6
— ¡Aida, ya dame mi maldito cepillo!
La mañana había comenzado agitada en la habitación compartida, las dos menores peleaban entre gritos y almohadazos por un cepillo para el cabello, mientras que la morocha se limitaba a verlas discutir entre fugaces risas.
— Nuestro cepillo. –la rubia agitó el objeto en cuestión frente al enfadado rostro de Mirian, que rechinaba los dientes, ya molesta por las burlas de su compañera.
Mirian, que estaba parada sobre la una de las camas de la habitación, saltó enfadada sobre su compañera, haciendo que las dos rodaran por el piso mientras Dana se reía a carcajadas de ellas.
Aida no estaba dispuesta a ceder. Al menos esa fue su idea, hasta que su tramposa compañera la asaltó con un ataqué de cosquillas justo en la zona del abdomen.
— ¡No, cosquillas no! –protestó la rubia entre carcajadas — Está bien, toma tu cepillo.
Las cosquillas se detuvieron y Mirian se puso de pie, ayudando a Aida a hacer lo mismo. La recién nombrada le entregó el objeto aún entre débiles risas cómplices por parte de ambas.
— Chicas, ¿Qué hacen todavía aquí? –una de las asistentes sociales que trabajaba en la clínica entró en la habitación, buscando a las muchachas que ahí dormían — Sus padres ya están aquí para la visita dominical, las están esperando.
A las tres se les iluminaron los ojos y se despidieron de la asistente al abandonar la habitación. Las tres llegaron a la zona de visitas, un amplio espacio con gran cantidad de mesas cuadradas de color blanco y sillas del mismo color, con variedad de cuadros y folletos informativos decorando las paredes y varios helechos en las esquinas del cuarto. Sin ventanas, solo con luces led.
Varias enfermeras y guardias de seguridad vigilaban el área de visitas, solo por si acaso, guiando a las pacientes y a los padres que se buscaban mutuamente.
Aida no tardó en reconocer entre la variedad de sillas, mesas y gentes el rostro cálido y sonriente de su madre, a la cual no dudó en abrazar en cuanto la tuvo a su lado.
— Mi niña, que gusto verte. –dijo la mujer en medio del abrazo, dejando un beso en la sien de su hija.
— Te extrañé mucho, mamá. –la menor dejó un beso igual de cálido sobre la cabeza de su madre, acariciando sus negros cabellos con suavidad.
Ambas féminas tomaron asiento en la mesa, una frente a la otra, tomándose de las manos mientras comenzaba un recuento de lo que ambas habían vivido durante esa semana. Madre e hija hablaban animosamente, más por el hecho de estar juntas que por lo que se estaban contando, todas sus palabras se podían resumir en recuentos triviales de sus rutinas en el trabajo y en la clínica, respectivamente.
— ¿Y te dieron el ascenso entonces? –preguntó la rubia, sonriéndole a su madre.
— Sí, lo hicieron. –contestó la alegre mujer — Son más horas, pero el suelo es mejor, los bonos aumentan y es una gran referencia para mi currículum, ¿qué te parece?
— Me parece perfecto, mamá. –la rubio tomó las manos de su madre entre las suyas, acariciándolas — Solo no trabajes demasiado, recuerda que tú también debes descansar.
— Tú no te preocupes por ello, mi niña. Tú concéntrate en curarte. –dijo mientras acomodaba un mechón de pelo detrás de la oreja de su hija.
Las dos se dieron un abrazó largo y cargado de cariño cuando la hora de despedirse llegó y fueron obligadas a separarse, con la promesa de volver a verse en una semana.
Aida caminó hacia su habitación con la sonrisa marcada en su rostro y unos notables hoyuelos sobresaliendo en sus mejillas, con los ánimos renovados como cada vez que su madre iba a visitarla.
Dio un corto paseo por el jardín admirando el verde pasto, húmedo por el roció, y los arbustos perfectamente podados siendo decorados por lindas flores de varias tonalidades. El paisaje la hizo sonreír aún más, sin duda, pero su alegre gesto se borró cuando vio tirada a medio jardín, sobre una manta amarilla y sin zapatos, el pequeño cuerpo de Meera, que dormía con una paz casi contagiosa.
— ¡Aida! –la rubia casi se cae sobre el césped cuando sintió a Mirian colgarse de su cuello como un koala y abrazarla con fuerza — ¿Qué haces? –preguntó la animada chica.
— Quítate de encima, me asfixias. –Aida forcejeó, haciendo reír a la azabache y también consiguiendo que la soltara.
— ¿Qué estás mirando? –Mirian no obtuvo respuesta, solo giró su rostro hacia donde la mirada de su amiga se mantenía fija, notando al instante a la castaña dormida en el pasto y entendiendo todo al momento — No recibió ninguna visita hoy. –dijo mientras analizaba las expresiones de la rubia.
Aida giró a ver a la más bajita con cierta extrañeza, a lo que Mirian solo atinó a encogerse de hombros.
— Tal vez sus padres sienten vergüenza de que esté internada, a algunas les pasa. –mencionó con una cotidianidad cruda.
La rubia repasó esas palabras en su mente, sintiendo pena y a la vez tristeza por esa chica. Todas ahí tenían que lidiar con distintas cosas, cada una tenía sus propias sombras y sus propias pesadillas, y si bien, cada una se encargaba de luchar contra las suyas, no cabía duda de que hacerlo en solitario era tomar el camino más inhóspito, duro y largo para llegar a la luz.
Aida se preguntaba si aquella linda chica de brillante sonrisa no estaría cargando con una sombra mucho mayor sobre sus escuálidos hombros.
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