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Cap. 11 LOS VÁIZON

Por su parte, Alina y Cónfer luego de salir de velocidad luz, se dirigieron hacia un enorme planeta, mucho, pero mucho más grande que la tierra. Al ingresar a la atmosfera, Cónfer y Alina alistaron sus equipos, sin olvidar el traductor de oído.

Estando listo, Cónfer tomó los controles, Alina tomó asiento a su lado en la cabina de control mientras decía.

—¿Lo harás manual?

—Sí, es que debo buscar donde aterrizar.

—¿Pero? ¿Qué, no tienen puerto?

—No lo necesitan. Ellos no utilizan naves.

—¿Y cómo hacen para salir de su planeta?

—Nadie lo sabe. Nadie sabe cómo dejan el planeta. Solo sabemos que no utilizan ningún tipo de tecnología. Su cultura es muy tradicional y arcaica, ya lo verás.

Momentos después, Cónfer aterrizó la nave sobre un gran prado de flores. Al descender, él le dijo a Alina que una comunidad Váizon no se encontraba muy lejos de allí. Así que ambos emprendieron la caminata hacia aquel lugar.

Avanzaron hasta toparse con una aldea. Las casas estaban hechas a base de madera, con delicados tallados en las mismas que los embellecían, sin mencionar loa tejados en forma triangular, con cornisas curvadas. Veían enormes aves que sobrevolaban y se posaban en los pórticos.

Ambos se detuvieron frente a un puente de roca, en el cual se encontraba un joven, esperándolos. Su vestimenta era unas ropas holgadas y una larga túnica azul cubriendo su torso. El joven de ojos violetas y orejas puntiagudas, hizo una reverencia y con una delicada vos dijo.

—Bienvenidos. Por favor, acompáñenme.

Alina y Cónfer lo siguieron. Caminaron hasta ver a la distancia un gran templo. Confirme se acercaban a él, podían contemplar su hermosura e imponencia. Sus atrios estaban llenos de niños y niñas de diferentes especies, practicando ejemplares técnicas de lucha. En cada grupo había alguien que los supervisaba, los cuales portaban túnicas de color naranja. Al subir las escalinatas del templo, el joven se detuvo, giró y le dijo a ella.

—Su amigo deberá esperar aquí. Solo usted puede entrar.

—Está bien —asintió Cónfer—. Aquí los espero.

Alina entró con el chico, él la llevó hasta unas escaleras. Estando arriba, lo primero que ella vio fue a alguien, parado de espaldas frente a unas enormes ventanas, en las cuales hondeaban con el viento, largas cortinas blancas. El muchacho hizo una reverencia mientras decía.

—Maestro. La chica está aquí.

El sujeto volteó con lentitud, era un anciano, vestía una larga túnica violeta, sus orejas eran puntiagudas y sus ojos brillaban como diamantes.

—Bienvenida, Alina Warriors —dijo el anciano, con una tierna sonrisa—. Mi nombre es Montaven.

—Gracias, pero ¿Cómo sabe mi nombre?

—Sé muchas cosas sobre ti, pequeña. Y sé a qué has venido también.

El anciano caminó unos pasos y se sentó en el suelo sobre unos almohadones, mientras servía un brebaje de hierbas sobre la pequeña mesita junto a él.

—Ten, bebe, aún falta mucho por recorrer. Necesitarás fuerzas.

—Solo quiero que esto se termine lo antes posible —dijo Alina tomando entre sus manos la pequeña taza y sentándose en el suelo.

—¿Terminar qué? —preguntó el anciano—. ¿Terminar con la guerra? ¿O terminar con lo que sientes en tu corazón?

—¿Acaso? ¿Usted sabe?

—Mi niña. Estas tan preocupada por el qué dirán, que olvides lo importante, qué es lo que dice tu corazón.

—Desearía que fuera así de fácil, maestro.

—Dudas demasiado. No crees que haya agua, aunque veas un océano frente a ti. En el fondo quieres devolver la magia, con el solo propósito de que él deje de buscarte.

—Ahora veo que no se le puede esconder nada.

—Y también puedo asegurarte, que con o sin poderes, le seguirás importando.

—¿Entonces qué debo hacer? —preguntó Alina, casi suplicando.

—Todo está predicho. Solo sigue tus instintos como hasta ahora. Estarás bien, pequeña. Ahora dime ¿Dónde está tu amigo el Cowano?

—Está esperando en la entrada del templo —contestó el jovencito.

—Tráelo, está bien. Puede ver —dijo Montaven.

—Sí, maestro —asintió el joven, retirándose de aquella sala.

Tomó solo un momento y el muchacho apareció con Cónfer a su lado. El anciano se usó de pie, y Alina luego de él. Una vez frente a frente, el anciano le dijo a Cónfer.

—Hola, jovencito.

—Es todo un honor estar en su presencia, mi señor —dijo Cónfer, haciendo una reverencia.

—¿Sabes quién soy?

—Es el guardián, el guardián de la magia Váizon. El gran maestro, Montaven.

—Así es. Y tú eres Cónfer, el hijo rebelde —mencionó Montaven, y Cónfer entendió al instante que él sabía quién era.

—Sepa que mis intenciones aquí son las más honestas.

—Lo sé, muchacho. Sé que tu corazón es noble, y que has venido en paz. Eres bienvenido aquí, como uno más de nosotros.

—Se lo agradezco —contestó Cónfer, haciendo nuevamente otra reverencia.

—Acompáñenme ambos, por favor. Quiero mostrarles algo —dijo el guardián, mientras caminaba hacia la esquina de un muro.

Montaven colocó su mano en la pared y una luz blanca emanó de su mano, haciendo que una gran porción de la pared se impregnaba de ese brillo. Luego de unos segundos, se fue revelado un pasadizo. Los cuatro lo atravesaron, y comenzaron a descender por unos grandes escalones de roca. Conforme bajaban, Alina y Cónfer vislumbraban una luz al final del camino, al pisar el último escalón, levantaron la vista y sus ojos se llenaron de asombro.

A la distancia, pasando un puente de roca, había un gigantesco árbol. Su grueso tronco era completamente blanco, sus ramas y hojas resplandecían con un brillo sin igual. Todo a su alrededor estaba cubierto de planta, flores preciosas, incluso agua cristalina. Era un jardín subterráneo, donde el gran árbol iluminaba todo el lugar y les daba vida. Hasta extrañas aunque magnificas mariposas lo habían vuelto su hogar.

Mientras más se acercaban hacía él, podían ver como en el propio aire flotaban cientos de pequeños pigmentos brillantes, los cuales eran despedidos de las hojas del gran árbol.

Una vez parados frente a él, el maestro Montaven dijo.

—Aquí está, la fuente de nuestro poder. Su nombre es Álomar, es una entidad que vive y respira como nosotros. El guardián protege al árbol, a cambio, él nos transmite su poder para combatir al mal. E tan antiguo como el tiempo mismo. Solo el guardián y los maestros del templo reciben de su poder.

—Entonces ¿Nica era una maestra? —preguntó Alina.

—No. El poder que tú tienes, le perteneció al maestro Intúna. Él tenía una estudiante, a quien acogió y entrenó, para convertirla en una futura maestra Váizon.

—Nica.

—Así es. Álefer Doom asesinó a su maestro y substrajo su esencia, su poder. Nica, desobedeciendo a mis órdenes, fue en busca de venganza. En ese transcurso, ella le quitó el poder al príncipe, y ya sin salida, te lo entregó a ti.

—Y luego él la mató —añadió Alina.

—La venganza es una espada, que daña a quien tiene enfrente, y a quien la empuña. Antes de que partiera, le dije que si decidía tomar ese camino, la muerte la esperaría al final. No le importó. Lamentablemente, su dolor y su ira, fueron más fuertes que todo lo que su maestro le enseñó.

—Yo... No lo sabía —contestó Alina, agachando la cabeza.

—Pequeña, has demostrado ser digna del poder Váizon. Tienes todo lo que necesita para ser una poderosa maestra. Pero está claro que tu camino es otro en este momento. Acércate —dijo el guardián a Alina, extendiéndole la mano—. Párate frente al árbol, y toca una de sus ramas, de esa forma el poder fluirá nuevamente hacia él.

Alina caminó hasta tener al árbol a un metro de ella, luego una rama comenzó a moverse, se estiró y se acercó a Alina. Ella extendió el brazo y tocó una hoja con la punta de su dedo. Segundos después, la delgada y brillante rama comenzó a enroscarse con delicadeza alrededor de la mano de Alina, hasta llegar a su muñeca. En ese momento, su mano se iluminó, pudiendo verse claramente como ese brillo se movía, saliendo de Alina y entrando en el árbol. Luego de unos segundos la rama se desenredó de su mano, la cual ya no brillaba más. Alina podía sentir lo diferente que era su cuerpo sin la magia. Caminó con lentitud hacia Cónfer, pero al dar los primeros pasos, su cuerpo se debilitó, haciendo que ella perdiera el equilibrio. Pero rápidamente Cónfer la sostuvo para que no cayera al suelo.

—¡Alina! —dijo Cónfer, alterado —. ¿Qué le sucede?

—Tranquilo, es normal. Toda la fuerza que tenía se debía a la magia. Debe acostumbrarse a la fuerza de su propio cuerpo ahora —contestó el gran Maestro—. Solo dale unos, se repondrá.

—¿Al?

—Estoy bien, Cónfer —contestó Alina—. Solo siento mi cuerpo algo pesado.

Poco a poco Alina volvió a incorporarse hasta sentirse completamente bien.

—Sé que deben continuar con su viaje, pero creo que deberían quedarse por hoy. Sería todo un honor para nosotros si nos acompañan al festejo de esta noche.

—El honor sería todo nuestro. Gracias por la oferta —contestó Alina.

—Aceptamos con gusto —prosiguió Cónfer.

—Muy bien, no se diga más. Mi aprendiz se encargará de su estancia. Los veré es la noche —dijo el guardia, haciendo una pequeña reverencia al final. 

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