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XVII. Aquí te espero.

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   En La Choza de Meena y Wilhelm, con gran cariño Sao había preparado un altar en el suelo de la habitación de Meena. Apartó los muebles, trazó un círculo con tierra negra del cementerio y en esta colocó cuatro objetos: dos copas de agua que había recolectado de la orilla, una enorme vela blanca y un incienso con forma de resorte. Colocó todo en forma de cruz dentro del círculo de tierra, en representación de los cuatros elementos de la naturaleza. Con el cabello suelto y cepillado, sin zapatos ni joyas, se sentó en el centro y con lentitud abrazó sus piernas y cerró los ojos.

   Sintió la humedad de la bruma en el ambiente, el olor del humo de fogones lejanos, la brisa del Olympe de Gouges en su piel y la vida de los árboles que habían sido alguna vez los tablones donde ahora ella se posaba.

   Así se mantuvo lo que duró la vela y el incienso, el agua se evaporó. Abrió los ojos al sentir como todo se sumía en oscuridad a medida que la llama se extinguía. Se puso de pie y tomó el farol que había dejado junto a la puerta, giró la perilla para encenderlo y se arrodilló en el círculo. Dejó el farol a su lado y comenzó a limpiar.
   Un somnoliento Vilkas apareció en la puerta, apartando su largo cabello de su rostro la observó. Se veía hermosa, en especial cuando no sabía que la estaban observando. Pero su sexto sentido siempre parecía delatarlo, ella se volteó y lo observó con una sonrisa y el ceño fruncido.

   —¿Te he despertado? —dijo suavemente.

   —No, pero siento tu ausencia —dijo él, con aquel meloso tono que empleaba siempre que se ponía romántico. Ella continuó limpiando, pero una sonrisa se dibujó en su rostro al oír eso—. ¿Qué haces, amor mío?

   —Solo intentaba comunicarme con mi familia —dijo ella, ligeramente avergonzada.

   —¿Funcionó? —preguntó él mientras se sentaba a su lado, fuera del círculo. Ella asintió.

   —Si, las he sentido. Por suerte aún recuerdo sus aromas... —dijo ella melancólica, recordando la peste marina que se las había llevado—. Pero no logré lo que quería. Jolly siempre logra comunicarles cosas y recibir otras, yo solo puedo sentir su presencia... Jolly me dijo que a veces las ve en el humo, cuidándome.

   Él extendió la mano y le acarició el cabello.

   —¿Qué querías comunicarles? —preguntó Vilkas, ya sabiendo la respuesta.

   —Solo quería que guiarán a mi niña por el buen camino, y cuidaran del equipo —susurró ella. Luego se giró para mirarlo—. Tengo un mal presentimiento, cariño. Algo pasa, yo lo sé.

   Él se puso de pie y la ayudó a hacer lo mismo, lentamente se dirigieron a la alcoba de Will. Juntos se acostaron, él detrás de ella, abrazándola. Cuando el amanecer llegó, Vilkas se puso de pie, se abrigó silenciosamente y salió hacia el mercado.

   Sao se despertó por un fuerte olor a café que venía desde el piso de abajo. Se encontró sola en la cama, por lo cual lentamente se incorporó. La cortina estaba abierta, podía ver el Pinar Nevado. Divertida observó la cama: platillos pequeños contenían una unidad de cada tipo de dulce que podías encontrar en el mercado, apenas podía mover sus piernas sin hacer un desastre.
   Con cuidado se sentó y escuchó como Vilkas subía las escaleras, segundo después ingresó por la puerta concentrado en las dos tazas humeantes que llevaba. Se acercaba a la cama con pasos cortos, sacando la lengua inconscientemente.

   Ella lo observó riendo en silencio, hasta que él levantó la mirada. Al verla despierta dejó caer los hombros con cara de derrota. El café quemó sus manos ante el movimiento y una carcajada se escapó de los labios de Sao.

   Comenzaron a desayunar con la paz de quienes intentan alargar ciertos momentos en la eternidad, riendo y probando los dulces frescos.

   —¡Mm! —dijo él de repente, recordando algo. Cubriendo su boca llena de comida con sus manos, se puso de pie y salió de la habitación. Regresó con un pequeño ramo de camelias rosadas y se lo extendió con una sonrisa.

   —¿Intentas acostarte conmigo? —se burló ella, tomó el ramo y le guiñó el ojo. Lo colgaría boca abajo en su camarote, donde centenares de ramos iguales se preservaban, como el amor que compartían. Ambos disfrutaban de regalarse flores cada vez que se encontraban.

   Tiempo después, ambos se preparaban para despedirse. Zheng Yi Sao pasaría el día con Cressida, marcharía al Olympe de Gouges al caer la noche. Vilkas tenía que continuar con sus tareas en el castillo, aún no había logrado dar con el paradero de la llave, a pesar de que estaba seguro de que ya no tenía dónde buscar.
   La buena noticia es que las doncellas le habían anunciado que parecía que el apetito sexual del Rey al fin se había apagado. Lorenza incluso parecía contenta.

   De pie uno frente al otro, se acomodaban los abrigos mutuamente. Alargando la despedida.

   —¿Tienes planes para el Día de Serendipia? —preguntó él, nervioso. Ella soltó una carcajada.

   —Derrocar un reino, nada importante. ¿Por qué?

   —Tienes una invitación oficial de la Reina al Palacio de los Zorros... —dijo él, viendo el enfado en su rostro. Sao cruzó los brazos y se alejó unos pasos.

   —¿Y cómo sucedió eso?

   —Me besó y entré en pánico.

   Silencio, ella cambió el peso de una pierna a la otra, con las cejas elevadas. Negando con la cabeza dijo:

   —Farkas no te puede dejar solo siquiera un ciclo de la Luna —rió ella.

   —Hago lo que puedo —bromeó él. Luego susurró, abrazándola—: Lo siento...

   —Tranquilo —dijo ella besándole los labios brevemente— Sacaremos provecho de esto.

   Se despidieron una vez más y se marcharon, cada uno a sus respectivas misiones. Sao se encontró con Cressida en la Escuela para niñas del Hogar de Vulpes. Vilkas se marchó al castillo.

• ──────  ────── •

   Ingresó en la sala de trono junto con algunos copos de nieve infiltrados. Una doncella se acercó apresurada y le susurró que Sauro quería verlo. Manteniendo la serenidad se dirigió hacia el salón del desayuno, el invernadero.
   Sauro se encontraba sentado en un extremo de la mesa, picoteando de las sobras del desayuno mientras jugaba al ajedrez con uno de los miembros del Consejo, quien claramente lo estaba dejando ganar. Vilkas se esforzó por recordar sus nombres, pero Sauro se limitaba a nombrarlos por sus respectivas comarcas.

   En la otra esquina, detrás de un atril enorme, Lorenza pintaba la escena.

   Sauro le indicó una silla a su lado, Vilkas obedeció. Después de los saludos correspondientes, Vilkas le enumeró los acontecimientos de las comarcas. La noticia más reciente era de un cadáver encontrado esa misma mañana en Apis. Un guardia de Cuenca de las Abejas Obreras, conocido por sus abusivos tratos con las doncellas. Había sido encontrado ahogado, le habían quitado los ojos. Sauro indicó que le echaran la culpa al Bloque Negro, también pidió que publicaran la noticia en el periódico en primera plana. Con una foto del rostro sin ojos. No hubo mención de su abuso ni de las doncellas.

   La sala se sumió en un silencio incómodo. Sin perder de vista el tablero, Sauro dijo:

   —¿Dónde has estado? —preguntó sin ni siquiera mirarlo, dándole la espalda ligeramente. A Vilkas le sorprendió la pregunta, pero no dejó que esto se notara.

   —Pasé la noche con mi esposa, Su Majestad.

   —Lorenza me ha mencionado que no has tenido la educación de presentarla —soltó acusador, como si de una escena de celos se tratara. Vilkas observó las manos del Rey, temblorosas, mientras hacía un movimiento errado con el alfil.

   —Un descuido de mi parte, señor. —Vilkas se recostó en el asiento, pensando en a que se debía lo poco accesible que se mostraba el Rey. No se molestó en excusarse, claramente Lorenza había estado haciendo de las suyas.— Ya hemos concretado una fecha para la correspondiente reunión.

   Sauro se giró a mirarlo lentamente. El consejero Apis movió su caballo de tal manera que se consideraba suicidio.

   —Fuera todo el mundo —dijo Sauro, elevando la voz.

   El consejero se apresuró a irse, mientras Lorenza lo hizo con pesadez. Vilkas no se movió, le sostuvo la mirada, había aprendido a manejar al Rey a la perfección. No fue hasta ese momento que notó la hermosa música que sonaba en la habitación proveniente de un pequeño tocadiscos de cristal, recordando a su hijo, quiso sonreír.
   Cuando se encontraron solos el rostro de Sauro se suavizó y finalmente se acomodó en su asiento, apuntando hacia Vilkas.

   —Esta mañana me ha llegado un mensaje. Grimn emprendió el regreso esta misma mañana —dijo en un susurro, con una mueca de confusión infantil.

    Vilkas reprimió una sonrisa. El plan iba sobre ruedas.

   —¿A qué se debe su retorno tan pronto?

   —Aparentemente ha pillado la peste del mar... Yo creía que eso le sucedería a Kaira —mencionó, apenado de que su Princesa no regresara a casa pronto. Se acomodó en la silla y tomó un puñado de fresas.

   —¿Qué le preocupa al Consejo? —se adelantó Vilkas, apoyando sus brazos sobre la mesa e inclinando su cuerpo hacia adelante, mostrando confidencialidad.

   —El problema es que últimamente estoy muy estresado, Vilkas —se quejó Sauro, negando con la cabeza. Sin cambiar de posición, Vilkas pestañeó repetidamente, sentía que se había perdido una parte de la conversación—. Tú sabes, los hombres tenemos necesidades básicas. Debemos saciarlas para funcionar con propiedad y no comportarnos como animales. —Vilkas frunció los labios al ver a donde esto se dirigía, se limitó a asentir.— Las mujeres están ahí para algo, para complacerme, pero últimamente no me han dejado contento. Juro que si me agarran en un mal día... A la próxima que no logre excitarme la mandaré a la horca.

   Miró a Vilkas, quien se había quedado inmóvil.

   —¡Es broma! —dijo golpeándolo demasiado fuerte en el hombro mientras reía como un imbécil. Vilkas dejó salir su frustración a través de la risa— Bueno, te decía, ayer lo intenté con Lorenza. Le dije a la muy puta que hasta no sentirme satisfecho no podría irse. Intentó de todo, ¡de todo! —Rio, haciendo unas señas desagradables.—, pero no, no lo sé. Quizás ya es demasiado vieja para mí, no recuerdo cuándo pero ya está cerca de cumplir los treinta.

   Se volteó hacia Vilkas riendo con cara de desagrado. No paraba de hablar, Vilkas no sabía cómo callarlo, quería golpearlo. Le había arruinado la mañana.

   —Terminé echándola desnuda al pasillo, ¡no quiero que el pueblo me vea débil! —continúo, golpeando la mesa. La vajilla tembló—. Tú sabes, hoy en día como están las cosas debemos proteger nuestra masculinidad y nuestro puesto por que las extranjeras son demasiado liberales. Honestamente no sé a dónde nos dirigimos con esta sociedad.

   Se incorporó para mirar su taza, vacía.

   —¡Ey! —gritó violentamente, aplaudiendo. Una joven doncella de apenas quince años salió de una esquina. Vilkas se sobresaltó, no la había visto. Rápidamente se acercó con la jarra cerámica y le rellenó la taza al Rey, quien mientras tanto le acariciaba el cuello y las caderas. Vilkas cerró los ojos y reprimió un escalofrío.

   Al oír que la joven terminaba de llenar la taza y se marchaba, abrió los ojos.

   —Un espécimen precioso —le dijo confidente a Vilkas, mientras ambos la seguían con la mirada, con intenciones distintas.— La mejor edad... ¡Eso es a lo que me refiero! Lorenza ya no es lo que era. —Vilkas abrió la boca para recordarle el asunto de Grimn pero el Rey volvió a hablar—: ¡Ey tú, pequeña! —La joven comenzó a acercarse, temerosa. Sauro se giró a Vilkas—. ¿La quieres? Puedo prestártela un rato si quieres, tengo otras.

   —No, Alteza, le agradezco, pero...

   —Aquí, siéntate. —Le dijo a la joven, entusiasmado señalaba el regazo de Vilkas. La joven intentó sentarse, pero él se apartó rápidamente. Se dio cuenta de su error y esperó las consecuencias. Pero había límites que se negaba a sobrepasar.

   Sauro lo miró enojado, le hizo una seña la muchacha para que se marchara y dijo:

   —¿Cuál es tu problema? A esto mismo me refiero cuando digo que estamos perdiendo la masculinidad...

   —Lo siento, Majestad, no pretendía ofender —dijo Vilkas, con el corazón acelerado.— Es solo que me preocupa lo que me mencionó de Grimn...

   —¿Ah? —dijo confundido. Luego comenzó a reír—. Se me ha pasado completamente, esto es lo que digo cuando me refiero a que necesito penetrar con éxito ¡ya!... —Se distrajo hurgando en sus dientes con la lengua, soltó un pesado eructo. Vilkas aguantó la respiración.— En fin, pasé una noche malísima por culpa de Lorenza y esta mañana me enteré de Grimn. El pensamiento no me dejó tranquilo, pero no te encontré por tu desliz, así que fui en busca del Consejo de las Comarcas de Serendipia. ¡Aterrados con la noticia es decir poco!

   —¿Qué le han dicho?

   —No mucho, les he preguntado si creían que a Agares le iban a molestar los cambios en la seguridad nacional... Pero solo repetían que lo que Su Majestad decida, es lo correcto. Inútiles.

   —Disculpe señor, con todo respeto —dijo Vilkas suavemente, preparándose para comenzar a separar al peligroso dúo—, ¿De qué teme usted? ¡Es el Rey supremo!

   —Lo sé, lo sé. —Sonrió contento a Vilkas.— Solo no quiero que se ofenda, es bastante susceptible y pierde los estribos... Pero yo soy el único Rey supremo, ese muchacho verá lo que le espera si siquiera se le ocurre cuestionar mis decisiones. —Rió. Luego se distrajo buscando a la joven.— Vete Vilkas, ya no te necesito. Lo he resulto solo. Ve a hacer algo útil.

   Vilkas se puso de pie, se ajustó la ropa y con una ligera reverencia se fue diciendo:

   —Un placer, Su Majestad.

   Al salir del salón, una sonrisa ganadora se dibujó en su rostro.

• ──────  ────── •

   —¿No hubo suerte? —preguntó Cressida, en el sótano oculto de la escuela. Afuera se oía un gran caos, ya que era la hora del almuerzo.

   —Aún sin pistas... —dijo Sao, ambas se referían a la llave del sótano. De pie observaban las paredes empapeladas con rostros de desaparecidas y Grimn Agares. Cada semana nuevas madres sin hijas, y niñas pariendo niñas.

   Cressida suspiró y se apartó de una imagen de una niña de grandes ojos inocentes, jugueteaba con el collar de la Luna.

   —¿Cómo llevas la vigilancia sin Meena?

   —Mal —rió sin alegría, Cressida—. No somos suficientes, no podemos observar el castillo a cada hora y al mismo tiempo patrullar las calles con éxito. Sin contar que cada semana estamos teniendo al menos una baja, Grimn debe haber dejado órdenes más brutales de lo normal... —Se giró y observó como Sao había cambiado de pared, ahora estaba en la pared de las que habían perdido en la lucha, con un altar para las Diosas en el suelo.— De todas maneras, siempre dejo a alguna mirando al castillo, pero hasta ahora nada sospechoso...

   —Deben tener otra entrada para las secuestradas —susurró Sao.

   —¿Qué? —preguntó Cressida.

   —¿Revisaron bien el acantilado?

   —No mucho... —admitió—. Durante la noche no puede verse nada y durante el día nos verían al segundo desde La Corte.

   Sao no respondió, simplemente asintió con la cabeza.

   —Ya no sé qué hacer, Sao —se quejó Cressida, arrojándose en una silla—. Comienzan a tener miedo, y no las culpo.

   La mujer se acercó a ella lentamente con una sonrisa. Le acomodó con suavidad el cabello, hasta que la joven apoyó la cabeza en el estómago de esta, como una niña.

   —Estás haciendo un gran trabajo... —susurró Sao. Cressida sonrió—. Llévalas al Corazón hoy a todas, nos encargaremos de levantar el ánimo y restaurar la esperanza.

   Cressida asintió efusivamente, entusiasmada con la idea. Zheng Yi Sao la observó, seguía siendo aquella joven que jugaba en la cubierta con Ruby y Jacoba. Todas seguían siendo esas niñas, pero las ocultaban, las niñas no eran tratadas bien en Serendipias.

   —Lo más probable es que la otra entrada sea en el acantilado, si es así... no quedará otra opción que entrar esa misma noche, el Día de Serendipia. Que las Diosas se apiaden de nosotras y protejan a aquellas niñas mientras tanto.

   —... esa noche habrá Luna llena.

   —Lo sé —dijo Sao riendo—. Jolly me lo ha dicho. 


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