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XXII. Guía de la libertad y Diosa de todas las bestias.

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   —Pero... ¿cabemos por ahí? —preguntó Meena, observando el pequeño hueco oscuro en la montaña que llevaba a una sombría cueva.

   Will, Lilith y Octubre la acompañaban. Era casi mediodía, estaban sucios, cansados, sudados y morían de hambre. Se habían despertado antes del alba, pasándose la mañana entera escalando entre los cultivos verticales en la segunda cordillera montañosa de Suscitavi.
   Si los cálculos y las exploraciones de Sebastián y Nico no fallaban, en alguna parte de esa cueva se encontraba un hueco que los guiaría al templo de Makra.

   —No —dijo Will con tono cansado mientras buscaba sin mucho éxito, algún otro camino posible en su mapa.

   —¿No podemos trepar la montaña? —preguntó Octubre mientras se acercaba a la pared. Intentó trepar, pero la piedra estaba demasiado lisa y el equipamiento de escala que llevaban era inútil en ese lugar. Casi como si fuera a propósito.

   Lilith se alejó tranquilamente hacia las minas mientras ellos continuaban buscando una solución. Inútilmente intentaron agrandar la entrada de la cueva con las herramientas para escalar. La lucha continuó por unos pocos minutos hasta que Lilith regresó con un pesado pico, limpiándole la punta. Se lo extendió a Will y le dijo:

   —Intenta con esto.

   —¿De dónde lo has sacado? —preguntó Will mientras se preparaba para golpear la piedra. El fuerte sonido que esto generó no tardó en llenar el silencio de la montaña.

   —Me los prestaron —mintió Lilith con una sonrisa.

   Pocos minutos le tomó a Will agrandar lo suficiente el agujero, apartó las piedras sueltas y continuaron su camino. Perdieron la cuenta de cuanto caminaron, hasta que se encontraron con el final de la pared. No había nada, vacío.

   —¿Estás seguro de que no hay otro camino? —se quejó Meena mientras se acercaba a Will y ambos observaban el mapa.

    Lilith y Octubre recorrieron las paredes con sus manos. Lilith sintió con la punta de sus dedos la tierra que se desprendía en la pared de la cueva, sacó a Aela de su funda y quitó la pequeña piedra floja. Cayó al suelo y un pequeño rayo de luz iluminó sus ojos. En ese momento Octubre comenzó a golpear con el pico otra de las paredes. Todo comenzó a temblar de un momento a otro, pequeñas piedras de tierra caían sobre sus cabezas. La cueva entera parecía a punto de desmoronarse.

   En cuestión de segundos la pared donde Lilith se encontraba se debilitó, así como el suelo donde ella se paraba. Sus pies perdieron estabilidad y un rayo de luz bañó su cuerpo. Dejó escapar un grito e intentó agarrar la mano que Octubre le extendía desesperado. Sin embargó, su cuerpo chocó contra la piedra que se desprendía, rápidamente perdió al grupo de vista.
   Cayó rodando por una colina, iluminada por el sol, cubriendo su cabeza con sus manos. Las piedras y su cuerpo se detuvieron, chocando con el tronco de un árbol acacia enorme. Su mejilla sangraba y su ropa se había roto.

   Segundos después el estruendo se calmó, ella permaneció en el suelo inmóvil.

   —¡Lilith! —gritaba desesperado Will dentro de la cueva, aún en altura, intentando verla. Estaba demasiado lejos y la luz lo cegaba. Su voz dolía por el esfuerzo—. ¡Lilith!

   Meena y Octubre preparaban rápidamente el equipamiento para bajar de manera segura. El corazón de todos iba a mil y la preocupación lloraba en su mente.

   Lilith despertó con un jadeo y se incorporó, a la sombra de una acacia entre pequeñas piedras. Su cuerpo estaba rasguñado y probablemente le saldrían moretones, pero como Lilith se encargó de comprobar enseguida: no tenía heridas graves. Sin duda había tenido suerte, aunque le dolía todo.
   Oyó los gritos y se puso de pie, observando la pared de la montaña y la cueva de la que había caído. Unos diez metros de altura la separaban del grupo, no era capaz de verlos.

   —¡Will! —gritó, el eco se burló de ella repitiendo sus palabras. Los gritos de sus compañeros cesaron, atentos escuchaban—. ¡Bajen con cuidado, prometo que estoy bien!

   Gritó con todas sus fuerzas, rogando que la escucharan. No quería que se lastimaran por su culpa. Su voz retumbó y observó el panorama.
   Se encontraba en un hueco entre las enormes montañas, como muros impenetrables, en un pastizal amarillento que llegaba hasta sus caderas. Un bosque de acacias, inclinados dramáticamente apuntaban hacia a unas ruinas debajo de un derrumbe aparentemente antiguo, sin embargo, no parecía accidental.

   A la izquierda de Lilith un esqueleto enorme de un mamut. Una de las bestias más magníficas, masacradas junto a la libertad de las mujeres. Lilith caminó hasta este, impresionada por el tamaño y el dolor que solo ver sus huesos le ocasiona. Acarició sus colmillos con el rostro afligido. Olió humo, pero no había nada.

   —¡Quédate donde estás! —gritó el eco de Meena a la lejanía—. ¡Vamos a por ti!

   Pero Lilith no la oía, respiraba con fuerza mientras sostenía su corazón el cual tiraba con fuerza hacia el templo. Allí estaba, después de tantos años. Comenzó a correr, mientras el viento se agitaba con fuerza y el silencio era sepulcral, pasó por encima de antiguos restos de dinamita y por el hueco de una pared ingresó.
   El templo por dentro estaba cubierto de polvo, el cual se dejaba ver entre los rayos de luz que ingresaban entres los enormes rectángulos donde Lilith asumió que en una época remota había cristales. El espacio estaba repleto de enormes columnas talladas, destruidas. El suelo de mármol y hermosos detalles por doquier. A pesar de su destrucción, la calidez del lugar aún se podía apreciar, estelas de lo que alguna vez fue.

   Con paso lento y pausado avanzó por las ruinas con los ojos muy abiertos. Una familia de murciélagos salió de su escondite y se alejaron volando. Lilith se tensó, pero sonrió al ver a los animales volar sobre su cabeza. Frunció el ceño confusa al ver runas en el suelo con el nombre de las Diosas Olvidadas y Egot, como si en un pasado hubiesen reinado el destino juntos.
   La construcción había soportado el peso de las rocas sobre su tejado, pero había quedado enterrado debajo de estas, por lo cual el final del templo estaba sumido en oscuridad. 

   Una sensación extraña e irreal de déjà vu invadió a Lilith mientras observaba la belleza de sus paredes y la elegancia de cada detalle. Al final del templo se encontró con una estatua de piedra blanca. Makra, la Diosa de todas las bestias, captó su atención y robó su corazón. Poco a poco, sus ojos comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad, mientras avanzaba hacia la Diosa.

   De pie extendía los brazos hacia adelante, ofreciéndote su mano, ya que la otra había sido destruida salvajemente. Con una túnica de mangas amplias y una capucha que cubría sus ojos, pero no su amable sonrisa. Sobre su pecho descansaba un amuleto de una estrella de siete puntas. El estado de la estatua era deplorable, pero aún podía captarse su mayor esencia y como los escultores convirtieron la piedra en suave piel y en tela aparentemente húmeda, ya que caía pesada y se pegaba a su cuerpo.
   Lilith no se atrevió a tocarla, recordando su visión aquella noche en La Piedra Blanca de Los Dioses, cuando vio a Rekjo. Con admiración la observó, sintiendo como sus sueños comenzaban a volverse realidad. En ese momento, notó el gran salón circular a espaldas de Makra, lo que parecía una antigua guarida donde alguna bestia solía descansar. Las piedras crujieron en sus pies, mientras observaba el hueco vacío.

   El viento pareció cantar y se infiltró dentro del templo. El sonido de unas cadenas captó su atención, levantó la mirada temerosa y observó lo que colgaba detrás de Makra, entre espinas y cadenas.
   Un enorme esqueleto colgaba y se balanceaba. Lilith reconoció la bestia enseguida, aquella serpiente de enormes alas, dientes afilados, garras letales y aliento de fuego.

   —No —balbuceó mientras las lágrimas caían por sus mejillas, se cubrió la boca con la mano y comenzó a sollozar.

   Era la primera vez que veía fuera de los dibujos prohibidos aquellas magníficas bestias, el hermoso Cóatl, descendientes de los antiguos dragones... y lo veía encadenado y condenado a morir de hambre.
   Su esqueleto era espeluznante y aún podías observar el cartílago de sus alas y el filo de sus dientes. Colgaba de manera triste, con la cabeza gacha, rendido. Su tamaño era intimidante, como las ballenas azules que solían seguir al Olympe de Gouges.

   Lilith cayó de rodillas frente a Makra, sin quitarle la vista de encima al esqueleto. Agachó la cabeza y cerró los ojos con fuerza, como si así pudiera borrar lo sucedido. Estiró su mano, con la cicatriz de la noche que conoció a Meena y la posó sobre la fría mano de Makra.
   Automáticamente sintió el calor del Sol en su espalda y el barullo la asustó. Se sobresaltó y se puso de pie, refugiándose entre los brazos de Makra, ahora sanos, mientras desenfundaba a Aela.

   El templo estaba en perfecto estado, no había rocas atravesando paredes ni polvos cubriendo superficies. Los huecos en las paredes tenían sus respectivos ventanales de colores, alfombras, cortinas y almohadas por doquier, así como cestas de frutas. Familias enteras de sonrientes mujeres y niños que correteaban, había algunos padres también. Lilith observó sus túnicas, reconociendo la vestimenta de la Segunda Era. La perfección del templo y la estatua de Makra, en perfecto estado. Automáticamente lo supo, se dio la vuelta y se asomó: en la guarida de la bestia ya no había un esqueleto, si no que el Cóatl descansaba pacífico, enroscado en su propio cuerpo de brillantes escamas blancas en el suelo de piedra.

   Lilith lo miró con cautela, temerosa ante su tamaño. Sin embargo, su corazón parecía bajar la guardia y sentirse realmente seguro cuando observaba al Cóatl. La bestia agitó su cabeza, molesto con las moscas. Observó a Lilith con ojos negros mientras se enroscaba en sus alas, ella soltó una carcajada. El bello momento no duró más que un minuto.

   Unas pesadas cadenas con espinas de hierro cayeron desde el tejado sobre el cuerpo del animal. Lilith levantó la vista y los vio, guerreros sedientos de sangre listos para hacer historia.
   La bestia comenzó a chillar y retorcerse, intentó zafarse, pero comenzaron a clavarle lanzas y las cadenas eran demasiado pesadas. Era claro que habían sido diseñadas específicamente para detener su fuerza.

   —¡No! —gritó Lilith, se dio la vuelta y comenzó a correr hacia la salida mientras guiaba a la asustada multitud—: ¡Todos fuera! ¡huyan!

   Las puertas se abrieron y un ejército entero comenzó a asesinar a las familias sin piedad, secuestrando a unas pocas mujeres. Se llevaron a los niños. En sus ropas y escudos, runas con el nombre de Knglo. Los ojos de Lilith se abrieron enormemente y comenzó a gritar, desesperada ante la masacre y la incapacidad de ayudarles. Se oyó una explosión.

   La joven se lanzó a la pelea, pero pronto su camino fue cortado por el derrumbe. Un hombre enorme, de ojos azules, cabello rubio y piel blanca, se acercó a ella sosteniendo un martillo enorme. Por primera vez en su vida Lilith temió ante un adversario. La masacre de los niños y sus padres a su alrededor, junto con los chillidos de la bestia se metieron directo en sus nervios. También la certeza de que no había nada que hacer, habían perdido, no podía cambiar la historia ni salvar a nadie. Ya había pasado mucho tiempo desde esos sucesos.

   Lilith retrocedió tropezando, sosteniendo a Aela con fuerza, otra vez olió humo. Se ocultó detrás de la estatua de Makra, la guía de la libertad, mientras sentía los golpes de la masa en esta. Uno de sus brazos cayó mientras la piedra saltaba. Lilith lloraba desesperada mientras observaba ante sus ojos a la bestia débil, sangrante, mientras lentamente su cuerpo ascendía; cadenas lo colgaban del tejado. Sus alas estaban desgarradas y colgaban sin energía. La miró directo a los ojos, suplicante.

   —¡Lilith! —gritaba Wilhelm, mientras la agitaba desde los hombros.

   Lilith despertó de su ensueño, escondida detrás de la estatua. Todo estaba en calma, devuelta en el presente. Pestañeó repetidamente y miró desesperada a sus lados, luego a las espaldas de Will donde el esqueleto colgaba. Will la tomó del rostro y la obligó a mirarlo solo a él.

   —Aquí estoy... —dijo él, acariciándole los brazos donde los bellos se habían erizado. Ella comenzó a sollozar a los gritos, temblando. Él la tomó entre sus brazos y con fuerza la sostuvo.

   De pie en la pasarela de la entrada, Meena giraba sobre su eje observando los miles de esqueletos humanos acumulados en las esquinas. Los cuales habían pasado desapercibidos por Lilith. Boca abierta se arrodilló frente a ellos, cerró los ojos y sintió. Dejó que la pena la inundara y rezó por el descanso de los inocentes.
   Octubre se arrodilló a su lado, observando el templo susurró:

   —Lo encontramos...

...

   El día continuó con el susurro del genocidio en sus hombros. Kaira, Farkas, Camila y Yong visitaban las escuelas y Freyja a los aprendices de medicina. Al caer la tarde, los hombres se marcharon al castillo, Will se les sumó. Las mujeres, guiadas por Nico, se encontraron en la puerta de la cueva con Meena y Octubre. Al ver a la Princesa, Meena corrió hacia ella y la abrazó, soltó un suspiro de alivio.
    El grupo avanzó y descendió con cuidado, con ayuda de las integrantes de la resistencia. Tan solo ver el templo de afuera, quedaron completamente atónicas. Ingresaron tomándose de las manos unas a otras, mientras en susurros rezaban. Ninguna podía creer lo que sus ojos veían.

   En la Noche de Venus en Suscitavi, muchas vendas cayeron. Mientras el Bloque Negro les preguntaba por sus hijas, todas juraron por Makra ir a Vulpes en Luna llena, en busca de justicia.

   La alegría del festejo quedó en Apis, esa noche en el templo fue un momento conmemorativo. Todas se marcharon temprano a casa, sin ni siquiera haber comido: dejaron las flores de sus cabellos a los pies de Makra, encendieron sus velas a los pies de las montañas de huesos y al salir encendieron sus linternas de papel, dedicadas a quienes ya no están. Se marcharon a sus hogares, con el corazón en la mano y la promesa de reencontrarse de nuevo en Vulpes. Nico las acompañó y ultimó los detalles de La Liberación en el camino.

   Octubre tomó la máquina fotográfica y se encargó de captar el templo a la perfección. Tener una de esas máquinas era un lujo, Kaira la había conseguido para ellas, ya que realmente en Serendipia se usaba solo en ocasiones especiales.

   Sentadas frente a Makra: Camila, Lilith, Meena y Kaira. Observaban la escena, en completo silencio. Freyja apareció a su lado poco tiempo después, sin decir nada se sentó junto a Lilith y le tomó la mano.

• ──────  ────── •

   El galeón de Mare Turtur los esperaba, con sus miles de tortugas marinas y palmeras talladas en madera. Comenzaba a amanecer, el pueblo de Suscitavi y Macabeo les despedían en el puerto.
   Pasaron y dejaron su duelo en el templo. Esa mañana, mientras se alejaban de Suscitavi, se apoyaron unos a otros y poco a poco dejaron que la alegría que los habían inundado días atrás regresara. Se prepararon para la última parada y un viaje un poco más largo que los anteriores. Tenían que rodear Vulpes, tendrían que pasar por Verum.

   Días después una imagen inundó el periódico de Serendipia: un supuestamente buen hombre, dueño de unas minas en Serendipia, había sido mortalmente asesinado. Golpeando su cabeza repetidamente con un pico, el cual no habían podido encontrar. El periódico contó la bondad del hombre y la pena que había dejado su partida, luego de enumerar las desgracias que el Bloque Negro traía a sus vidas y como Sauro y los Centinelas trabajan sin descanso para acabar con ellos.
   Lilith sabía que lo que se decía de ese hombre era mentira. Si, trataba a sus trabajadores con respeto y cariño, pero en sus minas también ocultaba niñas que vendían en la oscuridad del puerto y exportaban hacia Vulpes. Freyja se pasó poco tiempo después del asesinato, curó a las niñas y se las llevó devuelta a sus hogares. La mayoría fueron recibidas entre lágrimas de felicidad... las que no, Freyja se aseguró de darles una buena lección a sus padres que las habían vendido.

   El galeón avanzaba lentamente. Se habían alejado más de lo necesario de la costa, ni siquiera podían ver Verum en el horizonte. Ya estaban a medio camino. Lilith asumió que este error de navegación había sido para que Kaira no viera Vulpes, algo que la angustiaba demasiado. Lilith no le dio muchas vueltas al asunto, solo les agregaría un par de horas más de viaje.

   Lilith y Freyja comían ciruelas en lo alto del mirador, mientras reían a carcajadas y se molestaban de manera dulce. Tiempo después se encerraron en un almacén, leyeron "Petricor Eterno" hasta quedarse dormidas en el suelo.
   Para sorpresa de todos, Meena y Kaira (tomadas de la mano) le hacían compañía a Farkas en el timón de rueda. De lejos hasta parecían llevarse bien. Kaira intentaba disimular su deseo de que el amor de su vida y su esposo se llevaran bien.

   Victoriano estaba encerrado en su camarote, con la puerta trabada. Asomado por la ventana, vertía en el mar todo el alcohol que había encontrado en el barco. Las cosas iban a cambiar, su sobrina y él se merecían ser felices. Ambos mejoraban poco a poco, pero no podían permitirse probar siquiera una gota porque automáticamente perdían el control.
   Un mes desde su partida de Vulpes, donde ambos habían prometido para sus adentros mejorar. Con pequeños pasos lo iban logrando.

   En la cocina: Camila, Will y Emiko, Ingrid y Valeria cocinaban un gran banquete, mientras compartían recetas y tips de cocina.

   Al atardecer una campana comenzó a sonar con insistencia en la borda, a manos de la marinera Ana María. Todos se voltearon hacia esa dirección con una sonrisa, mientras el galeón se detenía. Lilith subió las escaleras preocupada y confusa, tomada de la mano de Freyja.

   Se encontró con Kaira abajo, se acercó a ella y le tomó la mano mientras le susurraba:

   —¿Qué sucede?

   Kaira no respondió. Con una sonrisa soltó su mano y caminó hacia atrás, hasta que su espalda tocó la barandilla. La madera negra del Olympe de Gouges apareció detrás de ella, rodeando el galeón de Mare Turtur.

   Freyja le soltó la mano rápidamente y se metió en su camarote.

   El barco pirata aún no se había detenido, pero Sao ya había saltado a la cubierta, de la mano de Kaira descendió. Caminó hacia la sorprendida Lilith y la tomó entre sus brazos, la abrazó con fuerza, oliendo su cabello y la suavidad de su piel.

   —Mi pequeño Sol... —le dijo cargada de emoción, igual de sorprendida que Lilith.

   —Mamá —susurró Lilith sin querer, mientras la rodeaba con los brazos. 


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