12
Los dedos de Aida se movían sobre las cuerdas de aquella usada guitarra marrón claro, emitiendo suaves notas musicales que viajaban por el casi desierto salón de música, con apenas cinco personas contando a la rubia y a la castaña, que se habían recluido por voluntad propia en una de las esquinas de la sala.
Los grandes ojos grises observaban con entera atención los precisos movimientos de aquellos delgados dedos sobre el instrumento, viajando de vez en cuando al rostro de la rubia, fijándose en su expresión de entera concentración. Meera miraba con absoluta atención el rostro contrario, dándose cuenta de las pequeñas pecas que reposaban sobre las blancas mejillas y preguntándose si siempre había estado ahí.
La canción interpretada por Aida terminó y dejó el instrumento de lado un momento, gesto con que hizo despabilar a la ensimismada castaña, que apartó la vista de inmediato.
— ¿Te gustó? –preguntó la rubia, refiriéndose a la canción.
— Ya te he dicho varias veces que me gusta como tocas, no tienes que preguntar cada que tocas una canción diferente.
— Cada canción es diferente, así que la toco diferente. Esa manera de tocar puede gustarte o no.
La castaña bufó e hizo un puchero ante las palabras de la rubia, “odiando” la manera que tenía de siempre voltear las cosas.
— ¿Alguna petición? –Aida volvió a tomar el instrumento entre sus manos.
La castaña solo negó con la cabeza y plantó su vista en los grandes ventanales de la sala, por donde se filtraba la luz solar. Veía los pájaros trinar mientras descansaban en las ramas de los árboles aledaños, sirviendo como acompañamiento para la música que la rubia interpretaba.
Se había vuelto costumbre para ellas el ir ahí después de la comida y pasar un rato escuchando música. Luego seguramente irían al patio a tomar aire fresco y estirar las piernas. Se había convertido en su pequeña rutina desde que la directora le había encargado a Aida el alentar a aquella necia castaña, que, por cierto, desconocía el trato.
Aunque cabía destacar que casi nada había cambiado luego de ese pacto. Lo único distinto era que ahora Aida buscaba a Meera de manera consciente, y no por mero instinto como acostumbraba; tenía una excusa para verla desde lejos y una coartada para estar cerca de ella, cosa que, por algún motivo, la tranquilizó.
La joven chica llevaba a su compañera de un lado a otro por toda la clínica con un propósito claro en mente: distraerla. Cuando recién fue ingresada una de las psicólogas le dijo que necesitaba centrar su mente en alguna actividad después de cada comida, para evitar algún ataque de ansiedad por haber ingerido alimento, pero que inmediatamente se pasara pos su consultorio si sentía que no podía controlarse.
Le veía sentido a esa estrategia, antes de ser internada ella se la pasaba ensayando y tocando la guitarra para evitar pensar en el hambre. Si seguía con hambre, ensayaba más, hasta que el cansancio fuera tal que lo único que su cuerpo quisiera fuera dormir, dejando en segundo plano el sentimiento de vacío y el increíble ardor estomacal producido por la falta de comida.
Las dos estaban tan concentradas es sus propios pensamientos, tanto que no notaron cuando la habitación se vació por completo, quedando solo ellas dos. El clima ahí dentro era agradable, así que decidieron quedarse otro rato. Se recostaron en el suelo, con la cabeza rozando el muro donde estaban colocados los grandes ventanales. Desde ahí podían ver varios pájaros revoloteando por entre las ramas y el interesante juego de luces que formaban los rayos de sol atravesando entre las hojas.
De nuevo hubo silencio entre las dos, Meera se concentraba en mirar el techo color crema, sin prestar atención a nada a su alrededor, con el cabello esparcido en ondas por el suelo y las dos manos unidas sobre su estómago.
— ¿Por qué estás aquí?
La pregunta de Aida cortó la burbuja silenciosa que se había creado para las dos, pero la castaña ni siquiera reaccionó, se quedó con la vista en el techo, sintiendo la mirada de la contraria sobre ella.
— Salía con… alguien.
— ¿Alguien? – redundó la rubia, dudosa y atenta.
—Sí, alguien. –repitió para soltar un pesado suspiro. — Ese alguien era una mierda conmigo, a pesar que salimos más de dos años. Pero no quería terminar con lo que teníamos, era malo y yo lo sabía, pero estar con esa persona me hacía sentir… menos vacía. —de nuevo suspiró con pesar, tal parecía que contar todo eso la agotaba y le quitaba el aliento — Le daba todo lo que quería. Salíamos cuando quería salir, le compraba lo que quería que le comprara, hablaba con quien quería que yo hablara, usaba lo que quería que usara, cogíamos cuando quería coger. Bueno, tal parece que nada de eso fue suficiente porque me engañó.
La castaña finalmente volteó a ver a Aida, una sonrisa triste implantada en sus labios y unos ojos cristalinos al borde del llanto fue con lo que la rubia se encontró. Meera notaba la expresión de la chica frente a ella, más que sentir pena, se veía indignada y hasta cierto punto, molesta.
— Me dijo que lo hacía porque ya no me soportaba, que no quería estar con alguien que solo era considerada el despojo de su familia, que estuvo conmigo porque sabía que podía costearle ciertos lujos, que yo le daba asco, que mi cuerpo la hacía querer vomitar y que las veces que estuvo conmigo no podía dejar de pensar que en verdad daba pena ajena. —soltó una amarga carcajada y sorbió por la nariz, haciendo un doloroso esfuerzo por contener las lágrimas — Lo dijo de una manera tan cruel, como si no le importara el hecho de que yo siempre terminaba llorando después de hacerlo porque siempre todo era demasiado brusco. —no se pudo contener más y un par de lágrimas se escurrieron desde sus ojos, pasando por sus hundidos pómulos y resbalando por su afilada barbilla — Luego de eso vino lo peor. — la rubia la miraba atónita, observando esa sonrisa triste en la cara de Meera, siendo eso, sin duda alguna, lo más doloroso. — la chica nueva con la que comenzó a salir encontró fotos mías en el celular de esa persona, fotos que me obligó a enviarle, imagino que sospechas el tipo de fotos… no dudo en esparcirlas por toda la escuela.
Las lágrimas seguían brotando sin parar de los grisáceos ojos y la chica sentía que en cualquier momento se ahogaría con las mismas. De un momento a otro se reincorporó, quedando sentada con la espalda apoyada en la pared, llevando sus manos a su pecho para controlar sus respiraciones.
Aida se sentó a su lado, observando sin tener idea de cómo actuar y completamente destrozada por la historia de la contraria.
— Aida, hay un motivo por el que no me esfuerzo en “curarme”. –dijo mientras hacía comillas con sus dedos — A mí no me interesa salir de aquí, porque no hay nadie que me espere afuera.
Meera sintió como si el tiempo se detuviera a su alrededor, los recueros chocando en su mente y creando un caos en su corazón que se manifestaba con un fuerte dolor en el pecho y el sentimiento de estar perdiendo el oxígeno. Todo era frío para ella, hasta que unos tibios brazos la estrecharon con firmeza. El olor de Aida le llegó de golpe, suave y mentolado, la calidez del cuerpo de la rubia la hizo sentir mucho más calmada de un momento a otro, pero al mismo tiempo, le invadió una duda.
En ese momento Aida no tenía palabras de consuelo para Meera, no se le ocurría nada que fuera capaz de mitigar ese dolor, así que solo dejó que sus acciones hablaras. Un sentimiento intenso surgió en ella de pronto, y un objetivo se fijó claro en su mente. No quería volver a ver esos lindos ojos grises inundados de lágrimas.
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