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— Falta poco, pequeña, tan solo un poco de paciencia y sol y serás una linda flor.

Para Aida había muchas cosas en el mundo que le podían causar ternura: los bebés, los abuelitos, los gatos, los perros, algunos dibujos animados e incluso algún gesto en particular, pero sin duda, nada podía causarle más ternura que la dulce y suave voz que Meera usaba para hablarle a las plantas.

Era adorable la manera en que les sonreía a las flores, con esa gummy smile que tanto hacia golpetear el corazón de Aida. Como sus pequeñas manos tocaban delicadamente los pétalos, la manera tan dulce en que les hablaba, sus ojitos brillando cuando por fin los botones florecían.

— ¿Ya terminaste lo que sea que estás haciendo?

Aida sonrió ante la pregunta de Meera, levantándose de la banca en la que llevaba rato sentada a la espera de que la mayor terminara de darle su cuidado diario a las plantas.

— Terminé. –respondió sonriente y con ambas manos detrás de su espalda. — Cierra los ojos.

Meera decidió seguirle el juego, por lo que cerró sus ojos sin pensarlo mucho. Ella pudo sentir como algo liviano era colocado sobre su cabeza y la manera en que los dedos de la contraria movían un poco su cabello, muy posiblemente acomodándolo.

— Ábrelos.

La mayor llevó sus manos hacia su cabeza y quitó lo que la rubia recién le había puesto para examinarlo. Se trataba de una pequeña corona de hojitas y ramas, con pequeños dientes de león y pétalos enroscados. Era linda y sencilla, muy bonita ante los ojos de la castaña, a la que se le hizo imposible el no sonreír.

— ¿Y esto? –se volvió a poner el modesto adorno sobre la cabeza, feliz por el regalo.

— ¿Sabías que las más pequeñas de la clínica piensan que eres una princesa y por eso pasas tanto tiempo en el jardín cuidando de las plantas? –la mayor la vio entre alagada y sorprendida por su cometario, desconociendo esa información. — Pues me puse a pensar. Sí, pareces una princesa, solo te faltaba una corona.

El corazón de Meera se sintió explotar de amor, llegando incluso a considerar lanzarse a los brazos de Aida en ese momento para abrazarla.

— Meera. –la escuchó susurrar, sus manos tocándose muy apenas y las sonrisas aún vigentes.

— Aida.

Meera se esperó una cursilería, un chiste, un contacto más íntimo o algo por el estilo. Se esperaba muchas cosas, pero sin duda que la sonrisa de la rubia se tornara triste de un momento a otro y la confesión que le siguió a ese gesto no estaban entre su lista mental de posibilidades.

— Me iré en una semana. 

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