los pasillos frente a la señorita Simian, pero hasta él sabía que si hacía lo mismo diario, los profesores se darían cuenta de sus intenciones.

Por eso no tuvo mejor idea (o mejor excusa) que casi morir en una pelea con Tina. No estaba en sus planes meterse con una de las bravuconas más fuertes de la escuela, pero cuando escuchó que la chica estaba hablando mal de él, decidió aprovechar para echar más leña al fuego diciéndole sus verdades (con una pizca de insultos de por medio).

Dejando de lado que acabó con un ojo morado y uno de sus brazos casi dislocado, recibió como recompensa tres horas en detención.

Su día pudo haber terminado pacíficamente ahí. No obstante, no esperó encontrar a Gumball Watterson sentado en su pupitre.

De lo poco que sabía Ocho, reconocía que Gumball solía meterse en problemas, pero jamás creyó que lo vería en detención. Y menos sin su hermano Darwin haciéndole compañía.

Igualmente, eso ya no le incumbía a Ocho, lo único que quería era su asiento con vista a la ventana de vuelta.

El pelinegro caminó sin miedo a echar al chico gato de su pupitre, pero algo en él se revolcó cuando se encontró con los ojos de Gumball apagados y cansados. El gris en su mirada era similar al suyo.

— ¿Tú porqué estás aquí? – Ocho trató de iniciar una conversación. Obviamente era terrible en ello.

Gumball no respondió de inmediato. Se abrazó a si mismo y volteó hacia la ventana mugrienta del aula. Se veía incómodo por la pregunta.

— Yo... Puede que haya roto los espejos del baño como excusa... Para quedarme aquí un rato.

Cómo siempre, el instinto de Ocho era impecable. Se veía venir una respuesta así.

— ¿Y tú?, Supe que Tina casi te deja con un pie en el ataúd. – Gumball ahora comenzó a preguntar. — ¿También lo hiciste para quedarte?

Ocho parpadeó sorprendido por la hipótesis tan rápida (y dolorosamente acertada).

— Qué rápido me atrapaste. – Ocho suspiró, tomando asiento a lado de Gumball. — No estaba en mis cálculos que la pelea escalara tanto, pero cumplí mi propósito.

— Es lo que veo. – Gumball comentó sin despegar su vista de la ventana. — He oído que últimamente te la pasas aquí.

— Si, pero eso no te incumbe. – Ocho habló de manera amenazante por instinto. Por reacción, Gumball finalmente volteó hacia Ocho y se encogió en su asiento.

El pelinegro apretó su puño. No quería sonar tan hostil si hace un momento estaban hablando con calma.

Hubo un silencio incómodo entre los dos donde, lo único que podía llenar ese ambiente tenso, era el caos que realizaban los demás bravucones en el salón.

Ocho miró por unos segundos a sus demás compañeros, tratando de comprender porqué actuaban así, como bestias enjauladas que parecían muertas de hambre por atención.

El panorama de gritos y golpes entre bravucones se volvió irritante desde la primera vez que entró en detención. Quizás por eso, su instinto le pidió voltear a mirar al Watterson mayor, quién estaba distraído viendo a la nada en el inservible y sucio cristal de la ventana.

Los ojos (más bien, su único ojo servible por el momento), se pasearon por la figura de Gumball. Ocho seguía sintiendo un aura extraña alrededor del peliazul que gritaba sobre un problema más serio que romper unos espejos.

Sus sentidos solo lo alertaron más cuando notó en el cuello de Gumball unas marcas pequeñas y rojas.

Las manos de Ocho cobraron vida propia y se acercaron tímida y lentamente al cuello de Gumball. Cuando sus dedos apenas iban a rozarlo, el chico gato le dió un manotazo.

La cara de Gumball palideció. Ni siquiera gritó, pero sus ojos asustados le decían suficiente a Ocho.

— ¿Quién te hizo esto?

— ¿De... De qué...? – Gumball trató de hacerse el tonto, pero el sudor frío corriendo por su cara y su pecho elevándose y bajando rítmicamente lo delataban.

— ¿Fue alguien de nuestro salón?

— ¡No! Digo, no, ocurrió fuera de... – Gumball apretó sus labios, tratando de no sacar más información. — ¡Fueron insectos!, Ya... Ya sabes como se ponen esos pequeños chupasangres, y más cuando estás fuera de la ciudad   solo porque tu madre te dejó en medio de la nada, ja, ja...

— Espera. – Ocho miró a Gumball severamente. — ¿Tu madre te sacó de la ciudad?

— ¡Era una pequeña prueba de resistencia! Ella solo quiere lo mejor para todos en casa. – Gumball trató de explicarse. — Claro, no contaba que mientras buscaba la forma de regresar a casa terminaría en un terreno baldío y, bueno, ya sabes cómo son esos lugares con gente extraña... Gente algo desagradable... Gente que te arrincona cuando no les das lo que quieres y... Y yo... Yo obviamente no quería darles mi...

Ocho sentía un ardor en su pecho irremediable. Sentía como su irá aumentaba cuando Gumball comenzó a perderse en sus palabras y sus ojos comenzaban a ponerse rojos por aguantar las lágrimas.

Le desesperaba ver cómo el único brillo que podía ver en los ojos de Gumball, eran de frustración, odio, remordimiento y tristeza.

— ¡Pero todo está bien ahora! – Gumball seguía en su interminable y doloroso monólogo. — Si, puede que decepcione a mamá cuando sepa que rompí los espejos en los baños, ¡Pero al menos tendrá que reconocer que volví en una pieza de regreso a Elmore y...!

— ¡Ya basta, Gumball!, ¡Déjalo así! – Ocho colmó su limitada paciencia.

Aún si su grito no era nada comparado al de sus compañeros, fue suficiente para que Gumball se encogiera nuevamente y se callara en su lugar.

Ocho suspiró entrecortado. Ese ardor en su pecho se estaba comenzando a volver un nudo en su garganta. No sabía por cuánto tiempo podía seguir reprimiendo sus molestas emociones.

— Perdón... Se que debes estar harto por escuchar mis quejas. Yo... – Gumball se frotó con fuerza sus ojos sin importar que le doliera la cara. — Mejor me callo.

Ocho se levantó de su asiento, haciendo rechinar las patas oxidadas del pupitre y apoyando sus manos en la mesa. Miró detenidamente a Gumball, debatiendo internamente si debía dejarse llevar por sus emociones por esa vez.

Con algo de nervios, Ocho se acercó lo suficiente al peliazul para abrazarlo. Prácticamente, obligó al Watterson a que reposara su cabeza en su pecho. Después de eso, se quedó quieto. No tenía idea de que debía hacer para confortar una persona. Parecía más fácil en las películas.

Gumball se quedó quieto, su cuerpo se tensó al principio por el inesperado (e incómodo) abrazo. Pero al ver la preocupación en los ojos de Ocho, se soltó y ocultó su cara en el pecho del pelinegro para ensuciar la camisa ajena con sus lágrimas.

Ocho sintió como el cuerpo de Gumball se contraía por sus hipidos en medio de su llanto. Dejando guiarse por su nula experiencia afectiva, empezó a acariciar la cabeza peliazul en un intento de calmarlo.

Estuvo en esa posición por casi diez minutos. En ningún momento habló o dijo algo más. Solo quedó siendo la almohada viviente de Gumball mientras el chico se desahogaba.

Ocho agradeció en el fondo que Gumball jamás alzó la mirada, porque así, no tenía que ver cómo de él también comenzaban a salir lágrimas de frustración.

El día siguiente llegó y, como siempre, Ocho fue temprano a la escuela. Se había vuelto costumbre en él esperar cualquier excusa para dejar su casa. Los pasillos estaban casi vacíos y la mayoría de los profesores seguían sin llegar.

Por ello, se sorprendió al ver a Gumball fuera de la dirección, siendo acompañado por sus hermanos.

Ocho se ocultó detrás de la pared, por fortuna, el eco de los pasillos hacía que escuchara la conversación de los hermanos Watterson.

— ¿Y bien?, ¿Ya estás contento?, Por tu culpa mamá nos hizo levantarnos a todos temprano. – La hija menor se cruzó de brazos. — ¡Y solo dormí tres horas por andar estudiando para mi examen!

— En serio, ¿Qué estabas pensado?, ¿Porqué lo hiciste? – Darwin también argumentó molesto. — ¡Lo único que haces es decepcionar a la señora mamá metiéndote en problemas!, ¡Tú mismo te perjudicaste y ahora estás en un rango más bajo!

Ocho trataba de entender de qué estaban hablando. Los hermanos hablaban de rangos y decepciones como si fueran soldados, ¿Acaso la madre de Gumball tenía que ver con todo eso?

Lo que más le dolía a Ocho es que Gumball no se esforzaba por tratar de dar explicaciones. Agachaba su cabeza y apretaba sus manos recibiendo los regaños de sus hermanos.

La puerta de la dirección se abrió. Como esperaba, la madre de Gumball estaba despidiéndose del director con un apretón de manos, agradeciendo sobre el aviso del comportamiento de su hijo mayor.

La sonrisa amable de la madre Watterson desapareció al momento que el director Brown cerró la puerta. Volteó con mirada seria hacia sus hijos y, con solo alzar la cabeza, dió una señal para que Darwin y Anaís se fueran a sus salones.

Ocho agradeció en el fondo que los hermanos se habían ido al otro pasillo y no donde se estaba ocultando.

— Que no se vuelva a repetir, cabo. – La madre de Gumball se paró recta y ocultó sus brazos por detrás de su espalda. — Tienes suerte de que convencí al director para que no tuviésemos que pagar el costo de los cristales que rompiste. Pero a cambio, tendrás que quedarte en detención después de clases por las siguientes dos semanas, como castigo.

— ¿¡Dos semanas!?, ¿Pero cómo haré las tareas si debo estar encerrado en...?

— ¡Es una orden, Gumball! – La madre gritó. — Lo estoy haciendo por tu bien. No puedes huir sin recibir consecuencias.

Gumball exhaló profundo, sabiendo que no haría cambiar de opinión a su madre. Si se quejaba, solo empeoraría las cosas.

— Sí, mamá. Yo...

— Con que usted es la madre de Gumball. – Ocho decidió salir de su escondite. — Tengo entendido que está tratando de hacer a Gumball una mejor persona.

— Efectivamente. – Nicole infló su pecho orgullosa. — Gracias por notarlo.

— Si, solo tengo una pequeña duda con respecto a sus métodos. – Ocho se acercó a Gumball y lo jaló tras de él. — ¿En qué cabeza cabe la idea de que su hijo mejorará como persona si lo deja en medio de la nada?, ¿Qué hubiera hecho en el caso de que Gumball hubiera sido lastimado?, Peor aún, que no hubiera llegado con vida.

— Eso no te incumbe, muchacho. Además, sabía que Gumball lo lograría. Por algo, está aquí parado frente a nosotros.

— ¿Y ni siquiera se molestó en preguntar si tuvo problemas para volver?, ¿No le preguntó si alguien intentó atacarlo?, ¿O si lo abusaron?

— ¡Ocho, cállate! – Gumball quiso jalar a Ocho para alejarse de su madre. — ¡La vas a molestar!

— ¿Porqué me importaría?, ¡Alguien debe reclamarle lo que hizo! Cómo dijo ella, no puedes huir sin tener consecuencias.

— ¡¿Y tú quién te crees para decirme cómo educar a mi hijo?! – Nicole gritó viendo molesta a Ocho.

— ¡Al parecer soy alguien que le importa el bienestar de Gumball!, ¡No como usted y su demás familia!, ¡Usted es una horrible madre!

— ¡Ocho! – Gumball tomó de los hombros al pelinegro.

Al ver que el peliazul estaba agitado, Ocho se detuvo, todavía respirando de manera irregular por gritar tanto.

Sin dejar de mirar a la madre en shock por esas palabras, Ocho tomó de la mano a Gumball para salir corriendo del pasillo.

Al estar lejos, se encaminaron a los baños y cerraron con pestillo para que nadie los molestara.

Ambos chicos seguían tratando de calmarse. Todo había escalado con tanta rapidez que seguían sin creer lo que habían hecho.

El primero en quebrar el silencio fue Gumball, quien se sentó acurrucando su cabeza entre sus rodillas.

— No tenías que decirle, ¡Estaba bien sin decirle! – Gumball empezó a reclamar. — ¡¿Tienes idea de lo que me hará cuando vuelva a casa?!, ¡Probablemente se le ocurra buscar a los tipos que me atacaron y me hará pelear con ellos en un ring para hacerme superar el trauma!

— No creo que llegue tan lejos.

Gumball miró escéptico al pelinegro.

Ocho suspiró cansado.

— De acuerdo, puede que quizás... ¡Solo trata de no pensar eso ahora!, ¡E incluso si se le ocurre algo tan estúpido como eso, cuenta conmigo para cubrir tu espalda!

— Gracias, supongo. – Gumball siguió ocultándose bajo sus piernas. — Extraño cuando todo era más fácil.

— Te comprendo. – Ocho se rindió y se sentó a lado de Gumball, pasando su brazo por detrás de la espalda. — Ya verás que las cosas mejorarán. Y si no lo hacen, bueno, al menos me tendrás en detención contigo.

— Creí que ya habías cumplido tu sentencia ayer.

— Siempre puedo tener otra razón para meterme en problemas. – Ocho sonrió.

— Tampoco es necesario que lo hagas. Tus padres comenzarán a preocuparse si te ven siempre en detención.

La sonrisa de Ocho se borró. Apretó más a Gumball cerca suyo, buscando refugio en su calor.

— Créeme. Les da igual.

Gumball captó rápidamente las palabras de Ocho y se levantó del piso del baño.

Ocho creyó que había incomodado al chico gato. Pero no esperó que tendría a Gumball tomándolo de sus mejillas.

— Te... ¿Te parece bien que me siente en tus piernas?, Así podrías abrazarme mejor... – Gumball se oía apenado por cada palabras que salía de su boca. Sus mejillas rojas eran prueba obvia de ello. — No, olvídalo, no puedo...

Ocho jaló suavemente a Gumball y lo hizo sentarse en su regazo. El pelinegro hundió su cara en el pecho del felino, de la misma forma que lo hicieron ayer, pero esta vez, Ocho fue el primero en soltar sus lágrimas reprimidas.

Dejándose llevar, Gumball lo abrazó de vuelta, daba pequeños besos a la frente de Ocho y le murmuraba que podía continuar.

Ocho se aferró más Gumball. En definitiva, el felino era mejor confortando gente que él.

Pero si era necesario, el aprendería en la práctica para convertirse también en un fuerte apoyo emocional.


Hola.

Ya tengo contado los One-shots de este libro, pero para cerrar en los 20 capitulos, dejaré que comenten sugerencias.

Solo elegiré 2 ideas.

Eso y no se cuándo vuelva a actualizar porque seme cayó el internet en casa :)

Pero esperemos se arregle en unos días.

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