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Todas las chicas internadas en esa clínica consideraban que ya estaban más que acostumbradas a la presencia de las enfermeras, psicólogas y asistentes sociales que iban y venían constantemente por los pasillos. Veían el ser constantemente vigiladas en los patios, los pasillos y la cafetería como algo común, al menos para las que ya llevaban un tiempo ahí.
Las nuevas sin duda se resistían a ese tipo de cuidados, alegando falta de privacidad e invasión a su espacio. Pero cuando el tiempo pasaba comenzaban a comprender el porqué de la vigilancia.
La clínica en la Aida estaba internada era considerada una de las más prestigiosas y efectivas, con un índice de recuperación del 95% e instalaciones que les permitían a sus pacientes sentirse un poco más libres dentro de su encierro. Así que, para mantener su reputación, no podían darse el lujo de que las chicas sufrieran una recaída.
Las cuidaban en los baños, esperando en los pasillos o entrando esporádicamente para asegurarse de que ninguna estuviera vomitando o tirando comida. En el patio llevaban perros entrenados una vez a la semana de forma aleatoria, para ver que no hubiera medicamentos, laxantes ni comida escondida. Las habitaciones también eran revisadas con frecuencia, cuando la mayoría de las chicas estaban en los talleres matutino, buscando laxantes, somníferos, navajas con las que autolesionarse, comida escondida, etc. En el comedor era constantemente custodiadas y se les impedía volver a sus habitaciones después de comer por un lapso de media hora, para asegurarse de que no pudieran vomitar.
Todas esas normas habían logrado mantener el alto índice de recuperación de la clínica, pero, aun así, eso no afirmaba que tuvieran todos los huecos cubiertos. Siempre habría una cama sin revisar, una chica que logró irse antes de la cafetería o una que se topó con la dicha de encontrar un baño solo y sin vigilancia alguna.
Tal era el caso de Meera, que ahora metía sus dedos de forma violenta por su garganta mientras se apretaba con fuerza el estómago, con la cara casi metida en el escusado.
Aida en esos momentos no sabía muy bien cómo reaccionar, pero era claro para ella que quería intervenir. Aun así, el hecho de haber llegado a ese lugar en ese momento solo por haber estado siguiendo a Meera por los pasillos la acobardaba mucho.
Observó a la castaña desde su rincón, viendo como esta batallaba al meter sus dedos por su garganta, haciendo gestos cada que un intento de arcada sacudía su cuerpo, era claro para Aida que la chica no estaba acostumbrada a sacarse la comida. El extraño pensamiento se había formado en la mente de la rubia, que estaba tan absorta en la contraria que no pudo controlar su boca en el momento en que habló.
— No sabes vomitar.
La castaña apartó el rostro del escusado con rapidez, quedando de rodillas al lado de este y viendo con cierto miedo a la rubia, que estaba igual de sorprendida por lo que había dicho.
— ¿Qué dices? –susurró Meera, con la respiración acelerada.
Aida se quedó en silencio por un momento, evaluando la situación y mordiendo su labio como reflejo de sus nervios al no saber cómo reaccionar. No estaban entre sus intenciones que su primer acercamiento con Meera fuera de esa manera, pero bueno, ya estaba hecho, y si iba a intervenir al menos hacerlo bien.
— No sabes vomitar. –repitió con firmeza, fingiendo una seguridad que realmente no tenía — Y no deberías.
La castaña frunció el ceño y la miró con cierto odio, poniéndose de pie finalmente al lado del excusado.
— ¿Vas a darme una charla de mierda sobre lo enferma que estoy y lo malo que es que quiera deshacerme de la puta comida que me obligan a tragar aquí? –bien, a Aida sin duda le sorprendió la manea en la que Meera le hablaba, totalmente llena de odio y desprecio, muy diferente a la chica alegre que veía pasear por el jardín — ¿No crees que ya tengo suficiente con las enfermeras y las psicólogas repitiéndome la misma mierda casi a diario?
— Me refería a que en verdad no deberías. –aun así, Aida intento conservar la calma.
— ¿Por qué? –le cuestionó con ira.
— Te dieron comida picante en el almuerzo, muy picante. –explico la rubia — Si vomitas eso te lastimarás la garganta, y hasta podrías sangrar.
— ¿¡Y tú qué sabes!?
— Más de lo que crees, vivo con dos bulímicas en mi misma habitación. –Aida intentaba mostrarse neutra en la situación, a pesar de que Meera pareciera querer en verdad golpearla en ese momento. — Además, tus dedos son muy cortos. No llegarás a tu campanilla, solo te lastimaras la garganta.
— A ti no te importa si me lastimo la garganta, si me la desgarro o si me la hago sangrar. Esto no es asunto tuyo.
— No, no es mi asunto. –respondió ante la colérica castaña – Pero si lo es de la clínica, y créeme, se darán cuenta si te lastimas la garganta y averiguarán el motivo. Cuando eso pase te asignaran más vigilancia, te duplicaran las raciones de comidas, las idas con la psicóloga, reducirán tus horas de patio y de taller, tendrás chequeos médicos a diario y revisiones extraordinarias en tu dormitorio. ¿En verdad quieres eso?
El rostro de la chica de ojos grises pareció tornarse reflexivo conforme las palabras de la rubia iban llegando a ella, golpeándola con su dura realidad del momento y haciéndola consciente de lo mucho que estaba arriesgando. Pero entonces, la ansiedad llegó de nuevo, y su furia inicial regresó para arremeter contra la ojinegra frente a ella.
— ¿Y qué se supone que haga? –cuestionó con voz temblorosa — ¿¡Qué mierda se supone que haga si no puedo dejar de pensar en que me comí absolutamente todo lo que había en ese jodido plato, en que mi estómago está lleno y la maldita grasa de esa mierda de comida me va a convertir en una jodida puerca de nuevo!?
Aida en verdad comprendía el dolor de la chica,lo comprendía porque ella pasó por lo mismo y sabía lo mal que se sentíadespués de cada bocado que daba. El verla llorar y temblar pegada al excusadoen verdad la destrozaba, el pensar en lo solitaria que era, aunque siempreestuviera sonriendo. Así que decidió ayudarla.
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