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Capítulo 9Palabras Inocentes

Lysandros tembló de frio mientras su padre intentaba encender la yesca entre juramentos bajos. Se arropo en la capa que su tío Melchor les había regalado pero una ráfaga de aire frio lo hizo estremecer.

—Maldita humedad. –Murmuro Gadros que soltó los pedernales con una expresión de fastidio. Lysandros noto algunas manchas de sangre en el pedernal y en las manos de su padre pero no comento nada, pues hacía ya dos días que su padre había estado de mal humor.

Daltigoth había dejado de ser su hogar y ahora cruzaban el bosque vetusto para llegar a una ciudad al noreste de las montañas Lysandros no conocía el nombre de esa ciudad pues esa ciudad tenia pocos meses de haberse independizado del gobierno de la raza Impallah.

—Papá... —Murmuro el pequeño mientras dejaba en el suelo el morral en donde había guardado una considerable cantidad de fresas silvestres y un conejo que el mismo Lysandros había dado caza gracias a su buena puntería con la honda.

Gadros levanto la vista visiblemente malhumorado. Las cicatrices en su rostro profanado por el fuego se vieron notablemente entre la capucha, dada la luz del atardecer. Sonrió intentando ocultar su mal humor pero ese rostro marcado; más parecía hacer alarde de una mueca sarcástica.

— ¿Un conejo? —Exclamo sorprendido pero después torció el gesto a la leña aun sin encender. Lysandros estuvo a punto de dar un paso atrás, pero después se esforzó por sonreír y se agacho junto a su padre, buscando en su morral.
Saco su mano después de un momento, entre sus dedos había un cristal de roca blanca y transparente, con forma casi por completo octagonal, y era tan largo como uno de sus dedos. Lo levanto un poco, la parte transparente del cristal de roca brillo ante la luz del sol.

—«Zenitar, padre mío. Si mi oración llega a tus oídos, te suplico que me ayudes antes de que la noche me alcance. Que tu fuego haga frente a la oscuridad. Que tu misericordia me envuelva en calor, que tus flamas respiren, y la luz de tu fuego me ilumine esta noche.»

Visiblemente el dios del sol le escucho, pues un rayo de luz paso entre el cristal de roca que resplandeció un momento en una luz naranja. Lysandros no perdió el tiempo y dirigió el rayo de luz a la yesca. Un momento después empezó a emitir pequeñas volutas de humo, para después ser reemplazadas por unas pequeñas pero danzantes flamas.

— ¿Cómo hiciste eso? —Dijo Gadros, su hijo le miro con una sonrisa sencilla.

—Mis amigos y yo, compramos estos cristales en la festividad de la cosecha pasada, el buhonero nos enseñó la oración hacia Zenitar y desde entonces siempre los llevábamos con nosotros. A veces jugábamos en el pinar, encendiendo hogueras para ver quien tenía un fuego más grande yo...

Lysandros no termino la frase pues la mano de Gadros le abofeteo con la fuerza para caer de espaldas. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras el golpe palpitaba en su rostro. Comenzó a llorar escuchando el grito de su padre.

—¿JUGANDO CON FUEGO? ¿SABES LO PELIGROSO QUE ES JUGAR CON FUEGO; NIÑO ESTÚPIDO?

—Perdón... —Balbuceo entre lágrimas. El dolor en su mejilla le palpitaba y sintió por un momento un diente flojo cuando el sabor de sangre llego a boca, escupió y se sorprendió un poso porque tuvo que escupir sangre 4 veces más. Un momento después estaba acunado en un abrazo de su padre.

—No, tú perdóname, Lysandros no debí golpearte. —Se disculpó el tono de su voz era de arrepentimiento. —Solo que me tomaste por sorpresa. —Hundió la cabeza en el hombro de su hijo y lo levanto gentilmente. —No debes jugar con fuego, Lys. Es peligroso, pudieron provocar un incendio o quemarse. La madera de pino solo necesita una chispa y esta comenzara a arder casi al instante, no lo vuelvas a hacer, Lysandros. No me gustaría perderte a ti también...

— ¿Cómo a mamá? ¿Dónde está mamá?

Gadros abrazo a su hijo con afecto, pero no le contesto a sus preguntas.

Horas después, despertó sobresaltado por el olor a humo.

Miro a su alrededor y vio a su hijo frente a él, dormido en el suelo, mientras la hoguera comenzaba a echar humo y extinguirse. Se levantó perezosamente y hecho más hojarasca y astillas de pino al fuego para avivarlo. Hecho esto, tomo un cuchillo y una cantimplora que había llenado con agua de un arroyo y se internó entre los árboles para cumplir necesidades excretoras.

Cuando volvió después de lavarse las manos, miro a Lysandros dormir por un buen rato. Su hijo tenía una marca verde-violeta en la mejilla, quizás le duraría un par de días. Antes de dormir, entre dormido y somnoliento su hijo solo dijo las palabras. «Te perdono padre» antes de caer en un sueño profundo.
Gadros no pudo evitar sentir una punzada dolorosa en el estómago. Era la tercera vez que le había preguntado por su madre y la tercera vez que no le respondía más que con silencio.

—Marsella; hermana... —Murmuro mirando a su hijodormido — ¿Que debería de decirle? ¿Debo decirle la verdad?



Vladikar abrió sus ojos dorados; notando al instante que estaba en sus aposentos. Había despertado al sentir que le humedecía la frente con una esponja. La persona a su lado era una mujer mayor de cabello castaño surcado por algunas canas, de rostro redondo, mejillas marcadas por arrugas de risa mientras unos flequillos de su cabello caían por su frente resaltando un poco sus ojos verdes que lo miraron con ternura.

—Madre... —Murmuro el «Sirviente Radiante» mientras notaba que su únicas ropas eran unas calzas y una sábana de lino que le llegaba a la altura del pecho. Se ruborizo y con las manos un poco temblorosas subió la sabana hasta el cuello.

—Vladikar, no es la primera vez que te veo semidesnudo. —Respondió la mujer con una sonrisa entre tierna y divertida. —O desnudo por completo. —Agrego con gracia pero Vladikar enrojeció aún más.

— ¿Qué me paso? ¿Qué hora es?

—Han pasado 3 horas desde que el atardecer termino. —Tu padre y tu hermano estaban muy preocupados por ti, les he mandado a descansar. Tuve que ponerme seria con Arel, parecía dispuesto a estar de pie con espada en mano al lado de tu cama; como si esperara que alguien te atacara mientras estabas inconsciente.

— ¿Y pudiste convencerlo de no hacerlo? —Pregunto Vladikar con admiración. Su hermano podía ser muy terco cuando creía tener la razón o algún motivo para algo, y esa situación indudablemente era un motivo para que su hermano velara su sueño. 

—Arel, es muy parecido a tu padre cuando tenía su edad. —Suspiro, aunque un rubor cubrió su rostro —Dike parecía en todo momento estar dispuesto a recibir una estocada por mí, aunque era un gesto caballeroso y de protección... tu padre era irritante algunas veces, tu hermano esta tallado de la misma madera, así que sé muy bien cómo manejarlos a ambos.


Vladikar sonrió forzadamente. Aunque el rostro de su madre lucia amable y tenía una sonrisa bondadosa tras sus palabras. De algún modo daba mucho miedo.
Los paladines que eran conocidos por su valor, pero. Todos ellos; se ponían de nervios ante la característica sonrisa bondadosa de Hécuba Palafox de Thunderheart.

Vladikar y Arel —y media ciudad— sospechaba que el dicho «Detrás de todo gran hombre. Hay una gran mujer.» era en honor a sus padres: Dike y Hécuba. No. De hecho: era la realidad. Antes de que dijera algo el estómago de Vladikar gruño sonoramente. Éste se ruborizo pero su madre paso por alto esto y acerco una jarra con un par de copas de plata.

—Pediré que te preparen algo para cenar. No, cocinare yo misma.

—Gracias, madre.



Abiæ abrió los ojos. Se llevó un sobresalto al ver la hercúlea figura delante de ella mientras tenía una espada en mano, pero un momento después se calmó. Era ese mismo hombre de negro que la había salvado de Travers mientras ella veía a Darkscar enfrenarse a aquel Khavatari.

— ¿Dónde estoy? —Pregunto al hombre de negro, este que parecía haber estado dormitando se movió con un ligero sobresalto. Abiæ miro a su alrededor no estaba en la habitación que le habían asignado, esta era mucho más lujosa como comprobó por una cama amplia con cortinas de satén, muebles de elegante manufactura, una chimenea con un acogedor fuego encendido y un gran armario. — ¿Qué ha pasado? —Pregunto, recordaba haber salido al patio para hablar con Osias sobre el mensaje de Darkscar con el Khavatari, pero algo inesperado paso.

Miro al hombre de negro y tuvo la vaga impresión de que había estado velando su sueño por horas, pues reinaba un gran silencio y muchas velas estaban encendidas aunque se notaba el avance de la noche.

— ¿Ama Abiæ, tiene usted hambre?

—Sí, mucha y... —Se quedó callada al notar que era la primera vez que el hombre de negro le hablaba, hasta ahora había mantenido un denso silencio, tanto que Abiæ hubiera jurado que era mudo.

— ¿Puedes hablar? Espera... ¿Me llamaste "Ama"? —Pregunto con sorpresa. El hombre de negro no contesto a su pregunta, pues inesperadamente tomo la sabana que cubría a Abiæ y la aparto para después acunar a la pequeña en sus brazos musculosos y alzarla en voladas. — ¿Adónde me llevas?

—A que pueda consumir algo. —Respondió el hombre de negro.



Las murallas de Faldram no eran tan altas como Lysandros esperaba. Sus amigos Lemuel y Richil ambos habían estado en Faldram antes por comercio de sus respectivos padres.

Faldram era un pueblo pesquero que se ubicaba en el Estrecho de Meggin, y aunque no era un pueblo tan grande como Daltigoth tenía un par de negocios de importancia, el primero dedicado al comercio con la comarca de Valthes, el cual era el objetivo de Gadros. El segundo negocio era un mercado cuyos mercaderes en ciertas ocasiones habían armado una caravana que en turnos había pasado por Daltigoth y otros de los pueblos cercanos.

Los guardias le hicieron detenerse en la entrada del pueblo, Gadros esperó pacientemente mientras otras personas esperaban su turno para entrar. Lysandros espero junto a su padre el cual había estado muy silencioso en ese día como el anterior.

—¿Solo dos? —Dijo uno de los guardias mientras se paraba frente a padre e hijo. — ¿Qué son esas marcas en tu cara?

—Quemaduras. —Respondió Gadros con voz suave quitándose la capucha. El guardia retrocedió un paso con expresión asqueada, aunque gracias a Melchor las quemaduras en la cara de Gadros habían sanado las cicatrices permanecían ahí.

— ¿No son cicatrices de lepra? ¿Verdad? —Dijo otro de los guardias y Lysandros noto que el primer guardia de la ciudad tomaba una lanza.

—No. Hubo un incendio en Daltigoth hace ya 6 días. —Respondió Gadros el tono granate que comenzó a cubrir su rostro mostraba que estaba avergonzado por la pregunta del guardia. —Desgraciadamente estaba dentro de la casa cuando esta se incendió.

—¡¡No te creo, leproso!! –Grito el guardia empuñando la lanza. —¡¡Lárguense de aquí!!

—Espera. —Dijo el otro guardia poniéndose de pie — ¿No recuerdas lo que dijo Tirien? Él estaba en Nossus la aldea cercana a Daltigoth y dijo que algunos granjeros enloquecidos por la sequía incendiaron algunas casas.

El primer guardia no parecía convencido.


—Es verdad. —Intervino Lysandros. —Mi padre entro en la casa para salvarme. Nos acusaron injustamente y quemaron nuestra casa y las casas de otros vecinos.

El pequeño no dijo nada más, tenía la mirada fija en el primer guardia que ahora que lo miraba bien, le recordaba un poco a Tychos. El amigo del hermano mayor de Lemuel.

Tychos fue quien esparció esos rumores. —Pensó Lysandros recordando como ese joven había mirado desde lejos cuando Bolem, Higar y el «Espantapájaros» les habían acusado de guardar barriles con agua.

—No han mentido, yo me entere de esos atracos también. Déjenlos entrar. —Dijo una voz a sus espaldas.

Tras los guardias un hombre en armadura de paladín estaba de pie mirando a los guardias reprobadoramente. Esa actitud hablaba mal de ellos y perjudicaba la imagen del pueblo.

—Sí, señor. —Dijo el guardia dejando la lanza aunque Lysandros alcanzo a ver que les dirigía una mirada rencorosa cuando padre e hijo pasaron la puerta.

El paladín pese a no llevar casco o arma visible lucia como a un hombre curtido en mil batallas, su cabellera y barba castaña vetada de canas reflejaban una edad avanzada pero no cercana a la vejez, y pese a esto era un hombre bastante fornido; los ojos verdes del hombre centellearon amables cuando Gadros hizo una reverencia de cabeza a modo de saludo.

—Se lo agradezco, señor.

—Sí, muchas gracias. —Agrego Lysandros. El hombre en armadura solo sonrió.


—No tienen que agradecerme, de hecho les pido perdón en nombre de los guardias, a veces se ponen algo nerviosos con los extranjeros. —Señalo a un alto edificio a su derecha. —Ahí está la posada, la "Dama Afortunada" díganle al mesonero que les mando yo y no les obrara tan caro.

—Gracias señor, pero... ¿Cuál es su nombre? —Pregunto Lysandros adelantándose a su padre.

—Rasbar. —Respondió. —Rasbar Wolfblade, a su servicio. —Repitió la reverencia y sonrió cuando Lysandros en un acto de un niño inocente le ofreció la mano. Se la estrecho y después miro a Gadros quien se había mantenido en silencio. —Por si acaso, mejor les acompañare, no vaya a ser que haya alguna persona que saque conclusiones equivocadas de nuevo...

Faldram era un pueblo diferente al que estaba acostumbrado, los techos de las casas eran de teja azul verdosa y todos los edificios mínimos tenían dos pisos con el exterior pintado en blanco.

Como el paladín había mencionado algunas personas al pasar miraron a padre e hijo —principalmente al padre— con miradas de sospecha e incertidumbre. De no ser porque ese paladín les acompañara Gadros estaba seguro se hubiera armado algún alboroto o peor un tumulto.

Casi todos parecían conocer al señor Wolfblade por lo que al entrar en la posada la mayoría de los clientes le saludaron al pasar. El posadero sonrió mientras guiaba a padre e hijo a la barra.

—Una habitación de cama doble, no te preocupes por las quemaduras, el pobre hombre sobrevivió a un incendio. —Agrego el paladín al posadero. Este asintió sonriendo y llamando a un criado para que les guiara a una habitación.

Lysandros miro a su padre, no parecía saber dónde estaba de hecho se veía confundido.

— ¿Padre?

El hombre lo miro.

—Vamos, quiero dormir un poco. —Fue lo único que dijo tras mirar a su hijo en silencio por un largo momento. El posadero así como el paladín solo les miraron en silencio mientras Lysandros tomando delicadamente la mano de su padre le guiaba tras el muchacho.

—Que mejor les lleven comida a la habitación. —Dijo el paladín con una sonrisa triste. —Parece que no solo perdieron su hogar, sino que están de luto...

—Pobres personas. —Agrego el posadero.


Eril tomo aire contando mentalmente hasta diez mil. Sus ojos azul turquesa resplandecieron en un brillo similar al del hielo. El joven mago ante él; trataba de mantenerse tranquilo, pero las perlas de sudor que salían en su rostro demostraban el nerviosismo y el miedo que Solei tenía.

—Me entregaste el mapa equivocado. —Repitió el Khavatari con una voz serena. Al menos alguien conservaba la cabeza fría.

—Lo siento. —Repitió Solei, por enésima vez. —Cuando me di cuenta acudí a su hogar lo más rápido que pude pero usted, ya se había ido.

—Por eso es que hemos venido, hermano. —Agrego Arandris poniéndose al lado de Solei, comprendiendo demasiado tarde que traerlo había sido un error. Su hermano nunca tenia paciencia con aquellos que se equivocaban, y por la mirada que éste le dirigió comprendió que también estaba enojado con ella.

—Y tú. —Dijo Eril con un tono frio, con un notable énfasis en su frase. —A pesar de conocer el hechizo de parlamentar; aun a grandes distancias, pues tú misma lo creaste; preferiste desobedecerme y venir al desierto, en lugar de haberme llamado. Hubiera regresado si lo hubieras hecho. —Con forme hablaba comenzaba a elevar la voz, y las últimas palabras que dijo fueron casi gritando.

No dijo nada más, prefería ignorarlos a seguir haciendo que su sangre hirviera de coraje. Abrió el mapa de los oasis y comprobó que estaba en sentido contrario al oasis con el que había llegado con el mapa equivocado. Sus ojos color turquesa recorrieron los glifos que había en el pergamino. Era el lenguaje que esperaba y que hacía casi 100 años no veía. Pero.

Algo no iba bien.
Parecía que faltaban caracteres pues las pocas palabras tenían de tres a cuatro grafías.


Tomo aire tratando de recordar el significado de algunos de los caracteres.

Recordaba que la «a» no se pronuncia «a» como en la lengua vernácula común, ni se pronuncia «ahe» como hacían los Impallah ni tampoco «ad» como la articulan los Tallak. La letra «a» en ese lenguaje de la magia, se pronuncia «ei». Intento leer la primera de las palabras, pero no pudo siquiera nombrar la primera de las letras.

Después de tres intentos fallidos, murmuro entre dientes una palabra arcana en un lenguaje que si conocía y dominaba mejor, sus pupilas cambiaron de color de azul turquesa a bermellón. Ahora, le eran visibles el resto de los caracteres y desgraciadamente pese a ser un Suleyman; no comprendía.

—Nattlāl... ¡Tenía que ser en Nattāl! —Murmuro más enfurecido, controlándose para no desgarrar el papiro en pedazos o quemarlo con su aliento de dragón.

—S-si me disculpa, señor Eril'thal. —Dijo Solei tímidamente y casi se cayó de espaldas cuando el Khavatari le dirigió la mirada. —Yo sé leer el Nattlāl. Era un idioma neutro usado en magia del viento que se emplear.

— ¿Desde cuándo puedes leerlo?

Solei por primera vez en ese atardecer sonrió y con la diestra se acomodó sus gafas de montadura redonda. Por un momento la escasa luz del sol ilumino los cristales de las gafas, de este modo ocultando los ojos del joven mago.

—Desde que mi maestro, me enseño uno de los libros de las lenguas muertas. No me llaman "prodigio" por nada, señor.


Solei casi se desmayó, cuando la mano de Eril se cerró en torno a su remera y con mucha facilidad, casi sin esfuerzo lo levanto en lo alto con dicha mano.

—Dejare que me acompañes, Solei, pero si me fallas de nuevo sabrás en carne viva el significado de la frase "Corre por tu vida". —Dijo el Khavatari que bajo de nuevo a Solei y comenzó a avanzar, del oasis hacia el desierto murmurando para sí el hechizo que le haría nuevamente transformarse a su forma de dragón.

Solei no se cayó de espaldas por que Arandris le sujeto. Aunque si palideció un poco cuando el majestuoso dragón dorado les dirigió una mirada fría.

—Guíame, mientras Zenitar esta aun presente en los cielos. —Fue el menaje que ambos escucharon pese a que el dragón no movió los labios.

Arandris se apartó de su amigo.

Solei no dijo nada pues sabia bastante bien que un Khavatari en su forma verdadera, se podía considerar insultado, si otro Khavatari aun si fuera de su propia familia se atrevía a subir a su lomo a modo de montura. Era un tabú que hasta ahora se mantenía.

—No te preocupes, te defenderé si mi hermano se pone violento. —Murmuro la Khavatari para momentos después tomar su forma de dragón.

—Preferiría que no pelearan, Arandris. —Respondió Solei con un aire triste. —Tengo tres hermanas menores, y cuatro hermanas mayores. —Se ruborizo casi al instante pues era el único hombre que sus padres habían engendrado. —Bueno, como decía, se cómo se dan las cosas de hermanos. Nunca es fácil que se lleven bien después de una discusión.

El dragón azul zafiro que antes era una atractiva joven le dirigió una mirada tierna antes de inclinar el ala para que el joven subiera a su lomo. Mientras Solei se sentaba entre los hombros y el cuello de su amiga, no pudo evitar lamentarse por quedar involucrado en ese asunto.


Solei no entendía el idioma de los dragones, aunque los Khavatari solían usar habilidades telepáticas para comunicarse entre ellos y sus hermanos los Elohim en las pocas y contadas ocasiones que tomaban forma de dragones.

Supuso, que Eril estaría aun enojado pues el hermoso dragón dorado lanzo de sus fauces una flama color carmesí y plegando sus alas comenzó a descender con elegantes movimientos de sus alas al compás de su cola.

—Creo que quiere que descendamos, señorita Arandris. —Murmuro el joven mago; la hermosa dragona de escamas aguamarina y zafiro emitió un gruñido corto y comenzó a descender con aleteos suaves acompañados de movimientos espirales cortos, hasta que sus cuatro patas tocaron las arenas del desierto.

Un pequeño oasis conformado por gran variedad de palmeras y arbustos espinosos del desierto les acogieron pero ninguno de los tres tomo del agua estancada y limosa de la casi seca laguna que evidenciaba la muerte de ese oasis.

Solei miro a su alrededor, incluso las palmeras estaban ya casi por completo marchitas.

—Debió ser una tormenta de arena. —Murmuro Arandris mientras miraba alrededor con un escalofrió. El clima cálido del desierto comenzaba a cambiar a un clima gélido.

—Descansaremos aquí, esta noche. –Dijo Eril después de murmurar unas palabras arcanas en una pira de leña que se encendió y con otra palabra unas vasijas con agua y alimentos aparecieron junto al fuego. —Faltan dos días para el eclipse de luna.

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