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XXVII. ...y la obligación de hacerlo.

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   El golpe con los tablones de madera en sus recuerdos la regresó a la realidad, pero ella no se dio cuenta. Confundió los gritos del grupo con los de su padre, atemorizada cubrió su cabeza y soltó un grito agudo que calló a todos al instante.
   Todos voltearon a mirarla y Lilith comenzó a golpear su cabeza, rogándole a su padre que se detenga.

   —¡Lilith! —gritó Will con dolor mientras se acercaba a ella.

   El terror se dibujó en el rostro de Meena y Kaira, Víctor y Farkas observaban confusos y preocupados. Lilith continuaba con los ojos cerrados, golpeando su cabeza y llorando cuando unas manos suaves la tomaron de las muñecas.
   Con un grito ahogado abrió los ojos y se encontró con el rostro de Freyja, quien le miraba serio, pero con dulzura en sus ojos.
   Will frenó a su lado y posó una mano en su hombro, preocupado, pero ella no lo notó.

   —Ey... estás aquí —susurró con tranquilidad, Freyja.

   Lilith tragó saliva y miró a su alrededor, a cada uno de los preocupados ojos que le miraban horrorizados. Quiso que la tierra se la tragara en ese mismo momento, había hecho un escándalo por nada. Seguro ahora todos pensaban que estaba loca, que quería llamar la atención o manipularlos. Ojalá hubiese podido controlarse, pensó una y otra, y otra vez.

   —Creo que... —rompió el silencio Victoriano. Nadie lo miró, todos continuaron mirando a Lilith, sin saber qué decir—. Deberíamos regresar, todos necesitamos descansar.

   En silencio y con un gusto amargo partieron. A ninguno le sorprendió que mientras habían estado dentro del templo una de las cascadas había quedado seca, revelando una antigua escalera de piedra.
   Levantaron rápidamente el campamento y se reunieron con Yong y Camila en la balsa. Estos rápidamente leyeron el ambiente y dejaron las preguntas para después.

   La noche de Venus llegó. Las mujeres partieron confusas hacia el templo, siguiendo a Fedora y a parte del grupo, tiempo después la hermana de Finn tuvo que marcharse, dijo que debía cuidar de sus padres. Ya habían acabado de preparar los altares, las madres rezaban por sus hijas perdidas, la noche acababa de comenzar. El cielo se llenó de linternas de papel.

   De pie frente a Durga, Kaira observaba su sonrisa dulce y maternal. Oyó un chapoteó a su izquierda y un escalofrío recorrió su espalda. Se dio la vuelta y más asustada de lo que pretendía gritó:

   —¡Sal de ahí, Camila! —le regañó preocupada, pero no sabía por qué. Esta estaba arrodillada junto al agua, jugando con los peces. Levantó la mirada asustada y obedeció al ver el rostro atemorizado de la Princesa.

   Camila secó sus manos en la falda de su vestido y se acercó a Kaira, observando a Durga dijo:

   —¿Dónde está Lilith?

   Ante las palabras dichas Kaira se giró a Meena, quien permanecía sentada con la cabeza gacha y la espalda apoyada en la tarima de Durga, pensando en las palabras que había clavado en la piel de Lilith. Meena levantó la mirada alarmada y observó cada uno de los rostros de las mujeres en el templo. De un salto se puso de pie y exclamó:

   —¿Dónde está Freyja?

   Kaira no respondió, ninguna de las dos estaba en el templo. Ambas se habían marchado en mitad de la noche sin decir nada. La Princesa se volteó otra vez hacía Durga.

   Su sonrisa había cambiado. Sonreía de costado con malicia, se burlaba de ella.

• ──────  ────── •

   En el Puerto de los Viajeros Perdidos, Grimn observaba la flota de los Centinelas alejándose en el horizonte, todos en diferentes direcciones. Eran diez, pequeños y veloces, armados con todo tipo de explosivos y arpones. Con solo ver su diseño podías darte cuenta que pertenecían a los Centinelas. Su estructura general imitaba la forma de las pirañas, con la cola detrás (donde estaba el molino de agua) y afilados dientes en el frente. Su estructura entera, mayormente de acero, terminaba en puntas afiladas de metal. Era una flota veloz y brutal, y su aspecto te lo dejaba en claro.

   Grimn estudió la flota a la lejanía mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro, detrás de él estaba el resto de los Centinelas, de pie en completo silencio. Mientras los murmullos de la gente del pueblo llegaban a sus oídos, entrecerró los ojos por un segundo. El último año había valido la pena, pensó, ocupó enteramente sus mañanas en buscar marineros dispuestos a unirse a los Centinelas. Le tomó casi un año entrenarlos mientras sus mecánicos secretos trabajaban en la flota... no le había pedido permiso al Rey, pero esa misma mañana tarde la había conseguido de todas maneras.

   No sabía porque, pero últimamente sentía una desesperación constante, una desesperación ajena. Sentía que algo lo impulsaba a idear nuevas estrategias para acabar con el Bloque Negro... ese algo temía lo que podía suceder si estos tomaban el control. Grimn no podía verlo, pero si lo sentía a la perfección, en especial cuando rezaba o despertaba en la noche por culpa de brutales pesadillas con el Bloque Negro. Cada una de las probabilidades le aterraban, no importaba cuanto rezara.

   El joven Agares se dio la vuelta y clavó la mirada en los ciudadanos que lo observaban a la lejanía, estos se marcharon apresuradamente. Ante esto Grimn sonrió y en ese momento casi pudo sentir las manos de los Dioses sobre sus hombros, guiándolo.

• ──────  ────── •

   Dicen que la selva nunca está en silencio, que si prestas atención siempre podrás oír a los animales en las copas de los árboles, pisadas de depredadores ocultos o los insectos que te deleitan con sus melodías. Pero no esa noche, en la Noche de Venus todo había quedado en silencio. Por lo menos así fue en los alrededores de La Guarida del Tango.
   
Una taberna dentro del tronco de un árbol inmenso, donde a cada hora se oía aquella sensual música y los hombres más privilegiados jugaban a las cartas hasta el cansancio. Un club de apuestas, donde los premios te servían los tragos y te invitaban a bailar con ellas, mientras te llenaban las orejas de miel, con dulces palabras te invitaban a apostar por ellas... ya que ganaban su dinero a comisión.

   Todos usaban seudónimos: la letra de su primer nombre.

   El juego era simple, J (el mejor amigo de Celestino) lo había pensado y pulido hasta la perfección para las mentes más sucias y viles de Serendipia. Él era el dueño de La Guarida del Tango y las mujeres acudían desesperadas cuando las monedas en sus bolsillos dejaban de ser suficientes para sostener a sus familias. Los clientes comenzaban sus noches bebiendo y bailando con las Baladas, las jóvenes que trabajan para J. Cuando el torneo de cartas comenzaba debían apostar para poder participar y mantener a alguna de las Baladas en su mente: el premio... pero no podían revelar al objeto de su deseo hasta ganar la partida y recolectar el premio. Así ellas permanecían seductoras y sumisas hasta el último segundo. El dinero se lo quedaba J mientras unas pocas monedas llegaban a los bolsillos de la Balada elegida.

   El problema era que cada Balada debía pagar cada noche que asistía y solo recibían su paga si J estaba de humor. Con su sistema perfecto, las Baladas ganaban lo suficiente para mantenerse a flote al mismo tiempo que se endeudaban al punto de jamás poder irse.

   —No vas a ganar esta vez —se burló M.

   K y R negaron con la cabeza mientras S levantaba los hombros y les guiñaba el ojo.

   —La noche lo dirá —respondió S mientras su sonrisa se ensanchaba y levantaba su copa para saludar a J quien permanecía en la barra hablando con algunas de sus Baladas.

   J se puso de pie y se acercó al grupo de sus más fieles clientes mientras las jóvenes con vestidos escotados y apretados pasaban a su lado.

   —Un placer verlos, caballeros. —Su sonrisa pareció brillar aún más al ver las monedas acumuladas en la mesa. En ese momento notó la copa de S vacía, se dio la vuelta y dijo—: F, querida, encárgate del trago del señor S.

   Esta obedeció inmediatamente mientras saludaba a los caballeros y servía el trago, rozando sus caderas con los brazos de S, quien miraba su escote.

   —Qué apuestos están todos hoy —dijo la muchacha con un tono seductor mientras los hombres inflaban el pecho y sonreían. Todos respondieron a los halagos, luchando por la atención de la joven. Muchos la invitaron a sentarse con ellos, pero ella, casi ronroneando respondió—: Oh, caballeros, saben que tengo un gusto muy específico. Solo me gustan los ganadores.

   F se marchó luego de acomodar el cuello de la camisa de S. El dueño del establecimiento la vio marchar con una sonrisa, las que más necesitaban el dinero eran realmente buenas en su trabajo, pensó.

   J se disculpó y se alejó hacia la puerta. Respiró profundo mientras desde arriba, en el balcón, observaba las copas de los árboles. La selva estaba extrañamente silenciosa. Lentamente observó el pantano debajo y le pareció ver a alguien bañándose en este. Niñas vergonzosas y estúpidas, rió en su mente. Pero las más solicitadas.
   
Comenzó a bajar las escaleras que rodeaban el tronco acomodando sus ropajes, no era la primera vez que mujeres desesperadas acuden a su puerta en busca de trabajo. Muchas se paralizaban en la puerta y no lograban subir los escalones en su busca. Por experiencia, J sabía que esas terminaban por volverse fuentes de oro que llenaban sus bolsillos.

   Sus botas tocaron al fin el suelo, la noche estaba oscura así que aún no podía distinguir a la joven con claridad. No parecía ser ninguna de sus Baladas, ninguna de estas tenía el pelo crespo anaranjado. La joven le daba la espalda, sentada en el pantano murmuraba una canción.

   —¿Está buscando trabajo? —preguntó J mientras se agachaba a su lado, con el agua que le llegaba hasta los tobillos.

   Lilith se dio la vuelta y se arrojó sobre él. El hombre no pudo gritar ya que el agua cubrió su rostro. Freyja apareció desde la oscuridad, con los brazos cruzados apoyó el costado de su cuerpo en el tronco de un árbol, observó a Lilith con brillo en sus ojos.
   Sentada sobre el hombre, Lilith elevó a Aela hacía el cielo y la clavó justo donde Freyja le había indicado media hora antes. Con ambas manos abrió el pecho de su víctima ayudándose con Aela, el pantano se tiñó de un rojo casi negro. Rápidamente metió la mano en el pecho de J, le arrancó el corazón y se lo arrojó a Freyja. Este lo atajó con una sonrisa, Lilith le devolvió la sonrisa todavía sentada sobre el cadáver.

   La puerta de La Guarida del Tango se abrió en lo alto, mientras F salía al exterior buscando a J, su cabello rosado y negro se agitó por el viento. La música inundó el ambiente, Lilith y Freyja miraron a lo alto.
   La joven se asomó al vacío y observó el pantano, pero la oscuridad y lejanía no le permitían distinguir mucho. Inclinó la cabeza al costado mientras entrecerraba los ojos, gritó:

   —¿J? —No obtuvo respuesta, por lo cual, Fedora insistió—: J, S ganó otra vez y necesita darte la paga antes de bailar conmigo.

   Freyja y Lilith la observaron en silencio. La segunda se puso de pie rápidamente al reconocer a la hermana de Finn y tirando del brazo de Freyja susurró:

   —Debemos irnos.

   A la mañana siguiente, la tripulación se preparó rápidamente para partir. Fedora, Finn y los hijos de este, se despedían con grandes sonrisas idénticas. Lilith la observó a lo lejos, se notaba que no había descansado, por suerte no la había reconocido la noche anterior. A la lejanía, Lilith miró con detenimiento a los hermanos... definitivamente Finn no tenía ni idea de lo que su hermana menor había estado haciendo para alimentar a sus padres. Suspiró mientras un escalofrío recorría cada uno de sus huesos y el cosquilleo en la nuca se hacía presente.

   El resto del grupo no tenía idea sobre los acontecimientos en La Guarida del Tango, y la noticia no inundaría el periódico hasta la mañana siguiente de su partida de Mare Turtur. Kaira le había insistido preocupada a Lilith que revelara su paradero de la noche anterior, Lilith juró con la mano en el corazón que solo habían dado un paseo y se había marchado de vuelta al Hostal.

   —¿Qué has hecho, Lilith? —le preguntó riendo Jacoba a su izquierda. Lilith la miró confusa, la otra señaló con la cabeza al grupo en la otra punta del puerto—. Mira esos rostros... me recuerdan al ánimo que permanecía en el Olympe de Gouges después de uno de tus ataques.

   Lilith, quien estaba agachada revisando unas cajas, se enderezó con el rostro serio y la miró. Jacoba rió de su chiste sin gracia, mientras la otra permanecía en silencio.

   —Ya veo... —soltó al ver que Lilith no reía con ella—. ¿Con que así son las cosas ahora?

   —No, es que tú... —intentó defenderse rápidamente Lilith, con la mirada apenada.

   —Exacto, yo. —La interrumpió Jacoba, cruzando los brazos sobre su pecho y levantando una ceja con una pequeña sonrisa—. ¿Quién ha sido tu única amiga cuando eras aún muy pequeña para controlar tus ataques o tu lengua? ¿Quién aguantaba tus interminables silencios, por días? ¿Quién, Lilith? ¿Quién?

   —Tú, pero...

   —Debes apreciar el cariño que te ofrecen o te quedaras sola, por años te lo he advertido, pero no me oyes —dijo Jacoba negando con la cabeza y elevando los hombros por un segundo—. Saludos a las chicas de la tripulación.

   Se dio media vuelta y se marchó sin mirar atrás. Lilith la observó reunirse con su familia y regañar a sus niños que correteaban entre la gente del pueblo, pero estos no se molestaron en obedecer.

   Una vez más se había acobardo. Se le había presentado la oportunidad de decirle todo lo que nunca había tenido el valor. De que siempre había sido su única amiga por que le había hecho creer que era la única que la soportaba y el resto la juzgaba en secreto; que nunca aprendió a controlar sus ataques, si no que aprendió a esconderlos y a callar. Que sus silencios eran porque cada vez que intentaba alejarse de ella, se volvía dulce y la hacía extrañarla. Lilith volvía esperanzada y era tratada como basura en los primeros segundos que la perdonaba, cuando esto pasaba sentía que su lengua se entumecía y sus cuerdas vocales se oxidaban. Incapaz de hablar aprendió que debía valorar la amistad de Jacoba, o se quedaría sola...

   Agradecía a las Diosas por cruzar a Freyja en su camino.


   El galeón de Vulpes, repleto de zorros tallados en madera, avanzaba por el enorme océano azul. La Luna ya había hecho su aparición y ahora el Sol había regresado, una tormenta los acechaba. De pie en la puerta abierta de su camarote, Kaira y Meena observaban la lluvia caer y rebotar sobre la madera. Meena detestaba las tormentas.
   Farkas y Yong reían en la cubierta, aferrados al timón, divertidos con las peligrosas olas mientras los marineros agradecían aquella aventura que tanto extrañaban.

   —¿Qué piensas... de él? —soltó Kaira, bajando la voz al final de la frase. Tanto que Meena no pudo oírla a través de la lluvia.

   —¿De qué? —preguntó Meena distraída, mientras se apoyaba sobre el marco de la puerta y se giraba para mirarla.

   —De mí y de Farkas —soltó Kaira mirando al frente, con los brazos cruzados sobre su pecho.

   Se hizo el silencio. Meena no se sorprendió de la pregunta, no era ninguna ciega. Pero Kaira la había agarrado con la guardia baja, un calor se encendió en su pecho y tuvo que respirar hondo para no maldecir.

   —¿Qué pienso de ...? —Meena cerró la boca, se lamió los labios y volvió a intentarlo.— A ti te quiero y él no me importa. ¿A qué viene eso?

   Un relámpago iluminó la escena y Farkas y Yong se sobresaltaron, luego dejaron escapar unas carcajadas mientras Camila aparecía a su lado, regañándolos por su irresponsabilidad. Temía que se enfermaran.

   —Porque a mí sí me importa —soltó Kaira, mientras observaba como Farkas hacía bailar a Camila bajo la lluvia.

   El estruendo del trueno llegó a continuación, mientras la Princesa al fin se volteaba a mirar a Meena. Su rostro serio le angustió, pero debía mantenerse serena.

   —¿Desde cuándo? —soltó Meena con aparente tranquilidad, apretando los dientes.

   —No lo sé, yo... —las mejillas de Kaira ardían.

   Kaira miró el suelo y calló. La tranquilidad abandonó el cuerpo de Meena, pero no dejó que se le notara. Tanto le había costado que aceptara su amor hacia ella, y ahora le confesaba sus sentimientos por Farkas como si nada. Además, ellos estaban unidos en un matrimonio reconocido ante la ley y era más fácil para ellos estar juntos, hasta incluso correcto. Mientras Meena y Kaira debían esconderse solo para mirarse.

   —La última vez que supe algo al respecto, lo detestabas y no podías esperar a subirte a un barco conmigo y dejar todo esto atrás —soltó Meena mientras sus inseguridades le hacían temblar la voz. Tenía mucho más que decir, pero se mordió la lengua, por el momento.

   —Es que no sabía sus razones...

   —¿Sus razones para qué? —rió Meena, volteando un segundo para mirar a Farkas y regresar a Kaira—. ¿Para comprarte?

   —¡Dame un respiro, Meena! —soltó Kaira, cubriendo su rostro con sus manos. Suspiró, se enderezó y acomodándose el cabello la miró directo a los ojos—. No es así. Él solo quiere regresar a su gente a sus tierras, ¡o devuelta al mar! Él se los prometió y hacerse con la corona era la opción más segura para construir una nueva flota.

   Meena frunció el ceño y torció la cabeza ante lo que oía. No pudo evitar mirar a Farkas, Yong y Camila jugando en la lluvia mientras esta parecía ir parando poco a poco. Con el rostro sereno pero la voz quebrada, sin voltear a mirar a Kaira, le dijo:

   —¿Entonces te gusta?

   —No —dijo Kaira estirando la mano para acariciar el brazos de Meena, esta no se volteó a verla—. Solo no le odio...

   —Y si eso evoluciona... ¿Qué significará para mí?

   —Las cosas no tienen por qué cambiar entre nosotras —aseguró Kaira, deseando que el destino le dejara cumplir su promesa.

   Meena dejó salir una pequeña risita, incrédula, mientras se volteaba a verla.

   —¿Cómo piensas evitarlo?

   Kaira no supo qué decir, frunció el ceño buscando la respuesta en los ojos verdes de Meena. No tenía idea como lo haría, pero valía la pena intentarlo. Ante la falta de respuesta Meena asintió lentamente, le depositó un beso en la mejilla y mientras se alejaba se explicó:

   —Voy a buscar a Lilith, necesito disculparme con ella.

   Las nubes se apartaron mientras las olas se calmaban.

   Farkas suspiró mientras abrazaba a Camila y le besaba la coronilla. Esta le abrazó de vuelta, pero rápidamente se alejó. Se apartó hacia la barandilla con el ceño fruncido.

   —¿Qué pasa, hermana? —preguntó Yong, mientras escurría en sus manos su camisa húmeda.

   Camila tardó en responder, una sonrisa se formó en sus labios. Mamá. Al fin volvería a ver a Zervus.

   —Ya puedo oler la nieve... —dijo con una enorme sonrisa.

   Segundos después, la costa de Vulpes se hizo visible.


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⊱ ☽   Final de la cuarta parte: "Oye el tic-tac de las bombas y el reloj"   ☾ ⊰

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