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42

Aida se sentía ligeramente nerviosa, una pequeña parte dentro de ella estaba temiendo que Meera no llegara, pero quería mantenerse esperanzada.

Aun con su buena actitud, debía reconocer que se sentía un poco tonta ahí parada en la entrada del cine, cerca de la fila para comprar los boletos. Sabía que se trataba de su imaginación, sin embargo, fueron varias las veces que se sintió observada por las personas que ingresaban a la fila para comprar sus boletos.

Atribuía sus nervios al hecho de que había pasado en verdad un largo tiempo desde la última vez que fue a un cine, pero más que nada, su ansiedad se debía a que esa era la primera vez que tenía una cita. Sobre todo, era la primera vez que tenía una cita con Meera. Hasta ella se cuestionó varias veces si en verdad era una cita.

— ¡Aida!

La nombrada alzó su vista del suelo, viendo a Meera dirigirse hacia ella con rapidez. La mayor llevaba un cárdigan azul marino que resaltaba del resto de su atuendo; botas con plataforma, jeans y blusa negra, con un pequeño choker en el cuello. Aun así, Meera desprendía cierta aura de elegancia tan solo en la manera que tenía para caminar, lo que hizo sentir a Aida un tanto desalineada con sus tenis deportivos y sus anchos jeans desgastados.

Sin embargo, el sentimiento fue remplazado por una sensación de calidez invadiendo su pecho en el momento en que la castaña se paró junto a ella y la tomó de la mano.

— Perdón por la hora, ¿ya compraste los boletos?

— No, no sabía que película te gustaría ver, así que decidí esperarte.

— Cualquier cosa está bien para mí, mientras no sea una de terror.

Aida soltó una risita apenas audible, recordando la noche en la que, precisamente por culpa de una película de terror, las dos habían terminado durmiendo juntas en una colchoneta en la sala común de la clínica.

Caminaron tomadas de la mano hasta la fila de la taquilla, observando el cartel con los horarios que colgaba por encima de la caja. Al final, se decidieron por una película de romance adolescente. No era el género favorito de ninguna de las dos, pero ambas coincidieron en que sería divertido reírse de las escenas con poco sentido y las incoherencias de la película.

Compraron palomitas, un paquete de gomitas de osito y dos refrescos grandes. Se sentaron con su bandeja en una de las mesas del cine, debían esperar unos veinte minutos a que la sala del cine estuviera completamente limpia para que pudieran entrar a su función.

Ambas se quedaron inmersas en un silencio incómodo, ninguna sabía cómo iniciar una conversación con la otra, tenían miedo de hacer el ridículo o comenzar una charla demasiado aburrida. Las dos chicas llevaron sus manos hacia el bote de palomitas al mismo tiempo, tocando sus dedos por error y retirando sus manos del tacto ajeno como si este quemara.

En un descuido, Aida por poco derrama el refresco con hielos sobre el regazo de Meera, pues lo golpeó por accidente con el codo cuando se estaba estirando para alcanzar el paquete de gomitas.

— En verdad lo siento. –se disculpó la menor mientras limpiaba lo poco de la bebida que había caído sobre la mesa. — ¿No te mojaste?

— No, no te preocupes. Todo está bien. –se apresuró a decir.

Meera tomó unas servilletas para ayudar a la rubia a limpiar, dándole un pequeño gesto para alejar sus nervios. Ambas chicas retomaron sus asientos una frente a la otra, las dos dando sus mejores sonrisas para disipar la tensión del ambiente, sin lograrlo.

Un mutismo fastidioso se interpuso entre ellas, Meera jugueteaba con sus dedos mientras Aida se mordía los labios, ambas con la cabeza agachada y las miradas en sus zapatos.

— Aida. –la castaña fue la primera en tomar la palabra, la nombrada al instante dirigió su vista hacia ella — Lamento que todo esto sea tan incómodo y aburrido. –la pequeña chica se encorvó en su asiento, luciendo incluso más pequeña de lo que ya era. – Es solo que... hace mucho que no salgó a ningún sitio público, ni siquiera antes de ingresar a la clínica. –Meera rio sin ganas, con una sonrisa triste en los labios y sin atreverse a mirar a la rubia, aunque sentía su mirada sobre ella – Yo... era algo que evitaba, ya sabes... para no tener que comer si es que me invitaban.

Aida miró a la contraría con tristeza y comprendió el sentimiento al instante, después de todo, era algo que ella también había hecho; dejar de ir a comprar helados, de ir al cine, de ir a la feria, incluso dejó de acompañar a su mamá a visitar a su abuela porque sabía que sería imposible resistirse a los festines que preparaba y terminaría comiendo, y luego terminaría sintiéndose una mierda y golpeándose el estómago frente al espejo.

— Está bien si quieres irte o algo así... — la voz de Meera se notaba tristona, y fue precisamente eso lo que la hizo reaccionar a la menor.

— ¡No, no, no! –dijo mientras movía sus manos y negaba velozmente con la cabeza. — No está siendo aburrido ni nada de eso, es solo que... yo tampoco tengo mucha idea de qué hacer. –se calmó y moduló su voz antes de seguir –He salido a algunos lugares con mis amigas, pero con ellas es diferente. No quiero aburrirte ni hacer algo que sea incómodo o estúpido.

Las dos se volvieron a quedar calladas, pero esta vez, intercambiaron unas sonrisas mucho más relajadas, entendiendo que estaban en igualdad de condiciones e igual de pérdidas al respecto.

— ¿y, que es lo que sueles hacer con Dana y Mirian cuando sales? –preguntó la mayor, en un intento por romper el hielo.

— Bueno, vamos mucho a casa de Mirian a pasar el rato, su casa es enorme y su papá es bastante agradable, así que pasamos mucho tiempo ahí. –Meera escuchaba atenta a la rubia, notando como su cara se comenzaba a iluminar poco a poco. — También vamos mucho a mi casa, y al comedor de la familia de Dana. La abuelita de Dana es adorable, y sus hermanos muy divertidos, uno incluso nos regala bebidas porque le gusta Hana.

— ¿Hana? –la castaña enarcó una ceja.

— Sí, mi mejor amiga –explicó la rubia. –la blanquita de pelo rojo.

— Oh, la que parecía que le habían puesto cátsup en la cabeza.

Aida miró a la contraria con cierta duda, pero al instante su sonrisa regresó al notar el pequeño puchero en los labios de la mayor.

— Sí, ella misma. Hemos sido mejores amigas desde que somos niñas y vamos juntas a la academia de danza. Es como una hermana para mí. – explicó la chica –Es muy sociable, seguro te agradará cuando la conozcas un poco más. Incluso a Mirian le agradó desde el primer momento.

— ¿A Mirian le agrada la gente? –bromeó, causando que ambas rieran.

— Es algo cínica, pero en el fondo se preocupa por nosotras. –Aida se acercó un poco a la mayor, volteando hacia los lados y hablando en un susurro, como contándole un secreto. – Y no le digas que te dije esto, pero en verdad, es una niña de papi.

— ¿En serio? –a la castaña se le hizo un poco difícil creer eso, pero igual le resultaba gracioso.

— No lo parece, pero lo es. Debiste verla cuando su papá nos llevó de compras apenas y salió de la clínica, incluso cantaron canciones de Queen juntos en el auto.

— Espera. –Aida se calló abruptamente, notando como Meera se veía ahora un poco preocupada. – ¿Fueron a comprar ropa?

— ¡Oh no! –exclamó la rubia – Solo algunos accesorios y zapatos. También llevamos unos aretes y bolsos, y creo que Dana y Hana compraron maquillaje y brochas, pero nada de ropa, ni siquiera nos acercamos a los maniquíes.

Meera suspiró, muchísimo más calmada, para luego, volver a mostrarse avergonzada y juguetear con sus dedos.

— Perdón por interrumpirte. Es que la idea me altera un poco, solo eso.

— ¿Tú aún no puedes ir a comprar ropa? – Aida se regañó mentalmente por soltar ese tipo de preguntas, rogando internamente por no incomodar a la mayor.

— Me da miedo. –confesó Meera, sonriendo sin ganas. – Me da miedo ver las tallas y sentirme mal por ello, o mirarme en el espejo de los probadores y que no me guste lo que vea. –la pequeña chica tomó el refresco frente a ella y dio un sorbo, haciendo una cara de desagrado al notar que los hielos ya se habían derretido casi completamente y ahora la bebida tenía un sabor diluido — Como sea. Sé que talvez no sea un problema para ti, pero me dio un poco de miedo, solo eso.

— Está bien, a mí también me dan miedo ciertas cosas. Me da miedo volver a obsesionarme con el ejercicio y usarlo como compensación sin darme cuenta.

— ¿Cómo harías demasiado ejercicio sin darte cuenta? Te cansarías eventualmente.

— Sinceramente, no lo sé, solo me da miedo.

Ambas se carcajearon un poco recio, llamando la atención de la gente sentada en las mesas aledañas.

— Somos unas miedosas.

— Por supuesto que lo somos.

Entraron a la sala cuando la hora de la función estuvo cerca y tomaron sus respectivos asientos. La película era malísima, con una protagonista insufrible y un ritmo bastante soso, pero fueron esos errores y la falta de realismo (junto con algunos chistes sobre el filme que se susurraban mutuamente) lo que las hizo carcajearse en más de una ocasión en el medio de la función, ganándose algunos abucheos del resto del público. Claramente, ninguna estaba ahí para genuinamente ver la película. Tan solo querían disfrutar de la compañía mutua.

Salieron de la sala sin prisa alguna, aun compartiendo alguna que otra broma y risitas traviesas. Las ganas de irse eran pocas, casi inexistentes, pero sabían que dentro de poco oscurecería y que tendrían que irse a casa. Sin embargo, decidieron aplazar un poco su despedida, tomando el camino más largo posible hacia la parada de autobuses.

Las charlas surgieron con normalidad mientras caminaban una al lado de la otra, y Aida estaba especialmente feliz, no solo porque su "cita" (aún sentía extraño el llamarlo así) haya salido de maravilla, sino porque era de las primeras veces en que Meera estaba sosteniendo una conversación con ella, una auténtica conversión, donde las dos se hablaban y se escuchaban de verdad.

— No me considero buena en el baile, solo sé bailar vals y ritmos urbanos. –comentó la mayor, jugueteando con una piedrita en la acera y pateándola repetidas veces.

— Es una conversación curiosa.

— El primero me obligaron a aprenderlo, y el segundo me obligué a aprenderlo. Me invitaban mucho a fiestas desde la secundaria, no quería desencajar.

— Supongo que eras muy popular. –comentó la rubia, Meera tan solo se encogió de hombros como respuesta. –En mi escuela no hacen muchas fiestas, claro que las hay, pero no dirían que muchas.

— ¿Cómo es tu escuela, por cierto? –preguntó la castaña, genuinamente interesada — Me refiero a lo que hacen, ¿solo bailas todo el día?

— Me gustaría, pero no. También tengo clases normales; ya sabes, biología, historia, matemáticas... — la menor suspiró cancinamente al recordar todas esas materias que la agobiaban, principalmente matemáticas – Cuando vaya a la universidad me especializaré en danza contemporánea. Seguro será increíble. –a la rubia se le iluminaron los ojos tan solo de imaginarlo, sonriendo a lo grande.

— No te ilusiones tanto, Aida. –comentó Meera, sin verdaderas intenciones de desmotivarla, pero queriendo ser realista –Muchas veces la universidad no es como te la imaginas. Casi siempre son desvelos inhumanos, sobredosis de cafeína y estrés al punto de que te palpita la vena de la frente.

Aida hizo una pequeña mueca ante la descripción tan desalentadora que Meera le relataba sobre la universidad. Ella estaba consciente de que la universidad estaba lejos de ser un sueño hecho de realidad, que sería muy diferente a como la pintaban las malas películas estadunidenses para adolescentes. Era solo que le causaba un poco de tristeza la manera en la que Meera se expresaba.

— ¿Tú que estudias? –preguntó la rubia –Me dijiste que estabas en la universidad, pero nunca me contaste en qué carrera.

Meera bufó y levantó la vista hacia el cielo nocturno, un mechón que le caía en la cara se elevó a causa de su gran suspiro.

— Ciencias políticas, en cuarto semestre. –respondió sin muchas ganas.

— ¡Vaya, eso suena increíble, trabajaras en la política algún día! –Aida exclamó, realmente emocionada, o al menos lo estuvo, hasta que vio el ceño fruncida de la castaña — ¿No te gusta esa carrera, cierto?

La mayor suspiró nuevamente, inflando un poco sus mejillas en el proceso, pero inmediatamente volvió a sonreír, una sonrisa pequeña con ojos triste.

— Soy buena alumna, me va bien en general y la mayoría de las materias me gustan. –la castaña dio una fuerte patada a la piedra con la que llevaba ya un rato jugando, perdiéndola por completo de vista – Solo me hubiera gustado elegir, es todo. Aun así, soy buena en ello, lo hago bien y no es como que tuviera una carrera que me llame la atención. Al menos sé qué hacer con mi vida.

La conversación terminó justo en el momento en que llegaron a la parada de autobuses, no porque ya no quisieran seguir hablando, sino porque sentían que estaban yendo por un rumbo muy personal como para hablarlo en la calle.

— Estuvo bastante divertido todo esto. –Meera caminó unos pasos frente a Aida, acomodando un mechón detrás de su propia oreja.

— Bueno, si omitimos la parte en la que casi nos sacan del cine por estar riendo en plena función, sí, todo estuvo muy divertido.

Ambas volvieron a reírse al recordar el pequeño incidente, compartiendo la complicidad del momento y sonriéndose mutuamente. Se miraron a los ojos, con las mejillas doloridas por tanto reír, y los pómulos ligeramente sonrosados.

Aida lanzó una rápida mirada hacia la calle, viendo como su autobús se aproximaba lentamente. Le fui imposible no lamentarse internamente por tener que marcharse.

— Tengo que irme. –dijo casi con pesar. – Pero definitivamente hay que salir en otra ocasión.

— Claro que sí. –respondió una sonriente Meera. – Podríamos ir a cenar, o al museo, incluso podríamos ir solo a caminar al parque.

— No me importa el lugar, si voy contigo, seguro me encantará.

Aida se avergonzó por lo que había dicho, pero no había ni pizca de mentira en sus palabras, y Meera lo supo por la manera en que aquellos ojos negros la miraban.

No supieron cómo, pero sus piernas parecían actuar de manera automática, acortando la distancia entre ambas chicas. Antes de que se dieran cuenta, las manos de Meera estaban en los hombros de Aida, mientras la rubia la sostenía por la cintura; la mayor de puntitas pese a sus botas de plataforma y la menor inclinada hacia abajo.

Se dieron un pequeño beso en los labios, tierno y sin profundizar, pero fue suficiente para que ambas pudieran sentir fuegos artificiales en sus estómagos y un satisfactorio cosquilleo en sus pechos.

Ambas sonrieron entre el beso y se olvidaron de todo lo que las rodeaba. No les importaba la hora, el lugar, ni siquiera el transporte de Aida, que se alejaba cada vez más de la parada de autobuses.

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