24
Si bien las bienvenidas en la clínica eran conocidas por ser cálidas y afectuosas, las despedidas no podían quedarse atrás. Eran momentos emotivos y llenos de sentimiento, donde muchas se abrían paso a un nuevo comienzo, se despedían de amistades formadas dentro de las instalaciones, se animaba a seguir adelante y se soltaban palabras de aliento para demostrar que sí, era posible recuperarse.
Las sonrisas gigantescas tampoco escaseaban, como lo demostraban Dana, Mirian y Aida, quienes, a causa de haber tenido que compartir habitación por poco más de un año, habían pasado a convertirse en verdaderas amigas.
—Cuídate mucho. –la morocha sujetó a la rubia por los hombros después de romper con el abrazo grupal — Si llegas a regresar aquí por algo que no sea una visita o servicio social te juro que te corto esa cola de caballo y te ahorco con ella.
Y a pesar de lo rudo de sus palabras, era imposible no ver los reflejos luminosos en los ojos de Dana, que no tardó nada en abrazar a la menor otra vez.
— Suerte allá afuera, y no hagas tonterías si no estoy yo cerca para seguirte el rollo o Dana para detenerte. –la azabache no pudo evitar que unas cuantas lágrimas se le escaparan durante la despedida, dejando un pequeño beso empapado en la frente de su amiga.
— vendré a verlas cada domingo, lo prometo. –las tres se abrazaron de nuevo –Ya les falta poco a ustedes también, solo un par de meses.
— Lo sabemos, Aidita.
— Tú concéntrate en recuperar tu vida, nosotras nos concentraremos en sanar, para poder seguir juntas allá afuera.
Y esas palabras parecieron ser el perfecto cierre de un ciclo.
— Chicas, perdón la interrupción. –la directora entró a la habitación de las tres, una sonrisa decorando su cara — Aida, tu madre llamó, llega en treinta minutos, toma tus cosas y despídete de quien haga falta antes de ir a la sala de visitas, pasará ahí por ti.
La chica asintió con emoción, tomando una pequeña mochila terciada entres sus manos y abrazando a sus amigas unas cuantas veces más antes de decirle adiós a su habitación.
Se paseó por los pasillos, despidiéndose de sus compañeras que le deseaban suerte y de todo el personal que estuvo ahí, viéndola avanzar y recuperarse durante ese largo año, misma en el que ella creyó que su vida se detendría, pero que, muy por el contrario, logró salir de un pozo muy profundo y oscuro del que creía no tenía escapatoria alguna.
Se despidió de cuanta persona se topó en el camino, incluso con las que solo había cruzado unas cuantas palabras durante su estadía, pero, aun así, su despedida se sentía incompleta, y ella sabía el motivo. No pudo evitar dedicarle una mirada nostálgica al invernadero vacío, que a esa hora se encontraba en silencio y casi desierto. Casi. Excepto por una persona. La persona que llevaba una semana evitándola.
Se acercó al invernadero con lentitud y un pesar en el pecho, mordiendo su labio inferior y aferrando sus manos a la correa de su bolsa. No tuvo que entrar para encontrar a quien buscaba, Meera cambiaba de masetas unas flores con total delicadeza, diestra en su tarea.
Su intención era solo observarla desde lejos un poco más y luego marcharse, pero tal vez la castaña ya se había vuelto experta en reconocer su mirada y por eso volteó hacia donde ella estaba, encarándola por breves instantes antes de girarse de vuelta a lo que estaba haciendo.
— Te vas hoy. –afirmó con la voz apagada, sin mirarla siquiera.
— S-sí, en unos minutos. –titubeó al responder, teniendo que morderse el labio con más fuerza ante la inminente tensión que se sentía.
— Bien por ti. No recaigas.
Aida se esperaba un abrazo, unas palabras de aliento o al menos una sonrisa, pero no contaba con la frialdad de Meera en todo su esplendor, o más bien, no contaba con que Meera fuera ese tipo de persona que odiaba las despedidas.
— Adiós.
La chica dio media vuelta con una triste expresión en su cara, con la sensación de picor en los ojos y sus delgados labios amenazando con temblar. Dio pasos lejos del invernadero, mucho más rápidos que los que dio al llegar, sintiendo el pesar del pecho aumentar. Hasta que una voz la detuvo.
— Aida.
La rubia se giró al escuchar su nombre y de ahí todo ocurrió muy rápido. La castaña se puso de puntitas y jaló de su blusa para acercar sus rostros, sus labios se estamparon contra los contrarios, sintiendo la suavidad y el calor de inmediato, un estallido de fuegos artificiales en su estómago, las estrellas dibujas en sus párpados cuando cerró los ojos, la electricidad recorrerle el cuerpo en el momento en que sintió una mano acariciar su mejilla.
Fue celestialmente maravilloso, pero malditamente corto. Así fue su primer beso con Meera.
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