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Mirian consideraba que las situaciones más incomodas en las que podías estar no eran precisamente cuando todo mundo se sentía incómodo y se quedaban callados, hundidos en el silencio y creando una tensión asfixiante en el ambiente. No, para la azabache, la situación más incómoda en la que podías estar, era cuando todo mundo estaba cómodo y parlanchín, y tú solo te quedabas apartado en una esquina observando desde lejos, porque sientes que desentonas con el ambiente. Esa era justo la situación en la que Mirian se encontraba.

Para su suerte (o desgracias), no estaba sola en medio de su incomodidad. Meera estaba a su lado, literalmente.

Todo había ocurrido extrañamente rápido; habían acordado ir a casa de Dana para que la morocha pudiera practicar maquillaje y tintura con Hana y Aida, por encargo de la maestra que le impartía los cursos de belleza. La idea sonaba bien, nada fuera de lo normal, solo una tarde entre amigas como frecuentemente lo hacían.

Nadie esperaba que la rubia se presentara acompañada de Meera, diciendo que la castaña y ella se había encontrado casualmente el otro día y que la había invitado a pasar el rato con ellas.

Por supuesto, todas sospecharon que había algo extraño ahí, pero nadie dijo nada. Aunque era bastante obvio que el supuesto encuentro casual entre esas dos no tenía nada de casual, y si bien, Meera se estaba desenvolviendo relativamente bien con las otras chicas, no se podía decir lo mismo de Mirian.

Bueno, la castaña no podía culparla. Su última charla había sido hace ya meses atrás en el baño de la clínica, y ninguna de las dos la recordaba como una charla precisamente agradable. Meera estaba incómoda porque no sabía cómo actuar frente a Mirian. Mirian lo estaba porque no sabía leer a Meera.

Para empeorar la situación, la estreches de la habitación de Dana las obligaba a estar una al lado de la otra, ambas sentadas en el suelo, con la espalda contra la pared en medio de un gigantesco ropero de madera y un estante repleto de zapatos. Esa cercanía la hacía sentir un tanto claustrofóbica.

Más bien, la habitación entera de Dana la hacía sentir claustrofóbica. Era demasiado apretada y pequeña. La pared estaba pintada de color rosa palo, pero casi ni se distinguía por la gran cantidad de poster de cantantes que había por todos lados, había un desorden espantoso de papeles sobre la mesa que colindaba en la pared contraria, casi no había luz natural y el espejo con banquillo de la esquina estaba hecho un desastre de cepillos, brochas y maquillaje.

Para rematar, Dana había tenido la "maravillosa idea" de meter dos sillas extra a la habitación, donde sentó a Hana y Aida para pintarle el pelo y maquillarla respectivamente.

— Bueno, ya casi está esto. Solo hay que esperar unos minutos y luego enjuagarte el cabello. –le dijo la mayor de todas a Hana, quien, ya aburrida del verde de su cabello, decidió probar con rojo.

— Oye, Dana, no es por apurarte, pero ¿podrías tomar ya las fotos? –pidió la rubia, conteniendo las ansias de tocar su rostro — Siento la cara rara con el maquilla.

— Es normal, no estás acostumbrada. Por eso te puede picar un poco. —Dana fue por su celular y preparó la cámara — Sonríe un poquito.

Una secuencia de flashes aturdió un poco a la rubia, pero trató de mantener el rostro sereno para hacer más rápido el proceso.

— ¿Segura qué me veo bien?

— Aida, ya te hemos dicho que te ves muy bien. –respondió Hana, con su voz suave.

— ¿Están completamente seguras de eso?

— Aida, te ves hermosa. Con o sin maquillaje.

Mirian volteo a ver a Meera lo más disimulada que pudo. No había hablado mucho en toda la tarde, así que el que haya dicho eso la tomó un poco por sorpresa. Miró a su amiga, notó lo rojo de sus mejillas y no supo si era por el rubor que Dana le había aplicado o si en verdad estaba sonrojada. Apostaba más por lo segundo, la sonrisa tímida que soltó la delataba.

— Muchachas, les traje un chocolatito caliente para que no se me vayan a enfermar con el frío que está haciendo. —la abuela de Dana entró a la habitación con una bandeja en manos.

— Abuelita, ¿Qué tal quedó? –preguntó la chica, señalando el maquillaje de Aida.

— ¡Ay, pero que lida quedó! –respondió la mujer con emoción — ¿Hija, y si me maquillas a mí también?

— ¡Claro! –Dana en seguida tomó sus brochas — Solo déjame buscar una paleta de sombras y una base, tampoco sé dónde dejé el labial...

Mirian dejó de prestar atención a lo que Dana y su abuela hablaban, y fijo su atención en las miraditas indiscretas que Meera le daba a su rubia amiga.

— ¿Así que tú y Aida? –dijo casi en un susurro.

La castaña se tensó al instante al escucharla hablar y rápidamente apartó su vista de Aida, clavándola mejor en sus dedos, con los que jugueteaba sobre su regazo.

— ¿Si recuerdas que ya las vi besándose una vez, cierto? –la castaña la miró por el rabillo del ojo, con las cejas fruncidas. –Voy a mantenerme firme con mi postura de aquella vez, pero no soy quién para meterme. Solo díganlo cuando sientan que esté bien.

Un silencio se sembró entre las dos, que pasaba desapercibido por la escandalosa conversación de las otras cuatro féminas en la habitación.

— Aún no estamos saliendo. –comentó la castaña en voz baja.

— Pero eventualmente lo harán, solo tuvimos esta charla por adelantado. –Mirian le sonrió tenuemente a la mayor, una sonrisa muy pequeña, pero diferente a las de antes una sincera.

— Gracias.

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