Capítulo 2
La Mercenaria y el Erudito
El Khavatari miro al desierto con indiferencia. Tenía ya 2 días de viaje y aun parecía que las doradas arenas no fueran a llegar a su fin. Viajaba solo, y poco le importaban los asaltadunas. Viajar en soledad en el desierto hoy en día, significaba era que el viajero era un necio, un inocente que no sabía que peligros acechaban en el mundo o una criatura muy poderosa.
Eril'thal Miraj «Eril» no era las dos primeras, y si viajaba solo era por el simple hecho de que prefería la soledad. Media hora atrás siete asaltadunas intentaron saltearlo en el camino. El resultado es que los últimos tres asaltadunas acabaron huyendo a todo correr dejando los cadáveres carbonizados de sus compañeros detrás. Tuvieron suerte de que el Khavatari hubiera localizado antes un trio de Bufalos de Agua antes, o hubieran sido los asaltadunas, los que hubieran acabado en el estómago del Khavatari.
Para Eril, los ladrones y asesinos no eran más que simples gusanos. Desgraciadamente esos gusanos abundaban y por algunas pocas monedas estaban dispuestos, incluso a vender sus almas a cambio de algo de diversión o placer del momento de matar. El lenguaje de los ladrones, eran las armas punzocortantes, impregnadas de veneno la mayoría de las veces y casi siempre estas armas de pillaje acababan en las gargantas de los durmientes temerarios del desierto.
Se detuvo un momento y dejo que los rayos del sol cayeran sobre su piel morena clara. Bajo su turbante su lacio cabello negro ondeo ante la cálida briza del desierto. Sus ojos azul turquesa centellearon mientras recitaba una palabra en el lenguaje de la magia. Ante sus manos hubo un resplandor azul eléctrico y lentamente como hecho de líneas de luz un mapa de papiro apareció en las palmas del Khavatari.
—Si estoy aquí... debo viajar hacia... –Levanto la vista al cielo y sus ojos miraron fijamente al sol, sin parpadear por lo menos cinco minutos antes de bajar la vista, si muestras de que sus ojos se hubieran lastimado por ver directamente al astro rey. —Debo moverme hacia acá y... tch tres días de camino al oasis... –Soltó el mapa y este desapareció entre resplandores azules. –Bueno no hay sensación más plena. –Sonrió el Khavatari y después de un momento recito una larga oración arcana.
Su Jubba color marfil, las calzas, el manto que llevaba sobre sus hombros, los zapatos de tela y el turbante desaparecieron por lo que Eril de pie desinteresadamente desnudo siguió recitando su salmodia, en un sonido que parecía ser incapaz de salir de una garganta humana.
Sus ojos resplandecieron. Se encorvo un poco y creció alcanzando los 5 metros en solo instantes. Su cuerpo "humano" era el de un joven alto y delgado pero de músculos vigorosos y tonificados, que no eran notorios debido a sus holgadas pero elegantes y finas ropas puestas. Cubriendo su torneado cuerpo había una piel morena y ojos azul turquesa, que resaltaban en su larga melena negra. Una barba de perilla adornaba su mentón afilado que le daba un aíre atractivo e inusualmente exótico en su rostro, por lo cual, en su ciudad natal o en cualquier lugar civilizado, era considerado por muchas mujeres como irresistiblemente apuesto.
Ahora era una criatura diferente; musculosa, enorme y altamente peligrosa.
Los Khavatari por orden de su padre Zenitar habían asumido una apariencia similar a la de sus poderosos hermanos los Elohim. Pero su verdadera forma, a la cual pocas veces recurrían eran la de dragones. Eril no era la excepción. Con sus 156 años de vida era la un dragón joven. Pero su verdadera forma era la de un dragón gigantesco de escamas azules.
Su cara era corta de hocico ligeramente redondeado como recordando al pico de un águila. Unas placas frontales anchas y suaves sobresalían sobre los ojos y unos cuernos largos planos y azures que parecían estar conformados por segmentos, se extendían hacia atrás sobre las placas de la frente.
Acompañando a los cuernos, tenía unas crestas curvas al lado de las mejillas y unas más cortas ligeramente hacia adelante en la parte posterior de la mandíbula inferior. Las escamas que cubrían su largo y musculoso cuello eran triangulares hasta llegar a la cruz del pecho en donde las escamas tenían forma de diamantes entrelazados. Las garras de sus patas delanteras tenían cuatro dedos, mientras que sus patas traseras acababan en garras de tres.
Sus alas nacían de su musculosa espalda arriba de sus patas delanteras. Abiertas ambas alas en pleno vuelo, el majestuoso dragón parecía una raya marina, moteadas de verde mar y blanco en los bordes posteriores.
El miembro superior alar era corto, otorgando a la parte delantera de las alas un perfil en forma de U cuando se le observa desde abajo. Sus alas se prolongaban por todo su cuerpo hasta el final de su cola. La parte principal de su ala era sustentada por tres falanges y un olecranon alar modificado. Unas púas se extendían hacia atrás en ángulo conformaban el soporte principal del resto de sus alas.
El Dragón; troto un poco y después de que sus alas se extendieron levanto el vuelo con una sensación que no había tenido hacia casi veinte años. Aleteo para mantener el balance y unos momentos después nadaba en el aire. Apenas y debía mover sus alas pues con mover su cola al compás de las corrientes del viento podía elevarse o descender con facilidad.
—No debí descuidar mis alas así. —Se regañó el dragón mientras sentía cierta comezón y algo de cansancio en sus omoplatos. Después de unos momentos, volando en línea recta por el desierto se percató de un olor que solo podía notar con su forma actual.
¡Olor a acero!
Miro a su alrededor, había un pequeño oasis delante de él, no era al oasis que quería llegar pero el olor venia de ahí. Estaba por pasarlo de largo, y cuando cruzaba la mitad del oasis en las alturas, tuvo que dar un giro suave extendiendo sus alas para detenerse en el aire aleteando con cierto cansancio. Ahora percibía varios aromas.
¡Acero! ¡Miedo! ¡Sangre! y ¡Cadáveres!
—No es asunto mío. —Murmuro el dragón e hizo caso omiso al dolor en sus hombros y espalda. El mantenerse en el aire aleteando le cansaba ya que hacía años que no necesitaba de volar en su forma verdadera.
Mientras tanto, el olor a sangre y miedo se incrementó, estaba seguro de que ya lo habían visto. Aun así, algo de compasión inundo la mente del dragón y tomando una decisión aleteo para mantenerse en el aire y planeo en espiral hacia el oasis. Aterrizo en un claro entre varias palmeras y sus ojos color turquesa divisaron los cadáveres de seis asaltadunas, cuatro mujeres y siete hombres. El Dragón Azul, sintió como sus tres corazones daban un salto al ver los cadáveres de cinco niños, uno quizás no pasaba de los cuatro años. Se sintió mareado, pero lo atribuyo al aterrizaje y los olores del oasis.
—Muéstrate. —Dijo con voz tranquila. El olor a sangre ya dominaba junto con el olor a pánico. –No te hare daño, mujer. —Agrego notando un olor femenino.
Hubo silencio y unos arbustos se movieron débilmente. Eril suspiro y murmuro unas palabras arcanas. Su forma verdadera emitió un resplandor azul blanquecino y nuevamente era aquel apuesto hombre, vistiendo sus ropas de tela sobre su cuerpo vigoroso.
—Te repito que no te hare daño, mujer. —Hablo con una voz suave mientras sus ojos azul turquesa buscaban entre los arbustos. Estos se movieron.
Una joven le devolvió la mirada. Era indudablemente una mujer Uruk; tenía cabello rizado corto hasta los hombros de 2 colores opuestos: negro y blanco como el manto de una cebra; con una piel morena clara y ojos color plata, relucientes y hermosos. Era atractiva, con un cuerpo escultural y agraciado. Esbelto y al mismo tiempo fuerte. Vestía un Cbazaar de una sola pieza, color azul turquesa, con una inmensa mancha de sangre en el torso. Nuevamente un sentimiento de compasión se adueñó de Eril, podía luchar bastante bien, pero hacia cien años que había dejado este camino para ser un Suleyman.
Avanzo hacia ella un paso, la hermosa joven dio un respingo, por sus ojos parecía dispuesta a correr mientras presionaba su cuerpo con ambas manos. Un hilo de sangre broto de sus labios. Y ligeramente mareada tuvo que apoyar la mano en una palmera para recuperar el equilibrio.
Si bien, los Khavatari eran estrictos y severos, no eran de por si seres malvados, aunque tenían un pequeño problema con la codicia; y una vena de orgullo; esto último podían justificarlo pues eran hechiceros muy poderosos, y las flamas de un dragón eran apreciadas en crear armas o armaduras que solo eran superadas por las armas creadas por la lava arcana. Además de ser los hermanos mayores de los Elohim. No por nada su padre y dios Zenitar les había ordenado que asumieran formas humanas.
—No temas, niña. Acércate, voy a curarte. —Dijo Eril con amabilidad. Notando cierto cosquilleo en sus ojos y que por un momento se sintió mareado pero ignoro tales sensaciones. La joven no se movió, pareció estudiarlo con la mirada mientras Eril avanzaba hacia a ella. Fue entonces que se percató de que algo iba mal. Se detuvo y miro a los alrededores no vio huellas de caballos o camellos y aun con su forma actual no percibió la pestilencia de tales animales.
Entonces. Una serpiente del desierto apareció entre los arbustos a la derecha de Eril. El ofidio noto la presencia del Khavatari y con temor se alejó, atravesando el cuerpo de uno de los supuestos cadáveres.
Giro rápido hacia la mujer y sintió una daga clavársele en el pecho.
—Te diste cuenta demasiado tarde, dragoncito. –Dijo la joven con una voz firme.
Abiæ miraba la llegada de Eril al oasis y como la asesina embaucaba en silencio al dragón, el cual retomaba su apariencia humana nuevamente. La «Voz del Silencio» dirigía su vista a un antiguo cuenco de cerámica de origen indígena, decorado con patrones geométricos de color blanco y negro. Estaba lleno de un líquido pastoso, una mezcla de miel y aceite de semilla de lino.
—Darkscar no lo mates... –Murmuro con una voz dulce, digna de una cantante.
Abiæ era joven, no parecía pasar de los diez años. Vestía una túnica color vino tinto y lavanda ornamentada con hilos de oro y plata. Su cabello era blanco, ondulado que le caía hasta las rodillas. Esto hacia resaltar su rostro en forma de corazón, y sus ojos rojos como rubíes, su piel era clara, dado su cabello níveo la hacía parecer una hermosa estatua de mármol; de este modo, parecía mucho más joven de lo que era. Era la viva imagen de la inocencia combinando sabiduría en sus ojos y su sorprendente belleza inmaculada.
Estaba en una habitación oscura, sin ventanas, con diversos hacheros de los cuales colgaban antorchas. Un par de puertas eran las únicas rutas de entrada y salida en donde la jovencita miraba desde la lejanía. Estaba a punto de girar la vasija para mantener el hechizo cuando una de las puertas se abrió de golpe, azotando con la pared.
Travers había notablemente cambiado con el pasar de los años.
Había perdido un ojo en una batalla y usaba un parche de cuero negro para cubrir la cuenca vacía pero el parche no ocultaba la horrenda cicatriz morada que nacía de la raíz de sus cabellos rubios desteñidos hasta la barbilla. Su ojo azul acuoso emitió un destello de lujuria al ver a la niña. Se mojó los labios con la lengua.
— ¿Dónde está Osias? —Pregunto más sonando a un ladrido su voz a la voz humana. Abiæ bajo los hombros e hizo girar la vasija.
—A estas alturas, deberías saber que está siempre con el consejo de los paladines en esa ciudad.
— ¿Me estas llamando, estúpido, mocosa?
—Solo dejaba en claro, que no está aquí. —Respondió Abiæ dispuesta a hacer caso omiso al soldado. Antes de hacer algo ahogo un grito cuando la mano de Travers se cerró con fuerza alrededor de su muñeca. Unas lágrimas acudieron a sus ojos pero no corrieron por las mejillas puesto que Travers la levanto y con un golpe seco la azoto con la pared suavemente.
—Aun eres una mocosa sin modales. —Susurro Travers mientras la presionaba contra la pared. Abiæ no dijo nada estaba concentrada en su oración hacia Einie, diosa del invierno, la muerte y la noche, y madre de los Cyshaen y Dubhard. —Si no tienes modales, tendré que enseñarte a... —Antes de terminar su oración, el filo de una cuchilla curva se posó en la garganta de Travers que se quedó quieto al instante.
El hombre que había intervenido, vestía un yelmo de una sola pieza, con una capucha puesta sobre este, por lo que su rostro quedaba oculto. Usaba un poncho de tela negro sobre una armadura de placas igualmente negra. Colgando de una funda de cuero marrón, portaba una espada casi tan grande como su espadachín, un hombre alto de notables hombros anchos que parecía no tener su musculatura de adorno.
— ¿Qué haces aquí? —Pregunto Travers aun sin soltar a Abiæ. El hombre de negro no hablo solo apretó más el canto afilado de su daga a la garganta del pedófilo. Un hilo de sangre corrió por su cuello y con una mueca de ira, soltó a Abiæ. La «Silente» cayo de pie y de dos pasos se alejó de ambos hombres.
— ¡Matalo...! Sí, eso me gustaría que hicieras —Dijo al hombre de negro —Pero no será necesario, si Osias se entera de lo que tratabas de hacerme. No dudara en arrojarte al río de lava. —Dijo Abiæ en una amenaza velada. —Puedo mostrarle dicha escena para confirmar mis palabras, como bien sabes.
—Mocosa...
El hombre de negro no se movió, solo cuando Abiæ le pidió lo soltara a la daga desapareció en su poncho y de tres pasos estaba frente a Abiæ, con la mano cerrada en la empuñadura de su arma ligeramente desenvainada; parecía dispuesto a servir de escudo a la pequeña. Y como Abiæ advirtió, también estaba dispuesto a luchar para defenderla si Travers trataba de dar batalla. Travers debió pensarlo también pues solo escupió en el piso y murmurando groserías salió de la habitación y volvió a cerrar de un portazo que retumbo en la habitación.
La niña suspiro y se froto la muñeca. Susurro una oración a su diosa y el dolor desapareció en ese instante.
—Echar faroles no es lo mío. —Murmuro mientras se frotaba las manos. Después levanto la mirada a su silencioso defensor. —Muchas gracias por ayudarme, aunque no conozco tu nombre.
Y era verdad, no lo conocía como no conocía a los otros dos supervivientes del entrenamiento de niños soldados. Muchos eran los que habían perecido y por órdenes de Osias, la «Voz del Silencio» había puesto una poderosa impronta sobre estos tres guerreros.
Abiæ al igual que Vladikar, eran los representantes de los dioses. Vladikar era el portavoz de Zenitar mientras que Abiæ veneraba a Einie. El «Sirviente Radiante» la «Voz del Silencio.»
Los tres guerreros eran esclavos por esta impronta, no tenían voluntad, ni decisión solo acataban las órdenes de segar vidas sin dudar, ni mostrar remordimientos, ni piedad.
Y aun así, la niña era también una prisionera pese a que podía manejar a tan letales guerreros. El propio poder que ostentaba era una bendición y una maldición que le obligaba a servir a un tirano con aires de grandeza y complejo de dios.
Odiaba a Osias.
Tanto como para más de una vez haber querido ordenar a los tres guerreros lo eliminaran, pero era una orden que ellos no obedecerían. Eran prisioneros.
Aves en una jaula de oro.
Las lágrimas llenaron los ojos escarlatas de Abiæ al mirar al guerrero delante de ella. Esté había acudido a protegerla sin que ella lo hubiese llamado. El hombre de negro noto la mirada de Abiæ y se inclinó ante ella, para sorpresa de la Silente, el guerrero la abrazo.
Los brazos de la pequeña, rodearon los hombros del guerrero.
—Solo quiero, irme a casa... —Pensó.
El Khavatari sujeto la daga que se había incrustado en su pecho, apenas unos milímetros bajo la clavícula derecha. Sintió un ardor y escozor que se extendía por su pecho y estuvo a punto de morderse la lengua cuando saco de un tirón el arma punzocortante.
— ¿Me has llamado Dragoncito? –Pregunto mientras sus manos ardían en flamas que no inmolaban las manos ni las mangas del Jubba de Eril. — ¿Dragoncito?
La daga en las manos del Khavatari se derritió.
—Creía que los Khavatari tenían un buen oído. —Respondió la mujer avanzando sin temor, mientras la mirada en su rostro hermoso era desafiante. Movió la mano y una gema en una sortija resplandeció. Las ilusiones y olores que habían embaucado a Eril desaparecieron en un instante. Incluso el cbazaar que la joven portaba bañado en sangre desapareció, revelando una armadura de cuero roja con negro con una capa de capucha negra.
De las caderas de la joven, colgaban dos espadas cortas y un arma que solían usar los Thallak. Dos barras de madera unidas por una fina cadena. La llamaban: Nunchaku. Paro la joven mujer no toco sus armas.
—Lo tenemos, mujer. —Respondió Eril soltando los despojos del arma en su mano. Las flamas en estas oscilaron hasta apagarse. –Tenemos buen oído, mucha resistencia y... muy mal carácter. –Pese a sus palabras no había algo parecido a furia o ira en el rostro de Eril solo una mirada serena incluso pacífica. La herida en su pecho se cerró.
—Mi nombre es Darkscar.
—La Danzante de Sombras. He oído de ti. Una joven tan peligrosa, como hermosa. Escuche que mataste a tres de mis hermanos en la ciudad portuaria de Blanchett. Hay una recompensa por tu cabeza.
Darkscar sonrió, lucia serena y sin miedo.
—No es la primera recompensa. Y estoy segura tampoco será la última. ¿Puedo preguntarte cuanto ofrece el Sultán de los Khavatari por mí?
—12 mil Riyales.
—Por algo dicen que los Khavatari nadan en riquezas. —Admitió y después agregó con una sonrisa. —Creo que nací en la raza equivocada.
Sin embargo, Eril comenzaba a impacientarse, no quería llegar tarde al oasis o tendría que esperar dos años al próximo eclipse lunar.
— ¿A que vino toda esta actuación? No creo que quieras que te capture y mucho menos morir a mis manos.
—¡¡No tengo intención de morir!! —Respondió con sequedad la guerrera mientras sus ojos plateados emitían un destello de furia. —Vengo para darte un mensaje. —Y de su capa saco un rollo de pergamino que arrojo hacia el Khavatari, el cual advirtió el sello de cera había sido profanado. Al levantar la vista (enojado) hacia la mujer, noto que esta sonreía con indiferencia, confirmo la sospecha de Eril.
Ella había leído la carta.
Desplego el pergamino tomándolo del astil de madera y solo leyó una sola palabra. En letras claras de color negro.
«Vimana»
No había nada más escrito, y con una palabra arcana sus ojos turquesas cambiaron a color bermellón para buscar letras invisibles u ocultas. Nada. Pero eso basto. Levanto la vista hacia Darkscar, por la expresión en los ojos, no sabía lo que significaba la palabra.
—Rama —Murmuro Eril y el pergamino ardió en un instante. Chasqueo los dedos. Y un instante después la joven quedo envuelta en llamas que sobrepasaban su altura por dos metros. Las palmeras y arbustos del oasis que rodeaban a ambos personajes ardieron y nubes de humo comenzaron a elevarse hacia los cielos del desierto.
Había invocado un orbe de fuego para que consumiera a la mujer. Ni siquiera quedarían sus huesos. Dio la espalda a su creación arcana y comenzó a caminar hacia el desierto con plan de retomar su forma verdadera.
—Lo lamento, Darkscar si no hubieras leído ese pergamino, te hubiera dejado vivir.
Dio un paso más y entonces sintió un ardor intenso en sus hombros. Un rugido draconiano salió de su garganta. Su manto y jubba estaban quemándose en un fuego negro. De un movimiento rápido se soltó de la capa y desgarro su jubba. Su torso desnudo, tenía quemaduras graves, sabía que podía curarlas con una palabra arcana. Pero no la conjuro por que la voz de Darkscar salió entre las flamas.
—Eso fue muy grosero. Dragoncito.
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Jubba: Toga para hombres usada por los Musulmanes.
Cbazaar: Vestido ceremonial y elegante, usado por mujeres en la india.
Suleyman: Nombre propio que significa "Hombre de Paz" a la vez es variable de Salomón.
Riyal: Moneda árabe.
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