19
La pijamada con películas había resultado más que entretenida para todas las chicas de la clínica. Todas se habían divertido con sus compañeras, bromeando sobre alguna escena en concreto o riéndose de los gritos de algunas de ellas mismas cuando una escena aterradora aparecía de pronto.
Sin duda había sido una entretenida y larga noche que las hizo caer dormidas luego de unos cuantos juegos entre ella y decenas de charlas de temas variados.
Para ese punto de la noche (o más bien, de la madrugada) ya todas las chicas estaban profundamente dormidas, acurrucadas con sus sabanas sobre los edredones y abrazando sus almohadas. Aida no era la excepción, la rubia también descansaba junto a sus compañeras, con el rostro sereno y la respiración calmada, los dorados cabellos esparcidos sobre la almohada, sueltos y libres de esa cola de caballo que casi siempre los sujetaba.
Sin embargo, pese a la tranquilidad que emanaba su rostro, el descanso de Aida se vio interrumpido por unos ligeros golpecitos en uno de sus hombros.
— Aida, despierta. –escuchó en suaves susurros al lado de ella.
La rubia abrió los ojos con pereza, soltando un profundo bostezo mientras su mano vuelta puño se dedicaba a frotar sus ojos, en un intento por despabilar y ser capaz de enfocar mejor a la dueña de esa voz que la despertó.
Se trataba de nadie más que Meera, que se mantenía de cuclillas frente al lecho de la contraria.
— ¿Meera? –su voz salió profunda y levemente ronca. No tardó en sentarse en su lugar y ponerse atenta a lo que pasara, confundida por la presencia de la castaña. — ¿Ocurre algo?
— Yo...-la mayor habló bajito mientras mantenía la vista agachada — ¿Puedo dormir contigo?
Muy bien, eso definitivamente era algo que Aida no se esperaba. Se esperaba tal vez un simulacro de incendio, una broma pesada que involucrara bañarla con agua helada mientras dormía o incluso que la muñeca Annabelle fuera real y apareciera de pronto para jalarla por los pies. Pero no se esperaba eso para nada.
No se esperaba los ojitos grises de Meera, brillantes y asustados, no se esperaba su pequeña boca murmurando excusas, ni sus mejillas ya un poquito más crecidas ligeramente coloradas, ni la manera en que jugaba nerviosamente con sus dedos.
Aida no se sintió con la capacidad suficiente como para articular palabra, tan solo se limitó a hacer la sábana a un lado y moverse lo suficiente como para que el pequeño cuerpo de Meera cupiera en el edredón.
La castaña entendió y gateó sobre el suelo hasta la cómoda superficie mullida para después jalar un poco la sabana y acurrucarse con la misma, de espaldas a Aida, que sentía que la respiración le fallaba.
Pasaron largos minutos así, sin ruido alguno más allá del de los ronquidos y suaves respiraciones de sus compañeras, la rubia sintiendo cosquilleos por el cuerpo y manteniendo el cuerpo rígido cual tabla, para no rozar a Meera ni con la punta de sus dedos. Sentía que si la tocaba algo muy malo pasaría, y ella no era alguien que se guiara por supersticiones, pero definitivamente no quería tentar su suerte.
— Aida.
El aterciopelado murmullo de la chica acurrucada a su lado la hizo salir de sus pensamientos y un leve sonido para que supiera que la escuchara.
— ¿Podrías abrazarme?
El corazón de Aida dio un vuelco, corrió a toda prisa, tal vez hasta se detuvo de lo rápido que latía en ese momento. La rubia no sabía qué hacer, se sentía desfallecer y caer de golpe al piso, como si fuera un sueño o algo parecido.
— No tienes que hacerlo si no quieres.
La rubia vio el cuerpo de la contraria contraerse aún más, volviéndose más pequeño en su sitio, aferrada a un extremo de la sábana. Suspiró pesadamente como intento por controlar su agitado corazón y tomó valor de donde no sabía que lo había. Se dio la media vuelta sobre la colchoneta y con sus extremidades temblorosas acunó el cuerpo de Meera contra el suyo, sintiéndola sobresaltarse y al instante relajarse por completo.
A Aida le dio miedo que Meera fuera capaz de sentir lo acelerado de su corazón, que iba frenético y sin tregua en el interior de su pecho, mismo que reposaba contra la espalda de la castaña.
Luego de una brevedad tortuosa fue que la menor se atrevió a hablarle a la chica hecha un ovillo entre sus brazos, preguntándole cerca de su oído.
— ¿Está todo bien?
La mayor se estremeció, e inconscientemente, Aida reaccionó abrazándola con más fuerza.
— S-sí, es solo que...-hizo una pausa en la escondió su rostro entre la sábana, dejando a la vista tan solo sus ojos — No te burles, pero me dan miedo las películas de terror.
La rubia no supo por qué, pero esa confesión se le hizo de lo más tierna, y no pudo evitar juntar aún más su cuerpo con el de la mayor, pegando su cara sobre la cabellera contraria y siendo capaz de percibir un suave tono florar proveniente de los castaños caballos.
Aida esa noche descubrió que le gustaba dormir abrazando a Meera. Tal vez le gustaba más de lo que debería.
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