35
— Venir aquí me sigue dando escalofríos.
— Ya hemos venido aquí antes, Dana.
— Me importa un carajo, sigo odiando este lugar, no importa que venga como paciente o como visitante.
— Tranquila, esta vez ni siquiera entraremos. –Aida le sonrió a la morocha en un intento por tranquilizarla y animarla a que siguiera andando en su camino rumbo a la clínica. –nos quedaremos afuera con la familia de Mirian a esperar a que salga, y luego, nos vamos.
Dana suspiró y asintió fervientemente con la cabeza, dándose ánimos a sí misma y convenciéndose de qué todo estaría bien. Aún le incomodaba mucho regresar a la clínica, pero le hacía feliz pensar que esa sería su última vez ahí, pues solamente había estado regresando para visitar a Mirian y ese día la azabache por fin salía.
— Oigan, hablando de eso. –intervino la ahora peliverde, Hana. - ¿Cómo es la familia de Mirian?
Las dos mayores intercambiaron miradas, sin saber verdaderamente con que adjetivos calificar a la familia de Mirian, así que Aida dijo lo primero que cruzó por su mente.
— Pequeña.
Le siguió una notable confusión de parte de Hana.
— Solo son ella y su padre y nunca habla sobre su madre. –explico la mayor –Es un tema que no le gusta, así que nunca lo tocamos.
— Pero por lo que nos ha contado se lleva muy bien con su papá.
Hana asintió, quedando igual de intrigada que al principio, pero se haría esa pequeña anotación mental acerca de no hablar sobre la madre de Mirian. Esperaba volverse buena amiga de la azabache, así como lo hizo con Dana, y no quería incomodar a la chica.
Finalmente llegaron a las puertas de la clínica, teniendo un pequeño flashback grupal de lo que fue la salida de Dana, solo que en esta ocasión no había una gran y escandalosa familia esperando con ansias a su miembro faltante, solo había un hombre elegante y rubio, vestido con un fino traje gris que aparentaba ser bastante costoso y unos relucientes e impecables zapatos charol.
El hombre fumaba un cigarrillo con total calma, recargado sobre la puerta de un lujoso coche y con los ojos verdes fijos en la puerta de cristal. Desprendía un aire de imponencia y finura, el mismo que emanaba Mirian siempre que se lo proponía. Sus facciones eran fuertes al contrario que las suaves de Mirian, pero conservaba esa delicadeza de los ojos almendrados y la boca delgada. Sí, sin duda era su padre.
Las tres chicas aguardaron un momento antes de acercarse y decidieron (un poco a la fuerza) mandar a Aida por delante para saludar.
— Buenos días. –Aida sintió cierto temor cuando la mirada intensa del hombre se posó sobre ella, pero se calmó en el instante en que este les sonrió a las tres.
— Amigas de Mirian, ¿no es así? –dedujo el hombre mientras daba una calada al cigarrillo.
— Así es, vinimos a recibirla. –comentó la morocha, igualmente intimidada por el mayor, pero sin intención alguna de demostrarlo.
El hombre sonrió de lado, una sonrisa igual a la de Mirian, y regresó su vista hacia la puerta al mismo tiempo que exhalaba el humo por la boca.
— Muchas veces le dije a Mirian que encontraría a los mejores amigos cuando pasara los peores momentos, que solo las personas que la vieron hundida eran de confianza para acompañarla cuando estuviera en la cima. –el hombre tiró lo poco que quedaba del cigarrillo al suelo y lo remolió con la punta del zapato mientras las chicas lo escuchaban sin distracción, congelándose cuando las miró de nuevo y les dedicó otra sonrisa, mucho más genuina que la anterior. –Veo que me hizo caso por una vez en su vida.
De pronto, la atención de todos fue directo a la puerta de la clínica, al escuchar como esta era abierta. Al instante una cabellera azabache y una sonrisa como de muñeca se dejaron ver, Mirian bajaba sin prisa alguna las escaleras mientras cargaba un bolso mediano con sus pertenencias. Dana y Aida sonrieron aún más al notar que la menor usaba el collar y la diadema que le habían dado a cambio de favores.
— ¿Me extrañaron o ya consiguieron a alguien que me remplace? –bromeó en cuanto estuvo frente a su padre y amigas.
— Claro que te remplacé, adopté a una asiática superdotada que si me acompaña a eventos formales cuando se lo pido. –padre e hija se sonrieron con complicidad y al instante se abrazaron con fuerza, separándose solo unos centímetros para que el mayor pudiera apreciar bien a la chica. –Pero mírate, eres toda una adolescente revoltosa ahora, ¿ya estás en la etapa de odiar a tu padre a muerte?
— Estoy en esa etapa desde los cinco años, pensé que ya lo habíamos aclarado. –respondió la menor — Tú ya eres todo un viejo, dentro de unos años más voy a tener que cambiarte los pañales y darte de comer papilla en la boca.
— Ni hablar, contrataré a alguien cuando ese momento llegue, tú seguramente olvidarías alimentarme.
Ambos volvieron a reír y se abrazaron nuevamente con extrema añoranza. El mayor acarició el cabello de su hija mientras la estrechaba con firmeza y hacía todo lo humanamente posible para no soltar lágrima.
Las demás observaban la escena con ternura, siendo la primera que veían a la menor tan expresiva, pero dicha escena no duró mucho, pues padre e hija se separaron luego de unos segundos.
— Bueno, suficientes cursilerías. –proclamó el padre –Por fin hiciste amigas que no parecen unas completas idiotas, así que creo que querrás divertirte con ellas. –el hombre sacó las llaves del auto de uno de sus bolsillos y presionó un botón haciendo que las puertas traseras del vehículo se abrieran, dejando sorprendidas a las chicas –Señoritas. –dijo con exagerados modales, señalando el interior del carro con las palmas extendidas.
— Súbanse, está de buen humor hoy y será nuestro chofer personal. –Mirian al instante corrió al interior del coche y se acomodó en el asiento del copiloto.
Las demás se miraron con emoción y rápidamente imitaron a la menor, entrando a la parte trasera del vehículo y cerrando las puertas.
— Te recuerdo que si me multan por exceso de velocidad voy a dejarte empeñada en la delegación.
— Vamos, como si fuera a quedarme contigo si llega a venir la policía. Solo acelera, estuve metida ahí por casi tres años.
Sí, sin duda eran padre e hija.
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