XXIV. Comarca de tormentas y sustancias.
⋅ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⊱∘──────────────∘⊰ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⋅
• ────── ☼ ────── •
El galeón se acercaba lentamente a Mare Turtur, ya podían sentir el sofocante calor y la humedad tropical, las aves le rodeaban y el agua poco a poco se hacía cada vez más turquesa mientras las enormes palmeras tomaban forma en el horizonte. La tripulación con el escudo de Mare Turtur bordado en sus camisas, una tortuga marina donde cada escama representaba un pantano.
Meena y Kaira no se separaban un segundo, sabiendo que al llegar al continente deberían permanecer distantes. Habían tenido una larga charla, las cosas iban a mejor. La confianza entre ellas era fuerte, Kaira acabó por confesar sus pecados y sus tragos. Las promesas de Meena ya eran costumbre, juró ayudarle. Inevitablemente, el nombre de Octubre surgió.
—Creo que tienes mucho amor para dar, es injusto y egoísta quererlo solo para mí —dijo la Princesa después de mucho meditar.
Meena rió a carcajadas hasta darse cuenta de que iba en serio. Una larga conversación protagonizó su madrugada, y Kaira insistió que Octubre no representaba problema alguno para ella. Meena sabía que inevitablemente sus encuentros con Octubre se reducirán, pero estaba honestamente aliviada de no tener que despedirse de la relación informal que tenían. Se habían vuelto mejores amigos, sus encuentros privados eran ya costumbre y Kaira insistió que jamás le arrebataría algo que le hacía feliz. La Princesa se mostraba segura de su decisión, mientras Meena se preguntaba si esto no había surgido desde el deseo de Kaira de estar también con alguien más.
—Apenas estoy aprendiendo a amar... —respondió Kaira cuando Meena le preguntó, asegurándole que solo quería estar con ella por siempre y eternamente. Meena por su parte, no estaba segura de ser tan piadosa si Kaira decidía besar a otros. El simple pensamiento le revolvía el estómago, pero no se lo dijo.
Yong y Freyja se distanciaban con cada vuelta del reloj, a pesar de los inagotables esfuerzos de Farkas de evitar esto. Su amigo le contó el error que cometieron al acostarse y que habían terminado de arruinar la relación. Se sentían incómodos con la presencia del otro a menos que estuviera Farkas, y en esos momentos las cosas se parecían a lo que solían hacer, pero los tres sabían que eran sus últimos momentos como el trío que siempre fueron. Farkas se aferraba a la idea de que era solo una mala racha, el trío había sido su vida los últimos años. No quería despedirse de lo que tenían.
Freyja poco a poco se alejaba de ellos, mientras su cercanía con Lilith incrementaba. Incontables madrugadas donde desaparecían por largas horas. Lilith comenzaba a sentirse un poco más libre, ya no perseguía a Will o Kaira por la cubierta... ahora, por primera vez, ella era la perseguida. Y le encantaba el sentimiento.
Había un lugar especial en el corazón de Lilith para su familia, pero cada medianoche Freyja iba ganando terreno, a pesar de los intentos de Wilhelm de evitar la profundidad del vínculo. Lilith no entendía por qué no les gustaba Freyja, era maravillosa y hablaban por horas de todos esos temas que nadie se atrevía a tocar en presencia de Lilith.
Exploraba nuevos sentimientos, y se moría de ganas de compartir sus experiencias y sensaciones en las que era inexperta con su familia. Comenzaba a enfadarse cuando nadie le quería escuchar hablar de Freyja o le soltaban sermones... Freyja tenía razón, nunca la habían entendido y nunca lo harían.
Terminó por rendirse y decidirse a guardarse cada sonrisa y caricia en secreto cuando Zheng Yi Sao le expresó su preocupación, hasta casi había pensado en prohibírselo. La rabia en la mirada de Lilith le detuvo. ¿No querían escuchar sobre Freyja? Está bien, se guardaría todo. Pero el sentimiento clandestino y de rebeldía solo le incitaba a perseguir pecados que veía reflejados en las pupilas de Freyja.
Las advertencias de Wilhelm ya le parecían exageradas, poco sabía ella que Sao le había rogado que no dejara el vínculo fortalecer. Jolly describió a Freyja como peligro, como una sustancia de la que Lilith no debería acercarse.
Will y Victoriano no se despegaban uno del otro, pero ninguno daba un paso más, como asustados adolescentes con su primer amor. La tripulación comenzaba a burlarse de manera amistosa de su falta de valentía, y de la fuerte tensión que crecía entre ambos. Sus miradas eran olas de choque que se entrelazaban y sus manos raíces que rogaban explorar sus terrenos.
—Farkas me comentó lo que sucedió con Freyja... —le dijo Camila a Yong, con un tono bajo y una sonrisa de simpatía. Ambos caminaban por la cubierta comiendo unos arándanos—. Lo siento mucho...
—No te preocupes. Algunos amores están destinados a no ser, hermana. —La tranquilizó Yong, entrelazando su brazo con el de ella mientras subían las escaleras de la cubierta hacia Farkas que sudaba en el timón.— ¿Y tú....?
—Algunos no estamos destinados a sentir esa clase de amor —aclaró Camila, asegurando que no tenía deseo alguno de algo así. Se sentía plena rodeada de sus amigos que se habían transformado en su familia. Los últimos días habían sido un paraíso.
Yong golpeó su hombro con cariño. Se distrajo cuando vio a Freyja correr escaleras abajo con un frasco repleto de ciruelas y una sonrisa picara. Abrió la boca para advertirle a Camila el veneno que creía haber probado de los labios de Freyja. Las campanas le interrumpieron.
El barullo del puerto viajaba a través del viento, ya se encontraban a pocos minutos. Era la última parada, debido al tamaño de la comarca pasarían un día más allí. Después de tanto volverían a Vulpes y esperaban que este viaje jamás fuera olvidado. Todos se preguntaban en secreto si podrían sostener los lazos que se habían forjado una vez regresaran a la ciudad.
Camila se había encargado de vestir a la tripulación entera con ropas más frescas. Jamás había conocido Mare Turtur, pero se había informado todo lo posible sobre las comarcas para cuidar de Kaira y Farkas.
El cabello de la Princesa había sido recogido en dos rodetes altos, para mantenerla fresca. Llevaba un vestido verde pastel de una tela muy fina y fría, el cual apenas era sostenido por dos tirantes y llegaba por debajo de sus rodillas, combinado con un corsé transparente del mismo color. Se sentía desnuda, pero cuando llegaron al puerto entendió a la perfección la precaución.
No había rastro alguno del cómodo calor que sintieron en Apis, en Mare Turtur el calor te golpeaba el rostro sin piedad. La humedad la sentías en la piel y el agua cristalina parecía el mejor lecho para recostarse.
Esto no servía de nada para opacar la belleza de la segunda comarca más grande. Una fina arena blanca rodeaba sus costas y la turquesa y cálida agua se agitaba silenciosa donde los niños jugaban y saludaban a los visitantes. Bajaron del galeón y saludaron a la multitud, quienes los recibieron con exprimidos de fruta fresca. Se subieron a una enorme canoa con un tejado hecho con hojas de palmera y se internaron en la densa vegetación que los protegía del sol. Miles de árboles crecían a gran altura de un verde nutrido, las lianas se enredaban en ellos y colgaban en los cielos. Los hongos cubrían los suelos con sus colores chillones que brillaban en la noche. No había calles, pero si había ríos en su lugar, que a menudo se abrían en enormes lagos. Sobre sus cabezas, monos y aves exóticas les seguían con curiosidad, recibiéndolos con la sinfonía de miles de ranas e insectos.
Continuaron avanzando hacia el noroeste, seguidos por gran cantidad de barcos donde tocaban tambores y mujeres bailaban moviendo sus caderas como serpientes.
Los comercios se encontraban en los suelos, ligeramente elevados sobre tarimas lejos del húmedo suelo qué solía inundarse cuando llegaban las tormentas diarias. Celestino, el mayor de los hermanos después de Sauro, señalaba las copas de los árboles donde todas las casas colgaban y se conectaban entre sí con puentes que se balanceaban. Las lianas acariciaban sus hombros y los pantanos reflejaban el Sol en sus rostros. Las pupilas de los visitantes se sentían nutridas y extasiadas por todas las tonalidades de verde que les rodeaban.
Frenaron al borde de una cascada que formaba un arcoíris circular, al pie de un meranti amarillo, un enorme árbol que superaba los cien metros. Hogar de la casa del árbol más imponente que habían visto en sus vidas.
—Bienvenidos a Caparazón de la Tortuga Oceánica —susurró Celestino, orgulloso de su fortaleza—. Vamos, vamos, que mis esposas nos esperaban...
La estructura rodeaba el tronco con elegancia y apenas tenía paredes. La mayoría del tiempo solo estabas protegido por un imponente tejado de barro y paja. Su elegancia tropical y la elección de materiales mantenían el interior fresco mientras que la brisa renovaba el aire constantemente. Las aves ingresaban y salían a su antojo y los colores predominaban en las cortinas que abundaban en cada habitación. Como Celestino había dicho: múltiples esposas jóvenes los esperaban. Siete en total, extremadamente jóvenes, y cada una de estas parecía bajo la sustancia de alguna droga que las mantenía felices y manipulables.
El interior de Caparazón de la Tortuga Oceánica olía extraño, como a un té muy fuerte. Sofás y cojines en cada esquina, rodeados de un tul protector para evitar las nubes de mosquitos. Peceras de paredes enteras y cortinas hechas de conchillas de colores. Alfombras y macetas de árboles frutales. La brisa que recorría los pasillos era exquisita y traía consigo los aromas frescos de la selva.
En cuanto Celestino cruzó la puerta, tres de sus esposas corrieron a recibirle con una infusión en sus manos. Las jóvenes vestían túnicas de seda de diferentes tonos de verde y sus cabellos en rodetes impecables con lazos blancos. Cinturones de cadenas de oro evitaban que la tela se deslizara de su cuerpo y quedaran desnudas, aunque no cumplía muy bien su función. A cada rato sus pechos quedaban al descubierto y tropezaban con los muebles con risas tontas. Celestino aprovechaba para echar mano.
Kaira cubrió su boca con su mano y apartó la mirada. Farkas se volteó hacia ella, al ver la incomodidad y angustia en sus ojos se despidió con toda la ceremonia que fue capaz (aunque Celestino no le prestaba atención) y le pidió a una doncella que los guiara a su alcoba. Victoriano ya se había adelantado, había limpiado la habitación de Kaira de licores y otros.
Camila organizaba al séquito y el equipaje, con sus seis amigas doncellas reían y jugaban con los guacamayos que las perseguían. Cuando Ingrid pegó un grito asustada por los aves y Valeria se burló de ella, cuando Claudia y Esther probaban asombradas las jugosas frutas y Teresa y Fabiola se presentaban entusiasmadas a las doncellas del castillo, Camila no pudo evitar desear que ojalá Zervus viera quienes eran sus niñas cuando no arrastraban cadenas a su paso. Quizás así finalmente entendería, tanto como sus hermanas lo hacían en ese instante.
El resto del equipo fue en busca de la Escuela para Niñas del Hogar de Mare Turtur, aprovechando que tenían todo el día por delante. Faltaban unas cuantas horas para el Día de Serendipia. La tripulación se marchó en busca de hospedaje como siempre hacían. Se les ofrecieron alcobas en el castillo, había espacio de sobra. Pero fieles a sus espíritus aventureros, querían pasear por el mercadillo y conocer a los locales.
Kaira apartó las cortinas de conchillas y caminó lentamente por el balcón, colocó sus manos en la barandilla y sonrió. La alcoba en la que se encontraban era enorme, circular y apenas tenía una pared sola; el resto eran balcones que daban al vacío. Una cama enorme rodeaba de tul, una tina de cristal, una mesa repleta de frutas cortadas y copas pero no botellas. La única pared que no era terraza estaba cubierta por un colchón de musgo y hongos luminosos que brotaban de esta. Una mariposa naranja revoloteaba entre estos. Había una música de tambores y panderetas que se escuchaba a la lejanía.
La altura era intimidante, pero a la Princesa le hacía sentir libre la posibilidad de acabar con todo a su antojo. Desdobló el mapa que Meena le había dado y observó la región desde arriba, encontró rápidamente el lugar señalado en el mapa. A los lejos, al este, pudo ver múltiples cascadas enormes y peligrosas: La Cascada Eterna, terreno sagrado y prohibido. En esa zona no había población alguna, solo los "rápidos". La marea era peligrosa y peor aún cuando llegaban las tormentas diarias.
Farkas se sentó en la cama y se quitó los zapatos, agitó su camisa, molesto con el sudor y observó a Kaira de pie en la terraza. Se acercó a ella mientras el cielo se oscurecía y enormes gotas de lluvia comenzaban a caer. En cuestión de segundos, las palmeras se agitaban y el agua al caer era la única música que se oía.
Sin apartar la vista de las cascadas, Kaira señaló y le dijo:
—Al pie de las cascadas hay un pantano, se supone que allí está el templo de Durga.
La tormenta agitaba los árboles con furia, pero la fortaleza no se movía. Molinos de agua al costado de la fortaleza comenzaron a funcionar, canaletas guiaban el agua fresca hacia las cocinas del castillo. Sonaban como campanas.
—Se ve peligroso... —comentó Farkas distraído, observando por un segundo las cascadas, para luego mirar el mapa, las manos de Kaira que lo sostenían y luego su rostro concentrado que asentía lentamente.
—Camila dice que la leyenda cuenta que no siempre fue así... Cuando todo se descontroló y la religión de las Diosas fue borrada, la naturaleza se encargó de ocultar las ruinas de los templos. En un intento desesperado de perseverar lo poco que seguía en pie. Dicen que si tus intenciones son buenas, la naturaleza te abrirá paso enseñándote el camino.
—Suena hermoso... —acotó Farkas, inclinado sobre la barandilla, observando el rostro de la Princesa y los relámpagos reflejados en su mirada de tormenta.
Kaira se volteó de repente y se encontró con su mirada, se sorprendió por su cercanía, él no se movió.
—Quiero ir al templo...
—Vamos —le respondió Farkas, sin cambiar sus expresiones.
La Princesa pareció sorprendida por su respuesta, frunció el ceño un segundo y observó con atención la cicatriz en el rostro de Farkas. La sonrisa de él le llegó a los huesos.
—No creo que mi tío, Celestino, esté de acuerdo... —soltó Kaira.
—Parece ser que está drogado todo el tiempo y no creo que pueda hacer mucho para impedirlo con la resaca que tendrá mañana —aseguró Farkas, colocando su mano en la barandilla junto a la de Kaira—. Iremos al templo, podemos visitar las escuelas al día siguiente antes de partir.
—...gracias —susurró Kaira, con una pequeña sonrisa.
—No hay problema —Farkas bajó la mirada y mientras se marchaba murmuró—: Felicitaciones por tu unión con Meena...
• ────── ☼ ────── •
Al norte de Mare Turtur, Lilith enumeraba emocionada las maravillas de la comarca de su amiga, Jacoba. Meena y Will intercambiaron una mirada, preocupados. La lluvia había parado igual de repentina que había comenzado.
Pronto sus pies tocaron la arena en una playa rocosa, donde las olas rompían amenazantes con furia, generando sonidos como truenos. Un cartel que se caía a pedazos, clavado en la arena rezaba: "Escuela para Niñas del Hogar de Mare Turtur".
Entre las rocas una pasarela de madera se internaba en el agua donde una torcida cabaña parecía a punto de derrumbarse. Las olas rompían contra esta constantemente. El grupo corrió hasta la puerta, Octubre la abrió directamente e ingresaron a la cabaña, empapados.
De pie ojeando unos papeles, Jacoba se volteó a mirarles con el ceño fruncido. A su lado, cargando una caja, estaba la hermana adolescente de Finn. Tenía un lado del cabello negro y el otro rosado salmón, su rostro era igual a la de su hermano y también siempre llevaba las mejillas rosadas. En estas tenía dos perforaciones con adornos de cobre que hacían ver como si de hoyuelos se tratara. Con una dulce sonrisa se apartó del rostro el largo cabello ondulado, electrizante. Su nombre era Fedora.
—¡Ugh! —soltó, Jacoba— Puedes tocar antes de entrar, ¿sabes?
El grupo ignoró su actitud arisca y se presentaron ante Fedora, era igual de dulce que su hermano y un poco menos vergonzosa. Lilith cruzó la habitación corriendo y abrazó a Jacoba, quien rápidamente la apartó y dijo:
—Lilith, no seas pegajosa.
—¡Me alegro tanto de verte! —dijo esta dando pequeños saltos, liberando la energía que no había podido con el abrazo fallido.
La cabaña se agitaba a menudo por las olas que cubrían la estructura entera. Jacoba ignoró el comentario y continuó ojeando sus papeles, apartada de todos. A su lado Fedora dijo:
—Vámonos, no se puede estar aquí demasiado tiempo sin marearse.
La siguieron hasta la salida y corrieron hacia la arena, donde comenzaron a caminar por la costa hacia un pequeño árbol donde se veía una simpática casa de madera blanca.
Lilith caminaba con una sonrisa al lado de Jacoba, pero era ignorada. Will la tomó de la mano y la atrajo hacia sí, juntos caminaron y señalaron las copas de los árboles en busca de animales.
—¿Cómo dan clases ahí dentro? —preguntó Octubre, observando a sus espaldas la triste escuela, mientras pasaba una mano por su cabello morado.
—Es meramente simbólico —respondió Fedora, con una sonrisa—. Suelo dar las clases en la playa, pero cuando llueve no tengo otra opción que cancelarlas. Es todo lo que pudimos conseguir...
Llegaron hasta la casa de Jacoba y Finn, este salió a recibirlos con una sonrisa, seguido de seis niños idénticos a él de diferentes edades.
Después de los saludos, subieron las escaleras e ingresaron en la encantadora casucha del árbol donde apenas se podía caminar por los miles de juguetes que inundaban los suelos. Finn se apartó hacia la cocina mientras los niños correteaban por el lugar, Lilith comenzó a jugar con ellos como una niña más, ignorando el cosquilleo en su nuca que le molestaba desde su desembarque.
En presencia de Finn, todos hablaban sin olvidarse del lenguaje de señas que habían aprendido con el tiempo.
—¿Qué es eso? —preguntó Jacoba con cara de asco. Señalando el collar que colgaba del cuello de Meena—. ¿Es el amuleto de Jolly?
—¡Se lo obsequió para su unión con Kaira! —gritó Lilith emocionada.
Con rostro de burla, Jacoba la miró ante la mención de la Princesa. Lilith había extrañado cada día a Jacoba, y por eso le dolía un poco que el resto del grupo la ignorara... pero no podía culparlos.
Por primera vez, Meena le prestó atención a Jacoba.
—¿Tienes algo que decir? —soltó Meena, con una sonrisa. Sedienta de que la provocara.
—No, el tiempo dirá lo necesario. —Jacoba se rió, no ocultando su desagrado hacia Kaira.
—No me puede importar menos lo que pienses de...
—¿Por qué te lo dio a ti entre todas las tripulantes? Ni siquiera eres de Serendipia —interrumpió Jacoba, luego se volteó hacia Lilith quien jugaba con el niño mayor y dijo—: Lilith, deja.
Lilith murmuró una disculpa y se acercó al grupo, los niños se mostraron decepcionados. Meena tardó en responder, negando con la cabeza observó la interacción y dijo:
—Algunos nos lo merecemos más que otros...
—Da igual, no quiero esa basura —soltó Jacoba mientras se acercaba a un mueble, el cual abrió las puertas y sacó los mapas detallados de Mare Turtur en los que Fedora había trabajado.
—¿Qué es eso? —preguntó Lilith desde la otra punta de la habitación.
—Mapas, ¿Qué no ves? —ladró, Jacoba.
—Si pregunta es porque no ve. —Le defendió Wilhelm.
—Esto se está volviendo agotador —suspiró Octubre—. Jacoba, ¿puedes parar un poco con la hostilidad?
—No estoy siendo hostil, así soy normalmente —se defendió con una sonrisa de lado, apartando los juguetes de la mesa.
—Por primera vez en la vida estamos de acuerdo —dijo Meena con una enorme sonrisa.
Ambas se miraron y sus miradas se batieron a duelo. Lilith observaba la interacción, angustiada del veneno de Jacoba. Pensando en que ojalá todos conocieran su lado dulce como ella y Finn lo hacían, las voces se le hicieron monótonas y viajó a los lugares más lejanos, en mente. Mirando un punto fijo se quedó de pie, alejada del grupo. Recuerdos, gritos de alegría y pena, lágrimas y risas en su mente. Su madre le cantaba. En ese caos se sintió relajarse unos segundos.
—¿Lilith? —decía una voz lejana, entre el resto.
Lilith no pestañeaba, respiraba con tranquilidad y sus manos se abrían y cerraban. No se había movido del lugar, pero no estaba ahí. Hasta que Fedora le tocó el hombro, y repitió:
—¿Lilith? —Ésta al fin despertó, la miró avergonzada y cerró los puños.— ¿Dónde te habías ido? —bromeó Fedora.
No supo qué responder, en algún momento se había distraído y perdido el hilo de la conversación. No sabía cuanto tiempo había permanecido así, pero lo sentía como una eternidad.
Juntas se acercaron a la mesa donde estaban todos, excepto Finn que se encargaba de los niños mientras cocinaba. Jacoba no estaba por ningún lado, Lilith no se sorprendió, se ofendía fácilmente y se encerraba en su habitación.
Fedora se acomodó frente a sus mapas que tanto le apasionaban y dijo:
—No me queda duda de que el templo está aquí debajo, al pie de La Cascada Eterna —explicó mientras con su dedo señalaba, elevando la voz para ser oída sobre los gritos de los niños—. Deberán ir con tiempo, porque si comienza a llover no podrán bajar.
—¿Algún consejo? —preguntó Meena después de un suspiro estresado.
Finn observaba la interacción con una dulce sonrisa, mirando las señas mientras cortaba verduras lentamente.
—No mucho, pero rezo por ustedes —bromeó, todos rieron, excepto Lilith—. Lo siento, pero la única opción es buscar alguna zona donde la corriente no sea tan fuerte y tener paciencia.
Inclinándose sobre el mapa señaló un supuesto hueco en el lago, y explicó detalladamente la corriente y su fuerza de cada uno de los ríos que desembocaban en las cascadas. Hablaba fuerte y claro, la cartografía era para lo que había nacido. Era una lástima que la sociedad no la tomara en serio.
En la cocina Finn golpeó dos veces una cacerola con un cucharón para ser oído sobre los gritos de sus hijos, todos se voltearon a verlo. Con expresión de enfado infantil observaba a Fedora, esperando. Ésta rió y se volteó hacia el grupo, su hermano siempre le regañaba cuando hablaba demasiado sobre los mapas con datos que nadie entendía.
Eran una familia preciosa. Sus padres los habían cuidado y educado con nada más que amor y gentileza. Le habían salido dos niños tranquilos, al crecer se volvieron mejores amigos. Sus padres eran muy ancianos y solían permanecer todo el día en su hogar, donde Fedora vivía y los cuidaba. Pero siempre que podía se escapaba a la casa de su hermano y pasaba el día rodeada de sus enérgicos sobrinos.
—Finn quiere que se queden a cenar —dijo con una sonrisa mientras despejaba la mesa de mapas y caballeros de madera.
La noche continuó. Animadamente charlaban y contaban los detalles de su viaje, mientras comían pescados fritos y verduras ahumadas, como si no arriesgarían su vida al día siguiente. Reían a carcajadas mientras los niños correteaban a sus alrededores y saltaban sobre el regazo de Finn. Jacoba apareció al fin, pero nadie quería hablar con ella, le ignoraron pero a ella no le importó. Nada le importaba.
Lilith sintió culpa e intentó integrarla. Con lujos de detalles le contó sobre la travesía, hasta llegar al momento del templo, Jacoba le interrumpió:
—¿Te dio uno de tus ataques? Dime por favor que les has contado la vez que saltaste por la borda huyendo de la nada misma —se burló Jacoba. Nadie en la mesa rió, la sonrisa de Lilith desapareció un segundo, luego se sumó a la risa sin mucha alegría.
Lilith intentó entablar conversación más de una vez con Jacoba, pero esta no le prestaba mucha atención. Lilith terminó por rendirse y limitarse a oír sus monólogos, en su mente se reprendió por olvidar que hablaba mucho y tenía que aprender a oír mejor a Jacoba.
El momento de despedirse llegó, debían marcharse. El Día de Serendipia había comenzado hacía unas horas y Jacoba había asegurado que no perdía el tiempo relacionándose con los ineptos del pueblo.
Uno a uno fueron bajando, guiados por Finn. Cuando Lilith se disponía a seguirlos Jacoba la tomó del brazo sin mucha delicadeza y con una sonrisa le dijo:
—Me has extrañado, a que sí.
—Claro que sí, Jacoba —respondió tímida, Lilith.
—No lo sé, a mí me parece que me reemplazaste por Kaira y la otra extranjera —soltó Jacoba, fingiendo pena.
—Lo siento, Jacoba. Es que tú te fuiste y... —se explicó Lilith, con un nudo en el estómago que se formaba rápidamente.
—Que egoísta eres Lilith, vine a formar una familia —soltó Jacoba, frunciendo el ceño—. También hago cosas importantes por La Liberación aquí, ¿sabes?
—Tienes razón, lo siento.
—Siempre disculpándote, no cambias —la reprendió Jacoba.
—Te equivocas, he cambiado mucho. Ya estoy mejor —aseguró Lilith.
—No lo parece. Vamos vete, que es muy agotador hablar contigo.
Lilith la miró, sin saber qué decir. Lentamente comenzó a bajar. Jacoba la saludó con una sonrisa y antes de cerrar la trampilla le dijo:
—Es lindo volver a ver una vieja amiga después de tanto.
Lilith saltó a la arena y resopló, con una sonrisa miró la puerta cerrada. Jacoba le había dicho amiga.
• ────── ☼ ────── •
Debajo de Caparazón de la Tortuga Oceánica se encontraba una enorme playa de arena blanca. Allí, daba lugar a la plaza principal. Con su enorme palmera datilera de treinta metros de altura y sus fogones que rodeaban el tronco de este. Esa noche todos festejaban el Día de Serendipia.
Con vestidos floreados y frutas en el cabello, las mujeres bailaban con grandes sonrisas mientras los hombres marcaban el ritmo con enormes tambores. Arroces blancos y platos picantes predominaban la noche, acompañado de piña colada o aguardiente. No quedaba en duda que los ciudadanos de Mare Turtur sabían divertirse.
Lo que más llamó la atención del grupo fue el circo. Payasos, contorsionistas, familias enteras subidos en los zancos, niñas saltando entre aros a gran altura y trucos de magia en cada esquina.
Todos iban descalzos y a menudo se arrojaban al mar a refrescarse donde guerras de agua se desataban en cuestión de segundos. Meena se había subido a los hombros de Octubre y luchaban con una pareja en la misma posición, donde las olas rompían.
Will y Lilith caminaban tomados del brazo, riendo y disfrutando de las atracciones mientras participaban de los juegos de tiro al blanco. A menudo debían apartarse del camino de un cirquero enloquecido que pasaba a gran velocidad haciendo complicadas piruetas. Lilith moría de ganas de hablar de Jacoba, pero no lo hizo, a nadie le gustaba hablar de ella.
Alguien tiró de la falda de Lilith, esta se volteó y miró hacia abajo. Una niña de dos años, cabello negro y ojos torcidos le sonreía, era la niña menor de Jacoba y en sus manos sostenía un cangrejo de felpa.
—¡Ixora! —exclamó Lilith mientras la tomaba entre sus brazos—. ¡Qué alegría verte!
Le besó la mejilla y levantó la mirada. Will, Finn, y Fedora se saludaban con gran alegría. Jacoba caminaba hacia Lilith, seguida de los otros niños. Al ver a Lilith corrieron hacia ella.
—Me alegro de que hayas cambiado de opinión —le susurró Lilith mientras acariciaba los cabellos de los niños.
—No lo he hecho. Finn me obligó, quería traer a los niños —soltó con fastidio. Lilith suspiró y asintió. Jacoba se volteó a verla y acarició el cabello de Ixora.
Lilith sonrió y pegó unos pequeños saltos que hicieron a la niña reír. Octubre y Meena aparecían a su lado tomadas de la mano, traían consigo dulces para compartir. Pasados unos minutos, Octubre golpeó el hombro de Meena con suavidad y señaló detrás de uno de las grandes fogatas. La joven observó en esa dirección y se encontró con Kaira, con una sonrisa acariciaba un enorme elefante con pinturas de colores vibrantes. Farkas estaba a su lado y reía a carcajadas de algo que decía Victoriano.
Se encontraban sobre una tarima de madera, en una zona bastante grande de la playa. Celestino, recostado en una zona repleta de sofás y alfombras, observaba con las pupilas dilatadas una pareja que bailaba ballet en lo alto de una cuerda floja, sus mujeres observaban lo mismo y reían nerviosas mientras acariciaban su pecho. El hombre parecía a punto de dormirse.
Victoriano apareció al lado de Will y apoyó una mano en su hombro, el otro respondió con una sonrisa.
—¿Qué es lo que consumen? —preguntó Will en un susurro, sin quitarle de encima la mirada al hermano de Sauro.
—Hongos... mi hermano siempre tuvo facilidad para mucha fiesta y pocas responsabilidades.
Ambos rieron. Sintieron que algo encajaba, con Pandora sobre ellos y las olas rompiendo a su lado.
—Puede decirse que encontró su lugar en el mundo —mencionó Will. Había perdido la cuenta de todos los hongos que había visto brotando y brillando en cada rincón de la comarca.
—Todos lo han hecho —susurró Victoriano, pensando en cada uno de sus hermanos. Will se volteó a mirarlo, Victoriano hizo lo mismo, sus respiraciones se mezclaban debido a la cercanía—. Me costó un poco más, pero al fin creo también haber encontrado mi lugar.
Will sonrió y observó sus labios, el calor le invadió cuando Victoriano hizo lo mismo. Tragó saliva y se apartó y elevando las manos como si un atraco se tratara, negó con la cabeza. Victoriano se rió de su nerviosismo, tenía suerte de que estuvieran rodeados de extraños, si no... ya hubiese aprovechado la oportunidad para torturarle un rato.
En cuclillas a la orilla del mar, Lilith tocaba el agua perdida en sus pensamientos. Estaba a pocos metros del grupo, todos charlaban animadamente y pronto Kaira y Farkas aprovecharon el estado de Celestino para acercarse a aquellos con quienes realmente querían pasar la velada. Yong se había sumado a ellos.
Camila apareció al lado de Lilith, imitando su posición. Fue recibida con una sonrisa.
—Creo que eres una persona maravillosa, Lilith —dijo de repente, mientras asentía con la cabeza.
Lilith sonrió y frunció el ceño confundida. Abrió la boca para decir algo, pero Camila se le adelantó:
—Deberías aceptar más los cumplidos y un poco menos los insultos. —Camila se volteó a ver a Jacoba bailar en la orilla con Finn. Lilith continuaba mirándola confundida, pero la sonrisa había desaparecido.— Lo cierto es que, Kaira habla muchísimo de ti y me ha contado sobre Jacoba. Desde que te conocí me has parecido una persona con una fortaleza increíble, solo quería hacértelo saber... nunca fue justo como Jacoba te trataba. Ojalá te hubiese conocido antes.
Lilith rió con ternura y suspiró de felicidad al saber que Kaira hablaba bien de ella. Una sensación de irrealidad la invadió. Camila y Lilith habían formado un vínculo inevitablemente, siendo que la segunda siempre que podía visitaba a Kaira. Se llevaban bien, pero ambas eran bastantes tímidas y les costaban las charlas cotidianas.
—Jacoba es mi amiga, es la única que tuve mucho tiempo —explicó Lilith, mientras desvía su mirada hacia el resto del grupo. Su familia, que tanto quería y la cuidaban. No podía evitar sonreír al verlos—. No sé, Camila, prefiero no pensar mucho en el pasado... pero cuando era niña yo sola me apartaba de las niñas de mi edad. No me trataban mal, pero me trataban diferente. Nunca logré conectar con ellas y me sentía un estorbo, fui yo quien construyó la pared que me separó del resto. Sin embargo, Jacoba siempre estuvo ahí.
—Lo dices como si fuera tu culpa —susurró Camila mientras se arrodillaba en el agua y se sentaba sobre sus tobillos, mojando su vestido. Parecía no importarle—. ¿Quién te hizo creer que fuiste el causante de tu soledad?
"Jacoba" dijo una voz al fondo de la mente de Lilith, pero no lo dijo. Sentía que la estaba traicionando. Camila continuó:
—No lo sé —suspiró y se rió avergonzada—. Solo siempre me dio la sensación de que Jacoba te quería sola, débil y solo para ella.
Lilith negó con la cabeza con el ceño fruncido.
—Nadie haría algo así a alguien que estiman.
—Te equivocas. —La corrigió elevando las cejas con una sonrisa.— Hay amores de naturaleza tóxica, son los que más marcas dejan... —Se quedaron en silencio por unos segundos. Camila se puso de pie y con una sonrisa y las mejillas encendidas dijo—: Solo quería hacerte saber que no importa las cosas que te decía Jacoba, ahora puedes dejar todo eso atrás y olvidarla... Ante mis ojos eres una heroína y sé que nos guiarás a todas hacia la victoria.
Los ojos de Lilith se llenaron de lágrimas sorprendida mientras Camila se alejaba corriendo, llegó hasta Farkas y lo abrazó por detrás. El joven acarició su cabello y comenzaron a hablar animadamente. Camila tenía razón, ojalá se hubiesen conocido antes.
Fuegos artificiales dorados comenzaron a explotar en los cielos con sonidos suaves, Lilith se volteó a verlos mientras pensaba en su conversación con Camila. Observó a la familia de Jacoba jugando y detrás de ellos, apartada de todos, una tela blanca que colgaba de un enorme árbol. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Lilith, mientras observaba a Freyja ejecutar sus armoniosas piruetas en el aire.
¿Siquiera es amor, si es toxico?, pensó Lilith, mientras se ponía de pie. Nunca entendía por qué le decían que debía dejar a Jacoba atrás... Si, se había mudado lejos y casi no la veía, pero no por eso debía fingir que ya no existía. No es como si se hubiese muerto. Y siempre sería su amiga, la primera de todas.
Corrió emocionada hacia Freyja, este colgó cabeza abajo estirando los brazos hacia el suelo y al verla le regaló una de sus sonrisas afiladas.
—Lilith... —dijo coqueto mientras se deslizaba hacia la arena. Vestía un pantalón marrón suelto y una camisa ajustada, un chaleco del mismo color que el pantalón y su cabello en un trenzado con flores que algunas doncellas le habían colocado. Le había crecido un poco la barba y estaba más masculino que nunca. Las mejillas de Lilith se encendieron y no supo qué decir.
—No sabía que podías hacer eso... —susurró mientras tocaba la suave tela que colgaba en dos tajos, agitadas por el viento. En realidad si sabía, Will le había contado que a menudo se encontraba a Freyja en Pozo del Aguamiel colgando de telas y coqueteando con doncellas.
Freyja siguió su mirada y dividió la tela en dos. Tomándola de la cadera, atrajo a Lilith hacia sí, quedando ambas dentro de la tela blanca, como si de una capullo de mariposa se tratara.
Lilith tartamudeó, pero ninguna palabra salió:
—¿Cuándo parten hacia el templo? —preguntó Freyja mientras colocaba los twists del cabello de Lilith detrás de sus orejas puntiagudas.
—Eh... cuando... después de los fuegos, creo no lo sé, no estoy segura —dijo sin saber a dónde mirar, Freyja estaba demasiado cerca de ella.
—¿Quieres que vaya contigo?
Lilith le miró a los ojos y con una sonrisa de ilusión susurró:
—¿Podrías?
Freyja sonrió de costado y observó su rostro, también susurrando dijo:
—Dime que quieres que vaya contigo.
El pecho de Lilith subía y bajaba rápidamente, no podía quitarle de encima la mirada a aquellos ojos que la miraban con deseo.
—Quiero que vengas conmigo.
—A si me gusta —dijo Freyja con una carcajada, se agachó rápidamente y le dio un beso en la mejilla. Como si no hubiese removido los interiores de Lilith con una sola sonrisa.
Apartó las telas mientras la tomaba de la mano y comenzó a acercarla hacia el resto del grupo mientras el último fuego artificial se apagaba, las mujeres se marchaban a su casa y los hombres picaban más hongos para consumir en infusiones.
Lilith la siguió atontada, como si ella hubiese consumido parte de las drogas. Las piernas le temblaban y no podía parar de mirar a Freyja, la curva de su cuello, su mandíbula, sus manos huesudas, su pícara sonrisa y su fría mirada.
Una pequeña risa se escapó de sus labios mientras sentía como algo se encendía dentro suyo y recorría su cuerpo con un cosquilleo. Sabía lo que era, lo que le pasaba, pero era la primera vez. Por años pensó que algo estaba mal con ella por no sentir esa clase de deseo, no se creía capaz.
Hasta que llegó Freyja.
⋅ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⊱∘──────────────∘⊰ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⋅
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro