32
— Que bueno que hayas podido venir.
— Es bueno haber venido.
— ¿Más jugo? –Aida asintió y la morocha no tardó en verter más de la fría bebida en el vaso de vidrio de su amiga.
Ambas chicas se hallaban acogidas en una mesa circular de madera ubicada junto a la ventana, aislada del resto de mesas del local de comida casera.
La familia de Dana era la propietaria de dicho restaurante, un pequeño establecimiento de reluciente piso de mosaicos cafés con patrones romboides dibujados y paredes de rojo ladrillo rebosantes de coloridas decoraciones de vidrio y fotografías a blanco y negro. El comedor desprendía esa vibra a antiguo, a algo más propio del campo que de la ciudad, pero poseedor de un calor familiar que te invitaba a entrar, sentarte en una de sus mesas con mantel bordado de rosas rojas y quedarte ahí por horas hasta observar el sol ocultarse desde el otro lado de los amplios cristales de las ventanas. Justo como ellas lo hacían en ese preciso instante.
— Sé que todo el tiempo que estuve en la clínica no dejaba de quejarme del olor a grasa y café de este lugar, de las malas propinas y de los clientes molestos. –Dana rememoraba mientras uno de sus dedos delineaba el contorno de su vaso — Pero extrañé este maldito comedor como no tienes una idea.
— Es un lugar que dice "familia" por todos lados, es normal que lo hayas extrañado.
La morocha suspiró mientras sus ojos recorrían el lugar con cierto brillo nostálgico — Sí, todo lo que está aquí en de mi familia. –agachó la mirada hacia sus sandalias de plataforma y volvió a dejar salir el aire — Pero no puedo quedarme por siempre aquí.
La confusión se hizo notar en la rubia, que enarcó una ceja al observar la sonrisa tristona de la mayor.
— Pasé dos años ahí metida. No soñaba con curarme, soñaba con salir. Me tomó un largo tiempo entender que debía hacer lo primero para conseguir lo segundo. –la mayor explicaba con voz calma y sin prisa alguna, como si todo el tiempo del mundo estuviera a su disposición — Al final lo logré y volví a casa, y tenía la esperanza de que todo fuera como antes... pero me di cuenta de algo. –Aida la miró, como pidiéndole que continuara — Durante ese tiempo, mi vida se puso en pausa como una película... pero la de todos los demás avanzó. Mis hermanos ya no son los niños de los que tenía que cuidar para que no se metieran en problemas, y mis abuelos han envejecido aún más. Dos años se dice fácil, pero es mucho tiempo el que me perdí.
Aida conocía perfectamente esa sensación, el sentimiento de sentirte desplazado de tu propia vida, de quedarte atrás de todos los demás y ver cómo avanzan mientras tú apenas vas recuperado el carril. La rubia lo comparaba con el aturdimiento que te daba cuando plantabas los pies en la arena justo en el borde del agua; cuando las olas se alejan, avanzan y remodelan aquel polvillo a su paso, llevándote consigo, aunque no lo quieras y dejándote confundido por no saber si estás más cerca o más lejos de tu punto de partida.
— Sí, conozco el sentimiento. –fueron las palabras que Aida eligió para simplificar el alboroto mental que llevaba consigo. — Para serte sincera, no sé cómo es que estoy logrando retomar mi vida, pero está sucediendo. A pasos pequeños, pero ocurre.
Intercambiaron gestos alegres y volvieron a fijar su atención en sus bebidas, con el ánimo un poco más elevado al sentirse comprendidas.
— ¿Sabes? En estos momentos me gustaría que Mirian estuviera aquí.
— ¿Mirian? –repitió la menor con una ceja alzada exageradamente, provocando la risa de ambas.
— Sí, ya sabes. Puede que sea más joven que tú y yo, pero es mucho más madura. Yo estaba acostumbrada a ser la mayor y a ser la que tenía que hacerse cargo de las situaciones, a tener que ser yo la que lidiar con las cosas, a pesar de no saber cómo. Es menor que yo, pero estoy segura de que sabría lidiar con esto. –la mayor suspiró y dejó apoyada su cabeza contra su palma, con la mirada perdida y la mente ocupada en recordar.
— Sí, ella siempre decía que tenía más neuronas que nosotras dos juntas. –comentó la chica –Pero estoy segura de que tampoco sabría cómo tratar con esto. Y eso probablemente la volvería loca, porque no está acostumbrada a no saber algo.
Ambas recordaban con nostalgia a su amiga, y ansiaban cada vez más el momento en que las tres se reunieran fuera de la clínica, siendo capaces de poder vivir nuevamente en la normalidad que tanto ansiaban.
—Sé honesta conmigo, rubiecita. –la morocha clavaba su vista en los últimos rayos del sol que se iba ocultando tras los edificios de la ciudad, los destellos destacando por sobre el tejado y dándole un brillo dorado a su oscura piel y ojos marrones intensos — ¿Tú también te levantas cada día con miedo de fallar y volver a caer en ese jodido agujero?
Aida calló y se mordió en labio con más fuerza da la necesaria, de repente sintiendo sus pulmones pesados y escozor en sus ojos. Porque la respuesta no le gustaba.
— Cada día. –contestó con una sonrisa triste que fue correspondida por la mayor.
— Bueno, al menos no estamos solas en esto.
Dana tomó su vaso de jugó y lo elevó, Aida entendió e inmediatamente copió su acción. Las dos brindaron y tomaron lo último de sus bebidas mientras observaban el ocaso.
De algo estaban seguras: tenían miedo. Pero mientras no estuvieran solas y tuvieran ese algo que las ayudara a mantenerse firmes hasta que fueran capaces de encontrar ellas misma su propia firmeza, todo estaría bien.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro