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XVI. Herencia.

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   La mesa rodeaba el gran ciruelo en la plaza principal en un círculo perfecto. Repleto de tostadas con pastas dulces, brochetas de pescados pequeños, tartas de verduras, bocadillos de carne con romero.
   Del árbol colgaban botellas con velas dentro o repletas de vino y licores. Los comensales estiraban sus manos, quitaban el tapón que permanecía colgado del árbol, servían sus copas y volvían a guardar las botellas. La iluminación era tenue, mayormente venía de los miles de abejas que danzaban en el árbol.

   La banda se encontraba en una punta de la plaza, en la costa. Sobre las piedras con la marea que les llegaba a los pies, tocaban una alegre y dulce melodía. El violín dirigía a los bailarines que danzaban a la derecha de la banda (a los pies de Cuenca de las Abejas Obreras), mientras la música era predominada por guitarras, a diferencia de Vulpes que solían utilizar el violonchelo.
   En el otro extremo, en campo abierto, los niños jugaban y competían entre ellos. Enloquecidos ante la alegría.
   En el lado restante, de espaldas al pueblo, descansaba la gran carroza de la realeza. Alrededor y sobre esta habían colocado múltiples altares, uno por familia, junto con ofrendas, fotografías y pergaminos con deseos.

   Kaira y Farkas recorrían la mesa. Dos guardias de baja estatura (al lado de ellos parecían enanos) los seguían sonrientes. Los pueblerinos de Apis se acercaban a saludarlos y bendecirlos, pero solo los tocaban si la pareja real se los permitía. Kaira no se acostumbraba a esto, esperaba que en cualquier momento se le echarían encima jalándole el cabello.

   Farkas la guiaba del brazo, fingiendo estar enamorados. Victoriano y Afrodisio, sentados en unos enormes cojines fumaban habanos y tomaban un fuerte licor.

   Pronto el pueblo terminó de saludarlos y los dejó disfrutar la festividad, algo que ninguno había experimentado jamás.

   Farkas se estiró sin mucho esfuerzo a un vino rosado y lo destapó. Tomó dos copas de cristal grueso, rojizo, tallados en forma de rosas; con espinas incluidas donde el vino se integraba hasta la serpenteante base. No iba a negarle a Kaira que bebiera, sabía que esto solo la enfurecía brutalmente. Y prefería contar sus copas.
   Volvió a colgar la botella del cordón. Tomó ambas copas y le extendió una a Kaira, su rostro se había ensombrecido, el de Farkas la imitó por inercia.

   —¿Qué sucede? —le susurró.

   —Nadie nos está prestando atención. Ya nos hemos paseado del brazo lo suficiente, puedes irte —dijo. Él solo la observó, cansado. Ella prosiguió—: Me las puedo arreglar sola, tú tienes cosas que hacer... después de todo, has venido a que te admiren ¿verdad?

   Él la observó dolido, y se marchó. Uno de los guardias lo siguió, otro se quedó con la Princesa, quien comenzó a barrer con la mirada el festival. Se detuvo un segundo a observar la Escuela para Señoritas del Hogar de Apis a la lejanía. Entre las miles de abejas que iluminaban los campos pudo identificar una que sabía a ciencia cierta que no era un insecto, sino, Lilith y el resto. Deseó tenerlos allí con ella, disfrutando, o acompañarlos y hacer algo que realmente importara.
   Pero lo que más deseaba era estar con ellos, sin misiones, sin cadenas ni liberaciones, solo su familia elegida y la belleza del Día de Serendipia.

   Una familia caminaba descalza sobre el césped, cortaron su visión. Kaira los observó: un padre y una madre de la mano, el hombre la observaba enternecido mientras ella reía de su hija de unos seis años que ayudaba a su hermano bebe a dar sus primeros pasos. Por una milésima de segundo el rostro de Kaira se desfiguró por el dolor, temió que las lágrimas se escaparan ahí mismo... pero con un suspiro volvió a relajar su expresión y ocultar sus preocupaciones.

   Alguien tomó su mano con suavidad. Se volteó asustada y observó que era Camila, estudiaba la copa del árbol y las miles de estrellas en el cielo, soñadora. El rostro de Kaira se suavizó, detestaba que la tocaran... pero era Camila, y a ella le gustaba. Sonrió y le apretó la mano.

   —Creo que estoy enamorada de este lugar —dijo, con las luces reflejadas en sus enormes ojos.

   —Hace ver como completos idiotas a todos los que discriminan Apis por su tamaño —rió Kaira, observando a los niños jugar. Le extrañó ver qué las niñas también participaban, sin saber que eso era producto de Octubre y Lilith.

   —Solo están celosos...

   —¿Farkas y tú...? —dijo Kaira de repente. Camila se dio la vuelta y riendo, con expresión graciosa respondió:

   —¡Qué asco!... no, por todos los Santos. —Se tapó la sonrisa con la mano y le pregunto—: ¿A qué viene eso?

   Kaira levantó los hombros y comenzaron a caminar hacia el castillo lentamente.

   —No lo sé, hablando de enamorarse y celos —sonrió con tranquilidad, con seguridad continuó—: Tienen una conexión envidiable. Como almas gemelas.

   —Si... —admitió Camila—. Pero no es eso, es como si fuera mi hermano. No tienes de qué preocuparte.

   —No me preocupo, no tengo interés alguno en Farkas —soltó a la defensiva Kaira—. Solo quiero asegurarme de que haya alguien para cuidarte, y quererte, cuando yo me vaya.

   —Cierto... —susurró Camila, dolida ante el pensamiento de que algún día volvería a perderla.

   Continuaron caminando, hasta que llegaron a la pista de baile. Camila sonrió al ver a sus amigas bailar disimuladamente, saltando y riendo. Farkas se acercaba sonriente desde la otra punta.

   —¡Cami! —le dijo con una sonrisa infantil. Ella se la devolvió—. No te he visto en todo el día.

   Mientras se ponían al día, Kaira observó su conexión. Tan pura, tan hermosa, tan cómoda, tan fácil. Una balada comenzó a sonar, con sus notas más graves las guitarras deleitaban los oídos de los presentes. Tomó la mano de Camila, quien se dejó hacer, distraída como una niña. Luego tomó la mano de Farkas y las unió. Ambos la miraron divertidos, riendo confusos.

   —Por tradición, cuando se toca una balada solo con el instrumento tradicional de la comarca debes bailar con la persona que más quieras entre los presentes —dijo con suavidad, recordando sus lecciones de salón. Al oír esto la pareja asintió, indicando que estaban con la persona correcta. Kaira continuó con un tono fúnebre—: También es la última canción que las mujeres oyen antes de tener que irse.

   Pero ellos ya se habían integrado en el gentío danzante. El baile era hermoso, pasando suavemente los dedos por los brazos de tu pareja, enredando las piernas con elegancia y ternura, caminando juntos hacia una dirección, girando. Era un baile de pura conexión mental.
   Kaira los observó danzar, o jugar, mejor dicho. Ambos eran bastantes torpes para bailar, se conectaban con facilidad, pero se chocaban con los otros bailarines. Kaira sonrió y pensó en Meena, quería vivir esos momentos con ella, pero parecía imposible... Kaira era consciente de que no la trataba como se merecía, pero no quería solo un pedacito de ella. Lo quería todo, pero no podían tenerlo.

   Pero no esa noche, la historia de las Diosas había sido leída en voz alta, la esperanza iba en aumento. Las Diosas estaban piadosas esa noche de Luna gibosa menguante.

   Meena apareció a su lado, rozando la cintura de la Princesa con la punta de sus dedos. Kaira no necesitó darse la vuelta para saber quién era, la reconocía en cualquier lado. Sonriendo miró al cielo con los ojos cerrados y estiró un brazo, el cual Meena recorrió con sus dedos hasta tomarla de una mano.
   Las mejillas del guardia que le seguía se tornaron coloradas, apartó la mirada pero no dijo nada. Fingió no saber.

   —Meena, no deberíamos... —balbuceó Kaira, queriendo ser callada.

   —Tranquila, pyar —respondió esta, mientras lentamente la conducía a la pista de baile—. Sólo estamos bailando... de todas maneras todos han tomado demasiado para notar algo.

   Se tomaron de las manos y se integraron en la multitud, danzaban entre ellos. Girando, entrelazándose y dejándose llevar. Sentían su corazón saltar y pronto el espacio no fue suficiente, lentamente se fueron hasta el fondo de la multitud donde estaba la fuente de agua, luego Cuenca de las Abejas Obreras. El guardia desapareció en la multitud, no las siguió.
   Riendo comenzaron a bailar, hasta subirse al bordillo de la fuente. Giraban alrededor de esta, salpicando agua con la punta de sus pies. El agua que brotaba las envolvía en una especie de bruma.

   Las guitarras callaron excepto una, Meena hizo girar a Kaira y automáticamente abandonó la danza, suspirando se bajó de la fuente. Farkas se acercaba a ellas. Meena la miró a los ojos, quería besarla, pero estaban a la vista de todos. Kaira simplemente la observó, de pie en el bordillo con las manos entrelazadas y relajadas, su cabello largo cubriéndola.

   La guitarra calló, Farkas llegó junto a ellas con gesto de disculpa, Camila lo seguía.

   —Lo siento, es la hora —dijo susurrante, odiaba tener que separarlas.

   Meena se fue sin decir nada. El rostro de Kaira volvió a ser el mismo, cansado, melancólico y furioso. Miró la Luna, preguntándole a las Diosas porque tenía que pasar por esto, y se dirigió al castillo. Seguida por los otros dos.
   Caminó por las calles de Apis, junto con todas las mujeres del pueblo. El rostro de Kaira siempre presente en su mente. Con gesto de derrota, arrastrando los pies y a sus hijos. Algunas eran arrastradas por hombres tambaleantes. Las puertas se fueron cerrando, el barullo disminuyó, ya solo quedaba la música de la plaza a lo lejos.
   Llegó al Viejo Molino donde saludó a la cansada anciana de la recepción, su nombre era Devia y era parte de la Rebelión. La joven subió las escaleras a oscuras mientras la madera crujía y las ventanas eran cubiertas por turnos por las aspas del molino que giraba lentamente.

   Sentada en el suelo del balcón, en posición fetal, lentamente fumaba un diminuto cigarrillo de cannabis que Lilith le había regalado. La habitación estaba vacía, era ella y sus pensamientos.

   Se mantuvo serena, pensando. Hasta que un puchero infantil invadió su rostro, descontroladamente comenzó a llorar, se cubrió el rostro con las manos y sollozó. El sonido viajó por las calles silenciosas.
   No lloraba por separarse de Kaira, lloraba porque el tiempo pasaba y todavía sentía ese enorme vacío entre las dos. El tiempo pasaba y Kaira aún no le había dicho que la quería y siempre que estaban solas Kaira solo quería meterse en la cama juntas. A veces Meena no la visitaba por esa razón, se moría de ganas de verla, pero quería jugar con ella, leer un libro juntas, bailar, reír. Meena no era quien para juzgarla, sabía que Kiara tenía una relación complicada con el sexo, lo anhelaba cada vez que se encontraban solas, como si las heridas pudieran curarse con placer. Sin embargo, Meena a menudo se sentía como una diversión, se sentía como un pasatiempo. Pero ¿y cuando todo acabara?... ¿la abandonaría?

   ¿Meena era producto de las heridas o el antídoto?

...

   Kaira ingresó en el castillo y automáticamente se fue hacia las bodegas. Camila y Farkas la observaron desde la puerta, con los pasillos oscuros.
   Camila se quedó allí de pie, con la vista perdida en un punto lejano, previendo lo que venía. Farkas seguía a Kaira. Cuando llegó, ésta ya había destapado una botella de aguardiente.

   —Kaira... ¿podemos no hacer esto esta noche?

   Ella lo ignoró, mirándolo a los ojos se terminó la botella. Tomó otra al azar, sin mirar que era y se dirigió a la puerta, donde Camila la esperaba avergonzada.

   Salieron al exterior, los tres en fila. La brisa marina agitó sus ropas, giraron hacia la izquierda y comenzaron a subir los blancos peldaños. Llegaron a la habitación donde Kaira se sentó en el taburete del retocador, con un duelo de miradas con su reflejo, continúo tomando tranquilamente.
   Con las manos ligeramente temblorosas, Camila fue desarmando el peinado. Una a una las margaritas amarillas que Kaira había colocado en su cabello cayeron al suelo.

   —Ya es suficiente —dijo con autoridad Farkas, quitándole la botella.

   Camila reaccionó antes, se alejó rápidamente de Kaira previendo su reacción. La Princesa se levantó de un salto, el taburete cayó al suelo.

   —¡¿Quién te crees que eres?! ¡¿Dueño de mí?! —rio histérica Kaira—. Vete a tus asquerosas tierras si tanto te molesta que tu dulce esposa disfrute de un buen trago antes de dormir —susurró burlona.

   Farkas suspiró con fuerza y cerró los ojos. No podía hacer esto otra vez, había tenido la esperanza que en el viaje este problema desapareciera. Estas situaciones drenaban su energía y llevaban sus nervios al máximo, ya que debía calmar a Kaira sin que sus padres se enteren. Pensó en su padre, Vilkas, quien siempre lo escuchaba hablar y descargar sus penas luego de los episodios de Kaira, en este momento le hacía falta.

   —No podemos hacer esto ¡cada maldita noche! —exclamó Farkas, gritando el final de la frase. La fulminó con la mirada.

   Detrás de Kaira, Camila se mantenía de pie, con la cabeza gacha. Se hizo el silencio y pudieron escucharla sorberse la nariz, ambos se giraron a verla.
   Kaira la vio intentando ocultar su angustia y se sintió un monstruo, se sintió su madre. Acomodó el taburete, donde se volvió a sentar y cepillar su cabello con el peine de cristal.

   —Ve a descansar, Cami —le susurró con dulzura Farkas, mientras le acariciaba el brazo.

   Ella se negó al principio hasta que él se ofreció a acompañarla a su alcoba. En la puerta de ésta, ella lo abrazó y dejando salir un largo suspiro le dijo:

   —¿Por qué te trata así?... Ella no es malvada, lo sabes, ¿verdad? —susurró Camila.

   Él solo le besó la coronilla y se despidió. Angustiada ella se acostó, el sueño la atrapó enseguida, pero no por mucho.

   Cuando Farkas regresó a la habitación, estaba más calmado, pero al verla allí sentada cepillando su cabello, la furia se apoderó de él.

   —Me he hartado de decirte que no quiero que te pongas así frente a Camila. —La voz le temblaba mientras paseaba por la habitación nervioso.— Trátame como basura si quieres, pero suficiente tiene que lidiar ella cada día para que tú hagas esto.

   —No va a romperse —respondió Kaira con fastidio. Ambos seguían sumidos en la oscuridad, iluminados solo por los reflejos en el cristal del cielo nocturno.

   —¡Pero yo sí! —le gritó Farkas—. ¡Solo quiero que ella esté en paz!

   Kaira se dio la vuelta y con el rostro enrojecido y desfigurado por la rabia le gritó:

   —¡Para de gritarme! ¡No soporto el sonido de tu voz!

   —¡Cada día te pareces más a tu madre!

   Ambos se quedaron en silencio. Él se dio cuenta de su error y estiró los brazos hacia adelante, sorprendido ante sus propias palabras. El rostro de Kaira dibujó la pena, se dio la vuelta y se miró en el espejo. Pero no vio a su madre, vio algo peor: a su padre.
   Se dio la vuelta y se arrojó contra Farkas, con el cepillo en la mano con el cual comenzó a golpearlo. Ambos cayeron sobre la cama, él intentaba detenerla pero ella continuaba atacando, sentada sobre él. El forcejeo duró unos minutos hasta que Farkas la empujó con fuerza, ella cayó de la cama y rodó por el suelo. El cepilló estalló en mil pedazos junto con el llanto de Kaira. Comenzó a sollozar, no por dolor, si no por pena de lo que se estaba convirtiendo.

   Farkas se puso de pie y desapareció, enjugando sus lágrimas con el revés de su mano.

• ──────  ────── •

   En el baile, Victoriano observaba a Afrodisio ser cortejado por jóvenes mujeres hermosas, mientras se dirigía a Cuenca de las Abejas Obreras. Con tranquilidad, él negó con la cabeza y desapareció tras las enormes puertas de cristal. Segundos después las mujeres tuvieron que marcharse.
   Con una copa de vino casi negro en su mano, Victoriano se recostó sobre el asiento, mirando el cielo. El movimiento le costó un horrible mareo. Observando la Luna pensó en el rumor sobre la difunta esposa de Afrodisio, por las noches en los oscuros rincones de las tabernas se decía que lo había hechizado para ser fiel eternamente.

   Un hombre se sentó a su lado, ocupando el lugar de Afrodisio. Victoriano levantó la mirada y enfocó. Wilhelm, con una copa en mano, miraba a unos hombres jugar a las cartas entre las sobras del buffet.
   Dejó de observarlos para cruzar miradas con el Lord. En silencio se observaron, con gestos parecidos al enfado.

   —¿Cómo estuvo tu noche? —preguntó Victoriano, tomando un sorbo de vino.

   —Horrible —asintió Will, tratando de no pensar en el paradero de Lilith. Quería buscarla por todo Apis, pero Sao le había advertido que a veces necesitaba de su espacio. Intentaba dárselo, pero tenía miedo por ella y no le gustaba Freyja—. ¿Cómo estuvo la tuya?

   —Mejorando —respondió suavemente Victoriano.

   Ambos volvieron a mirarse y sonrieron.

   —¿Entonces vamos a hacer como que estos años no pasaron? —dijo Will, provocativo, mientras levantaba la pelvis ligeramente y se acomodaba el pantalón.

   —¿Acaso quieres hablar de eso? —respondió Victoriano, mientras observaba sin disimulo la acción de Wilhelm.

   —No, esta noche no me siento con ganas de jugar a ser maduros.

   —Suena como una noche común y corriente para mí.

   Extendieron sus copas y brindaron. El vino negro, espeso, se removió en sus copas. Con el tiempo terminaron por ponerse de pie, depositaron las copas en la mesa y comenzaron a caminar lentamente. Se alejaron de la multitud, siguiendo la costa. Se quitaron los zapatos y caminaron por las piedras donde las suaves olas rompían. Unos grillos musicalizaban la escena.

   —¿De dónde eres realmente, Will? —preguntó Victoriano, pateando piedras distraído. Will se detuvo, se giró hacia el mar, tomó una piedra plana y la arrojó, haciéndola rebotar hasta perderse entre la niebla de la noche. Pandora parecía más cercana que nunca, brillando sobre el mar.

   —¿Por qué?

   —Parece algo que vale la pena conocer —respondió Victoriano con dulzura, observando hipnotizado el gentil perfil de Will, este no respondió. Víctor no insistió.

   Wilhelm se dio la vuelta, sin darse cuenta lo cerca que estaban hasta que no estuvieron frente a frente. Se observaron y el calor no tardó en llegar, con una sonrisa invertida lentamente se desabrochó el chaleco. Victoriano endureció la mandíbula sin saber qué hacer.
   Una carcajada se escapó de los labios de Wilhelm. Victoriano dio un pequeño paso hacia el frente, estirando la mano hacia su rostro, pero Will saltó al agua con elegancia.

   Se sumergió, intentando que el agua lo calmara. Salió de la superficie y observó a Victoriano, negando con la cabeza en la orilla. De un salto se acercó a él y tironeando de su brazo lo arrojó al agua. Víctor maldijo y torpemente cayó de rodillas.
   Will se puso de pie y comenzó a doblarse mientras se reía incontrolablemente ante la falta de agilidad de Victoriano, este se sumó a la risa, lamiendo sus labios. Wilhelm se sentó a su lado, apoyando el peso hacia atrás sobre sus propios brazos. Allí se quedaron en silencio, las olas rompían sobre sus cuerpos.

   Silencio, sus respiraciones se calmaron mientras se sincronizaban.

   —¿Por qué nunca respondiste mis cartas? —preguntó de repente Wilhelm con tranquilidad, sin cambiar de posición. Se había dejado la dignidad entera en cada uno de los trazos de tinta, y jamás recibió respuesta. Doscientas cartas, ninguna respuesta. Había escrito una más, contando su pasado, pero jamás la envió.

   Victoriano se volteó confundido, torció el gesto arqueando las cejas.

   —¿Cuáles cartas?...

   Wilhelm se volteó, su rostro imitó la expresión de Víctor. Ninguno dijo nada, apenados volvieron a mirar el horizonte. Victoriano secó rápidamente una lágrima traviesa que recorría su mejilla. Will fingió no notarlo.
   Pasó una hora, sus manos comenzaban a tocarse debajo de las olas. Hasta que Victoriano se lavó el rostro con el agua. Will lo observó de reojo y le dijo:

   —¿Te sientes bien? —Victoriano asintió. Will insistió—: ¿Estás mareado? —Víctor volvió a asentir, tenía ganas de llorar. Que estúpido había sido tomando tanto como cada noche, ahora no le permitía disfrutar del momento que tanto había anhelado.

   —Vete a la cama, Víctor —dijo Will, levantándose lentamente. El hombre lo siguió.

   —Lo siento, es un mal hábito —se excusó. Lo que menos quería era irse, pero su cuerpo se lo pedía a gritos.

   Will sonrió como un niño, levantando los hombros. No tenía energía para hablar de eso ahora mismo.

   —... Solo no arrastres a Kaira en esto —le suplicó.

   —Juro que... intenté sacarla a tiempo, pero no sé cómo ayudarla ahora —susurró enarcando las cejas, apenado.

   Will cerró los ojos y repitió:

   —Vete a la cama, Víctor. —Permaneció con los ojos cerrados, no quería verlo marchar.

   Los sonidos del agua le indicaron que Victoriano comenzaba a alejarse, pero antes de esto le tomó la mano por un segundo. Luego se alejó. Will esperó unos cuantos minutos, se dio la vuelta y se dirigió al Viejo Molino. Un gran dilema en su mente: estaba seguro de que lo correcto era hablar con Meena sobre el problema de Kaira, juntos ayudarle. De seguro Meena ya sospechaba del asunto.

   Una vez en la alcoba, se acercó a ella y la arropó. Luego se alejó hacia el sofá y se acostó, pero no pudo dormir hasta altas horas de la madrugada. Aquel hombre le volvía completamente loco. Will pensó en el destino de las cartas, mientras Victoriano imaginaba el contenido de estas.

• ──────  ────── •

   Farkas tocó la puerta con insistencia. Un pálido Grimn, con solo unos pantalones arrugados, la abrió confundido. Al verlo, su rostro se transformó en una burla, intentando disimular su mal estado.

   —Te marchas mañana —afirmó Farkas.

   Grimn levantó la barbilla mientras asentía con la cabeza lentamente y lo miraba con superioridad y deseo, Farkas tenía el labio sangrante y eso no hacía más que gustarle. Farkas se sumó al asentimiento, hasta que se arrojó sobre Grimn, tomando su rostro con sus manos. Grimn caminó hacia atrás, cerrando la puerta de un golpe y desabrochando su camisa con violencia.
   Farkas calló sus pensamientos. La última vez había jurado que era la última, pero necesitaba una despedida. Usualmente se tranquilizaba charlando con su padre, quien siempre lo recibía con calidez y buenos consejos. Pero su padre no estaba ahora presente y Grimn... el odio de Grimn, la violencia con la que lo trataba. Lo hacía odiarse, lo sentía como un castigo y eso era justamente lo que necesitaba ahora, más que nunca. No podía creer que se había atrevido a decirle eso a Kaira.

   Grimn lo arrojó contra la cama y se acostó sobre él, besándole el pecho. Su mano se deslizó hacia su garganta, donde comenzó a apretar, cortando el aire. Los ojos de Farkas se abrieron, y una sonrisa se le escapó mientras Grimn bajaba poco a poco por su cuerpo con urgencia.


   Kaira dormía en su cama, o eso intentaba. A cada rato se despertaba, la cama parecía girar velozmente. Sintió las náuseas y quiso correr al servicio, pero sabía que si se movía expulsaría todo. Pero no hubo nada que hacer, el vómito llegó de golpe. Se incorporó sobre su costado, manchando el borde de la cama y el suelo.

   Camila apareció desde la oscuridad y rápidamente le sostuvo el cabello mientras le acariciaba la pierna con ternura.
   Kaira quiso agradecerle, pero le era imposible. Se limitó a buscarle la mano en la oscuridad la cual tomó con fuerza y agradeció, solo por una vez, que las pesadillas de Camila la despertaran cada vez que ella discutía con Farkas.

• ──────  ────── •

   Pasaron las horas y el sol comenzó a salir. Lilith, arrodillada en el cementerio, el Descanso de los Robles, donde cada pequeño árbol tenía una placa de piedra con los nombres tallados de los difuntos. Leía la placa de su familia:


"Descanso de Behemoth G. Khan.

Pesquero, noble padre, fiel amigo.

Su esposa le acompaña."


   El resto de la placa era ocupada por representaciones de abejas, Knglo y Egot.

   —Tumba sin nombre —susurró Lilith, con el rostro serio y los ojos hinchados de tantas lágrimas—. Una tradición familiar, aparentemente. Una tumba sin nombre, para Aela, Selene y Lilith.

   Freyja apareció a su lado, con un clavel blanco en su mano.

   —Ven —le dijo.

   Obediente, Lilith se puso de pie y juntas regresaron a la Escuela para Señoritas del Hogar de Apis, el azul del amanecer pintaba la escena. No pudo evitar pensar en que también había descubierto su verdadera fecha de nacimiento... por años El Bloque Negro había celebrado su llegada el mundo en la fecha que le habían conocido. Resultó que Lilith había nacido en la Noche de la Nictalopía. Una festividad dedicada a los Dioses, se celebraba cada unos cuantos años cuando se presentaba un extraño fenómeno natural. Permanecía de día durante cuarenta y ocho horas.

   En Serendipia celebraban a los Dioses en aquella fecha; El Bloque Negro conmemoraba los muertos en la Segunda Era. 

   Freyja la llevó hacia el ciruelo de flores blancas. Con rostro sombrío y la mirada cargada de furia, Lilith talló con ayuda de Aela el nombre de su madre en el tronco del árbol, junto con una Luna. Depositó la flor que Freyja le había dado en el pie de este. Observó el solitario nombre de su madre, sin apellido alguno.

   Ni tumbas ni apellidos propios, pensó Lilith, desearía que al menos nos dejaran descansar en paz.

   Besó el tronco y se despidió una vez más de su madre, deseando que al fin pueda descansar eternamente, liberando a Lilith de sus tormentos. 


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