
Capítulo 1
Los rayos del sol atravesaban las cortinas de las ventanas, golpeando la piel de las sultanas que dormían aún plácidamente, aunque su sueño se vería totalmente interrumpido por un ruido fuerte, como si algo de metal hubiera caído al suelo. La sultana Melek se levantó de golpe, poniendo una mano en su pecho debido al susto que el golpe le había causado. Miró hacia su izquierda, en dirección a la puerta, y ahí vio a una joven criada arrodillada recogiendo un jarrón y unos vasos que habían caído al suelo. La criada sostenía una bandeja mientras recogía las cosas.
—¡Maldición! ¿Por qué soy tan torpe? —se reprochó a sí misma la joven.
—Tranquila, déjame ayudarte. —La sultana Melek se levantó de la cama y se puso su bata. Se acercó a la criada, quien se había puesto de pie para hacerle una reverencia. La sultana Melek se arrodilló al lado de la criada y recogió los vasos que estaban en el suelo.
—¡Por Allah, mi sultana! —La criada se arrodilló nuevamente y le quitó los vasos de las manos a la sultana de manera sutil—. Yo me encargo, no se preocupe.
—No, yo insisto en ayudarte.
—No se preocupe, y perdóneme por haber sido tan torpe y haber derramado toda el agua en el suelo —dijo la criada mientras se ponía de pie con el jarrón y los vasos ya en la bandeja. La señorita mantuvo la mirada baja en todo momento.
—No te preocupes, eso pudo sucederle a cualquier persona, incluso a mí —mencionó con un tono suave de voz. Ella le ofreció una sonrisa sincera a la joven frente a ella mientras la observaba de pies a cabeza—. ¿Cuál es tu nombre?
La joven rió un poco de manera amigable mientras seguía manteniendo la cabeza baja. No quería faltarle el respeto a la sultana viéndola a los ojos, aunque a la sultana Melek no le interesaba en lo más mínimo si le faltaba el respeto al mirarla directamente. A ella le gustaba que las personas con quienes hablaba la miraran a los ojos.
—Mi nombre es Ayşe, mi sultana —respondió la joven.
Melek la tomó de la barbilla y le levantó un poco la cabeza para que la viera a los ojos. La joven Ayşe le regaló una sonrisa un poco tímida.
—Es un gusto, Ayşe —dijo la sultana antes de bajar su mano de nuevo y juntar ambas manos en su abdomen—. Ahora, ¿podrías ir por más agua? Tengo algo de sed.
La joven Ayşe sonrió un poco nuevamente y asintió con la cabeza. Luego hizo una reverencia y salió de los aposentos. Melek suspiró suavemente y se giró hacia la cama. La sultana Nergisşah aún dormía; gracias a Allah, el ruido no la había despertado.
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Unas horas después, la sultana Melek estaba arreglándose frente al espejo con ayuda de sus criadas, pues hoy era la ceremonia del príncipe Cihangir. Debía estar lista en poco tiempo si es que quería asistir. Obviamente, quería hacerlo; era la excusa perfecta para ver a la sultana Hürrem y a la sultana Mihrimah. Se sentía bastante nerviosa.
Melek había escogido un vestido de color verde oscuro con detalles dorados en el área del escote, hombros y muñecas. Había optado por dejar su cabello suelto, pues le encantaba cómo se le veía. También había escogido una corona con esmeraldas incrustadas, un collar en forma de estrella con diamantes que había sido un regalo de su hermano, el príncipe Mustafa, y un anillo de diamante que había sido uno de los regalos que su padre, el sultán, le había enviado junto a las cartas que solía escribirle. Sus aretes eran de esmeraldas también, los cuales habían sido un regalo de su madre, la sultana Mahidevran.
Al verse totalmente arreglada frente al espejo, la sultana sonrió y se observó de pies a cabeza. Una de sus criadas le colocó perfume en las muñecas, el cuello y el pecho. Ahora sí estaba totalmente lista para ir a la ceremonia del príncipe Cihangir, la cual vería desde la torre de la Justicia junto a las demás sultanas.
La sultana Nergisşah entró corriendo a la habitación. Ella había ido a los aposentos de la sultana Mahidevran, donde había sido arreglada. La pequeña llevaba un vestido rosa con algunos detalles dorados en el frente, llevaba su cabello suelto y una pequeña corona junto a su velo de color rosa.
—¡Mel, Mel! ¡Mira! ¿Te gusta cómo me veo? —preguntó la pequeña sultana mientras daba una vuelta en el mismo lugar para enseñarle a su tía su vestido.
—¡Por Allah! Te ves realmente hermosa. Todas las sultanas quedaremos humilladas con tu hermosura, Ner —afirmó la sultana, regalándole una sonrisa tierna a su pequeña sobrina. Melek se acercó a ella y le acarició la mejilla.
—Gracias —dijo la pequeña mientras tomaba la mano de su tía—. La sultana dijo que nos apresuráramos.
La sultana Melek tomó con suavidad la mano de su sobrina, para luego salir de los aposentos y comenzar a caminar tan rápido como pudieran. Casi iban corriendo por los pasillos, como si su vida dependiera de llegar a tiempo a la Torre de la Justicia. Ambas sultanas atravesaban pasillos que parecían no tener fin a una gran velocidad, mientras sus criadas venían detrás de ellas tratando de seguirles el paso.
Comenzaron a subir unas escaleras que parecía que nunca tendrían fin. Subían y subían y nunca llegaban a su destino. Melek comenzaba a creer que se habían ido por el camino equivocado, pues solamente había usado su intuición y el recuerdo que tenía. Aunque era muy poco, recordaba un poco de cuando iba a la Torre de la Justicia siendo una niña para ver el imperio desde ahí; claramente, no alcanzaba a verlo todo. Cuando Melek pensaba que las escaleras nunca acabarían, finalmente terminaron, y frente a ellas vieron a la sultana Mahidevran observándolas de pies a cabeza. Melek jadeó tratando de recuperar el aire y Nergisşah la imitó.
—Llegamos a tiempo, ¿verdad? —preguntó Melek viendo la mirada fulminante de su madre.
—Sí.
Melek sonrió y le guiñó un ojo a Nergisşah, quien rió un poco y luego se calló, poniendo su mano en su boca. La puerta frente a la sultana Mahidevran se abrió y ella entró; detrás suyo iba la sultana Melek junto a la sultana Nergisşah y luego la señorita Gülfem. Melek miró a las sultanas que ya estaban ahí. La pelirroja mayor la miró de pies a cabeza, haciendo una mueca. Melek le sonrió y la pelirroja simplemente apartó la mirada, causando que Melek se quedara confundida y sorprendida.
¿Acaso había hecho algo malo? ¿A la sultana no le gustaba cómo venía vestida Melek? ¿O tenía algo en la cara que causaba ese desprecio?
Ella negó con la cabeza para espantar esos pensamientos y se paró junto a su madre; a su lado, Nergisşah.
—¿Qué hace ella aquí? ¿No dije que no tenía permitido venir? —interrogó la pelirroja a la señorita Afife. Parecía realmente molesta por la presencia de la sultana Mahidevran.
La sultana Melek sabía que se trataba de la sultana Hürrem. Solo podía ser ella, y la joven a su lado debía ser Mihrimah, la sultana Mihrimah, su hermana. Esperaba que al menos su hermana sí le sonriera, pero ella no se volteó a verlas.
—¿Cómo podría evitar que viniera, sultana? —respondió con una pregunta la señorita Afife.
La sultana Hürrem fulminó con la mirada a la sultana Mahidevran, quien no se molestó en verla. La sultana Mihrimah bajó la mirada por unos segundos antes de dirigirla en dirección a la sultana Melek. Ambas sultanas se vieron por unos segundos y Melek le dedicó una dulce sonrisa a su hermana. Por un momento pensó que la sonrisa no sería devuelta, pero sí lo fue. La sultana Mihrimah se la devolvió, causando gran alegría en el corazón de la sultana Melek. Luego, ambas sultanas apartaron la mirada y se concentraron en el príncipe Cihangir, quien había comenzado con su discurso.
El príncipe Cihangir hablaba alto y claro para que todos lo escucharan. La sultana Hürrem y la sultana Mihrimah sonreían con orgullo; la sultana Mahidevran se mantenía seria al igual que las demás mujeres, excepto por Melek, quien sonreía orgullosa de su hermano. A pesar de no haberse criado juntos, ella sentía cariño por su hermano, al igual que por los demás.
Pero en mitad del discurso, el príncipe se quedó en silencio, como si hubiera olvidado lo que tenía que decir. La sultana Melek dirigió su mirada a la sultana Hürrem, quien ahora estaba seria y con una leve expresión de preocupación. Sin embargo, el príncipe Cihangir siguió hablando con ayuda del sultán, quien comenzó a decir lo que él tenía que decir, y el príncipe repetía sus palabras.
La sultana Melek miró nuevamente al príncipe Cihangir, luego miró al príncipe Mustafa y a los dos jóvenes a su lado. Supuso que se trataba de sus hermanos Selim y Bayaceto. Ella sonrió un poco al ver al pelirrojo, que por su físico pudo suponer que se trataba del príncipe Selim.
—Qué desafortunado príncipe, solo Allah sabe los pecados con los que carga —dijo la sultana Mahidevran, haciendo que todos dirigieran su mirada a ella.
La sultana Melek se mordió el labio inferior ligeramente, sabiendo bien que ese comentario no le agradaría a la sultana Hürrem.
—Si buscas una pecadora, mírate en el espejo. Agradezco no tener sangre de la dinastía sobre mis manos —dijo con un tono fuerte la sultana Hürrem, para luego darse la vuelta y salir de ahí con la sultana Mihrimah detrás de ella.
La sultana Melek miró a su madre y se mordió el labio inferior nuevamente. Lo que la sultana Hürrem había dicho se estaba repitiendo en su cabeza.
¿Qué había querido decir con esas palabras?
—Madre... —comenzó la sultana Melek, pero su madre la interrumpió.
—Vámonos.
La sultana Mahidevran salió de ahí y las demás sultanas la siguieron, igual que las criadas. Melek no quería molestar a su madre preguntándole a qué se refería la sultana Hürrem, pero no tendría paz mental si no sabía la respuesta. Aun así, decidió que sería mejor preguntar más tarde.
La sultana Mahidevran salió de ahí y las demás sultanas la siguieron, al igual que las criadas. Melek no quería molestar a su madre preguntándole a qué se refería la sultana Hürrem, pero no tendría paz mental si no sabía la respuesta. Aun así, decidió que sería mejor preguntar más tarde.
La sultana Melek y la sultana Nergisşah fueron a sus aposentos. Ambas sultanas estaban sentadas sobre cojines mientras Melek trenzaba el cabello de Nergisşah y hablaban sobre cualquier cosa sin importancia. Nergisşah le contaba a Melek lo mucho que quería un caballo negro para poder ir con su padre, el príncipe Mustafa, a cazar o a pasear por el pueblo. La sultana Melek le prestaba atención y daba su opinión sobre el tema, hasta que la puerta de los aposentos fue tocada y la señorita Afife entró haciendo una reverencia.
—Sultanas —saludó cordialmente.
Ambas sultanas se pusieron de pie.
—El sultán me pidió que la llevara a sus aposentos, sultana Melek.
El rostro de la sultana Melek se iluminó al escuchar eso. Ella sonrió y le dio un beso en la frente a la sultana Nergisşah en forma de despedida antes de acercarse a la señorita Afife, quien comenzó a conducirla por los pasillos en dirección a los aposentos del sultán.
El corazón de la sultana Melek latía a gran velocidad; estaba realmente emocionada por ver a su padre después de tanto tiempo. Sus manos y pies temblaban de emoción, y en su rostro no se borraba aquella sonrisa tan dulce que demostraba lo feliz que estaba. Caminaba rápidamente por los pasillos hasta que finalmente llegaron a la habitación del sultán. Los aghas de las puertas la dejaron entrar en cuanto la vieron.
Ella entró e hizo una reverencia con la mirada baja y poco a poco fue alzando la vista hasta encontrarse con la mirada del sultán Solimán, quien le sonrió y abrió los brazos para que se acercara. Melek sintió su corazón acelerarse y corrió a los brazos de su padre. El sultán envolvió sus brazos alrededor de su pequeña hija en un abrazo que ella, por supuesto, correspondió.
Ese abrazo envió millones de sensaciones a la sultana Melek. Se sentía segura y muy feliz en los brazos de su padre. Había soñado tantas veces con ese momento que, ahora que había llegado, pensaba que era solo un sueño y que en cualquier momento despertaría y estaría en Amasya con su hermano y su madre, en el exilio. Pero no era así. Ese abrazo era tan real como su existencia. Ella estaba realmente abrazando a su padre, al gran sultán Solimán.
—Mi estrella más brillante, mi flor de primavera, mi amada Melek —susurró el sultán Solimán cerca del oído de su hija mientras acariciaba su cabello.
Las palabras del sultán causaron una emoción muy grande dentro de la sultana Melek. Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro. Se separaron del abrazo unos segundos después y el sultán tomó el rostro de su hija con ambas manos. La miró a los ojos y luego examinó todo su rostro con la mirada, como si tratara de guardar cada detalle en su memoria.
—Padre... Me hace la persona más feliz de este mundo al permitirme volver a ver su rostro —mencionó la sultana Melek en un tono suave y gentil mientras sonreía.
El sultán le dio un suave beso en la frente.
—Yo soy la persona más feliz de este mundo al ver tu angelical rostro de nuevo, Melek —dijo con una sonrisa en el rostro.
Solimán dio unos pasos atrás para poder ver a su hija de pies a cabeza.
—¡Por Allah! Creciste demasiado. Te has vuelto una bella sultana, la sultana más bella de este imperio.
—Muchas gracias, mi sultán. Es usted muy amable... aunque mi belleza no es tanta.
—Tonterías —dijo el sultán mientras juntaba las manos en su espalda—. Mandé preparar un almuerzo para los dos.
El sultán señaló la mesa con comida que había en la habitación. La sultana Melek sonrió al verla, luego volvió a dirigir su mirada al sultán, quien le hizo una seña para que lo acompañara. Él comenzó a caminar hasta la mesa y se sentó en su respectivo lugar. Melek lo siguió y se sentó sobre uno de los cojines.
La sultana observó toda la comida y se lamió los labios. Todo se veía delicioso.
—Todo se ve exquisito, majestad —dijo Melek, regalándole una sonrisa.
—Te aseguro que sabe muy bien. Aquí en el palacio tenemos a los mejores cocineros.
La sultana Melek sonrió nuevamente. El sultán hizo una respectiva oración antes de que comenzaran a comer.
La sultana Melek probó un poco y sonrió, asintiendo con la cabeza. La comida sabía realmente bien; su padre no mentía.
Ambos comían tranquilamente mientras hablaban sobre los años que Melek había pasado en Amasya: cómo habían sido, si le gustaba la provincia y otras cosas. La sultana Melek le contaba varias cosas que no había mencionado en las cartas que se enviaban. El sultán también le relataba diversos sucesos que habían ocurrido en el harén en los últimos años. Así fue pasando el tiempo, y ambos disfrutaban de aquel anhelado momento de padre e hija.
La sultana Melek pasó toda la tarde al lado de su padre y solo se retiró de los aposentos del sultán cuando la noche llegó. Aunque había disfrutado su compañía, también le hubiera gustado pasear por el palacio y, quizás, visitar a la sultana Hürrem y la sultana Mihrimah.
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A la mañana siguiente, la sultana Melek se levantó bastante temprano. Tomó un baño con ayuda de sus criadas y se vistió con un vestido de color rosa. Se colocó algunas joyas y dejó su cabello suelto, pues le encantaba llevarlo así. Por último, se aplicó perfume.
Se sentó a desayunar con la sultana Nergisşah, pero se apresuró a terminar, pues quería ir al jardín a dar un paseo. Aún no había ido y deseaba mucho recorrerlo.
—¿Por qué no me llevas? —preguntó con un puchero la pequeña Nergisşah.
—Ner, mamá dijo que vendría por ti para llevarte con el sultán. ¿Acaso no quieres conocer al sultán, tu abuelo? —Melek se agachó a la altura de Nergisşah mientras hablaba.
—Uff... Está bien. Aunque me gustaría más ir contigo —dijo la pequeña, cruzándose de brazos.
Melek rió suavemente y acarició su mejilla.
—Te prometo llevarte más tarde o quizás mañana.
La sultana Melek dejó un cálido beso en la mejilla de su sobrina y se puso de pie de nuevo, tomó su capa y se la colocó, luego salió de sus aposentos siendo seguida por sus criadas. La sultana Melek comenzó a caminar por los pasillos hasta que salió del harén y llegó finalmente al jardín. Al llegar al jardín, se quedó muy sorprendida por lo hermoso que se veía, seguía bastante igual a como lo recordaba, las flores seguían siendo tan hermosas como antes. La sultana Melek se acercó a un rosal que había cerca y tomó una rosa, acercándola a su nariz. Inhaló su aroma y cerró los ojos mientras sonreía, disfrutando del magnífico olor que tenía. La sultana comenzó a tocar y oler varias flores que encontraba por el camino, llegó a un lugar lleno de rosas rojas, sus flores favoritas de hecho. Ella sonrió y cortó dos rosas, inhaló su olor y cerró los ojos, disfrutando de su aroma. Se quedó así por unos minutos hasta que escuchó ruidos, parecían dos personas luchando o algo así. Ella comenzó a seguir el ruido, muy curiosa, y se quedó detrás de los arbustos viendo a dos jóvenes luchando. Parecía una lucha de juego.
La sultana no tardó demasiado en darse cuenta de quiénes eran esos jóvenes, o bueno, quiénes suponía que eran. Ella supuso que el pelirrojo era el príncipe Selim y el otro era el príncipe Bayaceto. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro mientras veía al príncipe Selim, se veía más lindo ahora que estaban más cerca. Ella se quedó allí, detrás de los arbustos, viéndolos a ambos, pero de repente la lucha de juego comenzó a ponerse un poco real. Ambos comenzaron a golpearse y Melek se asustó un poco por lo que podía pasar, hasta que Nazu Efendi los separó a ambos. Ellos se dijeron algunas palabras y luego el príncipe Selim se quitó el casco y lo tiró al suelo para luego marcharse molesto de allí. Melek lo miró alejarse y luego miró a Bayaceto. Ella se mordió ligeramente el labio antes de girarse hacia sus criadas.
—Regresen a mis aposentos, las veré ahí. Si mi madre o alguien pregunta por mí, díganle que estoy en el harén.— Ordenó la sultana. Ambas criadas asintieron e hicieron una reverencia para luego marcharse. Melek las vio hasta que estaban lo suficientemente lejos.
La sultana Melek dirigió su mirada al lugar por donde el príncipe Selim se había ido. Ella se lamió los labios antes de comenzar a caminar hacia allí, se aseguró de llevar puesta su capucha para que cualquiera que la conociera no la reconociera. Ella caminó por el sendero que se adentraba bastante en el bosque, pero seguía estando dentro del jardín del palacio. Caminó por unos minutos hasta que llegó a un punto en el que ya no sabía qué camino agarrar. Había dos senderos, no sabía cuál había elegido el príncipe Selim. Ella se mordió el labio inferior y cerró los ojos suspirando, pero abrió de nuevo los ojos rápidamente al sentir una mano tomándola de la cintura y jalándola hacia atrás. Iba a gritar, pero su grito fue ahogado por otra mano que cubrió su boca. Ella sintió su espalda pegada a lo que quería pensar que era el pecho de alguna persona. Comenzó a removerse y quiso librarse del agarre de esa persona, pero no lo lograba. Esa persona tenía demasiada fuerza. Finalmente, luego de una lucha, la sultana Melek le mordió fuertemente la mano, haciendo que esa persona gritará. El dolor en la mano de esa persona hizo que soltara a la sultana Melek, quien se giró para ver quién era y retrocedió varios pasos mientras lo hacía. Su respiración era irregular mientras veía a la persona frente a ella. Era el príncipe Selim. Melek tragó grueso mientras veía al príncipe. El aire hizo que la capucha de la capa de la sultana Melek se hiciera para atrás, dejando todo su rostro y su cabello descubierto. Ella se lamió los labios.
Por Allah, Selim es tan lindo.
Pensó la sultana Melek, pero rápidamente sacudió la cabeza y bajó la mirada, estaba metida en un problema y lo único en lo que pensaba era en que su medio hermano era lindo.
—¡Qué demonios te pasa, señorita! ¡Casi me dejas sin mano!— Exclamó el príncipe mientras sostenía su mano y miraba a Melek.
—Per... per... perdón, Alteza, no fue mi intención, usted me asustó.— Respondió ella levantando la mirada para verlo a los ojos. El príncipe se acercó a ella y la miró directamente a los ojos.
—Podría ordenar matarte por esto.— Dijo con un tono fuerte y molesto que causó escalofríos en Melek.
—No puede hacerlo.— Respondió sin pensar Melek. Ella se mordió el labio inferior rápidamente.
—¿Cómo te atreves a decir que no puedo? ¡Claro que puedo!
—Perdón.
La sultana Melek miró al príncipe y se lamió los labios. Ella lo observó de pies a cabeza antes de mirar hacia otro lugar. Él estaba muy cerca de ella, a solo unos centímetros, un paso más y sus cuerpos podrían tocarse. El príncipe la tomó del mentón y la hizo mirarlo a los ojos. Ella se lamió los labios. El príncipe bajó la mirada a los labios de la sultana y sonrió un poco. Ella comenzó a sentir su corazón acelerarse, no quería decirle al príncipe quién era, pero tampoco quería que él la besara, estaría besando a su hermano. Ella lo miró a los ojos y luego bajó la mirada a sus labios y recorrió con la mirada todo su rostro hasta que alguien finalmente habló, atrayendo la atención de todos.
—¡Selim!
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