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XXI. Suscitavi, otoño eterno.

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    La hora dorada se aproximaba, a la misma velocidad que el galeón de Suscitavi (que había recogido al grupo) se aproximaba con los emocionados viajeros. No sufrieron muchos sobresaltos en la travesía, solo una pequeña tormenta que Farkas controló con tranquilidad... Camila y Kaira casi sufren un infarto. Meena se encerró en un camarote, reprimiendo recuerdos.
Fuera del pequeño susto, todos disfrutaron su estadía en el barco. No muy distinto al resto de los galeones reales. Este tenía hermosos alces tallados por toda la madera, y unas enormes astas al frente. La tripulación del barco llevaba en sus ropas el escudo bordado de Suscitavi: un alce de impresionantes astas que se volvían montañas.
   Lentamente el galeón se integró entre dos cordilleras de enormes montañas rojizas que por poca distancia no llegaban a tocarse. La dirección se mantuvo hasta llegar al final de las cordilleras, donde la sabana se extendía y el gran puerto los esperaba repleto de emocionados pueblerinos. El fuerte viento que caracterizaba dichas tierras no tardó en aparecer.

   A pesar de ser una tierra de sabanas y cálido sol, siempre podías sentir el frío en tu piel. Esto era a causa de unos fuertes vientos constantes que provenían desde el helado Vulpes, manteniendo a Suscitavi en lo que los ciudadanos llamaban: un otoño eterno.

   El barco disminuyó su velocidad. El desfile de bienvenida no fue muy diferente al de Apis, todos estaban igual de emocionados y encantados. Pero la tripulación estaba más relajada y con esperanza en sus rostros.
   La arquitectura de la comarca se caracterizaba por sus pequeñas casas de barro de colores suaves y sus tablones de madera que protegían a los ciudadanos que paseaban por las calles de los fuertes vientos.

   Lilith rió extrañada mientras caminaban por el bello pueblo. Al ver de lejos la tierra de Suscitavi se esperaba encontrar un clima caluroso y sofocante como el de Verum. Nada más lejos que la realidad, se pusieron sus abrigos y avanzaron entre la gente. Siguiendo el automóvil real donde la joven pareja, Victoriano y su hermano Macabeo avanzaban hacia la Fortaleza del Alce Dormido, en un automóvil más grande de lo normal ya que necesitaba espacio para la silla de ruedas de Macabeo.
   Avanzaron por las calles serpenteantes, entre enormes acacias, senegalés y arbustos por campo abierto, dejando el poblado detrás. El mercadillo los guió hasta la costa opuesta, donde la plaza principal era encabezada por un enorme árbol de baobab. Se oían flautas dulces en cada esquina.

    La Princesa y Camila observaron encantadas los animales que veían en campo abierto, detrás del mercadillo: elefantes, cebras, bisontes y cientos de enormes alces caminando en manada. En ciertas zonas los pastizales llegaban a casi dos metros, donde Farkas supuso que se ocultaban los depredadores.
   Llegaron al castillo, lleno de puntiagudas torres y redondas cúpulas con representaciones de los Dioses pintados en estas. Era de color marrón claro, hecha de barro y cristales de colores chillantes. Unas enormes puertas de madera los esperaban, junto con las doncellas con sus largos cabellos salvajes de colores y piernas largas. Los guardias estaban a su lado, con hienas entrenadas.

   La noche llegó, el festejo no cesó. El Día de Serendipia se celebró esa misma noche. El séquito de Kaira y Farkas correteaba estresado ante la falta de tiempo para preparar a la pareja real. Camila las guiaba, manteniendo la serenidad, incluso riendo con Kaira y Farkas.

   Kaira fue vestida con una túnica con mangas amplias, de terciopelo. Su cabello en una hermosa trenza con lana marrón enroscada entre sus cabellos. Farkas llevaba un traje similar, pero con pantalones holgados y una capa. Ambos llevaban coronas de hojas anaranjadas y representaciones en madera de cuernos de alce sobre sus cabezas.
   Subieron a las carrozas, y volvieron a hacer el mismo recorrido que en Apis. Al llegar otra vez al puerto junto al pueblo, las casas en las montañas se hicieron visibles, gracias a la iluminación que salía de estas.

   Emocionada, Kaira se puso de pie cuando estaban pasando por el puerto, buscando a Meena. No tardó en encontrarla apoyada contra la pared de una casa, con una sonrisa, mirándola directo a los ojos. Lilith jugaba con una niña, mientras Wilhelm y Octubre hablaban con la gente.
   Kaira se quitó la corona de hojas y se la arrojó a Meena, sorprendida ésta la atajó y sonrió emocionada ante el gesto. El movimiento casi tira a la Princesa de la carroza, Farkas se apresuró y la sostuvo con fuerza.

   Kaira se dio la vuelta y sonriente le gritó:

   —¡La tiene! ¡La tiene! —rio mientras se volteaba otra vez hacia Meena, quien se había colocado la corona y la saludaba con la mano.

   Farkas y Victoriano se observaron con una alegre confusión ante el comportamiento de Kaira, mientras Macabeo y su joven esposa saludaban a la multitud distraídos.
   La carroza continuó su camino, Meena la observó marchar y se dirigió al pueblo en las montañas, junto al resto del equipo.

   Con gran esfuerzo subían por las escaleras de tierra, agarrándose de las barandillas de madera con firmeza; subían sin descanso. La mayor parte del territorio habitado de Suscitavi estaba cubierto de enormes montañas, con pasadizos y cuevas. El Bloque Negro creía que en esa zona podrían encontrar el antiguo templo de Makra.
   Las calles estaban desiertas, todos se encontraban debajo, siguiendo la carroza devuelta a la plaza principal.

   Wilhelm guiaba al equipo, leyendo un pequeño papel con la dirección y un mapa de las Aldeas en las Montañas. A menudo las calles angostas ingresaban en cuevas o eran cortadas por peligrosos precipicios. El viento allí arriba empeoraba y el puerto abajo apenas podía verse debido a la distancia.

   Wilhelm y el equipo continuó caminando, subiendo en espiral, hasta que Octubre se frenó.

   —¡Will! —gritó. Todos se dieron vuelta—. Creo que aquí es...

   Trotaron a su lado y observaron: en la pared anaranjada de la montaña una puerta redonda de madera. Una humilde placa de piedra blanca sobre esta rezaba: "Escuela para Niñas del Hogar de Suscitavi".

   Los cuatro amontonados observaron la escondida puerta y la decadencia que las niñas tenían en sus pobres escuelas.

   —¿Alguno conoce a este muchacho? —susurró, Meena. Con una de sus manos sostenía la corona de hojas que amenazaba con salir volando debido al viento.

   —Si, es una antigua pareja de Cressida —afirmó Octubre, también susurrando—. Se mudó a Vulpes para estar más cerca, pero la relación no duró mucho. Volvió a Suscitavi con su familia hace unos cuantos años.

   —Le recuerdo... —susurró Lilith, asomándose por arriba del hombro de Will. Este lo notó y se apartó para que ella pudiera ver—. También se fue porque no soportaba a Jacoba.

   A Meena se le escapó una carcajada.

   —¿Por qué susurran? —preguntó Will mientras tocaba la puerta con insistencia, sin pensarlo mucho.

   La puerta se abrió. Una cálida luz iluminó la pequeña calle y el tejado de piedra que protegía esta, mientras el calor sofocante de la cueva los recibía. Una joven delgada, alta, de ojos pequeños y piel negra los recibió con una sonrisa. Llevaba un vestido verde con dibujos dorados que la hacía parecer la misma Diosa de la belleza, y su cabello en gruesos trenzados que casi llegaban al suelo.

   —Justo a tiempo —dijo Nico, con una sonrisa enorme y tan blanca como la Luna—. Acabamos de poner el agua... pasen, me alegro de verlos.

   Atropelladamente ingresaron los cuatro por la pequeña puerta y quedaron sorprendidos ante la belleza del lugar. Una cueva redonda anaranjada se extendía ante sus ojos. Mesas ratonas con un fogón en el centro y almohadones a su alrededor predominaba la mayoría del espacio. Las paredes repletas de libros viejos y cocinas, hermosas fotografías artísticas de Serendipia y su gente. Parecía un antiguo hogar reciclado en un intento de escuela. El aire estaba un poco denso y la iluminación era escasa, pero la energía era ligera. Una sonrisa se dibujaba en tu rostro no más cruzar la puerta, el aroma a incienso y limón te recibía como un suave abrazo.
   Todo estaba muy bien cuidado, pintado con prolijidad y organizado en lugares bien pensados. Estantes, cajas, frascos reciclados y más, mantenían todo en su lugar. Se notaba que alguien cuidaba cada día de la Escuela, y ese alguien era sin duda un perfeccionista.

   Al final de la cueva la pared terminaba en serpenteantes picos producto del agua que corría por estos. Los picos sobresalían como si de una dentadura enorme se tratara. Dentro de la "dentadura", una bella puerta verde con la madera tallada en enormes rombos.
   Nico los guió hasta el centro de la habitación donde se sentaron en los cojines, se acomodaron frente a las mesitas ratonas donde había cestos con demasiados limones. La bella joven se alejó hacia la cocina donde en una tetera calentaba agua. Sobre la encimera, más y más montañas de limones.

   —¡Seba! —gritó, mientras quitaba el agua del fuego, justo antes de que hirviera.

   La puerta al final se abrió rápidamente, un joven de piel caramelo salió y cerró la puerta a sus espaldas. Un ladrido se infiltró desde la otra habitación, Lilith estiró el cuello intentando ver al canino responsable pero la puerta se cerró de un golpe por la brisa.
   Sebastián se acercó con una sonrisa y los saludó a todos estrechando sus manos con energía. Se presentó ante Meena y saludó emocionado al resto. El joven no era muy alto, en especial al lado de su pareja; tenía el cabello oscuro, ondulado y corto. Los dientes ligeramente torcidos y una sonrisa coqueta. Parecía iluminar la habitación con su actitud segura.

   Sebastián se acercó a Nico y le besó la mejilla. Juntos movieron una estantería, luego la alfombra debajo de esta y por último abrieron la trampilla oculta. Los papeles sobresalieron enseguida, apretados en tan pequeño espacio. Lentamente comenzaron a sacarlos.

   —¿Cómo consiguieron este lugar? —preguntó Meena.

   —Un viejo amigo de la familia —respondió Nico mientras se acercaba a ellos con una pila de papeles amarillentos. Se acomodó el vestido y se sentó al lado de Lilith—. Sebastián lo conoció en el puerto, fotografiando los barcos. Pronto comenzaron a desayunar juntos...

   —Café y medialunas de mantequilla —segundó Sebastián, mientras volvía a dejar el mueble en su lugar. Se acercó a ellos y se sentó junto a Nico, mientras le tomaba la mano.

   —Cuando necesitamos un espacio para las niñas y el reino no parecía emocionado en ayudarnos, él se ofreció a remodelar su hogar para las niñas —explicó, una sonriente Nico.

   Continuaron hablando y riendo por unos largos minutos, hasta terminar todos inclinados sobre un mapa de los pasadizos ocultos de las montañas de Suscitavi.

   —Aquí... —señaló Sebastián con un lápiz sobre el mapa—. Creemos que está la entrada al pasadizo que lleva al templo de Makra.

   Todos se inclinaron sobre el mapa, excepto Lilith. Tenía un fuerte dolor en el pecho, una sensación de que en aquel lugar moriría. Estaba abrumada y ni siquiera sabía por qué, eso no hacía más que empeorar su ansiedad. Se puso de pie y se alejó lentamente mientras el grupo continuaba hablando. Wilhelm levantó la mirada y entornó los ojos, en modo de interrogación.

   —Solo necesito aire —se excusó Lilith, alejándose.

   Will abrió la boca para decir algo mientras se preparaba para ponerse de pie, pero sintió la mirada de Meena sobre él, así que desistió.

   —Hazme saber si quieres compañía —le dijo Will con una sonrisa, Meena también sonrió a través de las hojas en su cabello, sus ojos verdes resaltaban.

   Lilith asintió y se dirigió a la puerta de salida, pero el ladrido volvió a sonar. Sin pensarlo mucho cambió su dirección hacia la puerta del fondo, se agachó ante los picos de la cueva y lentamente giró el picaporte.
   Se asomó y se encontró una habitación improvisada en un agujero en la montaña que daba al precipicio. Una hermosa barandilla de madera pintada de blanco te protegía de caer al vacío, donde podía verse el puerto debajo y la otra cordillera montañosa de Suscitavi en frente.

   El espacio era pequeño: una cama y una mesita de noche en una esquina, un enorme limonero que cubría las paredes, el tejado y extendía sus ramas hacia el vacío, cubriendo parte de la montaña por fuera. Entre las ramas del limonero, junto a la barandilla, una pequeña mesa de hierro y dos sillas. Las paredes también estaban cubiertas de estanterías, con herramientas, frascos con clavos, cajas y más. Todo etiquetado y colocado derecho.

   Lilith ingresó con los ojos brillantes. Se sobresaltó cuando un perro anciano, labrador, se le acercó agitando la cola. Tenía las orejas chuecas y sacaba la lengua de costado, esta tenía una mancha violeta. Su pelaje era todo negro a excepción de sus cejas, hocico, y sus patitas que eran blancas. Parecía que llevaba soquetes.
   Un anciano con cara de poca paciencia, cabello blanco y piel que mostraba años debajo del sol regañó al perro, el cual no le hizo caso. Llevaba unos pantalones marrones claros y una camisa blanca, sin arrugas.
   Se asomó desde detrás del limonero, con unas tijeras de podar en las manos y el rostro serio.

   —No es nada obediente —se disculpó con una voz dulce y rasposa—. ¡Dolca! —le regañó. El canino se acercó a él, sin perder la alegría. El hombre le dio unos fuertes golpes cariñosos sobre la cadera, al perro parecía encantarle, moviendo sus caderas de lado a lado.

   Lilith sonrió ante el baile del perro.

   —Es adorable... Lo siento, debería haber tocado.

   —Siéntate —le ordenó el hombre dulcemente, ella obedeció.

   En la mesa estaba la humeante tetera que Nico había calentado con mucho cuidado que no hirviera junto a un pequeño jarrito rojo de chapa desgastada con dos manijas, lleno de yerba mate, una bombilla de hierro con decorados hermosos salía de esta.
   El hombre se sentó mientras se quejaba de una plaga en su limonero repleto de enormes frutos mientras se limpiaba las manos con un trapo y vertía el agua en el pocillo rojo. Se lo extendió a Lilith, tímida lo tomó entre sus manos y se lo acercó a los labios.

   —Cuidado, está caliente —le dijo. Lilith lo probó y puso cara de disgusto. Volvió a intentarlo y sonrió mientras asentía, ante tan extraño y delicioso sabor—. ¿Cómo te llamas, jovencita?

   —Lilith —dijo esta entre pequeños sorbitos. Dolca volvió a acercarse a ella moviendo la cola, llorando mientras rogaba caricias. Esta rió y comenzó a acariciarle detrás de las orejas. El hombre miró al canino mientras resoplaba y negaba con la cabeza.

   —Sé quién eres, Sebastián me quemó la cabeza contándome todo del Bloque Negro —dijo el hombre mientras recibía el pocillo y vertía agua para él—. ¿Puedo verla?

   Lilith lo miró confundida.

   —La daga... por tus ojos supongo que tú eres el supuesto Ángel que inspiró aquellos rumores en Vulpes. —Las mejillas de Lilith ardieron y le extendió a Aela, el hombre se puso unos lentes y levantando las cejas la observó con desaprobación.

   —¿Qué rumores?

   —Ya sabes, los mismos rumores clandestinos que nos dieron la poca información que tenemos de las Diosas Olvidadas —respondió el anciano elevando la voz como hacía a cada rato sin sentido, mientras tomaba otra vez su trapo y con dedicación limpiaba la daga—. Las leyendas, aquellas historias que el pueblo susurra a espaldas de los Centinelas.

   Lilith no dijo nada. Recordó a la joven que no había podido salvar y le había llamado Ángel. Tomó la tetera y el pocillo y se encargó ella de cebar para ambos mientras el hombre dejaba impecable a Aela. Él se puso de pie, tomó una piedra de afilar y volvió a sentarse. Continuó con su tarea.

   —Los susurros son fuertes, llegaron hasta aquí. Debes tener cuidado —la regañó, ella asintió mientras observaba como Dolca se acostaba en el suelo y usaba sus botas de almohada—. Hablan de una joven, de cabello de fuego y piel de tierra, con los ojos de las Diosas; salta por los tejados en las noches y salva a las mujeres y a las niñas de sus agresores sólo con una daga que desafía el tiempo... también dijeron que eres el único temor de los Centinelas, si es que son capaces de tal sentimiento.

   —Pero... ¿Por qué a mí? —tartamudeó ella, frunciendo las cejas y sintiéndose mal por llevarse el crédito del trabajo de Meena y las otras que se hospedaban en Vulpes.

   —¿No has salvado a nadie en Vulpes? —le preguntó él, retóricamente.

   —Si, pero... —respondió ella mientras él asentía, demostrando su punto—. Pero es que mayormente no soy yo, generalmente estoy en el Olympe de Gouges con Sao. —El estómago le dio un vuelco al pronunciar su nombre.

   —No puedes elegir lo que la gente decide recordar —soltó él, se mantuvieron en silencio. Él se puso de pie, volvió a dejar la piedra de afilar en su lugar y tomó una pequeña caja de herramientas. La puso sobre la mesa y comenzó a ajustar el reloj de Aela—. ¿Cómo está Jolly?

   —¿La conoces? —dijo ella con una sonrisa.

   —Claro, niña. Serendipia solía estar mucho menos poblada en mis tiempos... una lástima lo que le sucedió a la Resistencia.

   —Si, pero es que repitieron la historia, se apresuraron y mataron al enemigo antes de tener al pueblo de su lado... terminaron por odiarse entre ellos —dijo Lilith, negando lentamente con la cabeza. El hombre le hacía sentir de nuevo en casa, como si se conocieran de toda la vida. Tenía una manera de hablar atrapante y un aire paternal como de la vieja escuela.

   —Así es como debieron ser las cosas para acercarse a la victoria —dijo él mirándola por unos segundos. Tomó el pocillo, sorbió el líquido y se lo devolvió. Regresó a su tarea.

   —Pero, si perdieron...

   —¿Lo crees así?

   —No lo creo, es así.

   —Quizás no era el momento indicado, pero todo lo que sucedió nos llevó hoy aquí. En una escuela para niñas y apunto de encontrar los templos perdidos de las Diosas Olvidadas.

   Lilith se quedó en silencio, vertía agua lentamente. Finalmente exclamó:

   —Lo siento, no-

   —¿Cómo comenzó la rebelión de las doncellas?

   —Conocieron la historia de las Diosas Olvidadas y...

   —No —interrumpió él—. ¿Cuál fue el primer paso?

   Lilith buscó la respuesta en sus suaves ojos marrones de anciano que la miraban fijamente, insegura respondió:

   —Kaira le dio un libro a Camila.

   —¿No crees que hay una relación directa desde esa pequeña acción hasta el día de hoy? —Ella no respondió, pero sonrió mientras una mariposa azul revoloteaba entre ambos. Le agradaba ese hombre. Él continuó, con su tono alto mientras asentía con la cabeza—: Me imagino que tú le diste el libro a la Princesa...

   Ella asintió emocionada, sus ojos desaparecieron cuando sonrió. Él hombre le devolvió la sonrisa por un segundo, volvió a su tarea mientras Aela resonaba insistente.

   —Tienes que tener cuidado, aunque estoy seguro de que te lo dicen mucho —le reprendió el hombre—. Los Tejedores son vanidosos, y la pena es un sentimiento muy fuerte que les puedes ofrecer... mucho más fuerte que la lealtad y la devoción.

   Lilith se recostó en la silla, alejándose, pensando en lo que Freyja le había dicho.

   —La historia parece repetirse, tienes razón en eso —explicó él, observando a la daga, asegurándose de que estuviera lista—. Al contrario de cómo les gusta contar en las historias: no existe un elegido que salve el día. Pero hay muchos destinados a intentarlo, suelen estar conectados entre sí, incluso sin saberlo.

   »Nadie lo ha logrado aún y la historia continuará repitiéndose hasta que alguien logre contentar a las Diosas. Por más que ellas necesiten de ustedes, su ego es muy grande y no les darán lo que quieren así como así.

   »Aela, la Resistencia y muchos más perdieron todo. Pero su error fue rendirse, fallaron la prueba que las Diosas les tendieron.

   —¿Estás diciendo que para ganar...? ¿Tenemos que perder?

   Él asintió con la cabeza y le extendió a Aela. Ella la tomó entre sus manos y la observó, más bella que nunca y la manecilla de los segundos volvía a girar después de tres años. El tic-tac se había vuelto más armonioso aún, como una sinfonía de mil promesas que traía el tiempo.

   —Muchos de ustedes perderán cosas muy preciadas camino a La Liberación. Si la pena les consume jamás lo lograrán, tienen que usar la fuerza que el dolor les ofrece. Es la única manera...

   —Así que estamos destinadas a perder —dijo Lilith, ligeramente molesta ante lo que oía.

   —No destinadas... pero deberán renunciar a mucho si quieren ser libres al fin.

   —No me gusta eso —soltó ella como una niña pequeña.

   Él levantó la mirada y respondió:

   —A los Tejedores, sí.

...

   La manecilla mediana de los relojes dio una vuelta entera. Ambos reían a carcajadas de una vieja anécdota del gentil hombre. Las lágrimas de felicidad caían por el rostro de Lilith, mientras el perro agitaba la cola mirándolos a ambos.

   Will tocó la puerta, y desde el otro lado le avisó a Lilith que debían irse.
   Suavemente las risas se apagaron y ambos se pusieron de pie.

   Ella le sonrió, apenada de irse. El hombre le extendió la mano para despedirse, pero ella se arrojó sobre él y lo abrazó. Él se dejó hacer y le dio unas palmaditas en la espalda, cuando se apartaron él sacó de su bolsillo unas cuantas monedas de oro y se las colocó en las manos.

   —No te lo gastes todo de una —le advirtió. Ella asintió riendo.

   Lilith se arrodilló, Dolca se acercó a ella y le lamió la cara. La joven lo abrazó y se despidió. "Pórtate bien" le susurró.
   Se encaminó a la salida, se detuvo en la puerta a observar la escena. Él hombre y el can iluminados por el suave calor del farol mientras enormes limones colgaban sobre sus cabezas. Ambos parecían ángeles.

   —No me has dicho tu nombre... —dijo Lilith, con la mano en el picaporte. Sin deseos de marcharse.

   —Que descuido de mi parte... Horacio es mi nombre, jovencita. Ahora vete, tus amigos te esperan.

   —Gracias Horacio, adiós Dolca —dijo ella emocionada, mientras se marchaba.

   Se reunió con el resto y les dio un fuerte abrazo a Nico y Sebastián. Se volverían a ver en el Día de Serendipia en Vulpes, pero todos sabían que no sería momento de reencuentros y risas. El grupo de cuatro se marchó, comenzaron a bajar por las serpenteantes escaleras demasiado empinadas.

   —No creo que lleguemos a tiempo... —dijo Octubre observando su reloj—. Pronto la cena acabará y solo quedaran los hombres en la festividad.

   —No si tomamos un atajo —dijo divertida Meena, observando los tejados de las casas incrustadas en la montaña.

   —Si alguno de ustedes vuelve con, aunque sea un rasguño, Sao me hará caminar por el tablón —rió Will, preocupado, observando la altitud en la que se encontraban.

   Meena pegó un salto y rápidamente ya se encontraba sobre uno de los tejados, le extendió una mano a Octubre y esperaron. Will suspiró y subió, se dio la vuelta para ver a Lilith, ésta observaba la puerta de la Escuela para Niñas. Fruncía el ceño, algo le decía que jamás volvería a ver al anciano y al can, aun así les agradecía por el preciado momento que habían pasado juntos. 

   Supo que jamás los olvidaría.

   —Lilith. —Esta se volteó. Will estiró una mano en su dirección y le dijo—: ¿Vamos?

   Entre risas, comenzaron a correr y saltar entre los tejados. Sin necesidad de decirlo, se ayudaban mutuamente, con una conexión inhumana. Una conexión propia de guerreros que arriesgaban sus vidas de la mano de sus compañeros. Impulsándose unos a otros, tomándose de la mano o empujándose suavemente lejos del precipicio. Jugaron a las carreras hasta abajo, mientras trepaban por los tejados, saltaban al vacío y ejecutaban complicadas piruetas, agarrándose con fuerza de las sogas. La Luna iluminó su travesía hasta que llegaron al puerto. Desde el tejado de una casa de dos pisos saltaron a las velas de un barco, llegaron al fin al suelo. Se acomodaron las ropas y rieron.
   Robaron un automóvil y se dirigieron a la plaza principal, seguidos por las maldiciones de Meena, enfadada por haber perdido su corona de hojas.

   Saborearon esa vida a la que tan acostumbrados estaban, entre las sombras y la delincuencia. No iban a admitirlo, pero la extrañaban. Entre doncellas y marineros estaban obligados a permanecer durante el viaje, pero no podían abandonar quienes eran en realidad.

   Llegaron con tiempo de sobra a la plaza. Se sumaron al festejo, comieron y bebieron hasta el cansancio. Poco tiempo después Freyja se sumó al festejo, se había pasado el día entero en un voluntariado en las clínicas y había enseñado todo lo que podía de sus conocimientos. Combinando cristales y medicina salvó más de una vida al igual que lo había hecho en sus momentos libres en Apis.
   Octubre se retiró temprano, acompañado de una joven que le había atrapado rápidamente con sus encantos. Cuando las mujeres debieron retirarse, Kaira no dudó: Le pidió a Meena, Lilith y Camila que la acompañaran.

   Juntas se marcharon a la alcoba de la Princesa donde continuaron el festejo. Como niñas pequeñas jugaron y rieron hasta dejar la habitación patas arriba. Cuando el cansancio llegó, se acostaron las cuatro en la enorme cama y hablaron de la vida hasta que una a una se durmieron.
   Lilith fue la última, con una sonrisa imborrable en el rostro. Agradeció la compañía que la vida le había regalado, después de años de sentirse sola y creyendo que la amistad era lo que Jacoba le ofrecía.
    Mientras el sueño la atrapaba, recordó a las mismas personas que ahora se encontraba en su viaje: Cressida, Ruby, Sebastián... recordaba a la perfección como no sabía cómo hablarles, recordaba cómo se sentía juzgada con solo su presencia. Ahora entendía que eran todas imaginaciones suyas que Jacoba le había inculcado.

   Se sentía amada por Kaira, admirada por Camila y cuidada por Meena y Wilhelm. Pensaba en ellos a cada minuto del día. Por primera vez en la vida se durmió en paz, sin voces que la acosaban ni recuerdos abrumadores en sus sueños; por primera vez en su vida comenzó a entender lo que Sao siempre le decía.
   Por primera vez, tuvo la certeza de que Sao no mentía cuando la llenaba de cariño y halagos. Por primera vez, Lilith sintió que la vida no le sonreía solo a medias, si no que le iluminaba el camino con blancas carcajadas.

   Victoriano y Wilhelm la acompañaban en el sentimiento. Se retiraron temprano, aprovechando la soledad dentro de la Fortaleza del Alce Dormido. Con sus enormes puertas, sus cúpulas doradas y su suelo de pequeñas baldosas de colores. Su energía de desierto invernal y sus miles de alfombras hasta en las paredes. Caminaron en calcetines por cada pasillo, diciendo todas las cosas que no habían podido decirse en estos años. Se contaron hasta la mínima tontería y acabaron en la biblioteca.
   Se treparon a los estantes y juntos eligieron un poemario, de autor anónimo. Ambos sabían que significaba eso: había sido escrito por una mujer.

   Juntos se recostaron en la alfombra del suelo, mientras Will recitaba los poemas acostado en el suelo boca arriba, alzando el libro sobre su cabeza. Victoriano, recostado con el estómago en el suelo, reposando su cabeza en sus manos.
   La vela que los iluminaba intentaba competir con el brillo que aparecía en la mirada de aquellos hombres cuando sus ojos se encontraban. Pero ni la fogata más grande podía igualar aquel resplandor prohibido.
   Will pronunció las palabras de cada poema, deseando dedicar cada uno al hombre que le observaba:

"Si pudiera impedir que un corazón se rompa,
 no habré vivido en vano.

Si pudiera calmar el dolor de una vida,
 o hacer más llevadera una tristeza,

o ayudar algún débil petirrojo a que vuelva a su nido,

no habré vivido en vano."

   Victoriano, deseó que aquellas palabras se vuelvan reales y que Will fuera el final de su búsqueda. Acabaron por quedarse dormidos, recostados en el suelo, rodeados de libros que gritaban amor, promesas y corazones rotos.


"Hace unos cuantos días perdí un mundo,
¿no lo ha encontrado nadie?"

• ────── ────── •

   La noche parecía sonreírles a todos. Freyja, Yong y Farkas se quedaron hasta el final de la festividad. Recordando sus años de adolescencia fueron el alma de la fiesta y fueron partícipes de todos los alborotos y travesuras que pasaron esa noche.

   Todo estaba bien, todo marchaba sobre ruedas. La Luna les sonreía...

   ¿O se burlaba de ellos? 


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Nota de autor:

Sé que no suelo dejar notas en los capítulos, ya que prefiero utilizar los anuncios y no meter mucho mi voz dentro de la historia, pero este es diferente. Este capítulo es muy especial para mi, ya que rinde homenaje a mi abuelo y mi mascota de la infancia que partieron hace no mucho. Ellos siempre se sintieron como magia y quería una última despedida antes de dejarlos ir... También tengo un poema para ellos, en mi libro "El fuego también ilumina"; se titula: A veces no.

En fin, espero que estén disfrutando de la historia y agradezco mucho a todos los que les dieron una oportunidad. No olviden comentar y votar <3

Nos leemos el siguiente domingo :)

...


 ✾ Créditos.

Poema:
Morí por la belleza - Emily Dickinson.

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