[Celo]
Advertencia: Smut
Sabía que este tópico cliché me tomaría del brazo algún día.
Gumball estaba aferrado al lavabo del baño. Tenía sus uñas clavadas en la cerámica y la cara dando frente al espejo.
En el reflejo, podía tener total visión de cómo Ocho se lo estaba cojiendo sin piedad. A comparación de su amante, se encontraba totalmente desnudo, su cabello peliazul estaba pegado a su frente por el sudor, y las lágrimas placenteras se asomaban en sus párpados al igual que la saliva en sus labios.
Gumball no lo negaba, se encontraba en un estado irremediablemente feliz cada que Ocho lo follaba hasta sobre estimularlo y dejarlo con una mente borrosa y estúpida. De esa forma, solo tenía que preocuparse en ser obediente para que su amante lo dejara correrse.
— ¿Ya estás cerca, cariño? – Ocho se inclinó hasta el oído felino sin dejar de meter y sacar con rudeza su miembro. — ¿Estás listo para que preñe tu lindo vientre?
— ¡Sí! – Gumball gritó jadeando sin importarle el eco del baño. — ¡He sido... Tan bueno!, ¡Por favor!
Ocho sonrió mientras daba un beso rápido al oído de Gumball y dejaba de reclinarse para jalarle el cabello y que pudiera ver su cuerpo completo en el espejo.
Las marcas en los hombros y pechos de Gumball estaban rojas, tardarían unos días en quitarse, pero lo que más le gustaba visualizar en ese momento a Gumball (además de la mirada oscurecida de su amante), era ver cómo el miembro de Ocho se remarcaba levemente dentro suyo por lo profundo que estaba llegando, dejando ver un pequeño bulto bajo la piel.
— Gumball. – Ocho jadeó mientras apretaba los dientes y se movía de manera brusca. — Ya no aguanto...
— Adentro, adentro, adentro... – Gumball gemía desesperado mientras la saliva finalmente caía de sus comisuras y movía sus caderas hacia atrás.
Ocho ahogó un gruñido placentero cuando finalmente pudo empujar hasta al fondo su pelvis y liberar su orgasmo dentro de las entrañas de Gumball.
Gumball sintió como sus propios latidos resonaban fuerte dentro de sus oídos mientras lascivamente el esperma lo llenaba hasta desbordarse entre sus glúteos. Aún con el miembro atascado, hacía lo posible para menear sus caderas y esparcir la semilla en todo su interior.
Justo como su celo se lo indicaba.
A la par de unos minutos, Gumball pudo recuperarse del orgasmo. Ocho, por mientras, se entretenía besando la nuca del peliazul y abrazando su cuerpo, pasando sus dedos por el abdomen bajo que todavía se sentía pesado por la carga de semen con la cual lo había llenado.
— Hah... ¿Qué tal estuvo? – Ocho murmuró pegado a la espalda de Gumball, moviéndose a propósito todavía dentro del chico gato.
— Gracias como siempre, Ocho. – Gumball se dejó llevar por los mimos un segundo antes de tratar de separarse. — Tu pago está en mis pantalones.
Ocho deshizo su sonrisa antes de quitar su miembro por completo de la goteante y mancillada entrada de Gumball.
— Te veré en el siguiente celo. – Ocho fue a uno de los cubículos del baño para limpiarse, mientras que Gumball se tomaba su tiempo para recuperar la circulación en sus piernas.
Aún si decidieron cojer en los baños públicos de la universidad, sabía que nadie estaba tan loco para entrar a las cuatro de la mañana.
Gumball todavía recordaba como si fuese ayer cuando llegó su primer celo.
Los primeros síntomas como la fiebre, el sudor excesivo y los calambres, le hicieron pensar que sólo estaba enfermo.
Pero cuando empezó a ver su propio miembro despertarse de la nada, no tuvo de otra más que correr de su dormitorio hasta uno de los cubículos del baño.
Gumball estaba asustado. Sabía de antemano por su biología que el celo lo hacía quedarse en un estado sobre estimulado, en donde cualquier olor lo ponía sensible y estúpido, y con pensamientos de meramente sexo.
Y como no tenía idea de cómo contar los días conforme sus episodios de celo ocurrían (porque tampoco pensaba ponerse paranoico y contar en un calendario los días donde posiblemente entraría en celo), lo hacía peor.
Si su familia se enteraba, se entrometerían de una manera vergonzosa.
Si sus amigos también se enteraban, la situación se pondría incómoda.
Y si su novia se enteraba, tenía una gran posibilidad de parecer un desesperado y romperían sus cuatro largos años de relación.
En pocas palabras, debía ocultarlo. Porque también podía pasar su celo sin cojer con nadie, pero eso solo hacía que sus propios instintos lo castigaran haciendo que su cuerpo se sintiera en llamas.
— Puedo aguantar, puedo aguantar... – Gumball se repetía así mismo colocando su cabeza en la puerta del cubículo y mordiendo sus labios para evitar hacer sonidos raros. Pero mientras más apretaba las piernas y se arañaba los muslos, más prominente se hacía el problema en sus pantalones.
No tardó mucho en comenzar a suspirar jadeando, necesitado de atención. Tan solo estaba ahí, sufriendo, queriendo que el dolor pase. Se arrepentía tanto de no haber cerrado la puerta de los baños para quedarse ahí todo el día, si así era necesario.
Y como si lo hubiera salado, escuchó como alguien azotaba la puerta y cerraba con brusquedad.
Gumball apenas podía prestar atención, sabía que estaba en peligro, pero sus piernas temblorosas no lo dejaban moverse del cubículo. Y que decir de sus molestos jadeos que se hacían más audibles en el baño. Prácticamente estaba respirando por la boca.
El extraño que cerró el baño no tardó en darse cuenta de que tenía compañía.
— ¡Quién sea que esté en los baños, sal de una vez si no quieres que te saque a golpes!
La voz gruesa y enojada resonó en los tímpanos de Gumball para mal, ya que fue suficiente para que jadeara de manera audible, delatando así en qué cubículo estaba.
Gumball solo pudo escuchar como la puerta de su cubículo era abierta para mostrar a Ocho, el chico temperamental de su curso.
Sin querer, cuando Gumball trató de retener la respiración por el miedo, inhaló el irresistible olor de Ocho que hizo impulsar el estado de su celo.
— Ah... Aléjate. – Gumball jadeó mientras retrocedía en el asiento del baño. — No me mires así.
— ¡¿Qué diablos, Watterson?!, No creí que fueses de ese tipo de depravados.
Gumball volvió a ahogar un gemido, el insulto hizo que se sintiese más extraño.
Cuando los golpes en la puerta llamaron la atención de ambos chicos, Ocho se encerró en el mismo cubículo que Gumball para simular que el baño estaba vacío.
Ocho dió un ademán a Gumball para que se quedara callado, amenazando con la mirada.
Gumball asintió, pero era más por el panico al sentir el cuerpo de Ocho recostarse en el suyo.
Entre los incesantes golpes de la puerta, el felino pudo reconocer las voces de Julius y su pandilla de bravucones, exigiendo que Ocho apareciera. Pero los golpes pararon de escucharse cuando se oyó la voz de un profesor gritar en los pasillos.
Pasaron segundos de tensión donde Ocho y Gumball no se movieron. Cuando el pasillo quedó en silencio, Ocho finalmente se quitó de encima. Pero Gumball lo retuvo sosteniéndolo de la camisa.
— ¿Qué quieres, Watterson? – Ocho trató de quitarse a Gumball de encima, pero el chico gato se veía en agonía cuando trataba de hablar.
— Ocho... Ocho... – Gumball jadeaba cubriendo su boca que no paraba de salivar. — Haré lo que sea... Solo ayúdame...
— ¿Porqué debería?
— Si lo haces, no te delatare con Julius, ¡Solo ayúdame! – Gumball exigió con las mejillas rojas y sus ojos dilatados en desesperación.
Ocho se sintió amenazado, sabía que fácilmente podía darle una golpiza a Gumball para silenciarlo, pero eso solo daría más razones al felino para que, no solo lo delatara con Julius, sino también con los profesores.
— Por favor, Ocho. – Gumball jadeó nuevamente, esta vez, jalando a Ocho para frotarse en su pecho.
Ocho sintió algo en su entrepierna cuando escuchó su nombre de esa forma tan desesperada.
— Mier... – Ocho acalló su propia maldición cuando vió cómo Gumball se quitaba los pantalones y la ropa interior de un tirón para mostrar su miembro endurecido y sus glúteos con pequeños hilos de lubricante cayendo seductoramente desde su entrada.
Ocho, atrapado en ese mismo trance que Gumball, comenzó a quitarse los pantalones y ropa interior para mostrar su polla que comenzaba a despertar por el espectáculo que estaba mostrándole Gumball.
El peliazul tragó en seco al ver el voluminoso tamaño que tenía Ocho aún sin estar completamente erecto.
Esa cosa. La quería dentro suyo.
— Usa tus manos. Yo no quiero ensuciarme. – Ocho demandó, frotando su miembro contra el de Gumball.
Gumball obedeció y, con una mano, trató de juntar su miembro con el de Ocho para empezar a frotarlos y masturbarlos en un ritmo pausado que poco a poco subía de intensidad.
— Buen chico. – Ocho no pudo evitar decir, haciendo que la vergüenza en Gumball hiciera que frotara con más insistencia sus miembros. — ¿Te gusta que te hablen lindo?
El peliazul asintió frenéticamente sin despegar su mirada en el miembro de Ocho que se alzaba frente suyo, dejando su propio miembro como un chiste.
Lo último que esperó Gumball en su delirio fue que Ocho comenzara a acariciar su cabello, jugando levemente con sus oídos de gato, llevándolo a que su cuerpo actuara de manera natural y ronroneara bajo los toques suaves.
— Gumball... – Ocho empujó sus caderas para que el chico fuera más rápido.
Sin hacerse de rogar, el peliazul fue más rápido, siendo el primero en correrse en un orgasmo desastroso, mientras que Ocho, le seguía con una carga pesada y larga que se pegaba entre sus dedos.
Los dos chicos gimieron cansados, Ocho ahora tenía su mano aferrada a los cabellos de Gumball, mientras que el contrario tenía la vista perdida y su lengua hacia fuera por tremendo éxtasis.
— ¿Quieres más? – Propuso Ocho. Pero Gumball terminó con su cabeza encima del pecho del pelinegro, amenazando con desmayarse por la adrenalina.
— No... No, ahora no... – Gumball se abrazó al pecho de Ocho. — Solo acaríciame cómo hace rato.
— ¿No tienes una novia que haga eso por ti? – Ocho sonó molesto.
— No puede saberlo... No quiero asustarla. – Gumball trató de reincorporarse. — Eres el único que sabe de mi problema.
— ¿Te pasa mucho esto?
— Es la primera vez que entro en celo. Y es doloroso. – Gumball negó con la cabeza. — Se que es mucho pedir pero, ¿Te molestaría ayudarme cuando vuelva a suceder?
— Mira, sólo porque haya estado bueno, no quiere decir que haga caridad, Watterson.
— Lo sé, pienso pagarte. – Gumball ofreció todavía sin separarse de Ocho. — Pensaba en ir con otras personas, pero mientras más lo analizo, es más seguro si lo hago con una sola persona.
— Así evitas topos, ¿Verdad? – Ocho se tomó un momento para pensar.
— Como extra, dejaré que hagas lo que quieras conmigo. Excepto besarme.
— ¿Quién querría besarte? Solo lo hago por la paga. – Ocho fue seco con su respuesta. — Pero acepto.
— Gracias, Ocho. – Gumball sonrió separándose del pelinegro y extendiendo su mano limpia para estrechar manos.
— Limpiate primero.
— Pues cárgame al lavamanos, ya no siento las piernas.
Volviendo a la actualidad, nuevamente Gumball se hallaba recostado con Ocho en su dormitorio. Habían acabado de cojer hacía una media hora, pero los dos estaban muy cómodos como para seguir la rutina de separarse apenas terminaran.
El chico gato estaba siendo mimado, recibiendo besos suaves bajo el cuello y hombros. Los dos estaban acostados de lado, por lo cuál Gumball no podía ver la boba sonrisa que traía Ocho por cada beso que daba.
— Si sigues así quizás pague por otra ronda. – Gumball habló en un suspiro placentero.
— Sigo preguntándome cómo haces para tener tanto dinero.
— Te sorprendería saber cuánto puede ganar uno vendiendo útiles escolares a último minuto como lapiceros y hojas. O haciendo tareas sencillas.
— Mmm... – Ocho emitió un sonido de afirmación para dar entender que prestaba atención. — No tienes descaro.
— Yo no les digo que sean irresponsables. – Gumball se volteó para encarar a Ocho y abrazarlo de vuelta. — Además, todos terminamos ganando.
Ocho suspiró antes de recibir los labios de Gumball en sus mejillas.
— Últimamente estás muy permisivo. – El pelinegro besó de vuelta la mano de Gumball. — Al principio ni siquiera podía dejarte marcas.
— Solo hay días en los que quiero dejarme llevar... – Gumball dudó ante sus palabras. — No es la gran cosa.
— Pero...
Ocho quería preguntar si eso no sería abusar de su relación de compañeros con derecho, pero se mordió la lengua. El solo estaba haciendo su trabajo.
— ¿Qué tienes, Ocho? – Gumball tomó de las mejillas al pelinegro para confrontarlo con sus ojos grises.
— Nada, solo me estoy preguntando... – Ocho negó con la cabeza. — ¿Cómo vas a sobrevivir cuando estemos en vacaciones?
— Todavía falta mucho para eso. Tú relájate. – Gumball sonrió dando un nuevo beso cerca de los labios de Ocho. — Aunque si te hace sentir mejor, pienso trabajar en vacaciones para tener dinero y contactarme contigo. A menos, claro, que dejes la ciudad o algo así... – Gumball entrecerró los ojos. — Espera, ¿Sales de vacaciones fuera de la ciudad?, ¿Por eso estás tan preocupado?
— ¡No, no! No tengo planes todavía. – Ocho se corrigió en su propia mentira. — Perdón por matar el ambiente.
— Hey, está bien preocuparse por cosas en el futuro. No te disculpes. – Gumball bostezó antes de cerrar los ojos y acurrucarse en el pecho de Ocho. — Agradezco que compartamos dormitorio ahora.
— Es sorprendente lo que puede hacer una solicitud administrativa y una amenaza de muerte. – Ocho frotó la espalda del peliazul mientras lo arropaba más con las cobijas.
— Por eso eres el mejor.
Ocho vió como Gumball le importaba poco que todavía tuvieran clases el resto del día mientras se quedaba dormido bajo sus brazos.
Se sentía tan bien y, al mismo tiempo, culpable y egoísta por ser parte de un engaño.
Penny sabía que pasaba algo raro con Gumball.
Ella no era tonta, conocía que su pareja era alguien que, si bien la quería mucho, solía tener deslices con las personas que le llamaban la atención, dejándola a veces en segundo plano.
Sabía que esa parte de Gumball jamás cambiaría incluso cuando comenzaron a salir en preparatoria.
Siempre tenía que haber alguien más en su relación.
Todavía recordaba cuando tuvo que soportar los celos de Darwin cuando apenas estaba empezando su relación con Gumball. Cómo si estuviera tratando con un ex-novio resentido. Para colmo, tuvo que lidiar siendo mediadora entre el drama de los dos chicos y casarlos (en nombre de la hermandad).
Pero esta situación era diferente.
Aún si Gumball parecía tan cariñoso y atento como siempre, se distraía con más facilidad en sus citas. Había días en donde no se veían y cuando ella preguntaba cómo le iba, siempre se ponía nervioso o cambiaba de tema.
Cómo extra, últimamente se veía incómodo cuando se tomaban la mano, y ya no se besaban con tanta frecuencia.
Para Penny era bastante obvio. Gumball ya no sentía lo mismo. Pero, como siempre, su pareja era muy cobarde como para abordar el tema o siquiera plantear la idea de que, quizás, algo más ocurría.
Ella, por su parte, seguía queriendo a Gumball, sin duda alguna. Pero se estaba cansando de ver a Gumball fingiendo tener sentimientos que ya se habían extinguido.
El sonido de su celular sonó. Penny miró en su buzón de mensajes para encontrarse un mensaje de Gumball, disculpándose por haber faltado a su última cita y que estaba ansioso por compensarla ese día.
Penny recordó amargamente que, en esa última cita, había sido plantada por tercera vez en lo que iba del mes. Y ni siquiera habían llegado a la mitad de ella.
Antes de que se le ocurriera marcar el número de Gumball, vió a su pareja correr hacia ella con los zapatos desatados y el cabello hecho un desastre.
— ¡Penny! – Gritó casi sin aliento Gumball, tomando un segundo para detenerse y descansar sosteniendo sus rodillas.
— Hola, Gumball. – Penny guardó su teléfono y saludó sin muchas ganas. — ¿Quieres sentarte?
— No, no, ¡Estoy fantástico! – El peliazul exclamó alzando un dedo, pidiendo un segundo para reincorporarse. — Estoy listo para nuestra cita.
— Sí... Quería hablar con respecto a eso. – Penny se frotó el brazo, sin saber cómo abordar el tema de manera sensible.
— ¿Qué sucede? – Gumball sonó preocupado mientras tomaba del hombro a Penny.
— Nada. Sólo... – Penny suspiró. Sabía que si lo decía de golpe, le rompería el corazón. — Me alegra que hayas llegado a tiempo.
— Si, ya sabes, la tercera es la vencida. – Gumball rió tratando de apaciguar el ambiente. — Perdón. Sé que debes estar molesta por lo de la otra cita.
— No importa. Al menos llegaste a esta. – Penny sonrió tomando la mano de Gumball que se sentía algo sudada. — Debes haber tenido tus razones para cancelar, escuché la otra vez que te enfermaste en una clase.
— ¡O-Oh sí, solo fue una pequeña fiebre! – Gumball exclamó separando su mano de la de Penny. — Todavía no me recupero, así que por eso he estado evitando los besos y otras cosas. Me sentiría culpable si te contagias por mi culpa.
— Está bien... – Penny asintió sin sentirse convencida. — Mejor vámonos.
— ¡Enseguida...! – Gumball, tratando de alcanzar a Penny, tropezó con sus zapatos desamarrados, quedando con la cara estampada en el pasto del campus.
Penny no pudo evitar reír por lo cómico que fue.
— ¿Necesitas ayuda? – La chica se acercó para darle una mano a su pareja.
— Mmm... – Gumball hizo un sonido de afirmación aún con su cara en el suelo.
Al menos habían encontrado una manera de romper el hielo.
La cita fue decente. Habían ido al cine para ver una película de comedia. La situación era amena e incluso Penny había olvidado por un segundo la idea de cortar con Gumball. Trató de convencerse de que todavía las cosas podían estar bien entre ellos dos.
Pero todo se fue a la borda cuando estaban en camino a los dormitorios y Gumball comenzó a actuar extraño.
Su cara se puso roja, sus pasos se veían incómodos y apresurados, el sudor frío caía en su frente y tanteaba de manera nerviosa la parte de su pantalón donde llevaba el celular. Gumball parecía un bebé pingüino tratando de caminar.
— Gumball, ¿Te sientes mal? – Penny posó su brazo en la espalda de su pareja y lo hizo detenerse.
— Estoy excelente... Solo necesito llamar a mi compañero de dormitorio y... – Gumball suspiraba tratando de mantener la mente clara, pero mientras más pasaban los segundos, más se distraía en su trance carnal. — No debes preocuparte.
— ¿Porqué necesitas llamarlo? Estamos cerca de tu dormitorio.
— Porque el... El... – Gumball buscó una excusa creíble.
Penny solo tuvo que bajar la mirada a las piernas cerradas de Gumball para acabar de entender la situación.
— Gumball, acaso... ¿Acaso estás en celo?
La cara del peliazul palideció.
— ¡No!, ¡Estoy bien!, ¿De cuál celo hablamos? – Gumball trató de
erguirse con normalidad, pero solo terminó gimiendo y encorvado del dolor.
— Gumball, ¿Porqué no me dices la verdad? – Penny exigía oír una explicación.
— Yo... No quería preocuparte o hacerte daño y...
— ¿Pensaste que mintiendo y evadiendo el problema lo haría mejor?, ¡Soy tu pareja, puedes hablar conmigo de este tipo de cosas!
— ¡Pero no quería incomodarte y forzarte a hacerlo conmigo! – Gumball exclamó desesperado. Al hacerlo, se tuvo que agarrar a una pared cercana. — Por favor, sólo ayúdame para hablarle a Ocho...
Con manos temblorosas, el peliazul sacó su celular y buscó el número, pero Penny le arrebató el aparato y lo miró seriamente.
— Gumball. Sabes que te quiero. Pero solo le marcaré a Ocho si rompes conmigo.
El estómago del felino se hundió. Los espasmos en su cuerpo dejaron de importarle cuando Penny lanzó esas palabras.
— Pero Penny, te necesito, tú...
— No pareces necesitarme para esta situación. – La chica habló sonriendo tristemente. — Perdón, Gumball. Pero uno de los dos tenía que decirlo.
— ¿Tiene que ser justo ahora...? – Gumball empezó a sentir sus ojos ponerse rojos por las lágrimas.
Penny asintió, también con la urgente necesidad de llorar.
— ¿Y bien?, ¿Cuál es tu respuesta?
— Yo... – Gumball trató de secar sus lágrimas frotándose la cara con el brazo. — Entiendo...
Penny no habló el resto del corto camino. Tomó por detrás del hombro a Gumball y terminó de recorrer los desolados pasillos del dormitorio.
Apenas Gumball entró a la habitación, Penny se quedó fuera y, cerrando la puerta, pudo ver entre los contactos del celular cómo el número de Ocho tenía un corazón a lado del nombre.
Cansada, solo llamó directamente.
— ¿Hola?
— Hola Ocho, quizás no hablamos mucho, pero habla la pa... – Penny se corrigió. — La ex-novia de Gumball.
— ¿Sucedió algo?
Penny estuvo alrededor de 10 minutos escoltando la puerta donde se hallaba agonizando Gumball mientras esperaba a que Ocho apareciera.
Cuando finalmente, pudo escuchar en los pasillos el rechinar de unos zapatos mientras corrían con velocidad hacia su dirección.
Ocho estaba respirando por la boca, tratando de recuperarse del maratón que hizo, a la par que era observado por Penny
"Ahora entiendo. Son tal para cuál"
— ¿Donde está...?
— En el cuarto. – Penny señaló la puerta tras de ella antes de irse. — Cuida de él, por favor.
— En serio, lo siento. – Ocho habló encarando a Penny.
— El que debe disculparse es Gumball. – Penny apretó su puños en impotencia antes de caminar de regreso a su dormitorio. — Pero, gracias.
Al ver qué la chica ya quería irse, Ocho dejó de hablar y abrió el dormitorio para luego cerrar con llave tras de él.
Al posar sus ojos en la cama, pudo ver como Gumball tenía los pantalones hasta los tobillos y su suéter había sido arrojado a algún rincón de la habitación.
Una de las manos del chico gato se encargaba de dilatarse así mismo, mientras con otra se masturbaba frenéticamente en un compás de jadeos y súplicas parecidos a maullidos desesperados.
— ¿Gumball?
Ocho solo tuvo que emitir una palabra para que Gumball detuviera sus movimientos y lo mirara fijamente.
No hubo palabras, pero apenas Ocho se acercó a la cama, Gumball se abalanzó encima y se aferró con sus uñas a los hombros del pelinegro.
— ¡Gumball! – Ocho cerró los ojos y gimió de dolor al sentir cómo las uñas eran tan filosas que le traspasaba la tela de la camisa.
Pero apenas volvió a abrir sus párpados, miró cómo Gumball era un desastre de lágrimas, derramando las pequeñas gotas saladas en su rostro.
— Ocho... – Gumball jadeó hipando, moviendo sus caderas bajo la entrepierna del chico.
— Ya estoy aquí. – El pelinegro alzó como pudo uno de sus brazos para posar su mano en la mejilla de Gumball y secar sus lágrimas. — Ahora se bueno y relájate.
Gumball asintió mientras dejaba caer su cabeza en la mano de Ocho para frotarse en ella.
Cuando el agarre de Gumball se hizo menos fuerte, Ocho aprovechó para separarse y alcanzar sus propios pantalones para desabrocharlos.
Cuando su miembro salió, Gumball solo pudo lamerse los labios ansioso.
— Abre la boca. – Ocho demandó.
El felino obedeció y, acostando nuevamente a Ocho, se llevó sin dudarlo el falo todavía flácido a su boca, abarcando solo la mitad, chupando de manera obscena y sonora.
— Cuidado con los dientes. – El pelinegro jadeó por los pequeños colmillos de Gumball. — No te emociones.
El felino prestaba atención a medias. Estaba más concentrado pensando en cuanto se tardaría para tener completamente erecto a su amante. Estaba desesperado. Y el calor de sus emociones dolorosas solo lo incitaban a tener en su cabeza la necesidad de ser follado hasta que olvidara su propio nombre.
— Gumball... – El pelinegro tomó del cabello al chico gato y comenzó a llevar su cabeza más profundo a su miembro recién despierto.
Los jadeos se ahogaban en la garganta de Gumball y terminaban en vibraciones placenteras en medio de la mamada.
Gumball llevó sus manos a las caderas de Ocho para pegarse más a su entrepierna, sintiendo luego de largos minutos, el sabor salado del presemen entre sus labios. Estaba tan cerca.
Pero Ocho lo detuvo. El pelinegro jaló los cabellos de Gumball hacia atrás para que pudiera separarse de su miembro. La cara de indignación y ansias no tardó en aparecer en su rostro rojo.
— Siéntate. – Ocho ordenó, sonriendo levemente por el rápido cambio de humor que tuvo Gumball al escucharlo.
El felino se acomodo encima del miembro erecto y lo acomodó con sus manos para poder entrar de manera lisa y rápida.
Un maullido mezclado con un grito salió de los labios de Gumball al sentirse finalmente lleno.
Ocho tampoco fue la excepción. Sus suspiros comenzaron a aumentar cuando Gumball pasó de quedarse quieto a montarlo sin desenfreno.
La sensación apretada, húmeda y suave alrededor de su miembro lo hicieron seguir el ritmo y, cambiando de posiciones, volteó a Gumball para que quedara con el pecho en el colchón. Aprisionando el cuerpo contrario, Ocho empujó sus caderas nuevamente a la cavidad del peliazul, quien no paraba de amortiguar sus gemidos entre las sábanas.
Ocho sentía una terrible excitación por los meros sonidos lascivos que hacían en el cuarto. El trasero de Gumball chocaba con la base de su polla. El presemen y el lubricante que se derramaban hacían sonidos vergonzosos de chapoteo. Los maullidos nada discretos de Gumball rogando por más. La cama rechinando.
— ¡Ocho...!, ¡Ocho...! – Gumball logró formular entre sus jadeos. — ¡Sigue tocando ahí!
Ocho no sabía que punto dulce había tocado. Pero se limitó a separar su miembro hasta la punta para volver a golpear con fuerza lo que parecía la próstata.
Gumball tembló por el placer mientras tenía un orgasmo aún sin terminar de tocarse.
Ocho tomó por los glúteos a Gumball y los separó como pudo para seguir penetrando con fuerza. Luego de minutos jugando con las sensibles paredes carnosas, Ocho sintió un ardor en su abdomen bajo, indicando que pronto se correría.
Le echó un vistazo al rostro de Gumball jalando el cabello peliazul. La única respuesta que recibió fue un jadeo alegre y unos ojos llenos de una lujuria primitiva. Estaban tan dilatados que parecían en una especie de trance hipnotico.
— Adentro... – Como si leyese la mente, Gumball exigió. — Hazlo adentro.
Ocho aprovechó que todavía tenía sostenido del cuero cabelludo a Gumball para seguir con sus embistes, esta vez, jalando el cabello al compás de sus urgidos golpes.
— Estoy a nada... – Ocho jadeó, dando unos últimos empujones rápidos para dejarse llevar y descargar todas las tensiones que cargaba en una fuerte eyaculación. Tomó de las piernas a Gumball como si fuese una especie de perro en celo para que no escapara y recibiera todo su semen.
Gumball sintió su voz quebrarse cuando dió un gemido agudo y necesitado. El peliazul podía sentir el calor familiar de Ocho adentro suyo, fluyendo y creciendo en su estómago, como si lo estuviesen marcando.
— Ocho... – Gumball murmuró con la garganta rasposa. — Te daré lo que quieras si terminas de preñarme. Por favor...
— Solo por hoy. – Ocho comentó con un tono triste.
Un tono que Gumball decidió ignorar.
Para las siguientes rondas, Ocho no se contuvo y aprovecho para romper todas las reglas que había hecho con Gumball en su trato inicial.
Con cada vez que Ocho terminaba dentro de él, recibía un beso directo de sus labios.
Con cada vez que Gumball se aferraba con sus piernas a su cintura, Ocho mordía y chupaba su cuello hasta dejarlo con marcas rojas y moradas.
Y con cada vez que Gumball rogaba usando su nombre, Ocho contestaba con un "Te amo".
El amanecer llegó a la ventana del dormitorio. Ocho había sido el primero en despertar. Vió que Gumball todavía seguía dormido, por lo que aprovechó para sentarse en la cama.
Cuando iba a levantarse, una mano lo tomó de la camisa.
— ¿Vas a salir? – La voz de Gumball sonó rasposa y apagada.
— Iré a la dirección.
— ¿Pasó algo?
Ocho inhaló y exhaló lentamente, preparando sus palabras.
— Pediré que me cambien de dormitorio.
El agarre en la camisa de Ocho se hizo más fuerte.
— Si es por el pago, te prometo que haré lo posible para dártelo hoy.
— No te preocupes por eso. – Ocho cortó sus palabras. — Cómo fue la última vez, te lo dejaré gratis.
Gumball se sentó en la cama rápidamente, sintiendo un calambre en su cuerpo todavía dolorido.
— ¿Porqué?
— Gumball, me siento culpable. Y no parece que te importe.
— ¿Que no me importa? – El peliazul empezó a alzar su voz. — ¡Ayer rompí con mi novia!, ¡Obviamente todavía me duele!
— Entonces te daré tiempo para que asimiles tus sentimientos. – Ocho separó el agarre de Gumball.
— Espera. – Gumball trató de levantarse pero acabo tropezando cerca del borde de la cama. Ocho no pudo evitar voltear para asegurarse que no se había lastimado.
— Gumball...
— Por favor, no me dejes tu también. – El felino se apresuró a decir. — Incluso si ya no quieres tener sexo conmigo, lo entenderé, voy a soportarlo, pero por favor, en verdad quiero seguir contigo.
— No creo que seas capaz de cumplir eso. – Ocho negó con la cabeza. — Además, no se trata solo del sexo.
— ¡Entonces dime!, Ya perdí a mi novia por no hablar bien las cosas, pero esta vez quiero intentarlo.
El pelinegro se alejó hasta acercarse a la puerta, pero sin tocarla, solo tocando levemente la perilla.
— Quiero que seas honesto. – Ocho suavizó sus palabras. — Si te pido que sigamos teniendo sexo como pareja, ¿Te sentirías obligado?, ¿Haría las cosas incómodas para ti?
Gumball sintió su cuerpo estremecerse. Volvió a tratar de levantarse, esta vez cubriendo su cuerpo con las sábanas, y caminó hasta quedar cerca de Ocho.
— No lo haría. – Gumball fue directo. — Porque desde hace un tiempo he sentido cosas por ti. Pero la constante idea de que solo nos reuníamos por sexo... Me hacía tener miedo a decirte.
— ¿Tu también? – Ocho pensó en voz alta.
Gumball abrazó la espalda de Ocho dejando que las sábanas se cayeran de su cuerpo.
— Por favor, quiero intentarlo. Esta vez siendo solo los dos.
Ocho se tentó en abrir la puerta. Pero la mano le temblaba con la idea de dejar a Gumball solo y con el corazón destrozado. El también era un idiota.
— Lo haré si me lo dices a la cara. – Ocho separó los brazos de Gumball y se volteó para sostener suavemente su mentón.
Las mejillas de Gumball enrojecieron. Tuvo que agarrar valor aferrándose a la camisa de Ocho.
— Ocho... Tú... – Gumball apretó sus labios ante la vergüenza de titubear. — ¿Quieres salir conmigo?
"Soy muy débil"
Ocho contestó dándole un beso necesitado al peliazul. Fue algo largo, pero suficiente para que Gumball le temblaran las piernas y regresara el beso con la misma intensidad.
Solo se separaron unos centímetros para mirarse mutuamente, los dos podían sentir el bochorno de la situación.
Pero era suficiente para saber que querían intentarlo de nuevo.
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