14
Desde que Meera era pequeña se consideraba a sí misma una amante de la naturaleza. Le gustaba estar rodeada de flores, árboles y pasto, sin duda era de sus escenarios favoritos en todo el mundo, los paisajes naturales abundantes.
Para infortunio de la chica, el haber crecido en una urbe no le facilitaba para nada su contacto con la naturaleza, todo siempre era gris y asfalto por donde mirara. Pero, como golpe de suerte, le toco ser una afortunada niña con un gran jardín, y aún mejor, le tocó la casualidad de que el jardinero de su familia era un hombre muy amable, que no dudó en enseñarle todo lo que sabía sobre plantas en cuanto ella mostró interés.
Las flores la relajaban, la hacían sentirse feliz y un poco como si estuviera en "casa", por eso mismo decidió entrar al taller de jardinería dentro de la clínica. Ese era su pequeño momento de paz y alegría ahí dentro. Bueno, al menos la mayoría del tiempo.
Sí, amaba plantar, cuidar y ver crecer esas pequeñas flores, pero no negaría que el tener que cargar con sacos de tierra para las masetas era agotador, y Meera era demasiado orgullosa como para pedir ayuda. Aunque, para su suerte, no necesitó pedirla.
Sintió como el peso que sus blandengues brazos cargaban a duras penas se disipó de golpe, se tambaleó y casi cayó al piso, pero se sostuvo y observó con neutralidad la sonrisa de Aida frente a ella, que cargaban con envidiable facilidad el saco de tierra con sus dos brazos.
— ¿Dónde lo dejo?
Meera tan solo señaló una amplia mesa de madera, donde varias masetas ya estaban listas para ser llenadas. Aida acató la orden y colocó la bolsa a un lado de las masetas, misma que la castaña comenzaría a rellenar con la tierra de la bolsa, siendo ayudada por una pala y bajo la atenta mirada de la rubia.
— ¿Sabes? Si comieras un poco más no te sería tan difícil cargar la tierra
— Estoy comiendo más. –replicó Meera, sin quitar su atención de las masetas.
— Hablo de comer un poco más de proteínas, ya sabes; carne, pollo, esas cosas.
— No soy muy fan de la carne.
— ¿Vegetariana?
— ¡No, solo no me gusta el sabor! –respondió con una mueca, algo irritada por la presencia de la rubia, pues no tenía aún muy en claro como relacionarse con ella. Largó un suspiro antes de volver a su labor y responder ya más calmada — El pescado un poco, solo eso.
— La señora Carmen hace un pescado muy rico, podrías pedir más pescado en lugar de carne roja. –explicó Aida luego de unos escasos minutos de silencio.
— ¿Por qué tanto interés en que coma? —Meera miró a la contraría de reojo, su boca haciendo una pequeña mueca.
— ¿Para qué crezcas grande y fuerte? —la más alta infló su pechó con aire y flexionó sus brazos para marcarlos de manera exagerada, logrando que resaltaran los vestigios que quedaban de donde una vez hubo músculos tonificados. Infló sus mejillas conteniendo el aire e hizo una pose como si estuviera soportando mucho peso, a la par que sus cejas se fruncían de manera exagerada, fingiendo molestia.
El rostro de la castaña expresaba confusión por la broma de la contraria, pero pronto comenzó a reír por lo cómico de su rostro, soltando carcajadas sonoras y dejando relucir sus perlados dientes y rosadas encías a través de una gran sonrisa.
La rubia rápidamente abandonó su pose de "musculosa", perdiendo completamente la concentración a causa de las risas, que a ella se le hicieron melodiosas. Ahora su atención estaba fija en la linda sonrisa de la contraria y la manera en que sus ojitos parecían achicarse al reírse.
La carcajada perdió fuerza poco a poco, Meera se limpió las lágrimas que le salieron de los ojos por tanto reír y reguló su respiración. Al mismo tiempo, pudo ver como Aida mantenía la mirada firme sobre ella, sonriendo bobamente.
— ¿Qué tanto miras? —una pequeña sonrisa se le escapó mientras llevaba unas de sus manos a su mejilla — ¿Tengo tierra en la cara?
— Me gusta tu sonrisa. –Aida no sabía de donde había salido el valor para decirle eso a Meera de manera tan directa, pero tal parece que esa valentía se había esfumado tan rápido como llegó, pues apenas lo dijo sus dientes se clavaron veloces en su labio como método para aguantar los nervios y sus ojos giraron en automático hacia sus pies.
La castaña chistó mientras se quitaba los guantes de jardinería, aun conservando esa pequeña sonrisa, Aida levantó la vista solo un poco, lo necesario para ver sus movimientos.
— Creo que eres de las pocas que piensan así. –comentó mientras se tronaba los dedos de las manos — Cuando sonrió mucho se me ven hasta las encías, parezco el tiburón de Buscando a Nemo.
— Pues yo creo que es muy bonita, hasta hay un nombre para ese tipo de sonrisa.
— ¿En serio? –volteó a ver a la contraria con cierta duda, el tono alegre aún palpable en su voz — ¿Cuál es?
— Gummy Smile. –la manera en que los ojos de Meera conectaron con los suyos por instantes que parecían eternos le aceleró el corazón, haciendo sus piernas flaquear sin entender el motivo — Suena como si estuvieras hablando de una sonrisa de gomita.
— ¿De gomita? – razonó con notable sarcasmo mientras limpiaba sus manos con un paño húmedo.
— Sí, y a mí me gustan las gomitas, por eso creo que es normal que me guste tu sonrisa.
— ¿Sabes? Creo que también hay un nombre para tu tipo de sonrisa. –dijo con una sonrisa de lado.
— ¿En serio? –Aida se mostró verdaderamente interesada por lo recién dicho.
— Sí, sonrisa de payaso. –y sin miramiento alguno, le arrojó el paño sucio a la cara antes de flanquearla por la derecha rumbo al interior de la clínica, no sin antes detenerse frente a la rubia con una sonrisa de lado — Tal vez por eso siempre me rio de ti.
Aida vio a Meera marcharse y entrar a la clínica, siendo incapaz de borrar la sonrisa de su cara y regañándose mentalmente por sentir tantos nervios frente a la castaña. Por su parte, Meera no pudo evitar sentir una especie de calidez creciendo dentro de su pecho.
Ninguna sabía lo que les estaba pasando con exactitud, solo tenían una cosa clara: les gustaban todas las sensaciones que sentían cuando estaban juntas, y querían seguir sintiendo más.
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