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NOTA: Antes de inicia solo quería decir que, por motivos de la trama, la extensión de los capítulos comenzará a ser más larga a partir de ahora. De antemano, gracias por leer :]


Un silencio abrumador y una oscuridad casi total fueron los que recibieron a Meera al regresar a casa, ya pasada la medianoche. Deliberadamente buscó llegar más o menos a esa hora, cuando ya todo mundo en la casa estaba dormido o demasiado enfrascado en sus propios asuntos como para prestarle atención.

Gastó el mayor tiempo posible que pudo con Aida, acompañándola en la parada de autobuses hasta que el suyo llegara, y luego se dedicó a deambular por unos parques cercanos a la zona, caminando a paso de tortuga hasta su vivienda a pesar de la hora y de la distancia, pero no era algo que le importara mucho. Simplemente, quería aplazar su llegada tanto como fuera posible.

Entró por la puerta de la cocina, como era su costumbre cada que se escapaba. Caminó en silencio, casi de puntillas, tanteando la pared y frotando sus ojos para adaptarse a la oscuridad y no tropezar. Llegó a la sala sin mayor problema, con la intención de subir las largas escales hasta su habitación, pensando en lo que haría una vez ahí. Tal vez escuchar algo de música, o adelantar tarea, aunque también podría solo leer por placer, incluso mensajearse con Aida y hablar largo y tendido como de costumbre, o...

— ¿Dónde estabas?

Meera palideció al escuchar aquella voz retumbar entre el silencio de la sala, su cuerpo quedando paralizado en su sitio, como si sus pies se pegaran al piso. Apretó sus manos y dejó salir un suspiró casi doloroso, luchando por mantener la calma, que le fue turbada de un momento a otro.

La luz de una de las lámparas de la sala fue encendida de rebato, debelando la figura masculina que aguardaba por Meera, estoicamente acomodado en uno de los blancos y mullidos sofás.

— Darel. – espetó Meera, sin expresión aparente.

El nombrado se puso de pie y acomodó el saco de su traje en el proceso, dando lentos pasos hacia la joven, quien no se atrevía a despegar los ojos del piso ante la repentina y abrumado presencia de Darle, su hermano.

— Te pregunté algo, Meera. –dijo el alto hombre de manera lenta, sin apartar su grisácea mirada de la menor.

— Salí con un amigo. –respondió ella.

— ¿Un amigo? –repitió el mayor, claramente incrédulo.

Meera mantuvo la cabeza agachada, sin atreverse si quiera a ver más allá de sus pies. El repentino silencio que se había vuelto a formar entre ella y su hermano rápidamente la puso en alerta, por lo que alcanzó a sujetar uno de los brazos de Darle antes de que este impactara su puño contra su rostro, pero no pudo evitar el repentino tirón de pelo que llegó después.

Meera se quejó de dolor al sentir la mano de su hermano sujetarle el cabello de por encima de la oreja, enredando sus dedos hasta la raíz y tirando de este con fuerza, haciendo que la cabeza de Meera se ladeara por la brusquedad.

— ¿¡Tú piensas que soy un estúpido!? –gritó y jaló con aun más fuerza, provocando que las rodillas de Meera se doblaran. –Sabes que no puedes salir sola de la casa, sabes que cuando nuestro padre no está soy yo el que está a cargo, sabes que cualquier tontería que hagas mientras yo sea el responsable será trabajo mío. Lo sabes, ¡y aun así lo sigues haciendo!

La chica intentó apartar el brazo del mayor de ella, pero esto solo pareció enfurecerle más, pues este no dudó en zarandear el pequeño cuerpo de Meera con una brutalidad que la dejó mareada y que logró desprenderle varios cabellos directo de la cabeza.

El hombre apretó los dientes con rabia cuando vio a Meera forcejear e intentar liberarse. Estaba molesto, más que eso en realidad. A sus ojos Meera seguía causando más y más problemas cada día, y no iba a dejar que los errores de su hermana lo hundieran o pusieran en riesgo su ascenso.

La idea de moler a golpes a Meera le cruzó por la cabeza, sabía que la menor le daría algo de pelea, pues esta se había vuelto más impetuosa desde que había vuelto a casa. Ese pensamiento solo lo puso más colérico.

Jaloneó de nuevo las castañas hebras, queriendo hacer caer a Meera al piso para patearla, pero la menor se estaba resistiendo de manera casi salvaje, lanzando manotazos que eran respondidos con bofetadas, y patadas que no lograban acertar en ningún sitio que no fuera el aire.

— ¡Maldita! –gritó Darel al sentir los rasguños que Meera le dejaba en la mano. – ¡Voy a romperte la cara a patadas!

— ¡Darel! –se escuchó una tercera voz a espaldas de los hermanos, pero ni eso hizo que el nombrado soltara a Meera, que ya tenía lágrimas mojándole las mejillas.

Los incesantes forcejeos continuaban, a pesar de las constantes interrupciones de Navani, que le pedía a su hermano que se detuviera de una vez.

— Ya déjala de una vez, vas a dejarle marcas. –reprochó la chica, sin acercarse al mayor, tan solo hablándole a unos metros de distancia.

— ¿Y qué? Estoy seguro de que inventará una buena excusa sobre sus marcas. Es una mentirosa después de todo.

Darel detuvo sus golpes, pero no por ellos soltó a Meera, aun la tenía fuertemente agarrada del cabello, tirando de este hacia arriba mientras ella intentaba apartar su mano, con los labios fruncidos por el dolor.

— No mentí. –dijo la menor, con la voz apenas en un hilo. –Te dije que salí con... -Darel jaló de nuevo el cabello de Meera, sacándole un quejido que le impidió seguir hablando.

— Cállate de una buena vez. –gruñó Darle.

— Darel, ella no te está mintiendo.

El mayor volteó a ver a Navani, dudoso y confundido por su respuesta, la menor se mantenía imperturbable, sin expresión alguna que delatara su mentira. Ni siquiera observó a Meera en ese momento, que la miraba como si de su única esperanza se tratara.

— Le arreglé una cita con un conocido mío. Hijo de un empresario, es doctor. –Navani sacó el celular del bolsillo de su pantalón y se lo extendió a Darel, mostrándole diversos mensajes de texto. –Intuyo que les fue bien. Me está pidiendo verla de nuevo. Soy algo así como una celestina, supongo. –bromeó la chica de ojos azules.

Darle observó a su hermana con algo de duda, frunciendo los labios y el entrecejo, pero fue incapaz de verla dudar o si quiera atemorizarse. Eso lo enojaba de alguna manera, pero la presencia de Navani y Meera en la misma habitación lo irritaba, así que se limitó a soltar bruscamente la cabellera de Meera, haciéndola caer de rodillas al piso en un golpe seco.

Darel abandonó la habitación, siendo seguido por la mirada gris y azul de ambas castañas, que se mantuvieron en silencio hasta que escucharon el fuerte portazo de la oficina de su padre, la cual era ocupada por su hermano durante la ausencia del patriarca.

— Párate y sígueme.

Meera observó a su hermana mayor desde su lugar en el suelo. No tardó en hacerle caso, apoyándose en el piso para conseguir ponerse de pie.

Siguió a Navani por las escaleras y el pasillo hasta llegar a la habitación de la mayor, a la cual ingresó después de ella. La castaña se encargó de asegurar la puerta mientras era observada por Meera, quien se seguía tragando las lágrimas por lo recién ocurrido.

— Gracias, Navani. –susurró la menor, sin obtener respuesta.

Escuchó un suspiró provenir de su hermana, pero ni una palabra más. Creyó que la mayor iba a darle una especie de sermón o algo parecido, pero en su lugar recibió una fuerte bofetada, un golpe brusco y sonoro que la lanzó al piso.

— ¿¡Y eso por qué fue!? –cuestionó la menor, entre ofendida y llorosa.

— Por idiota. –se limitó a contestar la mayor.

Navani caminó hasta un librero que tenía en la recámara y sacó una cajetilla y un encendedor. Prendió el cigarrillo y dio una fuerte calada mientras se acomodaba en el borde de su cama, siendo observada por su hermana, quien se masajeaba su adolorida mejilla, aun acomodada en el suelo, sobre la alfombra de la recámara.

— Debes tener cuidado si vas a escaparte. No voy a estar siempre para salvarte el pellejo, ni para evitar que Darel te dé una paliza.

— Lo sé, Navani, no tienes que recordármelo.

— Pues parece que sí, porque sigues cagándola. –soltó el humo del cigarro impregnando el aire con el aroma, dándole a su habitación una parte de aquel olor tan característico que siempre distinguía a la quinta hija de los Callén, tabaco y notas herbales entre limón y césped recortado. – Sabes bien que Darel está loco, casi tanto como el viejo. Es un hijo de puta que rompería tus bracitos de palillo si tuviera la oportunidad.

— No es como que planeara dejársela tan fácil. –murmuró la menor, observando detenidamente sus uñas. Pudo notar la sangre que había quedado debajo de estas gracias a los rasguños que le había dejado al mayor.

La mayor se burló mientras dejaba caer descuidadamente la ceniza sobre la alfombra, importándole poco el ensuciarla.

— Te has vuelto más perrita desde que volviste. –la sorna en su voz era notoria, pero ni siquiera obtuvo reacción de Meera. Esta ya estaba acostumbrada a los comentarios de Navani. — Te aconsejo que lo dejes, ese papel no te queda para nada. Vas a terminar con el ojo morado y el labio reventado otra vez.

— Se acerca la temporada de elecciones. A él le gusta que estemos todos juntos en las fiestas y ruedas de presa. –explicó pausadamente la menor. –No le conviene que esté con la cara desfigurada.

— Justamente porque van a ser las elecciones es que van a tener el ojo sobre ti, más que sobre Kiran, Lue o incluso que yo. Y bueno, Darel y Kalina son los cachorros de papá. –Navani observó el resoplido expulsado por Meera y sonrió de lado ante la repentina audacia de su hermanita. Le resultaba divertido, aunque sabía que no tardaría mucho en volver a desmoronarse. –Y creo que tú y yo sabemos mejor que nadie lo hábil que es el viejo para herir sin dejar marca.

Meera se quedó callada, no era como que su hermana necesitara una respuesta para ello, solo se lo estaba recalcando. La castaña abrazó sus piernas y colocó su mejilla contra una de sus rodillas, importándole poco la sensación de su huesuda articulación contra su dolorida cara. El ambiente quedó mudo, solo escuchándose los sonidos que Navani hacía al expulsar el humo del cigarrillo; estaba fumando más lento de lo normal, eso Meera lo notaba.

Para ese punto de la "conversación" Navani ya debería estar por su tercer cigarro, pero apenas llevaba la mitad del primero. Meera interpretaba esa lentitud como una perturbación en la de por si inestable calma de su hermana mayor. Algo la estaba molestando, solo necesitaba que sus nervios se controlaran antes de soltarlo.

— Me escabullí en la oficina del viejo esta mañana antes de que se fuera. –por fin Navani se animó a hablar. Conservaba apenas una línea ondeada hacia arriba en el lugar donde muchos años atrás hubo una radiante sonrisa, pero su voz, su voz sonaba como si fuera a darle a Meera el pésame. –Le va a dejar todo a Darel, Kiran y Lue. Herencia, acciones, bonos, vehículos, propiedades... -la ojiazul arrojó desdeñosamente lo poco que le quedaba del cigarrillo al suelo y lo piso con la punta de su zapato. – No hay nada para nosotras.

— ¿Eso te sorprende?

— No. –se cruzó de brazos, con la mirada en la colilla recién pisada. –Kalina ya está casada, ya no la considera de su problema, pero al menos tiene el dinero de su esposo. Yo debo apresurarme a comprometerme con el hijo de los Navarro, y tú deberías al menos buscar un novio, o te quedaras en la calle.

— Ni si quiera he terminado la universidad. –reprochó la menor, alzando la voz por primera vez durante toda la conversación.

— Como si eso le importara al viejo. Escúchame –Navani le llamó la atención, notoriamente irritada. –No es como que Kalina se haya querido casar, no es como que yo me quiera comprometer. Pero es eso o la calle, porque Darel se quedará con la mayor parte de todo cuando el infeliz de nuestro padre muera, y tenlo por seguro que el miserable les prohibirá a Kiran y Lue darnos un solo centavo.

— Navani, he hecho todo lo que él y Darel me han dicho que haga durante dieciocho años. –Meera se levantó del piso y se acercó a su hermana, hablaba con un enojo mal disimulado, y una tristeza palpable que malamente intentaba esconder. – Estoy estudiando lo que él quiere y ni siquiera me va a dejar ejercer, ni siquiera se va a interesar, ¿entonces por...?

— Porque no le interesas. –vociferó la mayor, como si fuera la mayor obviedad del mundo. –No le interesa lo que hagas o dejes de hacer, si no es algo que le afecte en su reputación o carrera ni siquiera va a voltear a verte. Ya deja de pensar que le importas.

El rostro de Meera se volvió calmo y vergonzoso, con los labios y los ojos abatidos. Toda la energía que había juntado para ponerse de pie y responderle a su hermana parecía haberla abandonado abruptamente, dejándola con un aura dolorida y gris.

— Al menos pudo haberme dejado elegir...

— Ay por favor. –interrumpió precipitadamente, soltando una que otra risa. –Ni siquiera sabías que querías estudiar, no tienes ningún pasatiempo que sea útil, ¿qué querías?, ¿estudiar cómo quedarte viendo las plantas crecer?

Meera solo enmudeció, ya sin ánimos de responder.

La mayor observó la decaída expresión de Meera por el rabillo del ojo, haciendo una mueca de desagrado ante ella. No sabía que le molestaba más, si ver a Meera haciéndose la fuerte, o verla igual de patética que siempre.

De pronto, la mayor de las hermanas se puso de pie y sacudió la ceniza que había caído accidentalmente sobre sus pantalones.

— Bueno, yo ya no tengo nada que hacer aquí.

Se encaminó a su armario y sacó el primer abrigo que encontró, colocándoselo descuidadamente y metiendo su cartera y celular en los bolsillos.

— Yo tampoco. –murmuró Meera, con sus ojos grises algo vidriosos.

La menor suspiró audiblemente mientras se dirigía hacia la puerta de la habitación de Navani, queriendo salir de ahí cuanto antes.

— ¿A dónde piensas que vas? –la voz de su hermana la detuvo, haciéndole girar sobre sus talones para verla. –Voy a salir, vas a quedarte aquí y cubrirme mientras no estoy. –ordenó la menor, mientras encendía un nuevo cigarrillo. –Darel escucha prácticamente todo lo que pasa en esta casa, no quiero que oiga la puerta abrirse. Vas a decirle que estuviste conmigo en mi cuarto toda la noche.

— Sabes cómo es Darel conmigo, ¿qué te hace pensar que me creerá? –Meera reclamó, harta y con ganas de no hacer otra cosa que encerrarse en su propia habitación.

— Algo se te ocurrirá. –Navani se acercó a ella y le aventó el humo del cigarro a la cara. –eres buena con las excusas.

Meera frunció su ceño y apretó los puños. Estaba dispuesta a reclamarle a su hermana y a desobedecer su petición, ella solo quería un poco de paz luego de esa caótica noche, volver a su cuarto y dormir, no estar al pendiente de su hermana durante toda la madrugada.

Sin embargo, su valentía se vio mermada cuando Navani la tomó del brazo y le acercó peligrosamente el cigarrillo encendido a uno de los ojos.

— Creo que no necesito recordarte lo mucho que dolía uno de estos sobre la piel. –le dijo la mayor, con una maliciosa sonrisa que se acrecentaba al ver el pánico en los grises ojos de la contraria. —Ahora imagínatelo en el ojo.

Meera veía fijamente el cigarrillo a centímetros de su ojo, si se movía aunque fuera un poco hacia el frente, este sin duda la quemaría, o si los cerraba la punta incandescente le quemaría el parpado. La mano de Navani se mantenía firme, la mayor ni siquiera temblaba o dudaba de alguno de sus movimientos; la manera en que su sonrisa se acrecentaba al ver a Meera jalonearse para escapar en verdad era algo que estremecía, ver a alguien tan dispuesta a hacer daño. Meera sabía que era capaz de hacerlo, y que no mostraría arrepentimiento luego de lo ocurrido.

— Necesito salir. –habló en voz baja, como si de algún secreto entre hermanas se tratase –así que sé buena hermana y cúbreme.

Meera apartó con mucho esfuerzo su mirada del cigarrillo encendido, ahora mirando resignadamente sus pies sobre la alfombra, una respuesta muda de que había aceptado.

— Buena chica.

Soltó bruscamente el brazo de su hermana, quien inmediatamente se pegó a la pared para alejarse de la mayor, quien aún le sonreía y la observaba con sus penetrantes ojos azules mientras regresaba el cigarrillo al lugar que ocupaba anteriormente en sus labios, dando una potente y profunda calada.

— Volveré en la mañana.

Navani abrió la ventana de su habitación y salió ágilmente hacia la cornisa, caminado y balanceándose sobre ella con destreza, siendo obvia la experiencia que tenía en realizar dicha acción. Cerró la ventana detrás de ella, despidiéndose de su hermana con la mano y presionando el cigarro contra el cristal. Desde su perspectiva en el exterior, parecía que lo estaba apagando sobre Meera.

Saltó hacia la copa de un árbol y bajó usando las ramas como apoyo, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Meera respiró con calma una vez su hermana se fue, y se permitió recarga su cuerpo contra la puerta, deslizándose con lentitud hasta que su cuerpo terminó hecha un ovillo en el piso.

Nuevamente estaba sola.

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