
La realidad:
Una vez que llegaron a Corea, la vida de Jimin se transformó; el "felices para siempre" dejó de ser real en su vida marital. A pesar de sus esfuerzos por mantener su matrimonio, incluso ignorando lo que sucedía con su esposo, era evidente que su relación estaba en problemas.
Jimin ya no podía soportar más: las reuniones que se extendían hasta tarde, que lo hacían regresar ebrio y, en ocasiones, ni siquiera volvía; los viajes prolongados a los que no lo invitaban, argumentando que solo lo distraería; las noches en que llegaba con un aroma totalmente diferente al suyo, incluso con el perfume de una mujer, mientras él se justificaba diciendo que era de su secretaria. Y no podía olvidar las camisas manchadas de pintalabios, a las que ya ni siquiera intentaba ponerles una excusa.
Esa noche celebraban su aniversario y Jimin se había preparado para salir con su esposo. Sin embargo, lo que él había anticipado se tornó diferente. Tae-min llegó bastante ebrio, impregnado de un perfume distinto al que solía usar. Jimin lo acostó en la cama, pero al cambiarle de ropa, notó marcas en su cuello y señales de uñas en su espalda.
Mientras su mundo se desmoronaba poco a poco, fue un mensaje lo que finalmente le hizo ver la realidad. El contenido del mensaje decía: "Feliz aniversario, espero que lo hayas disfrutado tanto como yo. Cuando quieras, podemos repetirlo, espero que tu esposo no se entere que yo soy quien te hace disfrutar todas las noches", La foto adjunta de su marido junto a su mejor amigo Choi Min-ho le cayó como un cubo de agua fría, esa era la guinda del pastel para su fatídico aniversario.
Jimin decidió ponerse su abrigo y dejar atrás aquella fría casa, donde su amor se desvanecía sin posibilidad de solución. Tomó un taxi sin un destino específico; simplemente deseaba alejarse lo más rápido posible. Después de quince minutos, cuando su llanto se detuvo, decidió solicitar al taxista que se detuviera. Se encontraban en una zona diferente de la ciudad, cerca de un bar. Entró en el establecimiento y se acomodó en la barra, eligiendo la parte menos iluminada del lugar.
Pidió una bebida fuerte, esperando que el alcohol pudiera, al menos por un momento, entumecer el dolor que sentía en el corazón. El bar estaba lleno de gente, pero Jimin se sentía solo en medio de la multitud. Miraba su vaso, perdido en pensamientos, cuando una voz suave lo sacó de su ensimismamiento.
—¿Te encuentras bien? —preguntó un desconocido que se había sentado cerca de él.
Jimin levantó la vista y se encontró con una mirada comprensiva. No tenía ganas de hablar, pero algo en la calidez de esa voz le animó a responder.
—He tenido mejores días —dijo, intentando esbozar una sonrisa.
El desconocido asintió, como si comprendiera a la perfección lo que Jimin estaba pasando.
—A veces, el mundo puede ser un lugar bastante cruel —comentó—. Pero siempre hay un camino para seguir adelante, incluso cuando parece que todo está perdido. Un chico tan lindo como tú no debería sufrir por nadie, tú vales mucho más.
Jimin sintió que esas palabras resonaban en su interior. Tal vez era el alcohol, o tal vez era esa autoestima que había perdido desde el inicio de su matrimonio y que ese desconocido le había hecho recuperarla.
— Gracias —respondió Jimin con una sonrisa tímida.
— No es nada, espero no incomodarte, pero tengo la impresión de que estás triste por alguien que realmente no lo merece.
— Tienes razón, él no merece mis lágrimas, aunque a veces es difícil aceptarlo —seque sus lágrimas mientras intentaba arreglar su maquillaje—. No me has dicho tu nombre.
— Sí, es que tenía miedo de que te enojaras por entrometerme en tus asuntos, por eso no me presenté. Mi nombre es Min Yoongi.
— Soy Jimin, Park Jimin, pero ahora me llamo Lee Jimin, ya que mi marido es la causa de mis lágrimas.
— Entonces, mejor Park Jimin, así suena mejor — ambos rieron al darse cuenta de que el ambiente del bar se volvía más relajado.
La noche estuvo llena de charlas espontáneas y sonrisas reservadas. A pesar de que la herida en su corazón aún estaba fresca, Jimin comprendió que no valía la pena mantener la dependencia que había formado con su esposo. Él no merecía su amor, y mucho menos su perdón.
Eran las tres de la mañana cuando el dueño del bar les comunicó que pronto cerrarían. Yoongi, de manera amable, se ofreció a llevarlo a su casa. Jimin, consciente de que no encontraría un Uber o un taxi disponible, aceptó encantado. Durante el trayecto, cantaron todas las canciones que sonaban en la radio, riendo y disfrutando del momento. Al llegar, le pidió su número de teléfono para poder seguir en contacto.
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