39
— ¡Muy bien, tomen un descanso de diez minutos! –la orden de la instructora fue acatada de inmediato, apenas dio la señal, todos se desplomaron agotados en el piso de la sala de ensayos.
Aida al instante se recostó en el piso, con su pecho y vientre subiendo y bajando en busca de aire y las extremidades extendidas cual estrella de mar.
— Descansar diez años mínimo es lo que necesito. –mencionó Hana, estirando sus brazos sobre su cabeza hasta el punto en que estos crujieron.
— Soy yo o las clases se están volviendo más pesadas.
— Es por la temporada, los festivales de invierno están cerca y todos quieren tener un solo. Obviamente los maestros van a poner la vara más alta.
El festival de invierno. Aida no iba a mentir, en verdad tenía ilusión de conseguir ese solo de baile, lo sentía como su regreso definitivo a ser la Aida que era antes de la anorexia. Pero en el fondo sabía que eso era una ilusión, aunque lo lograra o no, ella había cambiado bastante en ese tiempo, y la Aida que era en ese momento y la que era el pasado, eran más diferentes de lo que parecía.
No quiso pensar mucho más en eso, quería mantener su optimismo, la ilusión de lograr ese pequeño sueño. Porque a pesar de que el cambio que había tenido en su persona no le resultaba malo, sí que podía percibir cierta zozobra en la gente que la rodeaba. A excepción de Hana, sentía como si los que la rodearan la trataban como si fuera frágil, algo que pudiera romperse en cualquier instante.
Salió de la sala de ensayos rumbo a la máquina dispensadora, un refresco helado le vendría de maravilla en esos momentos. Había unos pocos alumnos en los pasillos esperando a que la campana tocara para ir a sus clases o entrenamientos, las pequeñas charlas entre los grupos se escuchaban como pequeños murmullos en el aire y la ligera brisa de otoño resultaba agradable. El piso estaba recién lustrado, por lo que un aroma a alcohol y desinfectante era notable en el pasillo. Si juntaba todos esos elementos y cerraba los ojos, Aida podía sentir que estaba de nuevo en la clínica. No era como que extrañara estar internada, tan solo que a su mente le gustaba vagar entre sus recuerdos de vez en cuando. Solo necesitaría algo más, una voz tenue y aterciopelada hablando con delicadeza, eso sería lo único que necesitaría para completar la experiencia.
Y como si de magia se tratase, esa voz apareció a sus espaldas, llamándola.
— Aida.
La nombrada se giró, ignorando por completo la máquina expendedora. Su boca se abrió como muestra de incredulidad, al igual que sus ojos, que recorrían de arriba a abajo a la persona frente a ella, más por miedo a que no fuera real que por otra cosa.
Frente a ella, había una chica de cabello castaño e increíblemente brillante, con uno rostro que asemejaba a una muñeca de porcelana, de mandíbula marcada, pero facciones delicadas, una adorable nariz de bebé en el centro de su rostro, mejillas rosadas que se apreciaban supremamente suaves al tacto y unos ojos grises, dios, unos ojos grises que te hacían perderte en ellos, que te petrificaban al punto de que el tiempo dejaba de ser relevante y las manecillas del reloj se quedaban mudas.
Así fue su encuentro, así fue para ellas. Ojos grises encontrándose con aquellos orbes casi oscuros, sintiendo la presencia de los que las rodeaban como una nimiedad y la campana que anunciaba el regreso a las aulas siendo ilusoria.
— Cumplí mi palabra. –Meera fue la primera en hablar.
La castaña sentía como si todo uso de la dicción hubiera sido borrado de su cerebro, una adrenalina constante se mantenía haciendo que su corazón latiera de manera desenfrenada, más aún, al ver a Aida frente a ella, y sentirla mucha más viva, como si la chica rubia que conoció en la clínica fuera apenas la décima parte de la Aida que estaba observando en ese momento.
La rubia se encontraba anonadada, sus emociones siendo un revoltijo y ocasionando un caos en su cerebro. Ni siquiera había notado la ausencia de gente en el pasillo, ya todos se habían ido a sus salones, dejando a las dos chicas solas en el pequeño mundito que habían construido en cuestión de minutos.
Ambas sonrieron con genuina felicidad y una mezcla de emociones inexplicable, aún con el completo uso del lenguaje. Todo se sentía irreal pero tan vivo, como estar en medio de un sueño lúcido que puedes controlar a tu voluntad pero que aun así sigue siendo una bellísima irrealidad.
— ¿Vas a quedarte ahí parada viéndome todo el día o vas a besarme?
Las palabras de Meera parecieron quitarle a la rubia el poco aire que conservaba en sus pulmones, su corazón yendo tan rápido que sentía que podía salir volando desde el interior de su pecho. Un escalofrío y un cosquilleo recorrió el cuerpo de ambas cuando se acercaron aún más, un sentir en el punto medio del terror y el goce.
— Podría hacer cualquiera de los dos sin problema.
Y finalmente, el tan ansiado beso llegó. El fresco del otoño fue remplazado por una calidez que ninguna de las dos conocía, sintiendo que embonaban a la perfección y que, por un momento, todo en el mundo era dicha.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro