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— Le gustas a Isaac, deja de hacerte la loca.

— Claro que no, Aida, ya deja de insistir con eso. –Hana tomó dos de los cojines de la cama de Mirian y cubrió sus oídos con ellos, negando múltiples veces con la cabeza.

— Claro que le gustas. –intervino Mirian, sentada en el sillón de su habitación mientras leí un libro, con Dana recostada sobre sus piernas, cambiando desinteresadamente los canales de la televisión de plasma de la azabache — De hecho, es bastante obvio, no sé cómo no lo notas.

— Sí, mi hermano no es precisamente discreto contigo. –se burló la morocha.

— Te regala café o jugo cada que vamos a ver a Dana al restaurante. –agregó la rubia.

— ¿Y eso qué? –Hana se defendió, con las mejillas coloradas y le dio un almohadazo a Aida, haciéndola reír — Hace eso solo por amabilidad.

— ¿Si sabes que mi abuela nos descuenta las cosas que regalemos en el restaurante, verdad? La amabilidad de mi hermano ya le costó medio sueldo, ten piedad del pobre –la morocha se puso de pie de un brinco y fue directo hacia las dos menores para ayudar a Aida en su propósito de molestar a Hana, riendo al ver a la chica mucho más sonrojada. — Si te interesa la información, me caes bien a mí y también a la abuela, te aceptará sin problemas en la familia.

Dana y Aida estallaron en carcajadas al ver a la menor esconder su cabeza entre las almohadas de la cama, pataleando como una niña pequeña mientras recitaba como un mantra "no le gusto, no le gusto".

Mirian despegó la vista de su lectura y dejó el libro cerrado sobre su sillón, yendo hasta su cama y brincando para aterrizar al lado de Hana. La azabache sonrió con malicia y comenzó a jugar entre sus dedos con uno de los mechos verdes de la chica, quien aún se refugiaba entre los cojines.

— Bueno, si analizamos un poco las cosas, es también bastante obvio que a ti también te gusta el hermano de Dana.

— ¡Que no, eso es mentira!

— ¿Debo comenzar a llamarte cuñada ahora?

Ese comentario hizo que la chica brincara de su escondite y lanzara un almohadazo directo a la cara de la morocha, provocando que la habitación estallara en risas.

— Oh vamos, solo sal con él, sí es bastante obvio que te gusta. –Aida seguía riendo mientras repartía almohadazos a diestra y siniestras, saltando en la cama junto al resto.

— A ti ni siquiera te ha gustado alguien antes, no puedes saber eso. –Hana se defendió, pero bajó la guardia y un golpe de Dana la hizo caer al colchón.

— Esa no me la creo. –comentó Dana, bajando su cojín y sentándose a un lado de Hana. –Casi tienes diecisiete, ¿nunca has salido con nadie?

— La verdad es que no. –la rubia saltó sobre la cama y se dejó caer de espaldas, hundiendo su cuerpo contra el colchón — Nunca me han llamado la atención los chicos. –rodó entre las sábanas hasta dejar su cuerpo completamente envuelto en las misma, bostezando por lo cómoda que estaba — Tampoco es como que quiera estar en una relación

— No te lo recomiendo. –agregó Dana, acostándose en medio de las menores y frotando su mejilla contra una de las almohadas de Mirian — Yo tuve varios, son asquerosos.

Las tres chicas rieron cómplices y un tanto perezosas sobre el mullido colchón, sin notar la mirada pensativa que Mirian le dirigía a Aida.

— Tal vez nunca te has interesado en los chicos porque estás apuntando en dirección equivocada.

Las tres se quedaron en silencio, notando como la azabache no parecía ni inmutarse por lo que había dicho recién, en cambio, solo se acostó por completo al lado de Aida y soltó un bostezo a la par que estiraba sus brazos hacia el techo.

— Propongo que tomemos una siesta, ha sido un día largo. –sugirió la dueña de la habitación.

— Secundo la moción. –Hana imitó la acción de estirarse, acomodándose como un ovillo en el borde contrario de la cama.

A final, las cuatro chicas se acomodaron en la cama, cabiendo apenas, gracias al extenso tamaño del colchón. Pequeñas riñas como "quita tus pies de encima" o "No jales toda la sábana" duraron poco tiempo antes de que la habitación se sumiera en silencio y tranquilas respiraciones.

Todas dormían plácidamente y en calma, excepto por Aida, quien, con los ojos abiertos y viendo en techo, no podía dejar de darle vueltas a la frase de Mirian. La oración "tal vez estás apuntando en la dirección equivocada" y el nombre de Meera no la dejaban dormir.

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