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XXIII. Un ejercito de esperanza en un reino de terror.

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   Ayudados por las piratas, la mayoría de la tripulación cruzó hacia el enorme galeón negro. Sao y Lilith no se separaban un segundo, tomadas de la mano presentaban a todo el mundo con un orgullo invencible.

   Un rayo de Sol iluminó los ojos de Lilith, esta se tapó la cara con la mano y se dio la vuelta. No pudo evitar notar como ella era la única que no cabía en sí de la sorpresa. Le costaba creerlo, ¿realmente Kaira había preparado una sorpresa tan grande y hermosa para ella? Nunca se había sentido tan apreciada. Más tarde sabría que Kaira había enviado palomas rosadas mensajeros al Olympe de Gouges antes de marchar de Suscitavi.
   Había gastado tiempo y energía por mí, pensó Lilith. Comprendió que iba a ser uno de los mejores días de su vida, simplemente con ese pensamiento rondando su cabeza.
   Buscó a Freyja deseando pasar la tarde con él, sin embargo, Yong le hizo saber que se había quedado en el otro barco. Lo que no le dijo, es que sospechaba que se escondía de Sao... Entre la familia de Lilith comenzaba a circular la noticia del extranjero que le revoloteaba y Marina resultó ser la única que no encontró un problema en la diferencia de edad.

   Sin embargo, el mar nunca había estado tan sereno.

   —Deberías haberlo visto —gesticulaba rápidamente con las manos Lilith, con la respiración agitada y una enorme sonrisa—¡Cuando todo esto acabe iremos juntas al templo!

   Riendo, Sao la abrazó por los hombros. A su alrededor, risas y las niñas del Olympe de Gouges correteando divertidas entre los extranjeros, enseñándoles cada gato, su nombre y sus colores favoritos.

   —Cuando esto acabe, al fin tendremos una vida de paz, mi pequeño Sol.

   Lilith continuó hablando con la misma emoción hasta que se quedó sin aire, contándole sobre el Día de Serendipia, la tumba de su madre, su ascendencia con Aela, y lo bien que las cosas iban. La conversación era interrumpida a cada rato por integrantes del Bloque Negro que se acercaban a saludar a Lilith y le decían lo mucho que la habían extrañado. Lilith no caía en sí de la emoción... Siempre tuvo la certeza de que todos preferían tenerla lejos. Jacoba siempre le decía que estaba todo más tranquilo en el barco sin ella, y ¿Quién era ella para contradecirla?

    La Princesa no podía creer el tamaño de aquel barco, ni la oscuridad de su exterior y la belleza de su interior junto con su energía tan ligera. La sonrisa genuina de cada integrante la hacía sentir que el más allá debería ser algo así.
   En una esquina solitaria del barco, Meena tiraba del brazo de Farkas escaleras abajo. Cuando salieron al oscuro pasillo, Meena lo soltó y se volteó a mirarlo.

   —Quiero estar con Kaira, formalmente —le dijo, con tono defensivo y el ceño fruncido. Los brazos cruzados, observándolo desafiante.

   —No soy impedimento —respondió él, confuso. Arrugó la nariz, fingiendo que no se sentía extremadamente expuesto en ese momento.

   —¿Te estás burlando? Están casados.

   —¿Cuándo te importó eso? —Ante esto Meena se quedó en silencio. Farkas continuó con un resoplido—: Ambos sabemos que no hay impedimentos a la hora de amar a ojos de los Dioses...

   Meena asintió lentamente. Se le habían acabado las excusas, solo le quedaba arriesgarse. Temía preguntarle a Kaira, una parte de su ser le decía que la Princesa se negaría a casarse con ella. Se sentía estúpida e infantil pensando en eso cada noche.

   —¿Te apartarás cuando todo esto acabe? —preguntó Meena. En su mente revoloteaba el pensamiento de que el día que La Liberación llegara a sus vidas, él y Kaira no tendrían obligación de permanecer juntos. Podrían finalmente olvidarse de él.

   Farkas no respondió, suspiró y fue consciente de que el silencio se volvió incómodo. Meena frunció el ceño, preocupada por la falta de respuesta... Comprendió la dulce mirada del muchacho, negó con la cabeza incrédula. No era sorpresa que no quisiera alejarse, pero Meena no lo quería cerca. Esperaba que Kaira tampoco.
    Sobre sus cabezas, las botas resonaban en la madera y en la cocina se escuchaba una multitud preparando unos tentempiés. Okoye pasó corriendo a su lado con una enorme sonrisa, sosteniendo un muñeco de trapo igual a Sauro. Ante la emoción los empujó y corrió escalera arriba.

   Meena la observó con una sonrisa mientras Farkas se pasaba la mano por el rostro, acallando los pensamientos que le rogaban sincerarse con Meena. Los descartó.

   —Si eso es lo que Kaira desea, si —respondió él en un susurro. Cerró los ojos y se concentró en la promesa que les había hecho a su padre años atrás, cuando llegaron a Serendipia. Aunque sentía que con Sao en el panorama Vilkas había cambiado de opinión.

   —Te gusta... ¿verdad? —susurró Meena, todavía mirando el cuadro de luz que ingresaba por donde la niña se había marchado.

   Farkas levantó la barbilla, valiente. Su mirada lo traicionó y enarcó las cejas apenado.

   —No debes preocuparte, me detesta.

   —Últimamente no lo parece. —Meena suspiró, aflojó la mirada y lo observó, recordando cómo se sentía ella cuando Kaira no la miraba. Ella podía ver el dolor en los dulces ojos del joven, quien lentamente negaba con la cabeza.

   —Solo ha dejado nuestras diferencias de lado, por Camila.

   Se observaron en silencio por unos segundos, hasta que Meena se alejó con paso solemne. Farkas se quedó allí, apoyando la cabeza en la pared, mientras oía la risa de Yong y Marina, ambos se acababan de conocer y no podían parar de hablar. Una sonrisa se dibujó en sus labios.


   —Tienes una gran fortaleza en tu interior, niña —le decía Jolly a Kaira, quien abrazaba sus piernas mientras la oía con atención. Siempre que se encontraban charlaban por horas, ambas se admiraban mutuamente—. Un cosquilleo en la conciencia me dice que eres especial, asegúrate de averiguar bien la historia de tu sangre —le ordenó, con un dedo tembloroso.

   Kaira asintió, le había contado sobre el descubrimiento sobre la relación de Sauro con Rekjo y la falta de registros de su madre. Jolly había dicho que ellas siempre sospecharon que la historia de la supuesta debutante era una mentira. Su nombre inexistente en las listas podía ser un indicio de que se trataba de un secuestro a muy temprana edad. Algo lamentable muy común que les sucedió a las pocas familias originarias, donde en frías noches les arrebataron a sus bebés para dárselos a parejas de colonizadores que por caprichos de la naturaleza no podían engendrar. Habían pasado muchos años desde entonces, pero la costumbre permanecía.

   —Debes tener mucho cuidado con lo que llevas... —continuó la anciana, Kaira la miró extrañada—. Ese collar que llevas está ligado a mucho sufrimiento.

   Kaira se enderezó y por instinto tomó entre sus dedos el amuleto de zorro. En ese momento Meena ingresó en la habitación junto con la brisa marina, se detuvo y le sonrió a la anciana. Jolly entrecerró los ojos, como leyendo el alma de Meena. Se puso de pie, le dio un suave beso en la mejilla a la joven y con cuidado escurrió algo entre sus manos. Sonriendo se marchó, con paso ligero y un canto en murmullos.
   Meena bajó la mirada y observó el collar que Jolly se había quitado. De una antigua cadena de oro colgaba un dije de piedra de jade, con un Sol y una Luna fundidos. Era el antiguo amuleto de la rebelión de Jolly, el mismo que había inspirado el de piedra y cuero que había comenzado a usar la Rebelión en Vulpes.

   —Este lugar es hermoso... —dijo Kiara en un susurro. Meena guardó el amuleto en su bolsillo, mientras cerraba la puerta suavemente y se acercaba a ella, nerviosa—. Podría quedarme aquí por siempre.

   Kaira había bajado los pies del asiento, descalzos sobre la alfombra. Mientras permanecía sentada en el sofá, observó como Meena se arrodillaba frente a ella, sentándose sobre sus talones, también descalza. Como la mayoría de la tripulación.
   Meena escapaba de su mirada.

   —¿Meena? —preguntó temerosa.

   —¿Te he dicho alguna vez que te quiero? —susurró encontrándose con su mirada, ojos dulces y nerviosos.

   Kaira resopló con una sonrisa y después de depositar un beso en sus labios le dijo:

   —Cada día...

   —¿Y tú me quieres? —susurró Meena, con una sonrisa enamorada.

   Kaira asintió, sincera y nerviosa. Pero no respondió, incluso se alejó inconscientemente. Pudo ver en los ojos de Meena cuánto le dolía esto, quién apretó los puños y levantó las cejas. Suspiró, su rostro se relajó a la fuerza, con dulzura susurró:

   —Kaira... después de todo lo que hemos visto y todo lo que viviremos: ¿Aún temes amarme?

   Kaira cerró los ojos y tragó saliva, a pesar de los años aún se sentía nerviosa como una adolescente frente a Meena. Ésta se incorporó ligeramente y tomó sus manos, suplicante. Kaira abrió los ojos y observó las tonalidades de verde que frente a ella le rogaban.

   —Te he esperado por tres años, te suplico que me dejes amarte por fin.

   —Meena... no puedo, esto...

   —Pyar, hermosa —dijo Meena luchando por mantener la calma y el entendimiento en su mente. Bajar la guardia se siente horrible—. Te he prometido cielo y tierra, y lo sigo haciendo. Te esperaré hasta que las estrellas se apaguen, pero no puedo hacerlo si siento que intento beber agua en un río seco... Desde que te vi, lo único que pude pensar es si tu corazón ya pertenecía a alguien más o lo nuestro tenía una oportunidad.

   —Yo-

   —¡Si lo sé! ¡Juraste miles de cosas en las noches pero hay dos palabras que aún no has dicho! —Meena escupía sus miedos, enarcaba las cejas y sonreía nerviosa. Suspiró, sus hombros cayeron derrotados—. Sé que las palabras se las lleva el viento y las acciones se tallan en piedra... Pero tus acciones son como un lenguaje desconocido que no logró entender y es agotador sostener el cincel para ti.

   Boquiabierta Kaira la observaba, no se movía y las palabras no parecían querer salir de sus labios. Los ojos de Meena se llenaron de lágrimas ante el silencio, pero no las dejó salir. Dolida la observó.

   —¡¿Me quieres o no?!

   —¡Si te quiero!... —soltó desesperada Kaira.

   —¿Sí? Porque es la primera vez que me lo dices, y tuve que implorar de rodillas.

   Se mantuvieron inmóviles, mirándose. El tiempo pareció detenerse y las risas del exterior alejarse con las nubes que surcaban los cielos. Hasta que las lágrimas se escaparon del rostro de Meena, se puso de pie furiosa, queriendo huir. El momento se había arruinado, no se sorprendía. Tendré que continuar esperando al pie de tu palacio, pensó Meena, por favor, Kaira, no me dejes ir. La verdad es que le aterraba que sabía que estaba dispuesta a marchitarse esperando por ella.

   Por favor, Kaira. Por favor, ¡por favor!

   —Olvídalo —susurró Meena apenada, con una sonrisa se alejó a la salida dispuesta a devolverle el amuleto a Jolly.

   De un salto, Kaira se puso de pie y le sostuvo la mano, deteniéndole.

   —No lo entiendes, es peligroso y...

   —¿Más peligroso que lo que hacemos ahora? ¿Cuándo será seguro amarme? —interrumpió Meena, sin mirarla—. Esto es ridículo, no puedo seguir así. —Meena se zafó del agarre de Kaira y comenzó a alejarse, absteniéndose de decir más cosas. Sabía que cuando se enojaba decía cosas sin pensar y podía lastimar los sentimientos de quienes más quería. Kaira era lo que más amaba en su corta vida, y no poder vivir su amor como muchos hacían le enfadaba demasiado.

    —¡No! Por favor. —Kaira la tomó de la falda mientras se dejaba caer al suelo, arrodillándose, rogando piedad ante su miedo a amar. Las lágrimas caían por su mejillas descontroladamente, pero su rostro estaba sereno.— Por favor, perdóname. Cásate conmigo.

   Meena sintió que su corazón se detenía, se dio la vuelta y la observó, estupefacta se arrodilló frente a ella. ¿Era real o un acto desesperado de no perderla? ...Al ver los grises ojos de Kaira, se convenció que un acto desesperado ante la posibilidad de una separación era la más grande prueba de amor que Kaira podría darle. Así era ella, jamás te miraba cuando tú lo hacías. Pero en el momento que te dabas la vuelta, estudiaba tus movimientos y soñaba con ellos.
   No se supondría que debía suceder así... Tampoco estaba en los planes que se enamoraran cuando el mundo entero estaba en su contra. A la mierda, correcto o no, lo haremos funcionar.

   —No puedo perderte, eres todo lo que me impulsa —lloraba Kaira, Meena simplemente escuchaba—. Eres tú la que me guía en este frío mundo, la que me cuida y no se avergüenza de mis lágrimas. Perdóname, porque tú me mantienes viva y yo no sé cómo amarte... nadie me enseñó a hacerlo.

   Meena sonrió sin darse cuenta, sacó el collar del bolsillo y le apartó el cabello del cuello a Kaira, quien poco a poco se calmaba. Estaba temblando. Le colocó el amuleto justo debajo del zorro que Sauro le había dado mientras le susurraba:

   —No te preocupes, yo te enseño.

   Kaira soltó un jadeo, el amuleto se le hacía ligero, liberador. El peso del collar de su padre quedó olvidado en el instante que las manos de Meena recorrieron su rostro.

   —No tengo nada para darte aquí... —sonrió apenada Kaira mientras se tocaba el nuevo amuleto.

   —Con tu amor me alcanza.

   Kaira pudo jurar que había música, que las olas bailaban el vals y los latidos de su corazón arreglaban las grietas de sus costillas. Se sintió valiente, entre lágrimas comenzó a reír. Meena la miró ligeramente asustada, con una sonrisa de sorpresa, mientras Kaira tomaba su rostro entre sus manos y lo besaba entero, repitiendo que la quería. Tantos años reprimiendo esas palabras, mientras su alma entera se derretía con solo oír la voz de Meena. Tenía miedo, el único amor de verdad que había sentido había sido a manos de Camila y Zervus y estaba obligada a esconderlo. Ahora, de la mano de Meena cambiarían el mundo y podrían amarse a la luz del día, fuera de las sombras.

   —¡Tengo que decirle a Lilith y Camila! —gritó con una sonrisa Kaira mientras se ponía de pie y aplaudía. Meena la observó con los ojos muy abiertos, nunca la había visto así.

   Kaira tiró de ella y la obligó a ponerse de pie. De la mano corrieron a la cubierta, debajo del cielo nocturno lleno de brillantes estrellas. Lilith las observó confusa, casi cayó al suelo cuando Kaira la abrazó. Le susurró la noticia al oído. Lilith soltó un grito.

   —¡Jolly! —gritó Lilith con las lágrimas acumuladas en sus ojos. Llevaba su cabello en unos hermosos Twist que Sao le había hecho mientras se ponían al día. La anciana se dio la vuelta, junto a Sao, charlaban con Ana María y Emiko—. Prepara todo, ¡celebraremos una boda al amanecer!

   En el rostro de Sao se dibujó una enorme sonrisa, automáticamente comenzó a dar órdenes. Mientras Camila corría a abrazar a Kaira con lágrimas en los ojos y Octubre felicitaba con una gran sonrisa a Meena.

   El amanecer se acercaba, Camila y Lilith reían junto a Kaira en el camarote de Sao, peinando su hermoso cabello el cual dejaron al natural. Kaira había sido vestida con un vestido de terciopelo bordó, con un gran escote y mangas amplias al final. Tenía un gran corte desde arriba de su cadera, que dejaba ver sus piernas y la espalda completamente descubierta excepto por las finas cintas que lo ataban. En los pies solo calcetines. Las mejillas de Kaira estaban coloradas por la emoción y la vergüenza que le daba estar tan expuesta. Corazón y cuerpo. Sin protección al mundo y las posibilidades que se abrían en su camino.
   Mientras en la sala de rezos, donde había ocurrido la proposición, Octubre y Marina terminaban de peinar el cabello de Meena. Un recogido con hermosas cadenas doradas y cristales sobre su cabeza.

   Llevaba un conjunto de dos piezas, una enorme falda y una blusa de mangas largas iguales a las de Kaira pero que dejaba ver su ombligo. Era de color lavanda con detalles dorados suaves. Un hermoso velo transparente sobre su cabeza como en Aszus, y los pies descalzos. Zheng Yi Sao se lo había obsequiado, confesando que pertenecía a sus madres.

   En la cubierta Will comenzó a tocar la campana y la banda sus instrumentos. El amanecer se acercaba. Ambas puertas se abrieron al mismo tiempo, todos soltaron una exclamación sorprendidos por la belleza de ambas. En puntas diferentes de la cubierta se observaron, reprimiendo las ganas de correr a los brazos de la otras. Ese fue el momento en que cualquier duda o miedo se esfumó.

   Aún estaba oscuro, pero miles y miles de velas cubrían el suelo, de diferentes formas tamaños y colores. En el horizonte el Sol salía lentamente. Mientras la luz del alba teñía el mundo de una luz azulada de ensueño, las dos jóvenes se tomaron de la mano. Jolly entre ellas, con una gran sonrisa y manos temblorosas por la emoción.
   Lilith lloraba descontroladamente de la mano de Camila, como niñas pequeñas. Sao se reía de ellas con ternura. Okoye arrojaba pétalos a la pareja como juramentos de protección y bendición.

   Desde la esquina Farkas las observaba con una sonrisa. Apenas reconocía a la Princesa, casi parecía no haber sufrido en toda su vida. Había dejado todo atrás. Yong a su lado se aferraba a su brazo con una sonrisa enternecida, deseando un amor tan grande como el que tenía la suerte de presenciar.

   —Meena, aventurera perdida. Kaira, soñadora de explorar el mundo —decía Jolly, mientras con los ojos cerrados las dos jóvenes tocaban sus frentes y entrelazaban sus dedos. Habían sido cubiertas por un solo hilo dorado de algas extenso que recorría sus cuerpos y las ataba juntas—. Su destino está entrelazado por un hilo de oro, con la Luna y las estrellas de testigo mientras el Sol asciende... Nacieron en un mundo blanco y negro, juntas crearon sus colores.

   »El amor tira y en esta unión es fuerte. Sus nombres son ecos en la región de las Diosas. Han caminado por el mundo, a ciegas. Ahora sus sentidos son fuertes, pueden ver la verdad. Sin importar el tiempo o lo que el mundo se convierta, estas dos almas, en alguna parte de las estrellas... Siempre permanecerán juntas.

   El cielo comenzó a oscurecerse. Mientras Jolly hablaba les colocó a ambas dos partes del mismo collar, el que Meena le había obsequiado a la Princesa. Kaira había pedido ayuda a Yong y Marina para dividirlo en dos. De una suave cadena dorada, la Luna colgaba del cuello de Kaira, mientras el Sol reposaba sobre el de Meena.

   La lluvia que Jolly había llamado con sus palabras comenzó a caer con fuerza, mientras el hilo de algas se derretía sobre la piel de las jóvenes, con marcas imborrables. Más tarde descubrirían que las algas habían traspasado las telas, llenando su cuerpo entero con tatuajes dorados que se unirían cada vez que se abrazaran. Unas marcas que parecían haber estado siempre ahí, desde la primera noche, desde el primer beso. Ahora todos podían verlas.

   —Iuvenis amor. —(amor joven).— Forjado entre las nubes y estrellas, concebido entre la blanca espuma de las olas —decía Jolly mientras unía los dos collares. A pesar de la fuerte lluvia, el mar permanecía sereno y las velas no se apagaban. El día comenzaba a tornarse naranja gracias al Sol. Meena y Kaira se acercaron suavemente con un beso tierno—. El oro corre entre sus venas y sus corazones se funden en uno. Etiam post mortem —(incluso después de la muerte).

   »Amantes eternos, en esta vida y en otras —gritó Jolly, finalizando la ceremonia. Las velas se apagaron automáticamente. En el agua, miles de arcoiris y traviesos cardúmenes.

   Todos aplaudieron y vitorearon, Meena y Kaira abrieron al fin los ojos, rieron mientras observaban sus dorados tatuajes que brillaban. Abrazadas miraron al cielo y rieron, el aguacero caía sobre ellas.
   Kaira miró a Meena y besó sus dos mejillas.

   —Te amo —le dijo

   Meena respondió con un beso.

• ──────  ────── •

   Una pequeña casa puntiaguda, de madera oscura y puertas torcidas, daba lugar al hogar de Sigmund, el verdugo de Serendipia. Las superficies estaban llenas de polvo y en las esquinas se acumulaba la ropa sucia. Olía a moho. Grimn ingresó por la puerta sin tocar, quitándose el amenazador yelmo puntiagudo del uniforme de los Centinelas.

   —Llegas tarde —lo reprendió Sigmund, inclinado en una silla con los pies sobre la mesa donde reposaba vajilla sucia—. No ha parado de chillar en toda la noche.

   —Lo siento, padre —dijo Grimn con el rostro serio, mientras dejaba el yelmo sobre la mesa y se acercaba a la mujer atada en la silla detrás de Sigmund, estaba amordazada.

   —Eres el sargento de los Centinelas, la mano derecha del Rey supremo. ¿No tienes otro lugar para tus diversiones?

   Grimn negó con la cabeza, mientras apoyaba sus manos sobre sus rodillas para mirar el rostro de Meryl, el ama de llaves de la Escuela para Señoritas del Hogar de Vulpes. Poco a poco comenzaba a despertar y luchar con las sogas.

   —Estoy trabajando, padre. No es ninguna diversión —dijo dándose vuelta un segundo para mirar al verdugo, quien fríamente lo observaba mientras con un palillo rebuscaba entre sus dientes—. Además, el castillo esta infestado de traidores y Sauro tiene miedo de acabar con el Bloque Negro, por lo cual no hace nada.

   El joven le pegó unos golpes en el brazo a la mujer que aterrada lo miraba, su estado era deplorable. La habían capturado poco después del retorno de Grimn, la alimentaban lo necesario para mantenerla con vida y cada día la torturaban intentando obtener información.

   —Acabemos con esto de una vez... —exclamó con el rostro sereno mientras tomaba unas pinzas y se le acercaba al rostro—. ¿Lista para otra sección?

   Cansada, Meryl negó con la cabeza.

   —¿Por qué Sauro no querría acabar con lo único que amenaza la corona? —preguntó Sigmund bostezando.

   —Los subestima, lleva tantos años mintiéndole al pueblo que comenzó a creerse las mentiras él mismo —dijo Grimn mientras tomaba el rostro de Meryl entre sus manos y lo examinaba—. Tampoco quiere perder a quien le echa la culpa de todos los males... no es consciente de la amenaza.

   —Tantos años sin hacer mucho más que hundir unas flotas... ¿Qué te hace pensar que intentarán algo?

   Grimn se incorporó y se dio la vuelta, mientras tomaba del cabello a Meryl para que mirara al verdugo.

   —¡¿Es que todos están ciegos?! Juro que estoy harto de esta ciudad de ineptos. El Bloque Negro ya no se limita a los mares, los tenemos cada noche saltando por lo tejados asesinando sin piedad. ¡No me importa si tengo que ingresar a la fuerza a cada edificio, mis Centinelas encontrarán a los culpables tarde o temprano! —soltó con los ojos inyectados en sangre, mientras gritaba y agitaba a Meryl que chillaba débil.

   Sigmund se lo quedó mirando, mientras escarbaba sus dientes. Aburrido ante la violencia diaria de su hijo. Grimn resopló y se giró hacia Meryl.

   —¿Crees que tus lágrimas me conmoverán? —le susurró a un centímetro de su rostro—. Deberías agradecerme, estoy siendo piadoso. Podría atacar la escuela ahora mismo en busca de respuestas... empieza a hablar o traeré una a una a esas niñas.

   Meryl chilló, pero apenas se oyó por la mugrienta mordaza que cubría su boca.

   —Ya perdí demasiado tiempo contigo —dijo Grimn mientras le arrancaba la mordaza y la obligaba a abrir la boca.

   El grito que la mujer soltó cuando le arrancaron otra de sus muelas se oyó en gran parte de la ciudad, al igual que sus gritos cuando le quitaron las uñas.

   Pasada una hora alguien tocó la puerta. Grimn se alejó de la torturada mujer que rogaba por el descanso eterno y abrió la puerta, cubierto de sangre ajena. Se encontró con un guardia del castillo quien lo reconoció enseguida y se marchó rápidamente, disculpándose por la interrupción. El joven volvió a cerrar la puerta y se acercó a la mujer, ésta perdía el conocimiento de a ratos.

   Se preparó para continuar con su tarea hasta que Meryl dijo:

   —Ellas acabarán contigo tarde o temprano...

   —¿Ellas?

   La mujer comenzó a reír. El verdugo se puso de pie, curioso observó sus heridas debajo de las sogas.

   —Se le han infectado —dijo, mientras tocaba con asco la frente sudada de la mujer —. Creo que está delirando por la fiebre.

   —Pero no está mintiendo —respondió Grimn con una sonrisa mientras la tomaba de la barbilla, obligándola a mirarlo—. ¿Quiénes son ellas?

   —Las desaparecidas, las debutantes rescatadas. La tripulación entera vendrá a por ti.

   —¿El Bloque Negro son... mujeres?

   Meryl balbuceaba, Grimn insistió con la pregunta mientras Sigmund observaba de brazos cruzados.

   —No puedes detenerlas, están en todos lados.

   Grimn se incorporó y con su ballesta acabó con la vida de la mujer, el asiento cayó hacia atrás impulsada por el cadáver. El verdugo estiró los brazos, confuso.

   —Estaba comenzando a hablar.

   —Estaba muriendo —replicó mientras guardaba la ballesta y se volvía a poner el yelmo—. Y ya me dio algo con lo que trabajar, voy a hacerlas salir de su escondite.


   Cressida subía las escaleras, cansadas de todas las vueltas que debía hacer desde las entrañas de Vulpes, para pasarse por el mercado. Desde que Meryl desapareció, ya no había quien se encargara del desayuno de las niñas; todas estaban preocupadas y la buscaban cada noche. Pero no podían hacer más, había desaparecido sin dejar rastro.

   Caminaba con una canasta de mimbre vacía hacia la plaza principal, donde Zervus la esperaba. Camila las había presentado antes de marchar y desde la desaparición de la ama de llaves, Cressida y Zervus se encontraban cada mañana en el mercado. Esa mañana, la anciana le entregaría unos bollos dulces que había preparado específicamente para las niñas de la escuela.
   Cressida llegó al mercadillo, vio a la anciana parada en una esquina. Pálida.

   —Que amanezca en paz, madame Zervus —le dijo mientras se acercaba lentamente con una sonrisa—. ¿Se encuentra bien?

   La anciana negó con la cabeza, la tomó de las manos y los panecillos cayeron al suelo, cubriéndose de nieve sucia. Suplicante le susurró:

   —Acabaremos todas muertas, por favor paren esta locura —dijo con los ojos desorbitados y las manos temblorosas.

   —Zervus, ¿Qué ha sucedido?

   —Por favor, no permitas que mis dos niñas sufran el mismo destino —trastabilló mientras se alejaba hacia al castillo, rezando por la seguridad de Kaira y Camila. Desapareciendo entre la multitud.

   —¿Zervus? ¡¿Zervus?! —gritó Cressida desesperada, confusa.

  Observó a su alrededor, todos susurraban asustados y señalaban las escaleras que subían hacia la plaza principal. Mientras intentaba avanzar por las escaleras, unas palabras se repetían entre los susurros del pueblo a su alrededor:

   "Bloque Negro" decían asustados.

   Cressida llegó hasta la plaza principal, el Palacio de los Zorros se elevaba a su lado. Pudo ver una fila de horcas a pie del castillo, contó diez en total. No podía ver quienes colgaban de ellas. Desesperada comenzó a empujar a la gente, hasta llegar hacia los cuerpos de las ejecutadas.

   Diez mujeres colgaban inertes, balanceándose con los rostros hinchados y los ojos vacíos de vida. Cressida reconoció a seis de estas, participantes de la Rebelión, entre estas: Meryl. Su cuerpo estaba en ruinas y tenía un agujero sangriento entre las dos cejas, le faltaban todas las uñas de la mano, algunos dedos quebrados y la boca hinchada y cortejada, le sangraba. Las otras cuatro eran mujeres al azar, que Cressida sabía a la perfección que no tenían absolutamente nada que ver con El Bloque Negro o la Rebelión.
   Con todas sus fuerzas, aguantó las lágrimas mientras sus piernas se debilitaban y ahogaba un sollozo en lo más profundo de su garganta. Sigmund Agares anunciaba a los gritos:

   —¡Traidoras a la corona! ¡Cada una de estas mujeres pertenecía al Bloque Negro, nido de brujas! —Mirando a cada uno de los expectantes a los ojos anunció—: ¡Encierren a sus esposas, no dejen salir a sus hijas si no quieren que caigan en las garras de los demonios!

   Cressida no pudo más, empujó a la multitud y desapareció entre las casas. En un solitario callejón se apoyó contra la pared y lloró desconsoladamente. Dejó salir todo, se enderezó y limpió sus lágrimas mientras se marchaba rápidamente de nuevo a la escuela.

   Esa mañana las cosas dieron una vuelta horrible en Vulpes. Muchas niñas dejaron de asistir a la escuela y las mujeres ya no lograban salir solas. Los Centinelas patrullaban cada calle y allanaban casas al azar. Tenían ojos puestos en todos lados y la gente denunciaba cualquier cosa sospechosa. La Rebelión se limitó a encerrarse en sus casas, muchas habían sido señaladas por sus vecinos por actitudes sospechosas y fueron ejecutadas automáticamente sin hacer preguntas. Cressida se arriesgó una noche y fue la única en Vulpes en asistir al Corazón. Entre lágrimas desesperadas contó lo sucedido al Bloque Negro y en un ataque de nervios se marchó, anunciando que no podrían volver a encontrarse, al menos por un tiempo. Tenían las manos atadas y no tenían otra opción que retroceder por el momento.

   La esperanza del Bloque Negro comenzó a dudar. Contaban con las madres que reclutarían en Vulpes, pero cómo harían para convencerlas si no podían salir de sus casas. ¿Cómo les contarían de los templos? ¿Cómo les mostrarían las pruebas? Si querían ganar, las necesitaban.


   En el Palacio de los Zorros, Sauro desparramado en su trono. El Consejo de las Comarcas y Vilkas estaban de pie frente a él.

   —Su Majestad, le ruego que me escuche —imploraba Vilkas, desesperado. En las últimas semanas había logrado que la confianza de Sauro en Grimn disminuyera, pero el Centinela había actuado sin permiso. Logró poner al Rey de nuevo de su lado, metiendo el miedo en su cuerpo, convenciéndole de que la corona se encontraba en peligro y él había actuado en nombre de ella—. No podemos retroceder así, ¡estas acciones nos regresaran a la edad de piedra!

   Sauro lo miraba con impaciencia y rabia. Vilkas no sabía que Grimn había estado susurrando sobre él, pero había logrado que el Rey dejara de confiar en el juicio de Vilkas.

   —Te equivocas, extranjero, el Centinela tiene sus razones —intervino Apis asustado—. El Bloque Negro ha logrado reclutar mujeres en Apis. ¡Han asesinado a uno de nuestros guardias y le han quitado los ojos!

   —Es claro que son todas seguidoras del Arte Oscuro —apoyó Mare Turtur con tranquilidad—. ¿Si no para qué querrían sus ojos?

   Vilkas los miraba desesperados, quería golpearlos. Por los pasillos comenzaron a oírse los gritos de una joven doncella, todos lo ignoraron, ya acostumbrados. Vilkas fingió ignorarlo, pero quería correr en su ayuda, fuera quien fuera.

   —Han atacado las minas de Suscitavi —dijo el consejero de esta comarca, negando con la cabeza preocupado—. Están enviando amenazas, debíamos responder y Grimn lo ha hecho de maravilla.

   Grimn apareció por un pasillo, tirando de la joven que Sauro le había intentado "prestar" a Vilkas hace unos cuantos días. Todos voltearon a ver horrorizados, el rostro de la joven golpeado y sangrante. Con rostro serio Grimn la arrastraba hacia el trono, donde la arrojó a pies de Sauro, quien sin cambiar su expresión observó a la doncella y luego al Centinela.

   —Se han infiltrado hasta en las mismas entrañas del castillo —dijo Grimn estirando en su mano el amuleto de piedra de la Luna, en una tira de cuero. Vilkas sabía que esa joven no era parte de la Rebelión, probablemente ese amuleto pertenecía a Meryl, pensó.

   —Envíala a la hoguera junto con las otras —soltó Sauro como si nada.

   La joven soltó un grito, imploró, juró su inocencia y gritó por piedad. Vilkas bajó la mirada, mientras un Centinela se la llevaba y ella gritaba.
   En la sala, la Guardia Real se removió incómoda.

   —Por todos los Santos —se quejó Grimn. Mientras enredaba el amuleto en su ballesta murmuró—: Las mujeres son tan emocionales.

   —Encárgate de arreglar esto, Grimn —ordenó Sauro.

   —Un placer —respondió este con una sonrisa.

   El Consejo se retiró a orden de Sauro. Grimn se marchó al cuartel. El Rey observó a Vilkas y le dijo:

   —Ya no necesito tus servicios. —El alma de Vilkas cayó a sus pies al oír esto.— Puedes continuar viviendo en el castillo, pero ya no tendrás autoridad ninguna. Grimn puede encargarse enteramente de la seguridad del reino a partir de ahora.

   Vilkas hincó una rodilla y mirando el suelo dijo:

   —Su Majestad, le ruego que lo considere. Grimn está creando un reino de miedo, asesinando inocentes y atentando contra la libertad.

   —Hará lo que sea necesario para proteger la corona, que te recuerdo que tu hijo heredará. —Sauro se puso de pie, mientras se marchaba le dijo—: Los espero a ambos en el Día de Serendipia, no olvides traer a tu mujer.

   Vilkas se quedó en esa posición, solo en el gran salón. En el suelo habían quedado manchas de sangre de la joven, con marcas de arrastre y desesperación.

   Vilkas pensó en su hijo, en sus tierras, amadas y lejanas y el peligro al que se estaban exponiendo. Necesitaban una vía de escape en caso de que todo saliera mal. El hombre se puso de pie y se dirigió a Marítima Regio, dispuesto a poner en marcha el oxidado plan que juntos habían ideado y dejado en el olvido... o eso creía él, su hijo había hecho una promesa y estaba dispuesta a cumplirla.

   Tendría que hablar con Sao, ella era la razón por la que luchaba por unas tierras que no eran suyas. Su sonrisa y el sonido de su voz era lo que lo impulsaba a poner su vida en riesgo cada día... pero había llegado a su límite, presentía que pronto Farkas estaría en peligro. No podía permitirlo por más amor que tuviera hacia Sao.

   Quizás, solo quizás, hubiera alguna forma de mantenerlos a ambos a salvo. Sin embargo, no lo veía posible si permanecían en Serendipia, y a Sao, no le iba a gustar su plan y el hecho de que todo este tiempo lo ocultó de ella. 


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Hola :) Sé que este capítulo puede parecer bastante largo, pero si lo dividía iban a quedar muy pequeños y con la publicidad que hay entre capitulo y capitulo se hace un poco denso...

Me complace decir que después de tanto terminé de escribir "Dueños de Nadie III" eso significa que el primer y segundo volumen de la saga irán sufriendo cambios a medida que me encargue de la edición. Pequeños, detalles y menciones.
Iré avisando de esos cambios por aquí <3

Agregados (Eras en la historia de Serendipia):

Primera Era: Paz e igualdad en las tribus.
Segunda Era: Aela y olvido forzado de las Diosas. Colonizadores.

Tercera Era: Avances de Serendipia y nueva vida.

Cuarta Era: Rebelión de Jolly y asesinato padres Sauro. Comienza  el Bloque Negro (al final de la Era)

Quinta Era: "Hogar de Pocos"

(Calculen que cada Era está formada por la vida y muerte de al menos tres generaciones)

Menciones Egot y Knglo:

Colonizadores y familia Agares fuertemente influenciados por Knglo.
⋅ Runas con el nombre de Egot en el templo abandonado de Makra.


Gracias por todo <3

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