XXXI. Camino a lo oscuro nos dirigimos.
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En la Escuela para Niñas del Hogar, Zervus y Camila organizaban al resto de las doncellas mientras recibían incontables niños atemorizados. Estos, rápidamente eran calmados por la sonrisa de Camila y puestos a dormir plácidamente.
Sus madres, abuelas y hermanas mayores partieron al puerto. Y en ese momento, viéndolas partir e integrarse en la oscuridad, Camila entendió que iría con ellas. Nada podría detenerla, ni siquiera el agarre tembloroso de su madre.
—¡Camila, por favor no! —gritaba Zervus asustada, sostenía el brazo de Camila en el umbral de la puerta. Detrás de la mujer: abuelas y doncellas ancianas poniendo a los niños en la cama—. ¡Temo mucho por ti! Quédate.
—¡Mamá, no! —soltó Camila con dulzura, tironeando con cuidado—. Tengo que hacer esto.
—¡No te irás a ningún lado! —gritó Zervus de pronto clavando sus dedos en los brazos de su hija. Las lágrimas recorrieron su rostro.
—¡Mamá! —grito Camila ofendida, se zafó de su agarre y dio un paso atrás—. Perdóname, pero todo esto lo hago por ti.
Camila se dio la vuelta y se echó a correr, no miró atrás. Se detestó por oír a su madre desesperada llorando su nombre, intentando correr, tropezando y cayendo sobre una mesa. Se detestó por no mirar atrás.
• ────── ☼ ────── •
Los Centinelas llegaron a Marítima Regio, donde el humo denso y negro provenía de una de las maquinas más lejanas de tierra firme. Pero no había nadie y todo estaba en silencio.
Corriendo se dirigieron hacia la nave en llamas, listos para luchar. Cruzaron de un barco a otro hasta llegar al origen del fuego, unos barriles habían sido explotados. Los Centinelas comenzaron a extinguir el fuego bajo la extrañada mirada de Grimn.
Maldiciendo, Grimn los envió a explorar la zona, pero no encontraron nada. Los Dioses susurraron en sus oídos.
—Es una distracción... van a atacar el castillo —murmuró al fin Grimn. Para luego gritar—: ¡Debemos regresar rápidamente al Palacio!
Se dieron la vuelta y se prepararon para bajar de la flota, pero se encontraron con que habían sido separados del resto de la ciudad en el agua, y poco a poco se internaban en la oscuridad del mar. Grimn corrió hacia la barandilla y observó los pequeños barcos que tiraban de la nave, los extranjeros avanzaban a la oscuridad sin miedo alguno. Entre ellos: Freyja, quien levantó la mirada y se encontró con los ojos de Grimn. Con una sonrisa le enseñó el dedo del medio.
Grimn apuntó con la ballesta y comenzó a disparar, los Centinelas lo imitaron. Poco a poco comenzaron a herir a la tripulación de Vilkas y amigos de Farkas, pero la oscuridad y la bruma los rodeaba y no eran capaces de verlos con claridad.
Demasiado lejos de la costa para regresar nadando con rapidez, Grimn los observó con desesperación como los pequeños botes emprendían el regreso al continente. Mientras cientos de humildes flotas llegaban desde las comarcas y grandes grupos de mujeres descendían.
En el barco algo volvió a explotar, haciendo un agujero en el cuerpo de este. Automáticamente comenzó a llenarse agua.
No tuvieron opción, uno a uno saltaron al agua. Rogándole a los Dioses que ninguna bestia se los tragara enteros.
• ────── ☼ ────── •
En el castillo, Kaira esperaba nerviosa. Lista para sumarse en la plaza principal cuando las mujeres llegaran. Esto sucedería cerca del amanecer, aún faltaban unas horas, probablemente se estaban organizando en el Puerto de los Viajeros Perdidos.
Alguien tocó la puerta y se sobresaltó, ciertamente sus padres no eran porque estos jamás tocaban antes de entrar. Atemorizada esperó.
—Kaira, soy yo... —susurró Will al otro lado.
Kaira corrió hacia la puerta y la destrabo, abrió de par en par. La oscuridad los rodeaba, pero ambos podían ver sus rostros nerviosos.
—¿Dónde está Victoriano? —preguntó con apuro—. Él y yo debemos esperar a que Sao destrabe la puerta del sótano desde adentro, si es que es posible.
—Está en la biblioteca, creyó que ingresarías por esa ventana... —explicó ella confusa.
—Iba a hacerlo, pero pude ingresar por la puerta de la cocina con tranquilidad... Meena se ha marchado a ayudar en el puerto con los Centinelas —explicó nervioso Will—. Iré por él. Quédate aquí. Se supone que Lilith vendrá a buscarte cuando llegue el momento, ¿sí? Traba la puerta.
Kaira asintió lentamente y lo observó desaparecer en los oscuros pasillos, automáticamente cerró la puerta y se acurrucó en la oscuridad de su alcoba. Pensando en su madre y en Jolly.
Victoriano estaba sentado en una butaca, mirando las hojas de un poemario a la luz de una vela. No tenía otra opción que esperar y no sabía cómo matar el tiempo, había intentado leer, pero su mente viajaba lejos y no podía concentrarse. Cada soneto y cada verso le parecía vulgar. Para él, el verdadero poema era Will, con su piel con aroma a verano y su voz que lo atormentaba cada noche.
Will entró corriendo en la morada y Victoriano se puso de pie, casi tirando la vela al suelo, avergonzado como si Wilhelm pudiera leer sus pensamientos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó alarmado—. ¿Kaira se encuentra bien?
Will sonrió tímidamente y se acomodó la ropa. Cerró la puerta y en susurro dijo:
—Si, está todo bien. Lo siento, no quise asustarte.
—¿Entonces todavía hay que esperar? —dijo Victoriano ansioso.
Will asintió, mientras observaba su rostro y tragaba saliva.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Victoriano pasando una mano por su cabello, mientras lentamente Wilhelm se acercaba a él.
—Calculo que unas dos horas... —respondió en un susurro, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro y se acercaba más a Víctor— Deben estar camino aquí. Solo queda matar el tiempo...
Victoriano asintió distraído, hasta que notó la cercanía de Will. No pudo evitar sonreír, este lo miraba suplicante. Antes de que los dos pudieran arrepentirse, Víctor tomó el rostro de Will entre sus manos y por fin lo besó.
El roce de sus labios, el calor de su respiración y el tacto de sus manos confirmó los temores de Wilhelm: moriría de pena si no podía estar a su lado.
Will respondió al beso mientras lo rodeaba con sus brazos y lentamente lo guiaba hacia una de las bibliotecas. Apasionadamente se besaron mientras Will le quitaba rápidamente la camisa a Víctor, quien tenía la espalda apoyada en los libros, estos caían al suelo. Una vez se despojó de la prenda, Will retrocedió y se apoyó sobre una butaca que estaba a su lado. Medio sentado, atrajo a Víctor hacia sí, quien comenzó a besarle el cuello.
Esto le dio cosquillas a Will, se retorció y ambos rieron.
No tardaron mucho más en sacarse el resto de la ropa, querían disfrutar el momento y hacerlo con calma. Pero las ansias y el ardor que habían aguantado tanto tiempo les imposibilitaba la lentitud en sus movimientos.
Recostados en la alfombra, Will besaba con ansias el cuerpo de Víctor. No podía creer que al fin estuviera sucediendo... las palabras brotaron sin querer de la boca de Wilhelm.
—Has llegado tarde para ser mi primer amor, pero sé que eres el último —susurró. Entre risas bromeó—: Más te vale que así sea.
—Ahora sí está siendo sincero —se sumó a la broma, Victoriano, mientras Will se recostaba sobre él—. Debe ser el único en el reino... me gusta.
• ────── ☼ ────── •
El aliento se escapaba de Sao. Tenía buen estado físico pero había perdido la cuenta de hace cuanto tiempo subía aquellos escalones. No podía ver nada, por eso chocó con el final del pasillo. Maldijo para sí, aquel túnel estaba cerrado de ambos lados. Con sus manos tanteó la pared; eran solo unas vigas de madera. Incluso una débil luz parecía escaparse entre esta, y... ¿Murmullos?
Respiró hondo mientras se alejaba de la pared, se preparó como un toro y comenzó a correr. Su cuerpo golpeó las maderas, atravesándolas, ingresó tropezando en el sótano. Múltiples niñas y adolescentes gritaron atemorizadas. Sao se puso de pie y estiró las manos en señal de rendición.
—No teman —dijo con tono dulce mientras se quitaba el sombrero y se arrodillaba en un intento de parecer menos amenazante—. Mi nombre es Zheng Yi Sao, pero pueden decirme Sao. No pretendo que lo entiendan, pero solo quiero ayudarlas. Sé que es difícil confiar después de lo que ha sucedido aquí abajo, pero créanme que ahora están bajo la protección de Makra y Durga.
La imagen era desoladora, las jóvenes y niñas la miraban aterrorizadas. Con la mínima ropa, destrozada y sucia y los cabellos encrespados. Sus ojos grandes parecían a punto de derramar un mar de lágrimas. Parecían incapaces de moverse, y Sao no quería obligarlas. Tenía que ganarse su confianza, ya suficiente habían sufrido.
Victoriano y Wilhelm esperaban del otro lado de la puerta del sótano. Will cubría su rostro con una de sus manos mientras Víctor se burlaba de él con una dulce sonrisa. Este estiró la mano y lo atrajo hacia sí. Depositó un beso cargado de sentimiento en sus labios. Cuando al fin Sao golpeó la puerta, se separaron y respondieron con un grito.
—¡Sao! —gritó Will preocupado.
—¡Will! —gritó esta. Ambos sonrieron—. ¡No puedo abrir la puerta de este lado! ¡Tendré que volarla!
• ────── ☼ ────── •
En la plaza principal, comenzaron a oírse cantos y pasos firmes. Los hombres pararon sus partidas de cartas y actividades para mirar hacia el centro de la ciudad. Sauro se despertó de golpe en su trono y observó hacia la misma dirección.
Con velas en sus manos, y prendas de ropa moradas como el cabello de Aela bajo la Luna. Las mujeres de Serendipia aparecieron, encabezadas por las integrantes del Bloque Negro, vestidas de duelo. Con carteles de las desaparecidas en sus manos, gritaban al unísono:
"¿Dónde están las niñas? Paren de matarnos"
Una y otra vez. Uno a uno los hombres se pusieron de pie, sin saber cómo actuar, al mismo tiempo que los guardias se apresuraban a llevarse al Rey a la seguridad del castillo.
"¿Dónde están las niñas? Paren de matarnos"
El grupo inundó la plaza y los hombres retrocedieron asustados, no podían creer lo que sus ojos veían. Unos pocos sonrieron orgullosos de sus esposas e hijas, a la distancia las apoyaron silenciosamente, con los puños en alto y el llanto acumulado en sus miradas.
Meena gritaba con furia de la mano de Octubre, ambas con sus puños libres alto. Cressida y Camila guiaban el grupo mientras Ruby, Nico y Fedora estaban integradas en la marcha. Controlando todo. Estaba lleno de rostros conocidos: Emiko, Ana María, Sebastián, Devia, las doncellas amigas de Camila, los viajeros y más. El Bloque Negro había asistido casi en su totalidad, dejando en el Olympe de Gouges solo a las ancianas y a las niñas. Al igual que en la Escuela.
Las mujeres se hicieron con la plaza, sin parar de gritar. Entre tanta gente, algunas contaban sus historias de abusos mientras otras gritaban los nombres de sus desaparecidas y sus agresores en libertad. Las más jóvenes bailaban y cantaban mientras tocaban tambores:
"Me pregunto, si quizás algún día volverán. Cuando las mujeres vuelvan a volar. Como el fuego danzaran, el mar se calmará y las niñas regresarán."
Lilith, con su máscara de cabra y dos rodetes, se abrió paso entre la gente hasta el cerezo y le echó gasolina, con ayuda de otras siete jóvenes. El amanecer comenzaba a iluminarles poco a poco, Lilith encendió una cerilla y la arrojó a sus pies. Inhaló hondo y sonrió bajo la máscara mientras el fuego crecía frente a sus ojos. Había esperado dieciocho años por esto.
En ese momento los hombres reaccionaron y comenzaron a gritar groserías e intentar separar el grupo, pero las mujeres eran fuertes y trabajaban en equipo. Pronto, comenzó el tire y afloje.
Meena se dio la vuelta y vio a Lilith, gritó su nombre. Esta se volteó a mirarla, pero se limitó a ignorarla.
Lilith se alejó y comenzó a trepar por el costado del palacio. Meena maldijo, no era momento de perseguirle. Se trepó al tejado de Pozo del Aguamiel, colocándose su propia máscara, y preparó el arco y la flecha. Los sonidos a su alrededor parecieron parar mientras se concentraba, apuntando hacía el zepelín que se acercaba.
Aguantó la respiración y liberó la flecha. Esta avanzó, girando en el aire destruyó el cristal en la cabina. Atravesó la sala de comando, destruyendo los circuitos que funcionaban por sí solos. No había nadie a bordo de aquella máquina. Yong así se había encargado.
La nave comenzó a girar descontroladamente por los aires mientras arrasaba con algunos tejados de las casas. Todos gritaron, terminó por estrellarse en el Coliseo Gélido.
Meena sonrió. El Palacio de los Zorros estalló y la mitad de la montaña se derrumbó mientras la construcción se debilitaba. No hubo rastros de su sonrisa, alguien la llamaba desde abajo.
—¡Algo está mal! —le gritaba Marina, asustada—. ¡Sao solo debía usar tantos explosivos en caso de emergencia!
Meena maldijo. Pues claro que Sao tenía bajo la manga un plan que podría acabar con su vida, pensó, después de lo sucedido no le sorprendía. Pero este suponía ser el último recurso...
Antes de la explosión.
Sao preparaba los explosivos en la puerta mientras le gritaba a Will y Víctor que se alejaran lo suficiente. Una joven de quince años apareció detrás de ella, el resto de las jóvenes la seguía a pocos centímetros, como si de su líder se tratara.
—¿Qué es eso, madame? —preguntó, el cansancio y el miedo vibraba en cada vocal.
Sao se dio la vuelta y la miró apresurada mientras colocaba con cuidado las bombas de Marina.
—Son explosivos, pero no se preocupen. Es solo para sacarlas de aquí... —explicó.
Al pie del acantilado, en el pequeño bote Vilkas esperaba tranquilamente. A pesar de que el grupo saldría por el castillo directo a la plaza, Vilkas debía permanecer allí en caso de que las cosas no salieran como había planeado.
En el sótano, las paredes retumbaron cuando el zepelín se estrelló.
—¿Qué está sucediendo allí fuera? —volvió a preguntar la niña.
—No tienen que preocuparse, sus madres están exigiendo la libertad de todas nosotras —respondió Sao sin mirarla, mientras volvía a cerrar la mochila. Ya había puesto suficientes explosivos, no necesitaba el resto.
—Entonces allí afuera tampoco encontraremos la paz... —dijo apenada la niña, negando con la cabeza. El resto de las niñas sollozaron.
—¿Qué? —Sao se acercó a ella, alejándose de la puerta. Confundida la miró.
—Su Majestad nos advirtió que algo así podría suceder... pero que solo después de la muerte tendríamos paz... Madame —explicó con tranquilidad. Un escalofrío recorrió su espalda.
—Pequeño Sol... —dijo con dolor Sao—. No es así, vamos a-
Antes de que pudiera terminar la frase, la joven empujó a Sao al suelo y le arrancó la mochila. Zheng Yi Sao cayó con torpeza ante la sorpresa y observó como todas las niñas corrían hacia la puerta del sótano. La joven levantó la mochila, preparándose para dar un golpe. El resto la siguió, sin decir palabra todas persiguieron el mismo destino.
—¡No! —gritó Sao. Pero muy a su pesar, entendió que era tarde.
Las niñas ya estaban a medio metro de la puerta y jamás las alcanzaría, Sao se puso de pie y se alejó de ellas corriendo cubriendo su cabeza con las manos, al mismo tiempo que la joven golpeaba con la mochila los explosivos de la puerta.
La explosión iluminó el sótano y acabó con la vida de las niñas, cumpliendo su deseo.
Del otro lado, a pesar de la distancia, Will y Victoriano volaron por los aires y cayeron en una esquina del salón. Plantas, libros, cuadros y parte de la pared cayó sobre ellos.
En el bote, Vilkas se puso de pie mientras observaba el derrumbe del castillo.
—¡Zheng! —gritó, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
• ────── ☼ ────── •
En su habitación Kaira esperaba junto a la ventana. Al fin, llegó Lilith, con una enorme sonrisa y su daga Aela en la mano. Se había levantado la máscara.
—¡Está sucediendo Kaira! ¡Después de tanto tiempo! —de cuclillas como un gato en la ventana la miraba, con una enorme sonrisa—. ¡Vamos en busca de Sao y nos sumaremos-
La explosión del sótano la interrumpió y el temblor la hizo caer al vacío. Kaira cayó al suelo mientras sentía como los cimientos temblaban furiosos y fuertes estruendos herían sus oídos. Aterrorizada chilló.
Cuando el temblor cesó, corriendo se acercó a la ventana y se asomó en busca de Lilith. La encontró en uno de los tejados de abajo, intentando incorporarse, el costado de su cuerpo sangraba. Levantó la mirada.
—¡Sal de ahí, Kaira! —gritó atemorizada—. ¡Estaré bien, escaparé por aquí!... ¡Pero algo no está bien y necesitas reunirte con Meena inmediatamente!
Kaira asintió con el terror inundando su cuerpo y se alejó, lista para obedecer las órdenes. Algo captó su atención. La daga Aela había caído en su alcoba, soltada por Lilith en medio de la conmoción. La tomó entre sus manos temblorosas y salió de su alcoba, humo y polvo gris la recibieron.
La Princesa llegó al fin a la escalera caracol y comenzó a bajar mientras tosía, se encontró en el salón principal, la mitad en ruinas. Gran parte de la cúpula de cristal yacía en añicos en el suelo.
Observó el panorama atemorizada, la mitad del castillo parecía estar debilitándose y a punto de derrumbarse bajo la explosión. Podía oír las rocas cayendo al agua desde el acantilado.
En una esquina lejana pudo ver a Will y a Victoriano, inconscientes bajo una pila de escombros. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas, se disponía a correr hacia ellos cuando una voz la llamó:
—¡Kaira!
Se le heló la sangre y se dio la vuelta, era su padre. Con seriedad lo miró mientras él comenzó a explicar aterrorizado:
—¡Mis guardias quedaron aplastados! ¡Tenemos que huir, estamos indefensos! —gritaba el Rey mientras la tomaba de los brazos, Kaira jamás lo había visto tan fuera de sus casillas—. Agares aún no ha vuelto, pero podemos escapar, no sé dónde está tu madre, pero no importa. Tú y yo mi niña, vámonos.
El Rey comenzó a caminar, pero Kaira no se movió.
—No puedes escapar, padre... —murmuró sin pensar.
Sauro se frenó y furioso la miró. Con dos zancadas volvió a su lado y de una salvaje bofetada la arrojó al suelo, ella gritó y cayó sobre los trozos de cristales de colores. Sauro se arrodilló a su lado, y tomando el collar de su hija entre sus manos dijo:
—Tú eres la que no puede escapar. —La saliva salía disparaba mientras hablaba, sus ojos inyectados en sangre.— No importa la rebelión que organices ni lo lejos que navegues, siempre serás mía. Este collar lo demuestra y vayas donde vayas, seguirás siendo mi Princesa. —Entre sus manos tomó las puntas del cabello de Kaira, enseñándole su color al tiempo que le gritaba—: ¡Mírate! No intentes huir porque me verás en cada reflejo... Ahora vámonos.
Kaira dejó escapar un grito de llanto, mientras el tironeaba de ella. Sauro intentó arrancarle el collar que Meena le había obsequiado. Ese era su límite, sin siquiera pensarlo clavó la daga Aela en el pecho de su padre con tal fuerza que ella terminó sobre él, ambos en el suelo.
Tic-tac dijo Aela.
Su padre comenzó a balbucear, mientras las ropas de ambos se teñían de rojo bajo el rayo de luz que ingresaba de la cúpula rota... Kaira se sorprendió, no creía que el ser humano tuviera tanta sangre en su interior.
—Mi niña... ¿Qué has hecho? —dijo con gran esfuerzo.
—¡¿Qué hiciste con ellas?! —gritó Kaira, sin soltar la daga—. Hace tres años, las debutantes estaban en el sótano ¡Nadie las vio salir! ¡¿Qué hiciste con ellas?!
—Ah... —rió su padre, recostado en el suelo, con la mirada perdida—. ¿Fuiste tú también esa?... Una estaba enferma, contagió a las otras. Antes de que pasara a mayores las quemamos en aquel fogón, mi niña. ¿Por qué preguntas?
Tic-tac.
Kaira dejó escapar un sollozo, por eso jamás las vieron salir. Las habían quemado vivas, y ni siquiera así pudieron salir del sótano... probablemente sus cenizas seguían allí.
Las lágrimas cayeron por su rostro, arrodillada frente a su padre quien colocó una mano sangrienta sobre estas, luego tocó su collar. Kaira sollozaba incontrolablemente, tomó aire forzadamente y observó a su padre... pudo ver a través de su camisa abierta la llave del sótano que colgaba de una tira de cuero. La ira la invadió.
—Todos tus crímenes, el legado de tus antepasados ¡en nombre de la avaricia y el estado más vil del hombre! —gritaba la Princesa, sobre él. Le arrancó la llave y la arrojó lejos—. ¿Por qué lo hiciste? Eran solo niñas... ¡yo era solo una niña!
El grito retumbó en la sala mientras él continuaba con la mirada perdida, acariciando el collar de Kaira. Ella lloraba a los gritos. Respiró hondo intentando calmarse, con esfuerzo pronunció las palabras con toda la claridad que se le hizo posible:
—Puedes ocultar la sangre de tus manos, pero en la nieve permanecerá. —Con la voz quebrada y la mirada inundada de lágrimas, clavó la mirada en los ojos de su víctima que poco a poco perdían el brillo de la vida.
Tic-tac.
Sauro volvió a reír, mientras parecía buscar con los ojos algo en el cielo. Perdido movía sus ojos rápidamente, con su último aliento sonrió.
—No podrás librarte de mí, mi niña preciosa —susurró con sus últimas fuerzas. Colocó un dedo en la sien de su hija y dijo—: Incluso en la muerte, te acompañare aquí. Siempre serás mía, no lo olvides.
Kaira chilló, mientras tomaba a Aela y se la volvía clavar una y otra y otra vez. No las contó, y tampoco hubiese podido, pero su padre ya no se movía y la sangre le salpicaba cada vez más, produciendo un sonido desagradable. Aun así, la mano de Sauro seguía enredado en el cabello de Kaira.
Tic-tac, se burlaba Aela.
En la plaza se había desatado un gran caos. Mujeres y hombres luchaban furiosos, Meena intentaba avanzar hacia al castillo luego del derrumbe. Pero la muchedumbre se lo hacía imposible. La Guardia Real intentaba calmar el caos, sin tomar un lado claro.
Kaira continuaba apuñalando el cadáver de su padre cuando alguien la apartó bruscamente. Ella gritó de terror y quiso defenderse, pero pronto se encontró rodeada por los brazos de Farkas. Kaira soltó la daga, la cual cayó al suelo y lo abrazó. Sollozando como una niña, mientras él le acariciaba el cabello. Ambos sentados en el suelo se abrazaban con urgencia.
—Tranquila, ya ha terminado. No podrá volver a hacerte daño —susurró él mientras lentamente hamacaba su cuerpo.
Los Centinelas llegaron al fin a la plaza, agotados y chorreando agua. Grimn dió la orden y comenzaron a golpear a la multitud, mientras este corría hacia al castillo. Meena lo vió e intentó seguirlo, pero un Centinela la tomó del brazo y la golpeó con la ballesta en el rostro, haciendo sangrar su nariz.
—Ya no puede hacerte daño —decía Farkas.
Un amuleto de Luna se enredó en su garganta, cortando su respiración y apartándole de Kaira quien con un grito aterrorizado volvió a tomar a Aela entre sus manos.
Grimn sostenía el amuleto con fuerza mientras Farkas agitaba las piernas desesperado. La Princesa se puso de pie, pero el Centinela le apuntó con la ballesta. Se había quitado el yelmo y parecía un animal salvaje, mostrando los dientes.
—¡Por favor, no! —rogaba ella gritando, con las manos en alto.
—¡Habla, bruja! —gritó Grimn enloquecido mientras el rostro de Farkas se teñía de rojo—. ¡Habla o acabaré con su vida! ¡Dime como acabar con el Bloque Negro!
—¡No, no, no! —gritaba ella, mientras Farkas le sostenía la mirada, negando con la cabeza.
—Como quieras —dijo Grimn, mientras daba la vuelta a Farkas y le apuntaba con la ballesta. La Princesa chilló y se oyó un click proveniente del arma.
—¡Verum! —gritó Kaira desesperada. La flecha no salió, solo había sido el seguro. Grimn se volteó a mirarla con una sonrisa—. Su flota... al norte de Verum, en la isla...
Grimn rió y de un tirón violento apartó a Farkas, le disparó en el muslo. El Centinela se marchó mientras Kaira corría hacia Farkas e intentaba ayudarlo, con lágrimas en sus ojos. Este lloraba de dolor.
Wilhelm y Victoriano aparecieron a su lado, cubiertos de magulladuras y polvo. Will corrió desesperado hacia el sótano llamando a Sao, mientras Víctor se detuvo a mirar el cadáver de su hermano. Sentimientos encontrados lo invadieron mientras sentía un fuerte dolor en uno de sus brazos y costillas, sin saber que múltiples huesos se habían roto. Cayó al suelo de rodillas.
Farkas se incorporó y estrechó a Kaira entre sus brazos, llorando esta le depositó un beso en los labios mientras el joven le arrancaba el amuleto con el que Sauro la había condenado. Y el mundo se detuvo, Kaira no sintió culpa y Farkas pudo jurar que todo estaría bien. La pólvora, el polvo, los gritos, no le molestaban. Por un segundo sintió que había ganado. Arrojó el collar sin mirar mientras las lágrimas caían por su rostro y el tacto de los labios de Kaira lo devolvían a la vida.
El amuleto cayó a los pies de Lilith, su alma le siguió. Lo tomó entre sus manos y observó la escena con una tranquilidad impropia de la situación.
—¿Qué has hecho? —preguntó Lilith. Acababa de llegar y no comprendía nada de lo que sucedía. Sus manos le dolían, no sabía por qué, su pecho ardía y amenazaba con matarla en ese instante. El olor de la sangre era lo único que la mantenía con ambos pies en el suelo.
—Lo siento... —Kaira lloraba tanto que apenas podía ver con claridad.— Yo...
—Has matado a Sauro, ahora... acabarán con todas nosotras —dijo Lilith en completo estado de shock—. ¿Qué has hecho?...
Victoriano se encontraba arrodillado frente a su hermano, mientras Farkas las observaba respirando con dificultad, sin soltar a Kaira. A la lejanía, Will apartaba roca tras roca con una fuerza inhumana, llamando a Sao.
—Lilith, por favor... tienes que detener a Grimn. Verum... —tartamudeó Kaira.
Los ojos de Lilith se abrieron de par en par, sacándola de su ensueño. El ardor en su pecho explotó, Kaira lo vio en sus ojos.
—¡¿Qué has hecho?! —gritó Lilith desesperada, al comprender lo que Kaira le decía. Alguien llamaba su nombre a la lejanía, sabía que solo ella la oía. El bosque, los árboles la llamaban.
—Lo siento, por favor... —suplicaba Kaira, mientras Farkas intentaba regular su respiración, estaba muy mareado.
Tic-tac.
Con la mirada perdida, Lilith tomó su daga del suelo. Con sus dedos tocó la sangre de Sauro, por la que tanto había deseado... por la que tanto le habían rogado control. Otra voz llegó a sus oídos, una que la acompañaría por incontables noches de insomnio:
—¡Sao! ¡Por favor, responde! —Escuchó los ecos de Will a la lejanía, quien apartaba las ruinas desesperado. En el camino se encontraba con cadáveres desmembrados que lo transportaban a sus recuerdos de la guerra. Al quitar una de las piedras el brazo de Sao apareció, pero él resto de su cuerpo estaba oculto detrás de las piedras. Will dejó salir un grito desde lo más profundo de su ser, mientras la agitaba inútilmente y buscaba el pulso en su muñeca. Intentó quitar la enorme piedra que la aplastaba, ignorando el pulso inexistente—. ¡No! ¡No me hagas esto! ¡No puedo perderte a ti!
Lilith se quedó de pie, oyendo los gritos, con la mirada perdida en el cadáver de Sauro.
—Nos condenaste a todos —le susurró a Kaira. Con paso lento caminó hacia la puerta y la abrió de par en par, donde debajo de los doscientos y un escalones las mujeres huían de los Centinelas. Olía humo.
—¡Lilith por favor! ¡Lo siento! —gritaba Kaira—. ¡Solo quería ayudar!
Lilith bajó los escalones lentamente, pero poco a poco su mente comenzó a asimilar todo lo que había pasado. Kaira había matado a Sauro, habían repetido la historia, ahora sufrirían el mismo destino que las otras rebeliones. Y Sao... estaba muerta, enterrada bajo los escombros del reino que había soñado con destruir. Kaira los había traicionado, revelando sus escondites por un... por Farkas.
Las estrellas lo dictaron, los planetas se alinearon. El camino del fuego... ¿para esto?
Lilith comenzó a acelerar el paso, corriendo. Oyó que Meena la llamaba desesperada entre la multitud, preguntando por Kaira. Lilith empujaba los furiosos cuerpos hasta que uno en específico la hizo frenar el paso. Jacoba.
—¡¿Dónde estabas?! —gritó furiosa—. ¡Los Centinelas nos están matando a todos, tienes que parar esta locura! ¡Tú nos has impulsado a esto, haz algo!
Lilith la observó aturdida, la empujó y continuó corriendo. Huyó por las calles de Vulpes desiertas a una velocidad en la que creía que se le iban a salir las piernas. Tenía que alcanzar a Grimn. Llegó hasta el Pinar Nevado y para cortar camino se integró en este siguiendo las vías del tren, lobos corrían a su lado. El corazón le latía con fuerza y le dolía todo el cuerpo, sentía como se debilitaba. No podía respirar.
Cayó de rodillas en la nieve, rodeada de pinos. Se llevó la mano al pecho, no podía respirar.
Tic-Tac.
Se encontraba en el centro del pinar. Con la vista nublada apoyó ambas manos en la nieve, la sintió caliente. Sintió que el aire a su alrededor se volvía cada vez más denso y caliente, casi sofocante. El pecho le dolía y dejó escapar un jadeo, sentía que su corazón se desgarraba.
No podía ver con claridad, pero con sus manos tocó el suelo que pisaba... la nieve bajo sus pies se había derretido. Levantó la vista con esfuerzo y observó los pinos a su alrededor: la nieve se derretía poco a poco de estos de manera antinatural, revelando el bosque debajo. Desde dentro de los troncos y la misma tierra parecía salir humo.
Lilith solo pudo pensar una cosa: ya no había vuelta atrás, había perdido la cordura finalmente.
Cayó al suelo, inconsciente.
⋅ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⊱∘──────────────∘⊰ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⋅
⊱ ☽ Final de la quinta parte: "Hiraeth" ☾ ⊰
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