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Capítulo 2


   Aquella carta fue lo último que Aron supo de Justin, la hermosa letra con tinta negra en la hoja de un cuaderno le aseguraba que el chico ya no se encontraba en la ciudad, pero su aroma quedaría siempre a su lado. Pero eso no evitó que las lágrimas se agolparon en sus ojos tal cual marea, que tapara su rostro con una almohada en busca de ahogar un desgarrador grito. Aron no quería ilusionarse con la espera, pero le era imposible andar con alguien que no fuese Justin.

   Entonces quiso volver a tener esperanza, pensar en que todo sería como en una novela. Aron quizá, tras ver la luz del día y la desgarradora nota, sintió que tenía el tiempo necesario para ir al aeropuerto y tal vez despedirse del mejor chico que había conocido en su vida y decirle que sí, esperaría por él sin duda alguna. Pensando en positivo, no dudó en tomar su chaqueta y la moto de uno de sus hermanos, y a toda velocidad se dirigió al aeropuerto.

   Pero al entrar, vio el posible avión donde estaba Justin. Estaba despegando, y Aron sintió el corazón nuevamente roto al saber que no sería capaz de olvidarle. Lágrimas amargas salieron de sus azulejos orbes y tapó su boca con la mirada gacha en busca de acallar su tristeza.

   Sin embargo, Justin había llegado tarde al aeropuerto, tendría que esperar el siguiente vuelo, y fue cuando reconoció al triste chico que miraba el suelo cerca del gran ventanal. Aron estaba allí y lloraba por su ida.

   Justin apenas dio un paso, sólo deseaba correr a abrazarlo, besarle, decirle que se quedaría, pero sería una cruel mentira. Justin, en ese momento, viendo como su chico se desboronaba, se sintió el peor ser del mundo, porque no podía hacer nada para evitarle tal dolor, solo aferrarse al suéter que no había sido capaz de dejar. Sus lágrimas no tardaron en agolparse en sus ojos, igual tapó su boca y en cuanto vio como Aron se viraba para salir del aeropuerto con las manos entre los bolsillos, Justin se escondió tras una columna en medio del llanto incontrolable que le ocasionaba aquella situación.

   Le daría un ataque de pánico si seguía llorando con tal desdicha, perdería el conocimiento si no controlaba el agitado palpitar de su corazón roto, pero era inevitable el no llorar cuando veías como el amor de tu vida se limitaba a esperar por tu regreso.
Los días de tristeza fueron varios para Aron, sus hermanos mayores no sabían qué hacer para que el antiguo Aron volviese a ser el de antes. Extrañaban a su hermano, su música, pero era como si algo dentro del susodicho se hubiese perdido por completo. Quizá en algún momento ellos igual quisieron al rizado, lo habían aceptado en su familia, pero lo que le había hecho a Aron era algo casi imperdonable. O eso era lo que los mayores pensaban al ver a su desolado hermano menor tan callado y sin comentarios sarcásticos.

   De igual forma, Justin sabía que lo que le había hecho a Aron fue una prueba de egoísmo en total potencia. Iba en un taxi, en un país que no conocía, sólo, pensando en sí el guapo cantante que era Aron le esperaría, pero al mismo tiempo no podía culparle si llegaba a salir con alguien más. No podía negarle la alegría de enamorarse de alguien más. Pero al momento de abandonar la casa de Aron, fue lo primero que cruzó por su mente y que hizo temblar su corazón, dejarle una carta con unas palabras egoístas. Justin sabía que nuevamente se había equivocado, había ilusionado a un chico fantástico al cual amaba con todo su corazón. Eso era algo que no podría perdonarse, así Aron lo hiciera, Justin siempre tendría en mente el dolor que tanto le había provocado a su chico.

   Sus vidas separadas por tierras y mares, por un centenar de personas, por las barreras de las mentes cerradas. Justin no pasaba un día sin lamentarse, y esos días se volvieron semanas, esas semanas de amargura se volvieron meses, y fue cuando los años se fueron perdiendo debido al recuerdo que era inolvidable. Si Justin hubiese sabido que dolería tanto, tal vez se hubiese quedado junto a Aron, pero aún ni siquiera tenía el valor para tomar un avión de regreso.

   Su vida había reiniciado en cuanto llegó a tierras desconocidas. Justin había desaparecido por completo de la vida de todos aquellos que se habían quedado en el vecindario. Ni celular, ni redes sociales, el rizado no tenía contacto alguno, y luego de las insesantes amenazas de su padre, Justin prefería mantenerse invisible. Esa decisión, para un chico de 17 años, fue un gran paso.

   Pero ahora ya tenía 21, su padre ya no le molestaba y vivía en un departamento cerca de la universidad, su vida tal vez ya no era tan problemática, pero su pecho y corazón heridos no lo dejaban en paz. En tan largos 4 años nadie fue capaz de decifrar al tierno chico de cabellos rizados que se sentaba al final de la clase, el chico que no hablaba pero que siempre pasaba los exámenes.

   Aron pronto cumpliría los 22, su cumpleaños se acercaba y el chico parecía haber vuelto a ser el de antes, ese muchacho divertido y rudo que era antes de conocer a Justin. Era un perfecto actor, su sonrisa aún cautivaba a cualquiera pero pocos podían ver la tristeza en medio de sus orbes azules.

   Aún tocaba la guitarra, aún escribía canciones, pero ninguna letra le parecía tan especial como solían serlo. Aron era de los que creía que la felicidad no dependía de los demás, sino de uno mismo, pero nunca había estado tan cerca de la felicidad como cuando Justin le sonreía. Quizá por ello la última noche se negó a dejarle ir, se dispuso secar sus lágrimas, se dispuso a recuperarlo en el aeropuerto.

   ¡Cling!

   Una cuerda de su guitarra se había roto. Un suspiro resignado salió de los labios del guitarrista, y terminó por acostarse en su cama, y luego giró la cabeza para echarle un vistazo al calendario. Su cumpleaños estaba marcado con un plumón rojo hecho por sus hermanos mayores; una risa ligera sonó en la habitación silenciosa, sus hermanos aún le trataban como si fuese un cachorro al cual proteger.

   Sin más nada que hacer, la mente de Aron volvió al pasado y en las cosas que debería estar haciendo. Si Justin estuviese allí, de seguro ya sería hora de buscarle en la entrada de la universidad, o de invitarle una hamburguesa antes de la siguiente clase. Si tan solo supiese el paradero del chico rizado, Aron no dudaría en gastar todos sus ahorros en un pasaje de avión para ir en su búsqueda.

   ¡Ja! De seguro a sus hermanos les daría un ataque cardiaco. El pequeño Aron de repente tomando un avión a un sitio desconocido, sin saber si encontrará aquello que perdió hace ya tantos años, pero con las esperanzas a flor de piel. Incluso suena divertida la idea de darles un susto a los mayores.

   Pero nada de eso pasaría, porque Justin había desaparecido de todos lados. Sus padres habían vuelto de donde quiera que fueron, pero no venían con el rizado; la mirada que el padre de Justin le dedicaba cada día, era una amenaza, una prueba que terminaría con su muerte. Aquello sonaba exagerado, pero la mirada de aquel estricto hombre era aterradora.

   Aron tenía tantos recuerdos en mente, una sonrisa aparecía automáticamente en su rostro al recordar la primera vez que le escribió una canción a Justin. Quién diría que desde ese momento, las letras del guitarrista tendrían tantos sentimientos, que cautivarían a tantas personas y que solo le interesaría la mirada del rizado.

   Justin había terminado las clases y recogía sus cosas como estaba acostumbrado. Sin darse cuenta, tarareaba la canción que hacía años el chico de sus sueños le había dedicado, era de las pocas cosas que le tranquilizaban tras un día de la bulliciosa universidad de niños mimados. Quizá en casa, a kilómetros de mar y tierra, se había ganado el respeto y cariño de sus compañeros y amigos, pero aquí, en la lejanía, ya no era mismo Justin que deseaba hacer amigos.

"Justin, hoy saldremos por unos tragos, ¿Vienes?"

"No, gracias."

"No seas amargado, chico rizado. Un trago de vez en cuando no te hará mal, incluso habrán chicas que puedan ser interesantes."

"No he cambiado de opinión."

"Quizá, también hayan chicos."

"Ríndete de una vez, por favor. Insistir tanto no sirve conmigo"

"Vale la pena intentarlo, anda. Aprovecha que estoy siendo amable."

"Acepta que no todos pueden complacerte, ve con quienes están a gusto contigo."

"Que juego de palabras, niño. Creo que herí tu ego de algún modo al comentar que habrían chicos dispuestos a hacerte pasarla bien."

"Me retiro."

   Y aún que las invitación no eran frecuentes, Justin de todos modos no gustaba de socializar en la universidad como tanto había imaginado en su juventud. Aún habían idiotas, gente en la cual no podía confiar. Jack era uno de esos idiotas, haciendo fiestas y aprovechándose de todos, siendo más mimado que muchos y siendo admirado por su físico y bonita cara. Tal vez si fuese menos perverso, Justin le aceptaría un trago.

   La vida de ambos jóvenes era tranquila, pero demasiado solitaria. Aron quizá iba a algunas fiestas, tenía a sus hermanos y amigos, pero a pesar de las alegrías, las noches lo atormentaban. Justin, con un departamento pequeño y un canario que era su única compañía, no podía hacer más que estudiar para desvincularse del pasado, de los errores que cometió y el corazón que rompió con ellos.

"Aron, tengo algo que hablar contigo..."

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