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Aida sintió como despertaba de a poco a causa de las débiles palmadas que recibía sobre sus mejillas.
— Aida, despierta ya. –escuchó la voz de Mirian, su compañera de cuarto — Pasan de las siete, tienes que levantarte.
La rubia frunció el ceño y emitió un gruñido gutural mientras se envolvía más en sus cálidas sábanas, cubriendo sus ojos con ellas para evitar ser molestada por la luz matutina.
— Aida, levántate ya o nos van a regañar. –Mirian comenzó a jalonear el brazo de su amiga para intentar sacarla de la cama, pero la rubia se soltó con facilidad solo para acurrucarse más y cubrirse hasta la cabeza con la manta.
Mirian bufó molesta, haciendo un puchero mientras se arremangaba las mangas de su blanca camisa y caminaba hacia los pies de la cama, donde arrojó las sábanas de su compañera al piso y la tomó con firmeza de los tobillos para jalar de ella.
— ¡Déjame dormir! –gruñó la somnolienta Aida, pataleando para soltarse del agarre que la azabache mantenía sobre sus piernas.
Una de sus patadas fue tan efectiva que mandó a su compañera de habitación al piso, cayendo y golpeando su trasero.
— ¿Por qué siguen aquí ustedes dos? –Aida enteró su cara en la almohada al oír la voz autoritaria y molesta de Dana, su otra compañera de cuarto —¿Y qué haces tú en el piso?
La morocha fue hacia Mirian y la ayudó a ponerse de pie mientras no dejaba de farfullar cosas sobre la impuntualidad, regañando a ambas chicas como de costumbre.
— Llevo como diez minutos intentando levantarla de la cama. –reclamó la azabache.
— ¿Ya probaste jalarla de los pies?
Aida gruñó contra la almohada por lo molesta que le resultaba la conversación de sus compañeras. Ella solo quería dormir, y no podía si había ruido cerca.
La conversación de las chicas sobre lo molesto que era tener que sacar a Aida casi a golpes de la cama todas las mañanas se vio interrumpida por el estrepitoso ruido del metal contra el metal, y una ruidosa chica que pasaba corriendo por los pasillos gritando "¡chica nueva, chica nueva!" a todo pulmón.
Dana dejó de lado su conversación con Mirian y caminó sin expresión alguna hacia la puerta, siendo seguida poco después por la menor.
La azabache se detuvo en el marco de la puerta y le dio una mirada a Aida, que ahora era un bulto deforme de cobijas y almohadas desparramado por la cama.
— Al menos deberías levantarte para dar la bienvenida. –le dijo a la rubia antes de marcharse — Sabes lo difícil que es el primer día aquí.
Aida escuchó los pasos de su compañera alejarse luego de ello y la puerta de la habitación ser cerrada. La chica se removió en la cama en busca de una mejor posición para seguir durmiendo y no pensar en lo recién dicho por su amiga, cosa en la que falló.
Recordó su primer día ahí, lo asustada que estaba y la manera en que ese saludo grupal al ingresar a la clínica le había levantado el ánimo, haciendo su primer día mucho más sencillo. La carga de conciencia no tardó en llegar y ella tampoco tardó en ponerse de pie fuera de la cama, perezosa y con el pelo despeinado.
Arrastró sus pies por el ancho pasillo, siguiendo las voces de sus compañeras que se reunían en la entrada a los dormitorios. Voces que murmuraban curiosas, saludos matutinos entre ellas, uno que otro bostezo que se escapaba por ahí. Podía ser una escena típica en la mañana de un día de escuela, claro, si olvidabas el hecho de que estaban prácticamente encerradas en una clínica.
Las voces se fueron apagando de a poco y todas voltearon la vista hacia la entrada, donde dos de las enfermeras que atendían en lugar iban acompañando a una chica, una muy pequeña pero no precisamente en edad.
Los murmullos regresaron al ver la nueva figura delante de ellas, que se cohibía y se hacía diminuta en su sitio por culpa de las miradas repentinas.
Aida no pudo evitar analizar de más la apariencia de esa chica. Se notaba joven, tal vez incluso más que ella y sus compañeras, con unos ojos grises grandes y brillantes y un cabello castaño claro muy largo. Era linda, sí, si omitías el hecho de que sus pómulos estaban completamente hundidos, sus dedos se notaban huesudos y en sus brazos las articulaciones eran en excesos notables, como si fuera el boceto de un dibujo.
— Por favor, querida, preséntate. –una de las enfermeras le sonrió y le dio una suave palmadita en la espalda.
La chica observó a la multitud que la analizaba sin pudor alguno y formó una mueca con sus pálidos labios antes de saludar.
— Hola, me llamo Meera, con dos "e" ... —la chica se quedó callada y mirando sus pies por segundos que parecieron eternos.
Una de las enfermeras intervino al notar que la chica no tenía nada que decir, y para evitar incomodarla más.
— Muy bien, todas saluden a Meera Callen.
Se escuchó un "Bienvenida, Meera" resonar fuerte y claro por la estancia. Luego de eso el cúmulo de gente se dispersó, algunas yéndose con prisa a hacer sus actividades y otras a saludar a la nueva.
Fueron varias las que formaron un círculo alrededor de la castaña para darle la bienvenida con un abrazo o unas palabras de aliento, era una tradición recibir así a las chicas que ingresaban, una manera de hacerlas sentir un poco más de confianza en un ambiente desconocido.
— Vámonos, debemos ir a desayunar. –dijo Dana, siendo seguida sin reproches por Mirian y Aida.
Fue justo en el momento en que Aida se preguntaba si sería posible regresar a su cama y dormir que una risa, risueña y casi infantil, le llamó la atención.
Giró la cabeza, solo para apreciar una imagenque, aunque no lo sabía, se le quedaría grabada por mucho tiempo. Aquella lindasonrisa de gomita, que dejaba ver los blancos dientes y las rosadas encías deMeera, la cautivó de una manera que ni ella comprendía.
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