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17

Los grises ojos de Meera se veía más claros al ser iluminados por el brillante sol del mediodía, del cual se refugiaba bajo un frondoso árbol del patio. Observaba las nubes blancas en el cielo, jugando consigo misma a darles forma, imaginando cachorros, flores y conejos en el cielo.

Cerró los ojos y aspiró con fuerza para llenar sus pulmones de aire, aun siendo capaz de ver la luz solar filtrándose por sus delgados parpados, al menos hasta que algo se paró frente a ella, bloqueando la luz.

Abrió los ojos y lo primero que notó fueron los orbes oscuros de Aida, observándola con detenimiento y sin disimular en lo más mínimo. Siguió a la rubia con la mirada, quien se sentó al lado de ella sin siquiera preguntarle.

— Conseguí algo. –dijo la contraria, rebuscando en los bolsillos de su pantalón blanco –Bueno, más bien una amiga me lo consiguió. Pensé que tomaría más tiempo y por eso se los pedí para la semana que viene, pero parece que era mucho más sencillo de lo que había pensado.

Meera se mostró curiosa por lo relatado por Aida, pero su interés se desvaneció en cuanto vio a la rubia sacar un paquete de gomitas en forma de oso de su bolsillo, todas de sabor fresa por lo que se notaba en el empaque.

— Tienes a alguien que te pasa cosas desde afuera y lo que haces es pedirle gomitas –analizó la situación en voz alta y con expresión neutra mientras se acomodaba al lado de Aida. —¿No se suponía que a ti no te gustaban el sabor de las frutas?

— Hace mucho que no comía gomitas y quería unas, además, el sabor de las frutas y del saborizante de fruta es muy diferente. –explicó con la boca llena de gomitas.

Le extendió el paquete a Meera, quien entendió las intenciones de la más alta al instante y negó con la cabeza a modo de rechazo.

— Vamos, en verdad saben bien. –le insistió de manera casi infantil —Hasta se te queda el sabor en la boca un largo rato.

La castaña se mantenía firme y sería, pero no pudo evitar mirar de reojo a la contraria al escuchar eso último.

— ¿En serio? —una sonrisa traviesa surcó sus labios cuando, sin previo aviso, se acercó demasiado a Aida, apoyando sus pequeñas manos en el césped al lado de las rodillas de la rubia y acercando muchísimo su rostro, haciendo casi imposible el no hacer contacto visual — Demuéstralo.

La chica no entendió a lo que la castaña se refería, no entendía cómo podía demostrar lo que recién había afirmado, pero tampoco podía pensar bien en alguna idea para hacerlo. La presencia de Meera tan cerca de ella, sus intensos ojos grises sobre ella y el aroma que desprendía; todo eso la ponía tan nerviosa que juraba que no podía ni moverse, y se sentía estúpida por no entender por qué su corazón comenzaba a latir tan fuerte en su pecho.

No supo cuánto tiempo estuvo así; si fueron segundo, minutos u horas, lo que si supo fue que sintió mucho frío cuando la castaña se alejó de ella precipitadamente.

La sonriente Meera tomó la bolsa de gomitas de las congeladas manos de Aida, que la miraba fijamente y con la boca abierta, formando un pequeño círculo. Tomó unas cuantas gomitas y devolvió la bolsa a las manos contrarias, sonriendo mientras masticaba.

— Si quieres, búscame en unas horas, así comprobamos si aún queda sabor en mi boca.

La rubia se quedó pasmada en su sitio viendo aMeera marcharse rumbo al interior de la clínica, sin comprender qué demonios acababade pasar, pero con un recordatorio mental recién formado en su cabeza. Debíapedirle a la doctora Lidia que le hiciera un chequeo completo la próxima vezporque, por la manera en que su corazón comenzaba a latir, tenía la ligerasospecha de que tal vez estaba comenzando a sufrir taquicardia.

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