
Capítulo 2
—¡Selim! —gritó una voz masculina, haciendo que todos se giraran hacia él. La sultana Melek observó al príncipe Cihangir, quien los miraba a ambos.
—¿Qué sucede? —preguntó el príncipe Selim mientras se separaba de Melek y se giraba hacia Cihangir—. Estoy haciendo algo importante.
El príncipe Selim señaló a Melek y luego volvió a dirigirse totalmente al príncipe Cihangir. La sultana Melek suspiró y se volvió a colocar su capucha. Ella se acarició los brazos mientras veía a Selim y a Cihangir.
—Olvídalo, no era importante de todas formas, sigue en lo que estabas —respondió el príncipe Cihangir antes de girarse y comenzar a alejarse lentamente.
El príncipe Selim suspiró y se volvió a girar hacia Melek. Ella lo observó a los ojos y se lamió los labios. Selim se acercó nuevamente a ella y le acarició la mejilla con delicadeza.
—¿De dónde vienes, señorita? Eres la mujer más bella que mis ojos han visto. —El príncipe bajó su mano y observó interrogante a la sultana.
—Vengo de Grecia, alteza —mintió la sultana y se mordió ligeramente el labio inferior.
Selim sonrió y se inclinó un poco hacia ella hasta llegar a su oído. Melek pudo sentir la respiración del príncipe contra su piel, lo que le causó escalofríos.
—Ve a mis aposentos esta noche, querida, no te arrepentirás —dijo el príncipe mientras se alejaba de nuevo de ella—. Hasta entonces, querida.
La sultana se quedó estática en su lugar. Observó al príncipe marcharse y, cuando él estuvo lo suficientemente lejos, soltó un suspiro pesado. Maldijo en voz baja y llevó una de sus manos a su rostro. Se había metido en un verdadero problema del que no podía salir con facilidad. No había pensado que su pequeña e inocente mentira llegaría tan lejos. Solamente quería que el príncipe no supiera que estaba hablando con su hermana, no quería que él la invitara a pasar la noche con él. Eso no era posible.
—Por Allah... ¿en qué me metí?
La sultana miró hacia el lugar por donde el príncipe se había ido y suspiró. Luego tomó el camino de regreso al palacio. Necesitaba llegar a sus aposentos urgentemente y esconderse en ellos de por vida. No pensaba volver a salir y encontrarse con Selim.
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Mientras tanto, en los aposentos de las sultanas Melek y Nergisşah, la sultana Mahidevran estaba interrogando a las criadas que se suponía debían estar al lado de la sultana Melek en todo momento y no dejarla sola por ningún motivo. Sin embargo, ellas la habían dejado sola, y ahora la sultana Mahidevran estaba realmente molesta con ellas y muy preocupada por su hija.
—¡¿Cómo se les ocurre dejarla sola?! —gritó la sultana Mahidevran, haciendo que las criadas se sobresaltaran.
—Di... disculpe, majestad... la sultana ordenó que la dejáramos... —trató de explicar una de las criadas, pero la sultana Mahidevran levantó la mano en señal de que guardaran silencio.
—No me importa si ella ordenó que la dejaran sola, ¡ustedes no podían hacer eso!
Mientras la sultana Mahidevran les gritaba a las criadas, la sultana Nergisşah mantenía la cabeza baja mientras tomaba la mano de la señorita Azra, la criada de mayor confianza de la sultana Melek. La señorita Azra acariciaba la mano de la sultana Nergisşah para brindarle tranquilidad, pero la pequeña tenía bastante miedo por lo que le podía haber sucedido a su tía estando sola y también por los gritos de la sultana Mahidevran.
—Sultana, perdón por... —El fuerte ruido de la bofetada que la sultana Mahidevran acababa de darle a la criada que hablaba causó un silencio absoluto en la habitación. La sultana Nergisşah se sobresaltó y escondió su rostro en el vestido de la señorita Azra, tratando de protegerse.
—¡Ustedes dos serán expulsadas de este palacio, por incompetentes! —gritó la sultana Mahidevran.
Justo en ese momento, las puertas se abrieron y la sultana Melek ingresó. La sultana Mahidevran se giró hacia su hija y las criadas hicieron una reverencia. La sultana Nergisşah se separó de la señorita Azra y corrió hacia Melek, quien la tomó en brazos y frunció el ceño al ver las lágrimas que corrían por su rostro.
—¿Qué sucede, Ner? —preguntó la sultana mientras bajaba a la pequeña.
—¡¿Dónde estabas, Melek?! Te busqué por todo el palacio y no te encontré —exclamó la sultana Mahidevran mientras se acercaba a su hija.
—Estaba dando un paseo por el jardín, no me tardé demasiado.
—Dejaste sola a Nergisşah y, además, pediste a tus criadas que te dejaran sola. ¿Qué demonios te pasa? Hürrem pudo haber hecho algo en tu contra.
La sultana Melek rodó los ojos, tomó la mano de Nergisşah, se alejó de su madre dándole la espalda y sentó a la pequeña sobre la cama.
—¡No me ignores, Melek!
—¿Qué quiere que le diga, sultana? Ya respondí su pregunta: estaba dando un paseo. Usted sabe cuánto me gusta estar sola.
La sultana Mahidevran se acercó a su hija y la tomó con fuerza del brazo. Melek estaba sobrepasando los límites de su paciencia con ese tono cínico e indiferente con el que hablaba.
—¿Estabas con uno de los hijos de Hürrem? —preguntó la sultana Mahidevran mientras la miraba a los ojos. Melek se lamió los labios y bajó la mirada.
—¡Por Allah, Melek! Esas personas son peligrosas.
—¡No lo son! —exclamó Melek.
—¡Sí lo son! Todos ellos se parecen a su madre, Hürrem, y ella es la peor persona que ha tocado esta tierra. Sus hijos también son igual de crueles que ella —acusó la sultana Mahidevran, soltando el brazo de su hija.
—Son diferentes. Selim es una buena... —Melek guardó silencio al darse cuenta de que había dicho el nombre de su hermano, justo el hermano que su madre más detestaba—. Es una buena persona...
—¡¿Estuviste con Selim?! —preguntó la sultana Mahidevran y volvió a tomar el brazo de Melek, quien mantuvo la mirada baja. Eso era un claro "sí" para Mahidevran.
La sultana Mahidevran soltó el brazo de su hija y le dio una última mirada antes de suspirar pesadamente y darse la vuelta para marcharse del lugar.
—Tienes prohibido volver a verlo —dijo antes de salir de los aposentos. Sus criadas la siguieron.
Melek levantó la mirada en cuanto su madre se fue. Sus ojos comenzaban a cristalizarse. Odiaba eso. Odiaba sentirse tan débil cada vez que su madre le gritaba. Se tragó todas sus lágrimas y se giró para ver a Nergisşah, quien abrazaba sus piernas y escondía su cabeza en ellas mientras sollozaba. A Nergisşah le daba mucho miedo ver a las personas molestas. Melek se sentó a su lado, tomó su mentón y la obligó a mirarla. Le regaló una sonrisa, besó su frente y la abrazó para consolarla. Melek era como una figura materna para Nergisşah, siempre estaba para ella cuando algo malo sucedía, siempre la cuidaba.
La sultana Melek hizo dormir a la pequeña. Eso la ayudaría a descansar después de haber llorado, a relajar su mente y alejarse por unos momentos de los problemas. Luego, dejó a su sobrina bajo el cuidado de las criadas y salió a caminar por el palacio para despejarse. Pronto anochecería y quería aprovechar lo que quedaba del día para caminar, como solía hacer en Amasya.
Iba sumergida en sus pensamientos, sin prestar atención a dónde iba o si alguien venía en su dirección, hasta que chocó contra algo duro. El impacto casi la hizo caer, pero la persona con la que había chocado la tomó de la mano, evitando que eso sucediera. Melek levantó la mirada y abrió los ojos como platos al reconocer al príncipe Selim. Había olvidado por completo que él le había ordenado ir a sus aposentos esa noche.
—Deberías tener más cuidado por dónde vas, querida —dijo el príncipe, riendo suavemente.
Melek rodó los ojos y apartó la mirada. Suspiró, tratando de encontrar las palabras adecuadas para dirigirse a él.
—Estaba perdida en mis pensamientos, disculpe —respondió sin más.
—Espero que hayas estado pensando en la visita que me harás esta noche. Yo no dejo de pensar en eso —mencionó el príncipe, regalándole una sonrisa coqueta.
Melek levantó la mirada y se encontró con los hermosos ojos de Selim. No pudo evitar sonreír al ver su expresión. Sus mejillas se tornaron de un color carmesí y tuvo que apartar la mirada nerviosamente.
—Justamente pensaba en eso, alteza.
—Estoy ansioso porque llegue ese momento —informó el príncipe, llevando una de sus manos a la mejilla de Melek y acariciándola—. Me gustaría quedarme más, pero no puedo hacerlo. Tengo cosas que hacer. Te veo en la noche, querida.
El príncipe se inclinó hacia la sultana para besarla en la boca, pero ella giró el rostro y el beso terminó siendo en la mejilla. Selim simplemente rió y se marchó sin más.
Al parecer, su alteza Selim había quedado realmente encantado con la belleza de Melek. Será una total sorpresa cuando descubra que se trata de su media hermana y no de una simple señorita.
Las mejillas de Melek se tiñeron de rojo mientras lo veía marcharse. Se lamió los labios y tocó la mejilla que él había besado. Sonrió y suspiró, tratando de controlar sus sentimientos.
—¿Por qué tiene que ser mi hermano? Maldita sea... —pensó en voz alta.
Pronto, una criada llegó para informarle que la sultana Mahidevran cenaría con ella y con Nergisşah. Melek tuvo que regresar a sus aposentos para la cena. Sería una linda cena en familia... o al menos eso esperaba. Pero en el fondo sabía que su madre aprovecharía la ocasión para reprenderla e intentar convencerla de que Selim era igual a Hürrem.
Sin embargo, algo dentro de ella le pedía seguirle el juego a Selim, aunque fuera peligroso y él pudiera descubrir la verdad en cualquier momento.
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Otra mañana se hacía presente en Estambul. La sultana Melek estaba despierta desde la madrugada; no había podido dormir bien debido a varios gritos que escuchó y porque se suponía que esa noche debía haber ido con Selim. Esperaba que él olvidara por completo su existencia.
La sultana estaba sentada desayunando con Nergisşah mientras conversaban sobre algunas cosas que deseaban hacer ese día.
—Yo quiero ir al jardín, ¿quieres venir conmigo? —preguntó la pequeña Nergisşah antes de darle un bocado a su comida.
—No podré ir, cariño. Le prometí a la sultana ir a verla, quiere hablar conmigo —respondió sin mucha alegría por ir a ver a su madre.
Nergisşah suspiró y asintió, aburrida. Ambas siguieron comiendo en silencio. La sultana Melek no dejaba de pensar en Selim; quería sacarlo de su mente, pero no lo lograba. Odiaba pensar en su hermano de la manera en que lo hacía. No podía verlo como algo más que su medio hermano. No estaba bien.
La sultana Melek dejó su plato a un lado, incapaz de comer más, y tomó un sorbo de jugo antes de mirar a la señorita Ayşe.
—Señorita Ayşe, escuché gritos en la madrugada. ¿Sucedió algo? —interrogó la sultana mientras se ponía de pie.
—Una de las nuevas señoritas trató de suicidarse, sultana —respondió la mujer.
—Por Allah... ¿Ella está bien?
—Sí, gracias a Allah. El príncipe Selim llegó a tiempo y la salvó.
—¿Selim? ¿Él la salvó? —preguntó frunciendo el ceño.
La señorita simplemente asintió con la cabeza. La sultana Melek se lamió los labios y rodó los ojos. No podía creer que sentía celos. Eso era algo estúpido. Selim era su medio hermano, no era nada más. Odiaba sentir eso.
—Ner, nos vemos por la tarde. Iré a ver a la sultana.
La sultana Melek besó la frente de la sultana Nergisşah y luego salió de los aposentos. En el camino a los aposentos de la sultana Mahidevran, el príncipe Selim no logró salir de sus pensamientos en ningún momento. Y odiaba eso, porque ellos eran familia. Claramente, el príncipe no tendría nada con ella cuando se enterara de que era su media hermana, y eso le dolía demasiado, porque el príncipe le había interesado mucho. Aún no sabía de qué forma, pero lo hacía.
La sultana Melek llegó a los aposentos de la sultana Mahidevran. Allí estaban la sultana Mahidevran, la señorita Rümeysa y la señorita Gülfem. Las tres estaban nerviosas. La sultana Melek no sabía por qué, pero pronto la señorita Gülfem se lo dijo.
El sultán había llamado a los príncipes para informar quién sería el gobernante de la provincia de Manisa. Eso puso nerviosa a Melek. Deseaba mucho que su hermano fuera el gobernante de esa provincia de nuevo; eso la haría la persona más feliz del mundo. Además, su madre y su hermano estarían muy felices.
La sultana rezaba a Alá porque el sultán optara por volver a darle la provincia de la corona a su hermano Mustafa. Él la merecía más que cualquiera de los príncipes.
Los minutos parecían pasar en cámara lenta. La sultana Melek sentía que había pasado un siglo esperando la decisión de su padre. Estaba sentada al lado de su madre mientras jugaba con sus dedos en su regazo, arañaba los bordes de sus uñas y, en algunas ocasiones, se las mordía. Aunque trataba de evitarlo, era algo que hacía desde pequeña.
Finalmente, la señorita Fidan entró en los aposentos. Todas las miradas se fijaron en ella. La sultana Mahidevran le ordenó que hablara con una mirada.
—Sultanas... el sultán... —comenzó la señorita con un poco de miedo, causando que la sultana Melek se preocupara—. Él decidió que la provincia de la corona sea gobernada por el príncipe Selim.
Las palabras de la señorita causaron un silencio instantáneo en la habitación. La sultana Melek abrió la boca, pero no dijo nada. Simplemente se lamió los labios y bajó la mirada. Todas estaban en completo silencio hasta que la sultana Mahidevran habló.
—Esa maldita bruja de Hürrem hizo esto.
La sultana Melek miró a su madre y se puso de pie. Se dispuso a irse de los aposentos, pero la sultana Mahidevran la detuvo.
—¿A dónde vas?
—Iré a ver a mi hermano Mustafa. Estoy segura de que está muy mal —respondió la sultana.
Su madre no dijo nada, por lo que la sultana Melek simplemente se reverenció y salió de la habitación. Caminó apresurada por los pasillos; necesitaba llegar cuanto antes a los aposentos de su hermano. Sabía que él probablemente estaría triste, pensando que no era digno de la confianza del sultán ni de su amor.
La sultana no tardó demasiado en llegar. Al entrar, encontró al príncipe Mustafa sentado. Él levantó la vista al escuchar la puerta. Al ver a su hermana, su mirada se iluminó y se puso de pie. Melek caminó hacia él y lo abrazó.
—Supe lo sucedido —murmuró contra su pecho—. Tú eras más digno que Selim.
—Si Su Majestad lo escogió a él, es porque él era más digno.
La sultana Melek se separó de él para verlo a los ojos y le dedicó una suave y tierna sonrisa.
—No digas eso. Tú merecías esa provincia. No sé cómo nuestro padre pudo escogerlo a él.
—Eso no importa, Melek —dijo el príncipe, acariciándole la mejilla—. Creo que iré a hablar con Su Majestad.
—Está bien.
—Te veré más tarde. Cuídate.
El príncipe le dio un beso en la frente y salió de los aposentos. Melek lo vio marcharse y suspiró. En el fondo, estaba feliz por Selim, pero le hubiera gustado que su hermano fuera el elegido.
La sultana Melek salió de los aposentos unos minutos después, quería caminar un poco para despejar su mente. Estaba triste por su hermano y feliz por Selim, y eso le causaba dolor de cabeza. Caminaba por los pasillos bastante aburrida, sola, ya que sus criadas se habían quedado en sus aposentos. Prefería andar sola que con ellas pegadas como piojos.
Mientras la sultana caminaba, se encontró con alguien a quien no pensaba ver. Sus ojos se clavaron en los de esa persona y una sonrisa inmediata se dibujó en su rostro: su hermana Mihrimah estaba frente a ella.
—Sultana —saludó Melek sonriendo; en su voz se reflejaba lo feliz que estaba por ver a su hermana por primera vez, frente a frente.
—Melek, me alegra mucho verte —dijo la sultana, regalándole una sonrisa. Mihrimah la vio de pies a cabeza y finalmente detuvo sus ojos sobre los de Melek.
La sultana Melek no podía creer que estaba hablando con su hermana. Su mayor sueño desde siempre había sido ese: poder hablar con Mihrimah, estar frente a frente con ella. Pero había olvidado por completo ese deseo en las últimas horas. Ni siquiera estaba vestida como le hubiera gustado en su primer encuentro con la sultana Mihrimah.
—A mí también, Mihrimah, es un gran placer para mí poder verte. No sabes cuánto lo deseaba.
—Yo también deseaba mucho verte. Eres una joven hermosa, Melek.
La sultana Melek no podía creer que la sultana Mihrimah, su hermana, le hubiera dicho que era hermosa. Para ella, eso era un sueño hecho realidad.
—Muchas gracias, aunque tú lo eres mucho más.
—Gracias.
Ambas sonrieron, y la sultana Mihrimah tomó la mano de la sultana Melek, haciendo que su sonrisa aumentara.
—Me gustaría invitarte a cenar hoy en mi palacio. Así podemos conocernos mejor.
—Por supuesto, me encantaría —respondió casi de inmediato la sultana Melek.
—Bien, entonces te veré ahí.
La sultana Melek asintió, y la sultana Mihrimah le sonrió antes de marcharse. Melek no podía creer lo que acababa de suceder: su hermana la había invitado a cenar a su palacio. Era un sueño hecho realidad para ella. Lo que siempre había querido por fin se estaba haciendo realidad.
Melek estaba realmente nerviosa. Quería ir a prepararse en ese mismo momento; no podía perder tiempo, debía estar perfecta para cuando llegara la hora de ir al palacio de la sultana Mihrimah.
La sultana Melek sonrió, muy feliz, y se dio la vuelta, dirigiéndose al pasillo que llevaba a sus aposentos. Estaba a punto de comenzar a caminar cuando alguien le tapó la boca y la jaló hacia atrás. La sultana comenzó a luchar contra esa persona, pero dicha persona tenía mucha fuerza. Melek pudo reconocerlo a través del perfume: era Selim. No tenía dudas; se había aprendido muy bien el olor de su perfume en esas pocas veces que lo había visto.
El príncipe llevó a la sultana hasta una puerta, en la que la metió por la fuerza. Luego él entró y cerró con seguro. Melek estaba temblando. Retrocedió varios pasos hasta que su cuerpo chocó contra la fría pared. Selim la miraba de pies a cabeza mientras se acercaba a ella. Se detuvo cuando estuvo a solo centímetros de su rostro.
—¿Por qué no fuiste a mis aposentos? Te estuve esperando —dijo el príncipe mientras comenzaba a dejar besos en el cuello de la sultana.
—Yo... disculpe... —murmuró mientras pensaba en algo que decir—. La sultana Nergisşah no podía dormir y tuve que quedarme a su lado toda la noche, por eso no fui...
El príncipe Selim se separó de ella para poder verla a los ojos. Frunció el ceño y retrocedió varios pasos, dándole espacio a Melek para que recuperara el aire.
—¿Sultana Nergisşah? ¿La hija de Mustafa? —preguntó Selim. Melek asintió con la cabeza—. ¿Perteneces al harén de mi hermano?
—Alteza...
—¡¿Perteneces a mi hermano?! —aumentó la fuerza de su voz.
—Sí... —Fue la mejor respuesta que se le ocurrió a Melek. Ella se lamió los labios.
—Demonios —dijo mientras pasaba una de sus manos por su rostro—. Escúchame bien: yo nunca te he tocado, ni hablado, mucho menos visto. ¿Entiendes?
Melek lo miró a los ojos. Bajó la mirada y tragó grueso mientras sentía su cuerpo temblar de miedo.
—¡¿Entiendes?!
—Entiendo, alteza...
—Bien.
Sin más, el príncipe Selim salió de la habitación, dejando a la sultana ahí sola. En el fondo se sentía tranquila y sabía que era lo mejor. Quién sabe qué hubiera sucedido si ella no decía eso. Pero también quería haber podido seguir con ese juego.
Luego de unos minutos, la sultana se fue de ahí. Debía prepararse para la cena que tendría con su hermana en su palacio. Estaba nerviosa, muy nerviosa. Quería estar perfecta. Luego pensaría en qué hacer con Selim. Necesitaba seguir hablando con él.
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