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— ¿Segura que es aquí?

— Claro que sí, Mirian, he venido a casa de Aida cientos de veces, ¿acaso no confías en mí?

— Confío en ti, Dana. –la menor caminó unos pasos frente a la morena, atravesando el pequeño jardín de la residencia y llegando a la puerta, la cual golpeó con los nudillos. –Pero no puedo decir lo mismo de tu sentido de la orientación.

— Eso pasó solo una vez. –bufó la morena, cruzándose de brazos a espaldas de la azabache mientras esperaban a que les abrieran –Y pasó porque nunca había ido a esa zona de la ciudad, no fue mi culpa, niña rica.

Mirian soltó una risita burlona, misma que fue remplazada por una encantadora sonrisa en el momento en que la puerta de la casa fue abierta, dejando ver a la señora Martínez, madre de Aida, del otro lado del umbral.

La mujer lucía un poco triste, con la mirada apagada y un semblante de preocupación, pero intentó disimularlo al ver a las dos chicas frente a su casa.

— Buenas tardes, señora Martínez –saludaron ambas al unísono, antes de que Mirian retomara la palabra — ¿Podemos ver a Aida?

— Por supuesto, chicas. –la mujer les regaló una débil sonrisa, haciéndose a un lado junto al marco de la puerta para dejarlas pasar. –Está en su cuarto, la última puerta al final del pasillo en el segundo piso. Hana está con ella.

Ambas jóvenes agradecieron y subieron las escaleras de la casa, un tanto pequeña, pero de un tamaño apropiado para dos personas.

Era la primera vez que Mirian estaba en casa de la rubia, así que sus ojos viajaban curiosos de un lado a otro, viendo la decoración sencilla del lugar, las fotos familiares colgadas en las paredes, los jarrones con flores naturales en la cocina. Una casa pequeña pero llena de vida y recuerdos, con fotografías de la familia antes de la muerte del padre, de Aida sola con su madre, o de la rubia sosteniendo algún trofeo encima de un escenario.

— Deja de hacer eso. –la azabache detuvo su pequeño análisis al escuchar a Dana susurrar a sus espaldas.

— ¿Hacer qué?

— Eso que haces siempre, eso de fisgonear, es grosero y van a pensar que vas a robarte algo.

La menor sonrió de lado, dándole una mirada a la morocha antes de tocar la puerta de la habitación a la que se dirigían. — Sinceramente, ¿crees que tengo la necesidad de robar?

— No, pero sin duda lo harías por gusto.

Mirian tocó la puerta. Del otro lado se escuchó la voz de Hana, dándoles permiso para pasar. Cuando entraron pudieron ver a la peliverde ocupando una silla a los pies de la cama, misma donde reposaba un ovillo de cobijas revoloteadas que se movía a un ritmo calmado y apenas notable.

— ¿Recuento de daños? –fue lo primero que la morocha dijo apenas entrar.

— Bueno, ya saben de aquella chica que nos molesta en la academia... -Hana comenzó a relatar un poco dudosa, atenta a las reacciones de Aida, escondida bajo las cobijas. — Dijo algunas cosas de más y obviamente Aida se enojó, así que...

Hana detuvo sus palabras al notar como el ovillo daba un respingón. La azabache, al notar esto, se puso en cuclillas al lado de la cama, comenzando a picotear con insistencia el cuerpo de la rubia bajo las mantas.

— Vamos, Aida, cuéntanos lo que pasó. – insistió la menor. – No es como que vayamos a juzgarte. Ten por seguro que la mayoría de las cosas que te hayan dicho a ti ya nos las dijeron a nosotras también.

— Vamos, sal de ahí. –ahora fue el turno de Hana de animarla –Yo no he pasado por lo mismo que tú, pero somos mejores amigas desde la primaria. Toda va a estar bien.

Un breve silencio se instauró en la recámara antes de que Aida saliera de su fuerte de sábanas, arrojando las cobijas casi con violencia al piso.

Hana, Dana y Mirian observaron el rostro moreteado de su amiga con distintas reacciones; preocupación, coraje y orgullo, respetivamente. La golpeada cara de la rubia era acompañada por una mueca de frustración y un entrecejo fruncido, la cabeza agachada con notable vergüenza y el cuerpo hundido en la cama, escondiendo las marcas de dedos y arañazos de sus brazos.

— ¿Qué pasó? –preguntó la azabache, colocando su mano en la espalda de la mayor como una señal de afecto.

— ¿Tú que crees que pasó? –era notable la ira en la voz de Aida, en sus ojos y en la manera en que apretaba las sábanas con sus puños — Me llamó enfermita, anoréxica, esqueleto anémico. –cada una de las palabras de Aida salía con más coraje que la anterior. –Al final me arrojó comida a la cara y me dijo que me iba a romper las piernas como un palillo.

— ¿Te golpeó? –Dana inmediatamente saltó a la defensiva.

— Un poco. –la rubia recogió sus piernas y se abrazó a sus rodillas. –Pero al segundo golpe ella ya estaba en el piso.

— Oh sí, esa es nuestra chica. –la morocha saltó a la cama para sentarse junto a la menor, pasando su brazo sobre los hombros de la contraria y acariciando su cabeza, queriendo subirle el ánimo. –partiéndole la cara a las perras abusivas, aprendiste bien.

— ¿Vas a acusarla, cierto? –cuestionó Mirian, con expresión neutral.

— Por supuesto que sí, estoy muy cansada de aguantarla, creí que podía vivir con sus insultos, pero me di cuenta de que no estaba siendo madura solo por soportarlo.

— Eventualmente ibas a explotar. –Hana se acercó a la rubia, abrazándola con cuidado de no causarle dolor. –Y ella iba a seguir haciéndote daño. No estoy a favor de la violencia, pero en verdad se lo merecía. –ambas amigas intercambiaron una sonrisa.

— Aunque no entiendo cómo es que estás tan hecha mierda si es que tú fuiste la que ganó.

— Bueno, Dana, nunca dijimos que fue una pelea justa.

— ¿¡En serio te golpearon entre varias!? –resopló ahora la azabache.

— Sí, pero la señorita "no estoy a favor de la violencia" jaló del pelo a la que tenía encima de mí y pude seguir como si nada. –bromeó la rubia, abrazando a la peliverde por el cuello.

— Y decían que la mala influencia era yo y estas dos se agarran a golpes en la escuela. –bromeó la morocha.

— No te sientas mal, Dana. Sigues siendo la mala influencia, seguro lo aprendieron de ti.

Y luego de eso, siguió un debate demasiado ridículo para ser tomado en serio sobre quién era la mala influencia del grupo.

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