XXVI. La incapacidad del retorno...
⋅ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⊱∘──────────────∘⊰ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⋅
Kaira salió a la superficie con un jadeo, la bengala pasó cerca de ella y cayó en unas escaleras de piedra a unos cuantos metros. La siguió con la mirada mientras se esforzaba por flotar, suspiró temblorosamente y quiso sonreír. Se arrastró hasta la piedra y con dificultad por el peso del vestido empapado, se puso de pie mientras se volteaba para ver a Farkas. Apenas podía verlo por la altura que los separaba, llamaba su nombre.
Su peinado se había desarmado en el agua y su cabello caía al suelo a lados de su rostro. Kaira apartó su cabello del medio con las manos temblorosas, comenzó a acercarse a las escaleras de piedras que se internaban en una cueva, ignorando los gritos suplicantes de Farkas.
Kaira no lo oía, respiraba con fuerza mientras sostenía su corazón el cual tiraba con fuerza hacia el templo.
Temerosa se asomó y una sonrisa se dibujó en su rostro, ahí estaba: el templo de Durga. La historia perdida se volvía real ante sus ojos mientras una paranoia inexplicable se filtraba en sus huesos y congelaba su piel. Antes de bajar observó a sus alrededores, parecía que el templo había sido construido sobre un suelo de piedra con apenas unos centímetros de agua, pero en un intento de destruirlo habían provocado que el suelo se desmoronara, enterrando el templo en una cueva inundada.
Comenzó a descender mientras su vestido y cabello se arrastraban en los escalones repletos de verdín. El sonido de las goteras que caían en el hueco por donde ingresaba a la cueva era lo único que podía oírse, el resto del mundo parecía desvanecerse con cada escalón que pisaba. El exterior del templo se componía de columnas enroscadas y una enorme cúpula con un agujero en el centro, el lugar entero parecía vibrar con el agua.
La luz de la mañana iluminaba directo hacia la entrada mientras el resto de la cueva de agua permanecía en penumbra. Kaira llegó hasta la entrada, hundida en el pantano y observó el interior.
Tenía miedo, algo no estaba bien; podía esperar a que el resto bajara, pero había algo... no sabía que era, algo la impulsaba a ingresar.
Silenciosamente dejó que sus pasos la guiaran, descendió por la pasarela repleta de grietas. A ambos lados de esta había agua, tan profunda que el fondo se volvía negro y parecía tragarte entero. El suelo estaba repleto de runas talladas que ella no supo leer.
A diferencia del templo de Makra, el templo de Durga estaba privado de esqueletos. En su lugar, enredaderas con flores luminosas y enormes peces koi de vibrantes colores convivían en paz. Las telarañas cubrían las esquinas, los insectos paseaban con tranquilidad por estas. De patas largas y cuerpos pequeños, moradas y amarillas, dejando trazos brillosos que se desvanecían al segundo.
El agujero en la cúpula iluminaba directo hacia la estatua de Durga, hecha con piedra blanca. Esta se encontraba de rodillas, con las manos en sus muslos, con una sonrisa gentil y llena de sabiduría. Las enredaderas con espinas subían por uno de sus brazos y una flor, llena de vida y cubierta de polen, había crecido en una de las cuencas de sus ojos.
El musgo crecía incontroladamente en cada esquina, colgaba del techo y se internaba en el agua como tentáculos de antiguas bestias.
Kaira sonrió sin darse cuenta al ver a Durga y el casi perfecto estado de su altar. Estiró el brazo para tocarla, pero un chapoteo a su espalda le arrancó un jadeo. Se dio la vuelta y observó el templo, vacío.
—¿Lilith? —llamó. No obtuvo respuesta.
Con el corazón acelerado esperó. No había nadie y un silencio sepulcral reinaba en las ruinas. Comenzó a darse la vuelta otra vez hacia la escultura.
—Ha pasado muchísimo tiempo desde que hemos recibido visitas —dijo una voz femenina, dulce y afónica que retumbó por el templo.
Kaira tomó aire y se dio la vuelta, la buscó rápidamente con la mirada. La encontró sumergida en el agua, con los brazos apoyados cómodamente en la pasarela y la cabeza descansando sobre estos. La estaba observando con una extraña sonrisa, o eso creía, ya que era difícil saber a ciencia cierta si eras objeto de su mirada. Sus ojos eran completamente negros, rodeados por unas largas pestañas blancas con perlas en sus puntas.
Su cabello húmedo, era tan blanco como la nieve y con unas hermosas ondas. Parecía ser aún más largo que el de Kaira, se movía constantemente en el agua. Tenía la piel pálida, casi azulada, como si se estuviera congelando. Una nariz pequeña como un botón, unos ojos extrañamente enormes y rasgados, unos labios carnosos y rojos como la sangre.
Era extraña y mirarla te incomodaba, pero al mismo tiempo tenía una belleza que te hipnotizaba. Kaira no supo por qué, tampoco pudo evitarlo, pero se acercó y se arrodilló frente a ella sin quitarle los ojos de encima. No fue hasta ese entonces que notó el tamaño de la desconocida: parecía ser casi el doble de grande que lo que un humano debería.
Cuando la Princesa se acercó, la joven desconocida levantó la cabeza como un depredador mirando a su presa y sonrió dulcemente. El cabello se apartó hacia atrás, revelando unas orejas puntiagudas que apuntaba hacia sus espaldas.
Se relamió los labios y en un susurro dijo:
—No deberían estar aquí.
—Solo queremos ayudar. —Unas ganas incontrolables de llorar inundaron a Kaira, mientras se perdía en el negro de sus ojos. Se sentía extremadamente culpable y no sabía por qué, quería rogar por el perdón y morir por ella de ser necesario.
—Eso no cambiará nada, Princesa. La historia no puede ser borrada.
—¿Sabes quién soy? —preguntó con una sonrisa enorme. De pronto se sentía el ser humano más suertudo del mundo.
—Por supuesto que sí, te reconoceríamos en cualquier lado —dijo la mujer mientras estiraba su mano helada y acariciaba el rostro de Kaira, esta dejó escapar un jadeo emocionado—. No has cuidado tu voz.
—Lo siento mucho, perdóname por favor —rogó Kaira mientras se acercaba cada vez más a la mujer que la atraía tomándola de la barbilla.
—Las disculpas no los salvarán, niña. Jamás se liberarán de lo que han hecho y nosotros no regresaremos de entre los muertos... la venganza vendrá en forma de Ángel.
Kaira frunció el ceño mientras se inclinaba hacia el agua, no lograba entender lo que la mujer decía, pero rogaba por seguir oyendo su voz. Quería estar cerca de ella y por eso gateaba hacia el borde de la pasarela, pero la mujer lentamente se alejaba cada vez más hacia lo profundo del estanque.
No fue hasta ese momento que Kaira notó que el cuerpo desnudo de la mujer solo era humano hasta la cadera. Después la piel se transformaba en negras escamas filosas que brillaban en el agua y acababan en una larga cola. Kaira calculó que la mujer debería medir más de tres metros de largo.
Esto pareció sacar de su ensueño a Kaira e intentó apartarse, pero la mujer la sostenía con fuerza de la barbilla. La Princesa comenzó a llorar descontroladamente mientras la mujer la observaba seria, de un salto se incorporó y la besó.
La paz volvió a inundar el cuerpo de Kaira, un fuerte deseo nubló su juicio y extendió sus brazos hacia el rostro de la mujer mientras le devolvía el frío beso salado. Pudo sentir sus dientes afilados formarse en una sonrisa de victoria mientras se sumergía en el agua, seguida de Kaira.
El contacto con el agua asustó a la Princesa, pero ya era tarde. Antes de que pudiera reaccionar ya se encontraba completamente sumergida, alejándose de la luz de la superficie.
La mujer volvió a hablar, su voz viajó y retumbó por el agua sin problema:
—¡No vamos a volver jamás! —gritaba mientras arrugaba la nariz—. ¡Ya es tarde, están todos condenados!
Kaira notó como cientos de criaturas de la misma especie nadaban a sus alrededores, furiosas.
—¿Dónde está tu madre, Kaira? ¡Pregúntale de mi parte que se siente darle la espalda a su propia gente!
La bestia la tomó de los hombros, ambas giraban y se hundían cada vez más. Kaira comenzó a sentir como la vida se le escapaba entre las manos mientras el agua ingresaba en sus pulmones y su pecho ardía como si se estuviera prendiendo fuego por dentro, en ese momento deseó que así fuera. Recuerdos de las palizas de su madre la atormentaron, mezcladas con imágenes de las bestias antiguas siendo masacradas años atrás. Dragones que huían, rodeados por el fuego; frágiles bestias parecidas a los humanos pero de un metro de altura, con alas de cristal, siendo encadenadas; serpientes marinas inmensas integrándose en el mar para no mirar atrás. Regordetes enanos de inmensos ojos ciegos, orejas enormes y pieles verdosas, escondiéndose entre las ramas de los robles, aterrorizados. Caparazones de tortugas tan grandes como los galeones, destruidos y usados para construir castillos y fortalezas. Mamuts defendiendo a sus crías con sus últimas fuerzas y polillas más grandes que ciudades enteras huyendo a la primera señal de hostilidad de la humanidad. Lorenza golpeando su rostro y arrojándola a la fuente en el jardín privado en el Palacio de los Zorros.
Mientras Kaira se sentía morir y dejaba que la paz la invadiera pensó en Lilith, en Meena, en Zervus, Camila e incluso en Farkas y en Jolly. Pero la última imagen que pudo ver mientras la última pizca de aliento se escapaba, fue el rostro de su madre.
• ────── ☼ ────── •
Lorenza se encontraba de pie en un pequeño balcón redondo, a espaldas del castillo, le decían el Murmullo de los Duendes gracias a que las torres del castillo, el mar y el viento creaban una sinfonía que parecían miles de pequeños humanos murmurando apresurados. Los mismos duendes que sus antepasados borraron de la faz de la tierra.
Vestía un pesado abrigo de bisonte que la protegía de los fuertes vientos que se acumulaban en aquella esquina. Debajo podía ver el pie del acantilado y las furiosas olas golpeando contra la montaña donde el castillo había sido construido. Frente a ella un atril con un lienzo que retrataba el impresionante amanecer que sucedía en ese mismo instante.
Desde que Kaira se había marchado se sentía mucho más inspirada para crear sus obras y colgarlas en las paredes de su hogar.
Zervus apareció en la puerta, pero allí se quedó, no entraban ambas en aquel pequeño balcón. La doncella ejecutó una temblorosa reverencia, ya no era tan fácil agacharse tanto como antes. Lorenza no se volteó a verla, simplemente se limitó a agregar gaviotas en el horizonte con un diminuto pincel con azul muy oscuro. Se alejó unos pasos del atril y con una enorme sonrisa asintió y se volteó a ver a Zervus, quien automáticamente comenzó a soltar halago tras halago.
Lorenza comenzó a moverse y Zervus se apartó de su camino inmediatamente, tomó el lienzo con cuidado entre sus manos y con paso silencioso la siguió por los pasillos del castillo.
La Reina observaba las ocupadas paredes, repletas de plantas y pinturas, no había espacio para su nueva obra de arte. Pasearon por los salones vacíos donde lo único que había era pintura tras pintura cubriendo cada esquina, hasta llegar a uno de los pasillos con balcón que daba al salón principal. Allí debajo se oía a una doncella luchar con uno de los Centinelas que intentaba arrebatarle a su recién nacido, de cabellos verdes como el mismo Sauro.
Mientras los ruegos y la lucha continuaban y retumbaba en las paredes, Lorenza se detuvo a observar una de sus antiguas pinturas, donde se veía Kaira a sus cortos tres años, de pie con los brazos detrás de la espalda en una expresión tímida. Estaba rodeaba de loberos.
—Quita este, no me gusta —dijo Lorenza mientras asentía, orgullosa con su decisión—. Pon el nuevo en su lugar.
Zervus asintió lentamente mientras intentaba concentrarse en los inocentes ojos de Kaira retratados en el óleo, esforzándose por no oír los ruegos de la joven doncella.
La Reina se marchó tranquilamente bajando por las escaleras, pasó por al lado de la doncella sin ni siquiera mirarle y se dirigió al salón del té. Zervus obedeció sus órdenes, ocultando el retrato de Kaira debajo de su cama. A la salida de la habitación de las doncellas oyó a los lejos la voz de Grimn, automáticamente los gritos de la doncella pararon, dejando en su lugar un silencioso llanto cargado de terror.
Zervus pudo imaginar la escena: Grimn quitándole a su niño sin recibir resistencia. La doncella prefería obedecer a ser obligada a ver lo que hacían con su hijo, algo que ya le había pasado a otra joven un año atrás.
Zervus murmuró una silenciosa plegaria a las Diosas Olvidadas para la madre afligida y el alma del bebe, mientras esperaba a que la doncella quedara sola para socorrerla. Grimn estaba fuera de control, poco a poco ocupaba cada vez más espacio y más decisiones eran tomadas por él. Gracias a Vilkas, al menos ya no asesinaban a las doncellas, ya que había asustado al Rey diciendo que se quedaría sin nadie que le atendiera.
Vilkas había intentado parar la locura con garras y dientes, pero el propio Rey prefería no meterse en el medio del camino de Grimn, además creía fielmente que era la única manera de no perder la corona.
El grupo regresaría para encontrarse en un Vulpes teñido de rojo, con miedo en los ojos de la gente y mentiras en los susurros. Las niñas ya no asistían a sus clases, y las que se atrevían a hacerlo eran misteriosamente envenenadas. Desaparición tras desaparición y ejecuciones públicas cada tarde.
Los Centinelas ingresaban a la fuerza en hogares y revisaban cada rincón en busca de pistas para incriminar a aquellos que no le inspiraban confianza a Grimn. Cuando no había pruebas, se las inventaban.
Cada día, Cressida perdía más y más compañeras y ni la misma ayuda de Sao o los hechizos de Jolly servían. No les había quedado otra opción que retroceder y esconderse, mientras en la seguridad del Olympe de Gouges muchas se refugiaban lejos de Vulpes y ayudaban a Marina con el arsenal.
Ninguna dormía, todas eran atormentadas por pesadillas, muchas sentían que se estaban volviendo locas... poco a poco parecían estar más convencidas que quizás después de todo los planes de Lilith no eran tan descabellados.
• ────── ☼ ────── •
Meena ingresó corriendo en el templo, buscando preocupada a Kaira ya que no respondía a sus llamados. Farkas la seguía a pocos pasos detrás, con las lágrimas y la culpa acumulados. El resto del grupo aún estaba bajando.
Ella detuvo el paso al ingresar en el templo, y con la mirada estudió cada parte en busca de Kaira. La encontró al costado de la pasarela, flotando en la oscura agua boca abajo, cerca de la estatua de Durga, quien tenía una flor marchita en el ojo.
Meena chilló desesperada y comenzó a correr hacia ella, pero Farkas se le adelantó y saltó al agua con un clavado de elegancia accidental. Nadó hasta ella y la atrajo hacia sí, estaba fría, sus labios azules y no reaccionaba ante los gritos.
—No nos hagas esto, Kaira —susurró para sí Farkas mientras observaba el apenado rostro de la Princesa al mismo tiempo que nadaba hacia la pasarela donde Meena estiraba los brazos con las mejillas inundaba de lágrimas y la boca llena de maldiciones.
Víctor y Wilhelm llegaron segundos después, ingresaron al templo mientras los dos jóvenes la sacaban del agua e intentaban despertarla, pero tenían la mente nublada por las emociones y la adrenalina. No sabían cómo proceder.
Al ver la escena, el color desapareció del rostro de Victoriano así como el aire de sus pulmones. Sus piernas se vencieron ante el dolor, tropezó mareado y se agarró el corazón con una mueca de dolor. Wilhelm lo atajó antes de que llegara al suelo.
Lilith y Freyja llegaron al fin. Freyja observó un segundo la situación y sin ni siquiera pensar comenzó a correr hacia la Princesa. Se arrodilló incluso antes de llegar a ella y se deslizó por la pasarela empujando a Farkas. El joven miró a Freyja con pánico en los ojos, pero este le devolvió la mirada y le gritó que reaccionara.
Farkas asintió asustado y se puso de pie mientras sacaba a Meena del medio. Ella luchó y golpeó a Farkas con fuerza, pero este no la soltó ante nada, a pesar de que le había hecho sangrar la nariz.
Lilith permaneció de pie en la entrada, observando todo iluminado por la luz que entraba desde el techo.
Kaira está muerta. Decían todas las voces en su mente mientras otra cantaba aquella canción de cuna. Su mirada viajó por el suelo, las runas recitaban:
"Sagrada la tierra de Los Tres. La Guía, La Invencible y El Buscador." Lilith frunció el ceño, se refería a Makra, Durga... ¿y Egot?. Continuó leyendo, olvidando hasta su nombre y donde estaba parada. "El Señor de las Probabilidades y su oscuridad acechan, pero Los Tres prevalecerán hasta el fin y comienzo de las Eras."
El Señor de las Probabilidades, pensó Lilith ajena a todo, oyendo a su madre cantarle en la lejanía. Knglo.
Con el espacio al fin libre, Freyja se posicionó y comenzó a realizar compresiones en el pecho de la Princesa y respiración boca a boca. Su rostro no denotaba otra cosa que no fuera concentración en su mayor expresión. El cuerpo de Kaira se agitaba ante los movimientos de Freyja, pero no reaccionaba.
Pasaron los minutos y nada sucedía, Freyja continuaba con las comprensiones. Se le acababa el tiempo, necesitaba pensar y los gritos a su alrededor no le ayudaban.
Meena y Farkas continuaban luchando mientras Will intentaba calmar el llanto de Victoriano que apenas lo dejaba respirar.
Freyja suspiró rendido y se incorporó lentamente sobre sus talones. Sin quitarle la vista de encima a la Princesa comenzó a murmurar antiguos versos de sanación y vuelta a la vida, mientras rebuscaba entre sus bolsillos. Estaba muerta, en ese momento no le quedó duda... pero ante sus ojos no significaba que no tuviera salvación.
El único problema es que la decisión ahora caía en manos de las Diosas.
En uno de los bolsillos encontró un amuleto hecho con cuarzo blanco y cristal Turquesa, lo colocó entre sus manos las cuales elevó al cielo. Cerró los ojos mientras dejaba escapar todo el aire de su cuerpo, estos movimientos parecían a cámara lenta a ojos de los espectadores. Sus oídos pitaban y los ruegos inundaban su mente.
Freyja abrió los ojos y bajó las manos con un golpe seco en el pecho de Kaira, los amuletos se rompieron en mil pedazos. Kaira abrió los ojos inyectados en sangre y comenzó a vomitar agua. Con urgencia Freyja se arrodilló a su lado y colocó su cuerpo de costado mientras la Princesa continuaba vomitando toda el agua que había ingresado en su cuerpo. Un mechón negro en el cabello de Freyja se volvió blanco en cuestión de segundos, asi como las manchas de sus manos que se extendieron hasta sus codos.
Se hizo el silencio y Farkas soltó a Meena, automáticamente esta se arrojó a Kaira y la tomó entre sus brazos cuando el vómito cesó. Will ayudó a Victoriano a sentarse en el suelo, este no paraba de temblar. No fue hasta ese momento que Wilhelm notó las lágrimas en su propio rostro, con un movimiento rápido se secó las mejillas y volteó a ver a Lilith.
Esta permanecía de pie en el mismo lugar, carente de emociones, observaba la estatua de Durga con la mirada perdida. Pareció sentir la mirada de Will y se volteó a verlo, automáticamente las expresiones volvieron a su rostro. Se llevó una mano temblorosa a su boca, una lágrima de alivió recorrió su mejilla al ver a Kaira. Con paso inseguro se acercó al grupo, abriendo y cerrando las manos.
Una vez al lado de Meena, quien tocaba frenética el rostro de Kaira y le quitaba el cabello de la cara, esta y Lilith cruzaron miradas.
—¿Qué sucedió? —susurró Lilith, su voz cargada de pena y el eco los invadió. Todos callaron para oír la respuesta.
Kaira tardó en responder y confusa comenzó a negar con la cabeza.
—No sé... El agua... ¡No podía nadar! —dijo asustada y estresada por no recordar nada. Colocando un dedo sobre su sien y la voz quebrada dijo—: Y he visto cosas.
Lilith asintió mientras escondía sus labios en una expresión de entendimiento. Estaba familiarizada con aquel sentimiento y luego de su experiencia en el templo de Makra, podría imaginarse que había visto Kaira.
Freyja se puso de pie y se acercó a Lilith, se inclinó frente a ella para mirarle bien el rostro y con asentimiento se aseguró que estuviera bien. Con suavidad comenzó a acariciar su espalda, el tic nervioso de las manos de Lilith automáticamente paró.
Los minutos pasaron y todos parecieron estar más calmados, pero nadie quería moverse de allí. Meena acariciaba el pecho de Kaira, el cual dolía, mientras le susurraba palabras de aliento y amor.
Antes de que alguien tuviera tiempo a reaccionar, Meena se puso de pie y furiosa se dirigió hacia Farkas quien permanecía con la mirada perdida en el agua donde habían encontrado a la Princesa.
—¡¿Qué es lo que pasa contigo?! —gritó la joven mientras lo empujaba con fuerza. Farkas la miró confuso y dio un paso hacia atrás—. ¡Debería matarte ahora mismo!
Meena volvió a empujarlo con más fuerza, Farkas solo continuaba frunciendo el ceño, absteniéndose de defenderse. La joven se preparó para golpearlo en la nariz con el puño, pero Freyja tomó su brazo con fuerza, colocándose en el medio. Su rostro estaba sereno, sus ojos intimidantes.
Los gritos de todos retumbaron en el templo.
Meena se quejó mientras con la misma expresión Freyja doblaba su brazo detrás de su espalda. Farkas y Wilhelm intentaban pararles, mientras Victoriano ayudaba a Kaira a ponerse de pie.
Todos maldecían mientras tironeaban de Freyja, pero éste continuaba ejerciendo presión sobre Meena que se quejaba con dolor.
—Freyja, para —soltó Lilith en un susurro doloroso. Automáticamente Freyja obedeció, soltó a Meena con un pequeño empujón y se acercó a Lilith.
En cuestión de segundos, Meena tomó su arco entre sus manos y lo tensó, pero Kaira le cortó el pasó y colocó su manó en la punta de la flecha.
—¡Ya paren! —gritó Wilhelm, visiblemente molesto—. ¡No podemos permitirnos esta clase de comportamientos!
—Freyja no debería estar aquí en primer lugar —soltó Meena, con chispas en los ojos mientras observaba el objeto de su furia, sin dejar de apuntarle.
—Agradece que estuvo aquí —le defendió Farkas—. Ni tú, ni yo estábamos capacitados para salvar a Kaira.
—No hubiese sido necesario salvarla si tú la hubieses cuidado con propiedad —intervino Victoriano, con tono cansado.
—¡Saltar fue mi decisión! —gritó ofendida Kaira—. No necesito que nadie me cuide.
—¿Segura? Casi te ahogas tu solita —se burló Freyja mientras le sostenía la mirada a Meena.
Kaira le miró sorprendida ante el ataque, Meena resopló furiosa y clavó la mirada en Lilith, mientras bajaba el arco y relajaba el brazo. No podía creer lo que oía y que Lilith dejaba que Freyja les hablara así.
—¿Y tú no ibas a hacer nada mientras me rompía el brazo? —dijo, sus palabras salían dispuestas a matar. La furia le hacía olvidar el cariño que le tenía a las personas y se preparaba para atacarlas donde más les dolía—. Fueron las últimas en llegar, ¿Dónde estaban? Quizás deberías haberte quedado con Sao si ibas a estorbar.
—¡Meena! —gritaron Kaira y Wilhelm, incrédulos ante sus palabras.
Todos gritaron ataques al mismo tiempo.
De pie junto a Freyja, Lilith observaba la escena con ojos nerviosos mientras la risa de Jacoba resonaba en su mente y le aceleraba el pulso. El eco de los gritos del grupo se metió por sus oídos y la sacudieron con violencia.
El pasado le nubló la vista, cosquilleo en la nuca, enviándole imágenes que ella no había recordado hasta ahora.
Era pequeña, no sabía cuántos años. Estaba en los brazos de su madre mientras ésta preparaba la mesa y cocinaba una humeante sopa, el sol que entraba por la ventana las iluminaba a ambas que sonreían y cantaban. Su madre sufría de un fuerte resfriado, pero aun así mantenía su hogar y familia perfecta, mientras cuidaba de su salud. Su desafina y dulce voz, cantaba la canción de cuna de siempre:
—Querido amigo al otro lado-
Su padre irrumpió en la morada y al notar que la comida aún no estaba lista se acercó furioso y comenzó a gritarle a su madre. Lilith se refugió asustada en el cuello de Selene, su padre solía ponerse así y siempre le atemorizaba. En especial porque en sus pequeños oídos sus gritos sonaban como rugidos y no podía entenderle.
—Por favor, la niña —susurraba Selene intentando protegerla mientras Behemoth agitaba furioso el brazo de la joven madre.
En un movimiento brusco Lilith cayó al suelo y se cortó el labio al aterrizar en los tablones de madera.
⋅ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⊱∘──────────────∘⊰ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⋅
Agregado del pasado de Lilith en el capítulo 6 de Hogar de Pocos, ("Perfectas Desconocidas"):
¿Qué les pareció el capitulo? 👀
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro